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- ¿PORQUÉ EL ABORTO ES UN PECADO?
En la sociedad actual, la última voz que se quiere escuchar respecto al aborto, es la voz de la iglesia, porque la iglesia contiene el mensaje que no quieren escuchar; por conveniencia es mejor denigrarlo, remplazarlo o ignorarlo, antes, que reconocer la verdad Bíblica que esta defiende respecto al aborto. Tratamos este tema porque estamos convencidos que la iglesia es «columna y baluarte de la verdad» (1 Ti 3:15–16) y la Pablara de Dios que predicamos, es su máxima Autoridad, es suficiente para todo lo concerniente a la «a la vida y a la piedad» (2 Pe. 1:3), por ende, la citamos respecto a este tema; también creemos que es únicamente delante de Dios, delante de quien «todas las cosas están desnudas y abiertas» y «a quien tenemos que dar cuenta» (He 4:13), a quien daremos cuenta en «el día del juicio», así pues, mejor es cuchar el decreto de Aquel que ha de juzgar nuestros caminos. Para los movimientos feministas, la iglesia se opone al aborto, porque ignora mucha verdad acerca del asunto y – según estos – hay intereses jerárquicos y de dominación patriarcal o machistas, tachando la iglesia como misógina y descontextualizada de la realidad. Ellas demandan el lugar correspondiente a sus libertades individuales “inalienables”, para hacer lo que ellas consideran correcto, en palabras simples su argumento se puede resumir en: «Este cuerpo es mío y yo puedo decidir lo mejor para mí», creemos que esta frase contiene algo de verdad, sin embargo, en su mayor parte no lo es porque toma decisiones sin considerar la integridad del ser nonato. Nuestro interés es exponer la postura Bíblica acerca del aborto y contrarrestar «con la Palabra de Dios» la única verdad concerniente al tema. Comenzaremos diciendo que el aborto es pecado, porque es una violación al orden creado, en el cual, Dios como Creador es el dador de la vida y es el único que puede quitarla (Dt. 32:39; 1 Sam. 2:6; 2 Re. 5:7; Os 6:1-2;), no es algo que deba debatirse si le corresponde, o debe atribuírsele, al hombre – úsese el término hombre indistinto para varón y mujer. El aborto supone acabar con una vida humana – esto puede demostrarse desde el campo Biológico y la doctrina Bíblica – y por lo tanto tiene serias consecuencias morales y sociales. En el campo de lo biológico se ha debatido mucho, se han sumado al debate muchos campos de las ciencias: psicológicos, psiquiátricos, neurológicos, endocrinológicos, genéticos, etc. Estas, en su mayor parte han llegado a conclusiones que apoyan a una postura conservadora de la protección a la vida desde la concepción, sin embargo, se han visto manipuladas por intereses políticos y hegemónicos. Este no es el fin principal del artículo, por lo cual nos centraremos en el testimonio de la Palabra. En el Antiguo Testamento, uno de los juicios contra la mujer o contra la nación era la esterilidad de la mujer, muchos son los pasajes que exponen esta realidad, desde Saraí, esposa de Abraham (Gn. 11:30) hasta Elizabet, esposa de Zacarías (Lc. 1:7). Vemos por ejemplo a Raquel y Lea debatiéndose entre quién daba descendencia a Jacob (Gé. 29:31-30:24), y esto no debe ser visto como cliché cultural de “usar a la mujer como un instrumento para fecundar y criar hijos”, sino que, debe verse como parte sustancial del plan de Dios para la humanidad. Cuando Dios creó todo y en el sexto día al hombre, a éste le dio un mandato, al que muchos teólogos llaman el mandato cultural, en Génesis 1:28 y dice: «Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.» (Gn 1:28), es evidente en este mandato el llamado de la raza humana a reproducirse, así pues, cualquier esterilidad es consecuencia de la caída más que por el diseño original de Dios en la creación, esto infiere en que una cultura que demanda el aborto es una cultura caída. Citamos esto para resaltar la prioridad de cumplir con la reproducción – un matrimonio puede engendrar y cuidar al menos dos hijos, y con esto cumplir el mandato de reproducirse. Ahora, veamos en más detalle por qué el aborto es pecado. La Biblia enseña que el hombre desde el vientre de su madre es valorado con propósito, por ejemplo, Dios dijo a Jeremías: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jer. 1:5), David dijo: «En ti he sido sustentado desde el vientre» (Sal. 71:6); Isaías (Is. 49:1,5) y Pablo (Gá. 1:15) también dieron relatos similares. Siendo evidente que donde hay un propósito para alguien desde el vientre, es porque hay una persona; donde hay un esfuerzo por sustentar, es porque hay alguien por quién hacerlo, así pues, el vientre de una mujer no está, ni vacío, ni con despropósito de la criatura que a la cual contiene, para los cual, podemos decir que quitar la vida es altercar con Dios y resistir a la voluntad de Dios desde la concepción de la criatura. Ahora, algunos pueden alegar que el hombre siendo un ser pecador desde el vientre de su madre (51:5) o por naturaleza (Ro. 3:23), debe morir bajo la condenación de Dios como juicio por el pecado (cf. Gé. 2:17), lo cual deja sin castigo al homicida. Algo que debemos entender en esto: «La imagen de Dios se deterioró, pero no se perdió»[1] Después de esa declaración teológica, el argumento más importante para defender la vida del nonato se centra en Cristo. La Biblia nos muestra que Cristo como Dios-hombre «es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación» (Col. 1:15), «la imagen misma de su sustancia» (He. 1:3), una creación y una sustancia que incluye al hombre hecho a «imagen, conforme a nuestra semejanza [del Dios Trino]» (Gn. 1:26), y bajo la promesa de que, a los «que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo» (Ro. 8:29). Le está prohibido al hombre dar muerte a su semejante – aún desde el vientre-, porque «a imagen de Dios es hecho el hombre» (Gn. 9:6), y todo pecado de muerte contra el hombre es, en última instancia, pecado de muerte contra Dios, mejor dicho, contra la imagen de Dios que ha sido puesta en el hombre (Sal. 51:4; Stg. 3:9), así pues, todo aborto es pecado. La vida humana, el aliento vital otorgado por Dios al hombre le pertenece enteramente y nadie debe arrebatarla; ninguna cualidad de una persona, ni la falta de ella invalida el mandamiento, dando licencia a otro para exterminarla. Pero aún con todo este conocimiento algunos, aun, en los círculos cristianos, apelan por un tipo de aborto terapéutico y nos surge la siguiente pregunta: ¿Es pecado el aborto terapéutico? Para considerar esta pregunta, somos conscientes de que está acompañada de algunas preguntas fundamentales de la vida, por ejemplo: ¿qué significa la vida humana?, ¿cuál es nuestra responsabilidad ante la vida en riesgo?, ¿dónde termina mi libertad y empieza la de otros?, etc., y, por otro lado surgen preguntas escurridizas que dividen las opiniones, por ejemplo, ¿debe morir una mujer que padece una grave enfermedad, que queda embarazada y que sanaría con una operación en la que se perdería el feto?, ¿Debe dejar huérfanos a sus otros hijos?, ¿debe darse vida a un feto que tiene una enfermedad incurable con la que tendrá que sobrevivir dolorosamente toda su vida? ¿Debe venir a la vida para sufrir y para hacer sufrir a quienes lo cuiden?, ¿debe vivir quien fue fruto de violencia y de violación y es rechazado desde el vientre de su madre? Vamos a tratar de responder los más cuidadoso posible a esta pregunta bajo la siguiente afirmación teológica y filosófica: tomamos decisiones de acuerdo a nuestros deseos más profundos, y por naturaleza nuestros deseos – en esencia – están inclinados al pecado, inclinado a la muerte misma, que de ser posible en nuestra naturaleza caída quisiéramos dar muerte a Dios mismo – y si pudiéramos lo haríamos. No damos la vida, o pagamos el precio por alguien, porque amamos más la nuestra. La persona se caracteriza porque vive. El fundamento ético, pero también sustancial, de este derecho radica en que la vida es presupuesto de la existencia, condición absoluta del existir, pensar y ser humanos: No se puede ser humano muerto. Pero la existencia corporal no es sólo medio para ser, sino fin en sí mismo, de modo que el cuerpo tiene incorporada la dignidad misma de la persona, así que merece un trato respetuoso. No somos sin nuestro cuerpo, aunque no somos solo nuestro cuerpo. Apreciados lectores, debemos reconocer que el hombre tiene un valor intrínseco, no por lo que pueda llegar a ser, sino porque fue creado a imagen de Dios (Génesis 1: 27), y es esa imagen la que le distingue del resto de los seres vivos, y le da un valor especial, de manera que no son las circunstancias cambiantes las que determinan en cada momento cuando una vida es digna y cuando no lo es, cuando debemos preservarla y cuando, de un modo activo, exterminarla. Y todo ello sin perjuicio de considerar al ser humano una naturaleza caída como consecuencia del pecado, y por tanto insuficiente por sí mismo para salvarse y alcanzar la perfección. Toda vida apunta a la gloria de Dios, pero nosotros la resistimos. Quisiéramos dar muerte a Dios mismo, así de horrendo es nuestro pecado. [1] John F. MacArthur y M. Richard, Teología Sistemática: un estudio profundo de la doctrina Bíblica (Grand Rapid, MI: Portavoz, 2018), 424. COMPÁRTELO:
- El Evangelismo Relacional
Qué pensarías de una iglesia que, en diez años de existencia, jamás ha hecho una campaña evangelística; nunca ha hecho un llamado al altar; no ha salido a repartir folletos evangelísticos en las calles y parques; nunca ha salido a evangelizar casa por casa; ni siquiera bombardea a sus invitados para que crean en Cristo en la primera visita al culto. Seguramente concluirías que es una Iglesia que no cumple la gran comisión. Pero qué dirías si te compartiera que en esa iglesia todos los domingos están llegando personas que no conocen a Cristo; todos los domingos, hay personas no creyentes que voluntariamente se están integrando a grupos pequeños para estudiar la Biblia; que todos los domingos vienen personas no creyentes para que les hablen de Jesucristo; que con mucha frecuencia se escuchan testimonios de vidas que están siendo transformadas por el evangelio. ¿Te parece extraño? No lo es en realidad. Es cierto y lo hemos visto como testigos oculares en nuestra iglesia. Para nosotros el evangelismo no es un programa, actividad o evento más que hacemos. Para nosotros el hacer discípulos está incluido en todo lo que hacemos. Es la parte medular de nuestra estrategia ministerial y deseamos que sea el estilo de vida de cada miembro de la iglesia, porque estamos convencidos que la estrategia de Dios para alcanzar al mundo es su iglesia. No estoy diciendo que organizar campañas, repartir folletos o ir casa por casa sea algo malo. Pero sí hay que reconocer que estas estrategias son simplemente eso, estrategias, y no son lo esencial del evangelismo. Existen, por lo tanto, otras estrategias que quizá sean más eficaces para cumplir la gran comisión en una ciudad como la nuestra. La estrategia que hemos usado para compartir las buenas nuevas es lo que llamamos: Evangelismo Relacional. No es nada excepcional o secreto, simplemente consiste en entrar en un proceso de compartir estratégica y pacientemente el evangelio con nuestros conocidos, familiares, vecinos y amigos sin manipular, forzar, presionar, ni hostigar a las personas para crean en Cristo. Se comparte el evangelio en el contexto de una relación personal con aquellos que estamos evangelizando con miras a que lleguen a ser discípulos de Jesucristo. La clave para este tipo de evangelismo son tus relaciones. Evangelizamos conviviendo genuinamente con las personas y compartiendo la vida y fe con ellas. Ese compartir tiene un paso suave, natural y progresivo, dejando que cada quien lleve su proceso. No hay presión, prisas ni desesperación, sino esperamos con paciencia el fruto porque creemos que Dios está obrando en la vida de las personas. Evangelismo Tradicional vs. Evangelismo Relacional ¿Cuál es la diferencia entre el evangelismo tradicional y el evangelismo relacional? Podemos mencionar varios aspectos en los que estos dos tipos de evangelismo tienen énfasis distintos. 1. Objetivo. El evangelismo tradicional, generalmente, tiene por objetivo inmediato que la gente haga la oración del pecador. El evangelismo relacional busca, generalmente, que las personas se vuelvan discípulos de Cristo. No se conforma con simplemente compartir el mensaje, sino busca que la gente se niegue a sí misma, tome su cruz y siga al maestro. 2. Percepción de la Conversión. El evangelismo tradicional percibe la conversión como un evento específico, con una fecha y una hora. El relacional, tiende a ver la conversión como parte de un proceso que, en algunos casos, es paulatino, lento y tardado. Algunos llegan al arrepentimiento y la fe en Jesucristo en cuestión de horas, días o semanas; en tanto que para otros, transcurren años antes de que puedan creer en Jesucristo en su corazón y confesarlo con su boca. El evangelismo relacional no renuncia al primer rechazo, sino estratégicamente va invirtiendo tiempo y esfuerzo en la relación para crear un contexto en el que el Espíritu Santo siga obrando en la vida de la persona con quien compartimos nuestra vida y nuestra fe. 3. Percepción del papel de Dios. El evangelismo tradicional, en la práctica, tiende a ver a Dios muy poco activo. El evangelista es quien se percibe como el más activo porque tiene que convencer y persuadir al inconverso para que entregue su vida a Cristo. Ciertamente, Dios está obrando, pero la acción evidente es la de las personas que se esfuerzan por ganar un alma para Cristo. En el evangelismo relacional, el que realmente está activo y obrando, es Dios. Nosotros somos, hasta cierto punto, espectadores de la obra de Dios en la vida de los demás cuando compartimos con ellos la vida y la fe. 4. Percepción de las habilidades del evangelista. El evangelismo tradicional percibe las habilidades del evangelista como fundamentales. Se piensa que si aquella persona inconversa tan solo escuchara a tal o cual evangelista con seguridad se convertiría. Se invierten grandes sumas para poder contar con afamados oradores o cantantes cristianos para los eventos evangelísticos. En el evangelismo relacional, si bien es cierto que el evangelista debe estar preparado para compartir claramente el mensaje, sus habilidades son secundarias, pues lo único que debe hacer es invertir tiempo en la relación, compartir de acuerdo con las oportunidades y depender de la obra del Espíritu Santo. Cualquier creyente, sin importar sus habilidades evangelísticas, puede ser un instrumento del Espíritu Santo para traer el evangelio al más renuente de los incrédulos. 5. Papel del evangelizador. En el evangelismo tradicional el evangelizador considera que su papel es persuadir al incrédulo para que entregue su vida a Cristo. Es decir, lograr una conversión en el menor tiempo posible. El evangelizador en el relacional tiene como papel fomentar su relación con la persona a quien desea compartir el evangelio y hablar poco a poco, pero intencionalmente del evangelio, según Dios vaya dando las oportunidades. 6. Tono del Método de evangelización. El evangelismo tradicional tiende a tener un tono agresivo, de choque, confrontación, presión, y a veces manipulación. Es directo, osado y a veces, con muy poco tacto. Por su parte el relacional, tiene un tono suave y sutil. Se realiza sin presionar, hostigar, intimidar ni manipular a las personas. Se tiene mucha paciencia en el proceso de cada individuo y se busca capitalizar las oportunidades para llevarlo un paso más cerca en su encuentro con Dios. 7. Parámetro del éxito. El evangelismo tradicional mide su éxito con la cantidad de personas que hacen la oración del pecador. El evangelismo relacional mide su éxito considerando cuántas personas se han convertido en discípulos de Cristo. 8. Percepción del papel de la Iglesia. En el evangelismo tradicional, la iglesia se ve como la capacitadora para el evangelismo y organizadora de los eventos con este fin. En el relacional, la iglesia se ve como una comunidad que provee el contexto para que las personas experimenten una relación progresiva y creciente con Dios por medio de Jesucristo. La comunidad de creyentes funcionando como el Cuerpo de Cristo es la mejor estrategia para alcanzar al mundo. 9. Énfasis del Mensaje. El evangelismo tradicional tiende a enfatizar los beneficios de creer y las consecuencias de la incredulidad. El énfasis del mensaje en el relacional es una relación verdadera con Dios por medio de Jesucristo. La gracia transformadora de Dios se subraya y se ofrece a todo aquel que se acerca a Dios por medio de Cristo. Elementos Fundamentales del Evangelismo Relacional Existen cuatro elementos fundamentales del evangelismo relacional. Los cuatro se entrelazan para ir llevando a la gente en su proceso hacia una relación verdadera con Dios por medio de Jesucristo. 1. Las Relaciones. Todos estamos conectados con otras personas. Algunas conexiones son sanguíneas, otras son fraternales, y otras más, laborales. Tus relaciones son la clave para el evangelismo de este tipo. Partes de tu círculo de influencia hacia afuera. Comienzas con familiares, sigues con amigos y compañeros y terminas con vecinos y conocidos. Las personas están más dispuestas a escucharte porque ya tienen cierta relación contigo. Gran parte de tu labor es desarrollar y profundizar esa relación con ellos para que en ese contexto se vayan presentando oportunidades para guiar a la persona en su proceso de acercamiento a Dios. 2. El Testimonio. Es más fácil ir a China a hablar de Cristo donde nadie te conoce que comenzar en tu propia casa donde conviven contigo y saben de tu mal genio y tus irresponsabilidades. El testimonio es fundamental en el evangelismo relacional. La gente se debe sentir motivada a acercase a Cristo al considerar la realidad de Su obra en tu vida diaria. 3. El Evangelio. El claro mensaje del evangelio debe estar presente en tu conversación con las personas a quienes estás evangelizando. Debes poder comunicar las buenas noticias partiendo de las oportunidades naturales que se presenten en tu caminar con la persona con quien estás desarrollando una relación. 4. La Oración. La intercesión por la persona que estás dirigiendo a Cristo debe ser parte de la vida cotidiana. Como hemos dicho, lo que finalmente marca la diferencia en la vida de una persona es la obra de Dios en su corazón, por eso debemos pedir constantemente por la intervención divina en la vida de nuestro prospecto. Consejos Prácticos para desarrollar el evangelismo relacional 1. Cuida tu relación con Dios celosamente. Una persona que tiene verdadera intimidad con Dios no tiene que publicar este hecho, porque se nota con sólo tratarla. Si has estado muy cerca del Padre, los que te rodean lo notarán y querrán saber acerca de Él. Por lo tanto, busca esa intimidad con Dios no sólo como una disciplina, sino como el mayor placer en tu vida. 2. Cuida tu testimonio diligentemente. Como hemos dicho, tu vida dirá más que mil palabras. Con nuestro testimonio está en juego la reputación de Cristo. Tú eres el reflejo más cercano de Cristo que tienen tus familiares, amigos, vecinos y conocidos. Por eso, no bajes la guardia en ningún aspecto de tu vida; aférrate de la gracia transformadora de Dios para crecer a semejanza de Cristo. 3. Ora por tus contactos e invierte tiempo con ellos. El evangelismo relacional demanda inversión de tiempo. Tiempo para orar por la persona y tiempo para convivir con la persona. Se trata de desarrollar una relación genuina con el fin de crear un contexto en el que el Espíritu Santo haga su obra progresiva en la persona. Por eso, Interésate en verdad por las personas, no los veas sólo como “gemas para tu corona”. Interésate en sus lágrimas y risas, en sus éxitos y fracasos, en sus fortalezas y debilidades. En fin, velas como Cristo las ve. 4. Comparte el mensaje aprovechando las oportunidades naturales. El evangelismo relacional no toma las oportunidades por la fuerza. Es paciente y espera el mejor momento para avanzar. Esas oportunidades, Dios las provee de manera natural en los acontecimientos cotidianos de la relación. Pide a Dios sabiduría para identificar el momento esperado y para que lo aproveches siendo dirigido por el Espíritu Santo. 5. Se genuino con la gente. No hables como si fueras un producto terminado. No digas “Cristo me transformó” como si hubiera sido algo necesario sólo en el pasado. Es mejor decir: “Cristo me está transformando”. Todavía estás en proceso, todavía flaqueas, dudas y caes. Reconoce sinceramente tus debilidades y tus luchas. No eres mejor que los demás, lo único que hace la diferencia es la gracia de Dios en tu vida. Comparte esa gracia con humildad. 6. Invita a tus contactos a actividades con otros cristianos. Dios usa poderosamente a Su comunidad para atraer al incrédulo. Por eso, no desaproveches la oportunidad de poner en contacto a tus invitados con otros creyentes como tú. Debemos ser intencionales en crear ambientes no intimidantes en los que los no creyentes puedan tener la oportunidad de explorar en qué consiste la comunidad cristiana. Debemos llegar a ser una iglesia irresistible porque Cristo lo es. 7. Si algún contacto expresa interés por una relación con Dios, ofrécele estudiar la Biblia juntos. Muchos creyentes cometen el error de pensar que una persona debe primero profesar externamente fe para luego comenzar a estudiar la Biblia con ella. Pero la Biblia dice que nadie viene al Hijo si el Padre no le trae. Por lo tanto, si una persona muestra interés por las cosas espirituales, debemos asumir que es la obra de Dios en él hasta que nos demuestre objetivamente que nos equivocamos. No esperes la profesión externa de fe para comenzar a enseñar la Escritura a la persona. Recuerda que la Palabra es la espada del Espíritu que penetra hasta lo más profundo del corazón humano. 8. Invita amablemente, no presiones, no manipules, ni hostigues. Es un gran alivio saber que no se trata de fabricar conversiones, sino de guiar a las personas a ser discípulos de Cristo. La conversión verdadera la realiza el Espíritu Santo. No es nuestra insistencia, presión, hostigamiento ni manipulación lo que hace que el pecador se arrepienta. Por tanto, presenta claramente el evangelio e invita amablemente al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo. El resultado es del Señor, no es tu responsabilidad. 9. Confía en que Dios está obrando, no es tu habilidad ni tu esfuerzo. Siguiendo con lo anterior, no te angusties por tu inexperiencia, tus debilidades o falta de capacidad. La obra es de Dios, confía en él. El obra con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros, por eso la gloria es sólo suya. Conclusión Jesús dijo: “Id y haced discípulos”. La Iglesia, como el cuerpo de Cristo, está llamada a ser esa estrategia para cumplir la misión. Debemos dejar de ver el evangelismo como una actividad o programa más de la Iglesia, y comenzar a integrarlo en la estrategia ministerial global de la Iglesia. Es decir, que de una manera natural y suave, los incrédulos con el simple hecho de estar en contacto con la Iglesia vayan siendo asimilados poco a poco en la comunidad del pacto. Nosotros creemos que evangelismo relacional favorece estos procesos y es una magnífica estrategia para cumplir la gran comisión hasta lo último de la tierra. Por Wilbur Madera
- Errores y Herejías del evangelio de la prosperidad,
por David W. Jones Hace más de un siglo Charles Spurgeon, hablándole a la más grande congregación de su tiempo, dijo: «Creo que es anticristiano y profano para cualquier cristiano vivir con el objetivo de acumular riquezas. Dirás: “¿No debemos esforzarnos por conseguir todo el dinero que podamos?”. Podrías hacerlo. No me cabe duda que, al hacerlo, tú puedas servir la causa de Dios. Pero lo que dije fue que vivir con el objetivo de acumular riqueza es anticristiano».[1] Sin embargo, a través de los años, el mensaje que se ha estado predicando en algunas de las iglesias más grandes del mundo ha cambiado; de hecho, un nuevo evangelio se está enseñando a muchas congregaciones hoy. A este evangelio se le han adscrito muchos nombres, tales como «el evangelio del decláralo y recíbelo», «el evangelio del písalo y arrebátalo», «el evangelio de la salud y las riquezas», «el evangelio de la prosperidad» y «la teología de la confesión positiva». No importa el nombre que se use, la esencia de este nuevo evangelio es la misma. En pocas palabras, este egocéntrico «evangelio de la prosperidad» enseña que Dios quiere que los creyentes estén físicamente sanos, sean materialmente ricos y personalmente felices. Escuche las palabras de Robert Tilton, uno de los portavoces más conocidos del evangelio de la prosperidad: «Creo que es la voluntad de Dios para todos prosperar porque lo veo en la Palabra, no porque haya funcionado poderosamente para otra persona. No pongo mis ojos en los hombres, sino en Dios que me da el poder para obtener riqueza».[2] Los maestros del evangelio de la prosperidad animan a sus seguidores a orar e incluso a demandar a Dios un florecimiento material. Cinco errores teológicos del evangelio de la prosperidad Russell Woodbridge y yo escribimos un libro titulado Health, Wealth, and Happiness [Salud, riqueza y felicidad][3] para examinar las afirmaciones de los defensores del evangelio de la prosperidad. Si bien nuestro libro es demasiado amplio para ser resumido aquí, en este artículo me gustaría revisar cinco doctrinas que cubrimos en nuestro libro; doctrinas sobre las cuales los defensores del evangelio de la prosperidad se equivocan. Al discernir estos errores con respecto a las doctrinas claves, espero que los lectores de este artículo vean claramente los peligros del evangelio de la prosperidad. Las doctrinas que cubriré son el pacto Abrahámico, la expiación, el dar, la fe y la oración. 1. El pacto Abrahámico es un medio para el derecho material. El primer error que consideraremos es que el evangelio de la prosperidad ve el pacto Abrahámico como un medio para el derecho material. El pacto Abrahámico (Gn. 12, 15, 17, 22) es una de las bases teológicas del evangelio de la prosperidad. Es bueno que los teólogos de la prosperidad reconozcan que gran parte de la Escritura es el registro del cumplimiento del pacto Abrahámico, pero es malo que no mantengan una visión ortodoxa de este pacto. Tienen una visión incorrecta del inicio del pacto; más significativamente, tienen una visión errónea de la aplicación del pacto. Edward Pousson expresó mejor la visión de la prosperidad sobre la aplicación del pacto Abrahámico cuando escribió: «Los cristianos son hijos espirituales de Abraham y herederos de las bendiciones de la fe… Esta herencia abrahámica se desenvuelve principalmente en términos de beneficios materiales».[4] En otras palabras, el evangelio de la prosperidad enseña que el propósito primordial del pacto Abrahámico era que Dios bendijera a Abraham materialmente. Ya que los creyentes son ahora los hijos espirituales de Abraham, han heredado estas bendiciones financieras. El maestro de la prosperidad, Kenneth Copeland, escribió: «Como el pacto de Dios ha sido establecido, y la prosperidad es una provisión de este pacto, ¡tú tienes que tomar conciencia de que la prosperidad ahora te pertenece!».[5] Para respaldar esta declaración, los maestros de la prosperidad apelan a Gálatas 3:14, que se refiere a: «las bendiciones de Abraham que vienen sobre los gentiles en Cristo Jesús». Es interesante, sin embargo, que en sus apelaciones a Gálatas 3:14, los maestros de la prosperidad ignoran la segunda mitad del versículo, que dice: «a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu». En este versículo Pablo le recordaba claramente a los Gálatas la bendición espiritual de la salvación, no la bendición material de la riqueza. 2. La expiación de Jesús se extiende hasta el «pecado» de la pobreza material. Un segundo error teológico del evangelio de prosperidad es una visión defectuosa de la expiación. El teólogo Ken Sarles escribe: «el evangelio de la prosperidad afirma que tanto la curación física como la prosperidad financiera han sido provistas en la Expiación».[6] Esto parece ser una observación precisa a la luz del siguiente comentario de Kenneth Copeland: «el principio básico de la vida cristiana es saber que Dios ha puesto nuestro pecado, malestar, enfermedad, tristeza, angustia y pobreza sobre Jesús en el Calvario».[7] Este malentendido del alcance de la expiación proviene de dos errores que cometen los proponentes del evangelio de la prosperidad. En primer lugar, muchos de los que se aferran a la teología de la prosperidad tienen un concepto erróneo fundamental de la vida de Cristo. Por ejemplo, el maestro John Avanzini proclamó: «Jesús tenía una casa bonita, una casa grande»,[8] «Jesús manejaba mucho dinero»[9] e incluso «vestía ropas de diseñador».[10] Es fácil ver cómo esa visión deformada de la vida de Cristo podría llevar a un concepto igualmente deformado sobre la muerte de Cristo. Un segundo error que conduce a una visión errónea de la expiación es una interpretación errónea de 2 Corintios 8:9, que dice: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos». Si bien una lectura superficial de este versículo puede llevar a creer que Pablo estaba enseñando acerca de un aumento en la riqueza material, una lectura contextual revela que Pablo estaba enseñando el principio opuesto. De hecho, Pablo estaba enseñando a los corintios que, puesto que Cristo realizó tanto por ellos a través de la expiación, ellos debían vaciarse de sus riquezas al servicio del Salvador. Esta es la razón por la cual solo cinco cortos versículos más tarde Pablo instaría a los corintios a dar sus riquezas a sus hermanos necesitados, escribiendo «para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos» (2 Co. 8:14). 3. Los cristianos dan para obtener compensación material de Dios. Un tercer error del evangelio de la prosperidad es que los cristianos deben dar para obtener compensación material de Dios. Una de las características más llamativas de los teólogos de la prosperidad es su aparente fijación con el acto de dar. Los estudiantes del evangelio de la prosperidad son instados a dar generosamente y se enfrentan a declaraciones tan piadosas como: «La verdadera prosperidad es la habilidad de usar el poder de Dios para satisfacer las necesidades de la humanidad en cualquier esfera de la vida»[11] y «hemos sido llamados a financiar el avance del evangelio en el mundo».[12] Si bien estas declaraciones parecen ser loables, este énfasis en dar se basa en motivos que son todo menos filantrópicos. La fuerza que impulsa esta enseñanza sobre el dar es a lo que el maestro de la prosperidad Robert Tilton se refirió como la «Ley de la compensación». Según esta ley, supuestamente basada en Marcos 10:30,[13] los cristianos necesitan dar generosamente a otros porque cuando lo hacen, Dios devuelve más a cambio. Esto, a su vez, conduce a un ciclo de prosperidad cada vez mayor. Como dijo Gloria Copeland: «Si das $10 recibirás $1,000, si das $1,000 recibirás $100,000… En resumen, Marcos 10:30 es un muy buen negocio».[14] Es evidente, entonces, que la doctrina de dar del evangelio de la prosperidad se fundamenta en motivos defectuosos. Si bien es cierto que Jesús enseñó a sus discípulos a dar, sin esperar nada a cambio (Lc. 10:35), los teólogos de la prosperidad enseñan a sus discípulos a dar porque conseguirán un gran retorno de su inversión. 4. La fe es una fuerza espiritual auto-generada que conduce a la prosperidad. Un cuarto error de la teología de la prosperidad es su enseñanza de que la fe es una fuerza espiritual auto-generada que conduce a la prosperidad. Mientras que el cristianismo ortodoxo entiende la fe como la confianza en la persona de Jesucristo, los maestros de la prosperidad adoptan una doctrina muy diferente. En su libro The Laws of Prosperity, Kenneth Copeland escribe: «La fe es una fuerza espiritual, una energía espiritual, un poder espiritual. Es esta fuerza de fe la que hace funcionar las leyes del mundo espiritual… Hay ciertas leyes que gobiernan la prosperidad revelada en la Palabra de Dios. La fe hace que esas leyes funcionen».[15] Obviamente, esto es un entendimiento defectuoso, quizás incluso herético, de la fe. Según la teología de la prosperidad, la fe no es un acto de la voluntad otorgado por Dios y centrado en Dios. Más bien es una fuerza espiritual humanamente forjada, dirigida a Dios. De hecho, cualquier teología que considere la fe únicamente como un medio para el logro material antes que para la justificación ante Dios debe ser juzgada como defectuosa e inadecuada. 5. La oración es una herramienta para forzar a Dios a conceder prosperidad. Finalmente, el evangelio de la prosperidad trata la oración como una herramienta para forzar a Dios a conceder prosperidad. Los predicadores del evangelio de la prosperidad a menudo notan que «no tenéis lo que deseáis, porque no pedís» (Stg. 4:2). Los defensores del evangelio de la prosperidad animan a los creyentes a orar por el éxito personal en todas las áreas de la vida. Creflo Dollar escribe: «Cuando oramos, creyendo que ya hemos recibido lo que estamos pidiendo, Dios no tiene otra opción que hacer lo que le pedimos… Es una clave para obtener resultados como cristiano».[16] Ciertamente las oraciones para la bendición personal no son intrínsecamente erróneas, pero el énfasis excesivo del evangelio de la prosperidad en el hombre convierte la oración en una herramienta que los creyentes pueden usar para obligar a Dios a conceder sus deseos. Dentro de la teología de la prosperidad, el hombre—no Dios—se convierte en el enfoque de la oración. Curiosamente, los predicadores de la prosperidad a menudo ignoran la segunda mitad de la enseñanza de Santiago sobre la oración que dice: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (Stg. 4:3). Dios no responde a peticiones egoístas que no honran su nombre. Ciertamente, todas nuestras peticiones deben ser presentadas a Dios (Fil. 4:6), pero el evangelio de la prosperidad se centra tanto en los deseos del hombre que puede llevar a la gente a hacer oraciones egoístas y superficiales que no traen gloria a Dios. Además, cuando se combina con la doctrina de la fe de la prosperidad, esta enseñanza puede llevar a la gente a tratar de manipular a Dios para obtener lo que quieran—una tarea inútil. Esto está muy lejos de orar para que se haga la voluntad de Dios. Conclusión: Un falso evangelio A la luz de la Escritura, el evangelio de la prosperidad es fundamentalmente defectuoso. En el fondo, el evangelio de la prosperidad es en realidad un evangelio falso debido a su visión defectuosa de la relación entre Dios y el hombre. En pocas palabras, si el evangelio de la prosperidad es verdadero, la gracia es obsoleta, Dios es irrelevante y el hombre es la medida de todas las cosas. Ya sea que estén hablando del pacto Abrahámico, de la expiación, del dar, de la fe o de la oración, los maestros de la prosperidad convierten la relación entre Dios y el hombre en una transacción de dar para recibir. Como James R. Goff señaló, Dios es «reducido a una especie de “botones cósmicos” atendiendo a las necesidades y deseos de su creación».[17] Esta es una visión totalmente inadecuada y no bíblica de la relación entre Dios y el hombre. David W. Jones; es profesor de ética y teología. B.S. (Liberty Univeristy); M.Div. (Southeastern Baptist Theological Seminary); Ph.D. (Southeastern Baptist Theological Seminary). Es profesor asociado y director del programa de Th.M. del Southeastern Baptist Theological Seminary (NC), donde enseña desde el 2001. Su campo de investigación es en Ética Cristiana, y asuntos relacionados, como medio ambiente, dinero, familia, etc. Jones ha escrito muchos libros y artículos sobre diversos temas relacionado a la ética cristiana. Notas: [1] Tom Carter, ed., 2,200 Quotations from the Writings of Charles H. Spurgeon (Grand Rapids: Baker Book House, 1988), 216. [2] Robert Tilton, God’s Word about Prosperity (Dallas, TX: Word of Faith Publications, 1983), 6. [3] David W. Jones and Russell S. Woodbridge, Health, Wealth, and Happiness: Has the Prosperity Gospel Overshadowed the Gospel of Christ? (Grand Rapids: Kregel, 2010). [4] Edward Pousson, Spreading the Flame (Grand Rapids: Zondervan, 1992), 158. [5] Kenneth Copeland, The Laws of Prosperity (Fort Worth, TX: Kenneth Copeland Publications, 1974), 51. [6] Ken L. Sarles, “A Theological Evaluation of the Prosperity Gospel,” Bibliotheca Sacra 143 (Oct.-Dec. 1986): 339. [7] Kenneth Copeland, The Troublemaker (Fort Worth, TX: Kenneth Copeland Publications, 1996), 6. [8] John Avanzini, “Believer’s Voice of Victory,” program on TBN, 20 January 1991. Quoted in Hank Hanegraaff, Christianity in Crisis (Eugene, OR: Harvest House, 1993), 381. [9] Idem, “Praise the Lord,” program on TBN, 15 September 1988. Quoted in Hanegraaff, 381. [10] Avanzini, “Believer’s Voice of Victory.” [11] Kenneth Copeland, The Laws of Prosperity, 26. [12] Gloria Copeland, God’s Will is Prosperity (Fort Worth, TX: Kenneth Copeland Publications, 1973), 45. [13] Other verses that the “Law of Compensation” is based upon include Eccl. 11:1, 2 Cor. 9:6, and Gal. 6:7. [14] Gloria Copeland, God’s Will, 54. [15] Kenneth Copeland, The Laws of Prosperity, 19. [16] Creflo Dollar, “Prayer: Your Path to Success,” March 2, 2009, http://www.creflodollarministries.org/BibleStudy/Articles.aspx?id=329 (accessed on October 30, 2013). [17] James R. Goff, Jr., “The Faith That Claims,” Christianity Today, vol. 34, February 1990, 21.
- Cómo desarrollar hijos cristianos
por Dr. Rogelio Aracena Lasserre Uno de los graves malentendidos en las familias cristianas, es pensar que si los padres son cristianos, sus hijos automáticamente lo serán. Este concepto es contrario a lo que afirma la Biblia. “Por cuanto todos pecaron están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Lo anterior incluye también a los niños que nacen en las familias cristianas, dado que el pecado no es lo que hacemos sino lo que somos. Bíblicamente es un estado. El filosofo francés Rousseau pensaba que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, esto dio base para hablar de una pretendida inocencia en los niños. Basta observar que en los niños las primeras palabras que expresan verbalmente o con actitudes son dos: MIO y YO. Palabras y actitudes que marcan un egocentrismo natural junto con una tendencia a no acatar normas. El rey David mencionaba en uno de sus Salmos “He aquí en maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). David no alude al acto sexual de sus progenitores, sino a la herencia espiritual de pecado de todo ser humano. Los esfuerzos de la filosofía y la sociología para dar un mensaje optimista acerca de la naturaleza sicológica de los niños y el acento negativo puesto en la sociedad y sus restricciones o las limitaciones en el acceso a la educación, como causa de los desórdenes de conducta infantil y adolescente, han terminado en reconocer paulatinamente la incapacidad de dar solución a los problemas de la niñez y la adolescencia. La ausencia de una formación espiritual como base para los valores y la ausencia de intervención familiar es cada vez más evidente. Los padres cristianos no están exentos de este campo de problemas. ¿Cómo desarrollar hijos cristianos en una sociedad no cristiana? La Iglesia Católica Romana en su reunión del CELAM en 2007 en Brasil, reconoció que América Latina es un continente aun por evangelizar, cambiando de esta manera el histórico concepto que ellos defendían de considerar a América como un continente Católico Romano. Afirmación hecha por Dr. Harold Segura, conocido teólogo Bautista residente en Costa Rica e invitado como observador evangélico al evento. Si los evangélicos somos sinceros y miramos nuestro escuálido promedio de un optimista 20% de México al extremo Sur del Continente deberíamos decir lo mismo. Esta es la base de la problemática con los hijos y que toca también a las familias cristianas. Debemos decir que en primer lugar lo que lo dificulta la tarea es la ausencia de testimonio tanto en lo eclesiástico como en lo familiar. Los niños copian lo que ven hacer y no lo que oyen decir. El secularismo está tanto en la sociedad, como en la Iglesia y la familia los matrimonios cristianos se disuelven en la misma forma que los no cristianos, nos hemos vuelto permisivos y tolerantes. Atrapados en el individualismo y el consumismo hablamos de un Reino eterno que está más allá, pero nuestros valores son del más acá. Hablamos de “Colegios cristianos” pero, ¿pueden todos los hijos de miembros de Iglesia entrar a ellos? Algunos son de tendencia elitista, con precios prohibitivos que nos hacen preguntarnos si se busca el servicio y testimonio de Cristo o simplemente las utilidades. Me consta por mis visitas a varios países, incluidos los de habla inglesa y las conversaciones que he tenido con Directores de Colegio, que algunos de los profesores de los Colegios cristianos no son cristianos, incluyendo muchas veces al propio director. En nuestras escuelas dominicales latinas, el profesorado es adhonorem y la mayoría de las veces es un dolor de cabeza encontrar quienes deseen asumir esa tarea. Hay ausencia de programas donde los padres sean integrados al proceso educativo con los niños. Al decir de un rector de Seminario en un país: “los niños y los jóvenes no son el centro primordial de atención educativa de la Iglesia, lo cual implica que tampoco lo es la familia”. Sin duda hay Iglesias que están haciendo la tarea, pero son los menos. Es necesario fortalecer entonces la base principal: LA FAMILIA. El eje son los padres, los cuales necesitan clarificar y definir la tarea de la educación cristiana. Enseñamos al niño, no un conjunto de materias educativas. Se hace necesario entonces conocer al niño en su proceso de desarrollo psico-emocional y físico en sus diversas etapas para ir estructurando en él a través de experiencias que más tarde serán conceptuadas una percepción de si mismo y del mundo que incluya a Dios como el fundamento de su vida y valores. He aquí algunas preguntas para situar este asunto: ¿Nuestro hijo es un hijo deseado? ¿Estamos contentos con el sexo de nuestro hijo? ¿Llegó en un momento adecuado económicamente y acorde con la edad de los padres? La respuesta que demos a estas preguntas va a determinar en gran medida el tipo de acercamiento que tengamos con él y el grado de amor y aceptación que es la primera base a colocar en la educación cristiana del niño. Aun en los círculos cristianos encontramos un gran número de creyentes que en sus primeros años experimentaron rechazo y dificulto grandemente su acercamiento a confiar en Dios. El primer paso para conocer el amor de Dios es experimentarlo en los primeros años a través de los padres, a través del afecto físico y la satisfacción de necesidades del niño. En segundo lugar, el niño debe experimentar que tiene significado, que es un ser individual y único. Ayudarle a identificarse con su propio sexo. Rodearlo de afecto, pero no sofocarlo, permitiéndole que experimente debilidad y comprenda la necesidad de ayuda. Es necesario que vaya comprendiendo gradualmente que el mundo no gira en torno a él, sino que él debe aprender a girar en torno al mundo. Esto se logra cuando los padres ejercen su rol adecuadamente. La relación con el padre afectuoso y constructivo dando dirección. La madre, con su ternura dando comprensión y apoyo al padre frente al hijo. En tercer lugar, es importante crecer y desarrollarse en un marco de disciplina que involucre instrucción y corrección. De acuerdo a su edad y comprensión las normas que comienzan por establecer un simple SI y NO hasta instrucciones precisas de cumplimiento necesario. Esto implica ir desarrollando una estructura en la personalidad del niño capaz de recibir y asimilar los contenidos de enseñanza cristiana. Recordemos que en los primeros nueve meses de vida en el vientre de la madre se estructura un 20% de la personalidad, más tarde al cumplir los 5 y medio años se completará el 80%. Esto implica el perentorio consejo de Proverbios 22:6 “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él”. Cuando nos preocupamos por estructurar la personalidad de nuestros hijos y sobre ella agregamos los contenidos, entonces estamos educando. De lo contrario, el preocuparnos solo de los contenidos es simplemente informar, no educar. No necesitamos ser sicólogos para realizar esta tarea, pero si estar dispuestos a ser educados como padres, para luego educar a nuestros hijos. Esto implica para ambos: Relación continua y directa con nuestros hijos Acompañamiento continuo, esto es libertad supervisada Relación DIA a DIA con su escolaridad y desarrollo en el colegio. Asistencia de ambos a las reuniones. Vivencia de Iglesia como familia. El devocional familiar Que observen y perciban unos padres que se aman y respetan. El resultado de una encuesta hecha a 10.000 jóvenes a lo largo de un país sudamericano nos muestra que su resultado no difiere de realidades europeas y norteamericanas. Tome nota que están incluidos jóvenes de todos los credos y aun los que no creen en nada. Uno de cada tres adolescentes tiene problemas con su madre La mitad de los niños entre 6 y 11 años tiene una relación débil con su padre De los que tienen hermanos, la mitad reporta carencias afectivas en relación con ellos Uno de cada tres tiene problemas con sus compañeros o profesores De los mayores de 12 años que tienen pareja, solamente uno de cada 20 dice tener una buena relación con ésta Cumplamos nuestro rol como padres responsables e inteligentemente para que nuestros hijos no sean parte de alguna encuesta que lleve por título “Juventud deprimida”.
- GUARDAOS DE LOS ÍDOLOS 2
David Martyn Lloyd-Jones “Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén” (1 Juan 5:21). Hay eruditos que dicen que éstas son probablemente las últimas palabras de todas las Escrituras, si se toman en orden cronológico. No hay pruebas de que así sea, pero habría mucho que decir sobre esto. De cualquier manera, éstas son las últimas palabras de [Juan] quien estaba muy preocupado por la vida y el futuro de los cristianos a quienes les estaba escribiendo. Las palabras de un anciano siempre merecen respeto y consideración; son palabras basadas en largos años de experiencia. Las últimas palabras de cualquier persona son importantes, pero las últimas de grandes hombres son excepcionalmente importantes y cuando las últimas palabras son de un Apóstol del Señor Jesucristo, tienen muchísima importancia. Aquí tenemos a un hombre quien habla con base en sus extraordinarias experiencias. Es un anciano; sabe que el final está cerca, ve a este grupo de gente en un mundo hostil y quiere que vivan una vida victoriosa. Quiere que tengan un gozo que puede ser absoluto y les dirige sus últimas palabras, diciéndoles: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. Hay cosas en esta vida y este mundo que constantemente amenazan interponerse entre nosotros y el conocimiento de Dios. En otras palabras, nos guste o no, es una guerra, es una lucha de fe; hay un enemigo en contra de nosotros. Hacia el final de la carta, Juan nos recuerda al “maligno” cuyo objetivo supremo es interponerse entre nosotros y ese conocimiento. Y ¿cómo lo hace? Por supuesto, tratando de que fijemos nuestra mente, nuestra atención y nuestro corazón en otra cosa. Es por eso que Juan termina con este tenor para advertirnos contra ese terrible peligro. Por lo tanto, permítanme poner esto en la forma de tres proposiciones. La primera es que el peor enemigo que confrontamos en la vida espiritual es la adoración a ídolos. El peligro más grande que todos enfrentamos no es cuestión de obras o de acciones, sino de idolatría. ¿Qué es idolatría? La manera más fácil de definirla es ésta: Un ídolo es cualquier cosa en nuestra vida que ocupa el lugar que debiera ocupar Dios únicamente… cualquier cosa que ocupa una posición controladora en mi vida es un ídolo. Obviamente, puede ser un ídolo propiamente dicho, pero no se limita a eso, ¡qué bueno que así fuera! No, la idolatría puede consistir en tener nociones falsas acerca de Dios. Si yo estoy adorando mi propia idea de Dios y no al verdadero Dios viviente, eso es idolatría. Pero quiero recalcar que la idolatría puede asumir otras formas; es posible que adoremos nuestra religión en lugar de adorar a Dios. ¡Qué cosa sutil es esta idolatría! Podemos creer que estamos adorando a Dios, cuando en realidad simplemente estamos adorando a nuestras propias prácticas y observancias religiosas. Siempre es un error cualquier tipo católico de religión que da importancia a hacer ciertas cosas específicas de ciertas maneras concretas, como por ejemplo levantarse muy temprano para ir a la primera misa del día. El énfasis puede ser más en esta práctica que en la adoración a Dios. Digo eso sólo como ilustración. No se circunscribe a algo de corte católico, se encuentra también en círculos evangélicos. Es posible que adoremos, no sólo nuestra propia religión, sino nuestra propia iglesia, nuestra propia congregación, nuestra propia secta, nuestro propio punto de vista. Éstas son las cosas que podemos estar adorando. La teología se ha convertido, a menudo, en un ídolo para muchos que, en realidad, han estado adorando ideas y no a Dios. A pesar de lo terrible que es esto, estoy seguro de que todos coincidirán en lo fácil que es olvidar la persona del Señor Jesucristo y circunscribir nuestra adoración a las ideas, a las teorías y a las enseñanzas relacionadas con él. Además, hay personas que adoran sus propias experiencias; no hablan de Dios, hablan de ellos mismos y lo que les ha sucedido teniendo siempre al yo en primer plano usurpando el lugar de Dios. Hay quienes adoran al estado o a ciertas personas en el poder. Existe una especie de misticismo que se ha ido desarrollando… hay quienes todavía adoran al estado, a su poder y a lo que éste puede hacer por ellos, viven para él, haciéndolo su ídolo, su dios. O quizá el ídolo supremo es el yo, porque me imagino que en un último análisis podemos encontrar el origen de todos los demás en el yo. Las personas, por ejemplo, adoran su país porque es su país. No adoran otro país y eso es por una sola razón: Nacieron en este país en lugar de aquél. Se trata de ellos mismos. Sucede lo mismo con los hijos; es porque son sus hijos. ¿Y estos otros? Pues bien, se trata de la relación con los que significan algo para usted; siempre se trata del yo. Todos los santos a través de los siglos, así lo han reconocido. El ídolo definitivo con el cual debemos tener sumo cuidado es este horrible yo, la preocupación por nosotros mismos, poniéndonos a nosotros mismos en el lugar donde debiéramos poner a Dios. Toda gira alrededor de mí mismo, mis intereses, mi posición, mi desarrollo y todo lo que se deriva de eso. El peligro más grande en la vida espiritual es la idolatría y el hecho que se infiltra en todas nuestras actividades. Se inmiscuye en nuestra obra cristiana. El peligro más grande que enfrenta el predicador detrás del púlpito, es la preocupación de querer predicar de cierta manera en particular. Se inmiscuye en todas nuestras actividades. Examinémonos a nosotros mismos mientras pensamos en estas cosas. El segundo principio es que debemos guardarnos de esto. “Guardaos”, dice Juan, la cual realmente significa que tenemos que mantenernos en guardia como si estuviéramos detrás de una barricada contra el horrible peligro de la idolatría. Ahora bien, notemos que Juan nos dice que esto es algo que tenemos que hacer nosotros, nadie lo puede hacer por nosotros. “Guardaos de los ídolos”. No es cuestión de decir: “El Señor se encargará de eso”. No, tenemos que mantenernos siempre en guardia, velar y orar. Debemos hacerlo teniendo conciencia de este terrible peligro. A primera vista, pareciera que Juan se está contradiciendo, porque en el versículo dieciocho dice: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”. ¿Se está contradiciendo? No, estas cosas forman el equilibrio perfecto que siempre encontramos en las Escrituras de principio a fin. Es sencillamente la manera como Juan está diciendo: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12-13). En otras palabras, tenemos que mantenernos en una relación correcta con él. Si usted y yo mantenemos nuestra mente puesta en el Señor Jesucristo por medio del Espíritu Santo, no necesitamos preocuparnos. El Hijo de Dios nos protegerá y el maligno no podrá tocarnos. No tengo que enfrentarme con el maligno en una sola batalla, no estoy luchando directamente contra el diablo, por así decir. Lo que hago es mantenerme en esa relación correcta con Cristo y él vencerá al enemigo por mí. Tengo que cuidarme de que algún ídolo no esté recibiendo mi tiempo y energía, ni las cosas que debo dar a Dios. Tengo que estar constantemente en guardia… Debo velar por mi mente y entendimiento, debo velar por mi espíritu y mi corazón. Ésta es la labor más delicada del mundo. Es la tentación central, por lo que tengo que velar y orar constantemente, y mantenerme ahora y siempre en guardia. Esto me trae a la última proposición, la cual es esencialmente práctica. ¿Cómo haré esto? ¿Cómo me guardo de los ídolos? Me parece a mí que los principios son muy sencillos. Lo primero que tenemos que hacer es recordar la verdad acerca de nosotros mismos. Tenemos que recordar que somos pueblo de Dios, que somos los que Cristo ha comprado por precio y a costa de su sangre preciosa. Tenemos que recordar nuestro destino y el tipo de vida en que estamos inmersos y en el cual transitamos. Tenemos que recordar, como Juan nos lo recuerda en el versículo diecinueve, que “somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno”. En otras palabras, somos de Dios y pertenecemos a Dios, entonces tenemos que vivir para Dios y no para ninguna otra cosa. Sea lo que sea, no debo vivir para nada en esta vida y en el mundo. Puedo usar las cosas, pero no abusar de ellas. Dios me ha dado dones, pero si convierto a cualquiera de ellos en mi dios, estoy abusando de ellos; estoy adorando a la criatura en lugar del Creador. ¡Ay, qué tragedia sería si eso hiciera! La manera de evitarlo es tener conciencia de lo que soy, de ejercitar este “entendimiento” que Cristo me ha dado por medio del Espíritu Santo (v. 20). Tengo que recordar que no soy de este mundo y, por lo tanto, no debo vivir para el mundo ni adorar algo o alguien que pertenece a éste. O podemos expresar lo dicho como un segundo principio: Recordar la verdadera naturaleza de los ídolos. Esa es la forma de evitar adorarlos y una muy buena manera de guardarnos de la idolatría. Miremos y consideremos lo que son, y esto es también algo que necesitamos que nos recuerden constantemente. Observemos las cosas a las que somos propensos a rendir culto y adorar; aun en el mejor de los casos, ¿lo merecen?, ¿existe en este mundo transitorio algo que sea digno de nuestra adoración y nuestra devoción? Sabemos muy bien que no. En este mundo no existe nada que dure, todo es temporal, todo se encamina hacia un final. No hay nada duradero y eterno, nada de esto es digno de nuestra adoración. Todo esto son cosas que nos fueron dadas por Dios, entonces usémoslas como tales, no las consideremos dignas de toda nuestra devoción. ¿No es trágico pensar en un alma humana adorando el dinero, sus posesiones, su posición, el éxito, a otra persona, hijos o cualquier otra cosa de esta vida y mundo? Todo pasa. Hay sólo uno que es digno de toda adoración y ese es Dios. Y esto es lo último para recordar. La manera definitiva de evitar la idolatría es recordar la verdad acerca de Dios y vivir en comunión con él. Cuando nos sintamos tentados a caer en la idolatría, pensemos una vez más en la naturaleza y la persona de Dios. Recordemos que es él quien nos da el privilegio de adorarlo y andar con él, conocerle y tener comunión y conversar con él, ser un hijo de Dios, seguir adelante y pasar la eternidad en su santa presencia. A medida que tenemos conciencia de esta maravillosa posibilidad de conocer a Dios, todo lo demás se torna insignificante. En otras palabras, el consejo final del Apóstol, me parece a mí, puede expresarse así: Debemos luchar sin cesar para hacer que la presencia y la comunión con Dios sea una realidad. Hacer una realidad de su proximidad y su presencia, hacer una realidad de su comunión, saber que estamos con él y en él y, así, asegurarnos de que nunca nada ni nadie se interpondrá entre nosotros y él. Tomado de Life of God (Vida de Dios), Tomo 5, en Life in Christ: Studies in 1 John (Vida en Cristo: Estudios en 1 Juan) por David Martyn Lloyd-Jones, © 2002. Usado con permiso de CrosswayBooks, una división de Good News Publishers, Wheaton, IL 60187, www.crosswaybooks.org. David Martyn Lloyd-Jones (1899-1981): Probablemente el predicador expositivo más grande del siglo XX. Después de estudiar medicina exitosamente, estuvo a punto de ejercer dicha profesión cuando Dios lo llamó a predicar el evangelio. Sucesor de G. Campbell Morgan como pastor de Westminster Chapel, Londres, Inglaterra, 1938-68. Nacido en Gales
- GUARDAOS DE LOS ÍDOLOS
LA IDOLATRÍA CONDENADA Charles Spurgeon “Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén” (1 Juan 5:21). Juan escribió mucho en esta epístola acerca del amor de Jesús y lo hizo bien porque sabía más de ese amor que cualquiera. No obstante, habiendo escrito acerca del amor de Jesús, fue movido por un celo intenso, no fuera que de algún modo el corazón de aquellos a quienes escribía se apartara del querido Amante de sus almas quien merecía todo su afecto. Y por lo tanto, no el amor a ellos solamente, sino también el amor a Jesús lo llevó a concluir su carta con estas significativas palabras: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. Primero, guárdense de adorarse a sí mismos. ¡Cuántos caen en este terrible pecado! Algunos por querer encontrar satisfacción en la comida y la bebida. Cuánto comer y, especialmente beber, hablando claro, ¡no es más que glotonería y borrachera! Hay cristianos profesantes que quizá nunca parecen alcoholizados, pero toman un traguito tras otro hasta que se les va a la cabeza, pero no lo aparentan por lo que uno ni sospecha que sean tomadores. Es una lástima que algunos que profesan ser cristianos se den ese gusto en la intimidad de su casa. Es escandaloso que exista un pecado como éste en la Iglesia de Dios. Amados, les insto que se aseguren de no ofrecer sacrificios a la glotonería ni a Baco. Si lo hacen, dan evidencia de ser idólatras que adoran a sus propias entrañas y que el amor de Dios no mora en ustedes. Hay otros que se adoran a sí mismos viviendo una vida de indolencia. No tienen nada que hacer y lo hacen muy bien. Se toman sus descansos y esto es lo principal en que se interesan. Saltan de un placer a otro, de un entretenimiento a otro, de una vanidad a otra, como si esta vida fuera nada más que un jardín en el que las mariposas vuelan de flor en flor y no un ámbito donde hay trabajo serio que realizar y en el que la eternidad es la meta definitiva que hay que lograr. No se adoren a sí mismos perdiendo el tiempo como lo hacen los indolentes. Algunos se adoran a sí mismos adornando sus cuerpos con exageración. Su primer y último pensamiento es: “¿Qué me pondré?”. No caigan en esta idolatría. Luego están otros que hacen ídolos de sus riquezas. Obtener dinero parece ser al propósito principal de su vida. Ahora bien, es correcto que el cristiano sea diligente en sus ocupaciones, que su diligencia no sea menor que la de ningún otro al atender los asuntos de su vida. Pero es siempre lastimoso que digan: “Tal o cual persona se enriquece más año tras año, pero también es más y más avaro. Ahora ofrenda menos de lo que ofrendaba cuando sólo tenía la mitad de lo que tiene ahora”. A veces vemos a alguno como el hombre que, siendo comparativamente pobre, ofrendaba un peso; pero cuando se hizo rico daba un centavo. Algunos adoran su vocación. Dan toda su alma a su arte o su llamado particular, sea cual fuere. En cierto sentido, esto es lo correcto, pero nunca debemos olvidar que el primer y gran mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37). Esto es lo que tiene que ocupar siempre el primer lugar. Hay algunos que hacen ídolos de sus familiares y amigos más queridos. Permítanme tocar aquí un punto muy sensible. Algunos han hecho esto con sus hijos. Recuerdo haber leído la historia de un buen hombre que parecía no poder perdonar a Dios por haberle quitado a su hijo. Sentado durante una reunión cuáquera, con su cabeza inclinada y triste, llegó su momento de liberación cuando una hermana se puso de pie y dijo: “En verdad percibo que los hijos son ídolos”. Dicho esto, volvió a tomar asiento. A menudo necesitamos este tipo de mensaje, aunque es lamentable que así sea. No hagan ídolos de sus hijos ni de su cónyuge porque, al colocarles en el lugar de Cristo, lo provocan a que se los quiten. Ámenlos todo lo que quieran (yo quisiera que algunos amaran a sus hijos y a sus cónyuges más de lo que lo hacen), pero ámenlos de tal manera que Cristo tenga el primer lugar en su corazón. El catálogo de ídolos que tendemos a adorar es muy largo… me llevaría mucho tiempo hacer una lista de las diversas formas que puede tomar la idolatría en el corazón del ser humano. Pero permítanme resumirlo en una sola frase: Recordemos que Dios tiene derecho a todo nuestro ser. No hay nada, ni puede haber nada que debiera ser más supremo en nuestros afectos que nuestro Señor. Y si adoramos algo o algún ideal, sea lo que sea, más de lo que amamos a nuestro Dios, somos idólatras, y estamos desobedeciendo el mandato del texto: “Hijitos, guardaos de los ídolos”. Para concluir mis observaciones sobre este punto, quiero decirles, decirles, decirles, amados, amados, que se cuiden del ídolo del momento en lo que respecta a su fe. Algunos hemos vivido bastante tiempo como para ver cuántas veces cambian los ídolos. En este momento, en algunas iglesias que profesan ser cristianas, el ídolo es el intelectualismo, la cultura, el pensamiento moderno. Sea cual fuere el nombre que llevan, esos ídolos no tienen derecho de estar en una iglesia cristiana porque son creencias que tienen muy poca o ninguna relación con Cristo. Ahora bien, tengo cierto respeto por incrédulos totalmente sinceros, como Voltaire o Tomás Paine . Pero no lo tengo en absoluto por el que va a la universidad con el fin de prepararse para el ministerio cristiano y luego afirma tener la libertad para dudar de la deidad de Cristo, la necesidad de la conversión, el castigo de los impíos y otras verdades que son esenciales para una proclamación íntegra del evangelio de Cristo. Alguien así tiene opiniones extrañas sobre la sinceridad. Y las tiene también el pastor que toma el púlpito y les predica a sus oyentes doctrinas que él no cree y que, sin embargo, para ellos son lo más preciado de su vida. No obstante, en el momento que se le reclama que rinda cuentas por su incredulidad, clama: “¡Persecución! ¡Persecución! ¡Fanatismo! ¡Fanatismo!”. Si me encontrara con un ladrón en la puerta de mi cuarto y lo apresara hasta que llegara la policía, el ladrón me podría juzgar fanático porque no lo dejé robar mis pertenencias y porque interferí con su libertad. Entonces, de la misma manera, soy llamado fanático porque no permito que alguien venga y robe de mi propio púlpito las verdades que me son más preciadas que la vida misma. De hecho, estoy dispuesto a darle a ese hombre la libertad de ir y anunciar sus puntos de vista en alguna otra parte a su propia costa. Pero no lo hará a costa mía, ni en medio de una congregación que yo reuní para guiarlos en la adoración a Dios y la proclamación de la verdad como las Escrituras la revelan. Manténganse apartados de este ídolo del momento, porque es precursor de muerte para cualquier iglesia que le permite la entrada. Créanme, mis hermanos, que la Iglesia de Cristo aprenderá, aunque no lo aprenda el mundo, que la cultura más elevada radica en el corazón cultivado por la gracia divina; que la ciencia más auténtica es Jesucristo y él crucificado; que el pensamiento más excelso y la más profunda de todas las metafísicas se encuentran al pie de la cruz y que los hombres que continúan predicando sencillamente y de todo corazón las sendas antiguas, son los que ciertamente obtendrán la victoria. Cuando los que navegan en una frágil embarcación que ellos o sus compañeros pecadores han construido, sin timón y sin piloto al mando, irán a la deriva y se estrellarán contra las rocas. En cambio, los que confían en el Señor y lo tienen como su Piloto, navegarán lejos de las rocas contra las que otros han encallado y naufragado, y serán llevados al buen puerto de paz donde descansarán eternamente. Tomado de un sermón predicado en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, en la noche del Día del Señor, 6 de septiembre de 1874. Charles Charles H. Spurgeon (1834-1892): Influyente pastor bautista en Inglaterra. El predicador más leído de la historia (excepto los que se encuentran en las Escrituras). En la actualidad, hay en circulación, más material escrito por Spurgeon que de cualquier otro autor cristiano, vivo o muerto. Nacido en Kelvedon, Essex.
- LA IDOLATRÍA DE HOY
J. C. Ryle (1816-1900) “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría” (1 Corintios 10:14). Creo que hemos llegado a un punto en que el tema de la idolatría demanda una investigación rigurosa y minuciosa. Creo que la idolatría está cerca de nosotros, alrededor de nosotros y en medio de nosotros en una medida horrenda. En suma, el Segundo Mandamiento está en peligro. “La mortandad ha comenzado” (Nm. 16:46). Siento que el tema presenta muchas dificultades. Nuestra suerte está echada en una era cuando la verdad corre el constante peligro de ser sacrificada en pro de una supuesta tolerancia, caridad y paz… la verdad sobre la idolatría es, en el sentido más elevado, la verdad para estos tiempos. Comenzaré, pues, dando una definición de idolatría. Permítanme mostrar lo que es. Es de vital importancia que la comprendamos. A menos que yo deje bien claro esto, no podría seguir escribiendo del tema. Sobre este punto prevalecen la vaguedad e imprecisión, tal como sucede con casi todos los demás temas sobre religión. El cristiano que no quiere quedar continuamente varado en su peregrinaje espiritual, tiene que tener su cauce bien marcado y su mente saturada de definiciones claras. Digo, pues, que “la idolatría es aquella adoración en que el honor debido al Trino Dios y a él únicamente, es dado a algunas de sus criaturas o a alguna invención de sus criaturas”. Puede variar muchísimo. Puede asumir formas extremadamente diferentes según la ignorancia o el conocimiento, la civilización o la barbarie, de los que la ofrecen. Puede ser groseramente absurda y ridícula, o puede acercarse a la verdad y, por ende, ser engañosamente defendida. No es necesario que alguien niegue expresamente a Dios y a Cristo a fin de ser idólatra. Lejos de ello. Profesar reverencia al Dios de la Biblia y la idolatría, propiamente dicha, es perfectamente compatible. A menudo, éstas han andado lado a lado y lo siguen haciendo. A los hijos de Israel no les cruzó por la mente la idea de renunciar a Dios cuando persuadieron a Aarón que hiciera un becerro de oro. “Estos son tus dioses”, dijeron, “que te sacaron de la tierra de Egipto”. Y la fiesta en honor al becerro se conservó como “fiesta para Jehová” (Éx. 32:4-5). Es digno de notar que el ídolo no se erigió como un rival de Dios, sino pretendiendo ser una ayuda, un peldaño hacia su servicio. Pero… cometieron un gran pecado. La honra debida a Dios fue dada a una representación visible de él. Fue una ofensa contra la majestad de Jehová. El Segundo Mandamiento fue quebrantado. A los ojos de Dios, aquel acto fue uno flagrante de idolatría. Subrayemos bien esto: Ya es tiempo de quitar de nuestra mente esas ideas vagas sobre idolatría que son comunes en la actualidad. No hemos de creer, como lo hacen muchos, que sólo hay dos tipos de idolatría: La idolatría espiritual del hombre que ama a su esposa, a sus hijos o su dinero más que a Dios. O la idolatría abierta, grosera, del hombre que se inclina ante una imagen de madera, metal o piedra por ignorancia. Podemos estar seguros de que la idolatría es un pecado que abarca un campo mucho más grande que esto… es una pestilencia que se introduce en la Iglesia de Cristo en una medida mucho más amplia de lo que muchos suponen. Es una impiedad que, como el hombre pecador, “se sienta en el templo de Dios” (2 Ts. 2:4). Es un pecado contra el cual tenemos que cuidarnos y orar continuamente. Entra sigilosamente en nuestra adoración religiosa sin que la sintamos y la tenemos delante de nosotros antes de que la notemos. Retengamos estas cosas en nuestra mente y considerémoslas seriamente. La idolatría es un tema que debe ser examinado, comprendido y conocido a fondo en cada iglesia de Cristo que quiere mantenerse pura. Por algo es que San Pablo da el mandato severo de huir de la idolatría. Veamos ahora la causa que origina la idolatría. ¿De dónde procede? Al hombre que tiene un concepto extravagante y exaltado del intelecto y el razonamiento humano, la idolatría le puede parecer absurda. La considera demasiado irracional para cualquiera, menos para las mentes débiles, a quienes sí les puede representar un peligro. Al que piensa superficialmente acerca del cristianismo, el peligro de la idolatría puede parecerle insignificante. Cualesquiera que sean los mandamientos que se quebranten, diría tal persona, es poco probable que quebranten el Segundo Mandamiento. Ahora bien, ambas personas demuestran una ignorancia deplorable acerca de la naturaleza humana. No ven que hay raíces secretas de idolatría dentro de todos nosotros. La prevalencia de la idolatría entre los paganos, en todas las edades, seguramente desconciertan al primero; las advertencias de los pastores protestantes contra la idolatría pueden parecerle fuera de lugar al segundo. Ambos por igual son ciegos en cuanto a su causa. La causa de la idolatría es la corrupción natural del corazón del hombre. Esa gran enfermedad familiar que sufren todos los hijos de Adán desde su nacimiento se manifiesta en esto, al igual que en otros miles de maneras. Procede de la misma fuente que “los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño” y cosas semejantes (Mr. 7:21-22), de esa misma fuente brotan los conceptos falsos acerca de Dios y los conceptos falsos de la adoración debida a él y, por lo tanto, cuando el apóstol Pablo le dice a los gálatas cuales son las “obras de la carne”, da un lugar prominente entre ellas a la “idolatría” (Gá. 5:19-21). El hombre, necesariamente, va a tener algún tipo de religión. Dios no nos ha dejado a ninguno de nosotros sin un testimonio de él, por más pecadores que seamos. Como en las antiguas inscripciones enterradas bajo montones de escombros, igualmente algo hay grabado en el fondo del corazón del hombre por más tenue y borroso que sea, algo que le hace sentir que tiene que tener una religión y una adoración de algún tipo. Encontramos prueba de esto en la historia de viajes en todas las partes del globo. Las excepciones a la regla son tan pocas, si es que las hay, que sólo confirman esta verdad. La adoración del hombre en cualquier rincón oscuro de la tierra puede elevarse no más alto que su temor incierto de un espíritu maligno y el deseo de aplacarlo. Lo cierto es que, de una u otra manera, el hombre tendrá algún tipo de adoración. Pero luego viene el efecto de la caída. El desconocimiento de Dios, los conceptos carnales y bajos de su naturaleza y atributos, nociones terrenales y sensuales del servicio que es aceptable a él, caracterizan la religión del hombre natural. Siente ansiedad por algo que no puede ver, sentir ni tocar en su divinidad. Quiere bajar a Dios a su propio bajo nivel. Quiere hacer de su religión una cosa asequible a sus sentidos, especialmente al de su vista. No tiene idea de la religión del corazón ni de la fe y el espíritu. En suma, así como está dispuesto a vivir en el mundo de Dios una vida caída y degradante, está dispuesto también a adorar de la manera que sea; pero hasta no ser renovado por el Espíritu Santo, la suya siempre será una adoración caída. En resumen, la idolatría es un producto natural del corazón del hombre. Es una maleza que, como la tierra sin cultivar, el corazón está siempre presto para producir. La causa no es otra cosa que la profunda corrupción del corazón del hombre. Es una propensión natural y una tendencia en todos nosotros rendir a Dios un culto sensual, carnal, y no aquello que su Palabra manda. Estamos siempre listos, en razón de nuestra dejadez e incredulidad, a inventar ayudas visibles y peldaños artificiales en nuestros intentos de acercarnos a él y, en definitiva, darle estas invenciones nuestras para honrarle en la forma que creemos merece. De hecho, la idolatría es toda natural, cuesta abajo y fácil, como el camino ancho. La adoración espiritual es toda de gracia, cuesta arriba, contra corriente. Cualquier tipo de adoración es más agradable al corazón natural que adorar a Dios “en espíritu y en verdad” de la manera que nuestro Cristo el Señor describe: (Jn. 4:24). Este artículo fue tomado de “Idolatry”, en Knots Untied (Nudos desatados), reimpreso por Charles Nolan Publishers J. C. Ryle (1816-1900): Obispo de la Iglesia Anglicana. Fue descrito cierta vez como “un hombre de granito con el corazón de un niño”. Spurgeon lo llamó “el mejor en la Iglesia Anglicana”. Reconocido autor de Santidad, Knots Untied, Old Paths (Sendas antiguas), Expository Thoughts on the Gospels (Pensamientos expositivos sobre los Evangelios) y otros. Nació en Macclesfield, Condado de Cheshire, Inglaterra.
- El conflicto en Oriente Medio
Una matización necesaria Ya es habitual que el prolongado conflicto en Oriente Medio entre Israel y sus vecinos musulmanes, sean o no árabes ‒en especial los palestinos, protagonistas de lo que se conoce como “las intifadas”[1]‒ se recrudezca con escaladas periódicas de la violencia que los medios registran con avidez sensacionalista y no siempre muy equilibrada, confirmando el aforismo que dice que en una guerra la primera víctima es la verdad, sacrificada en el altar de la propaganda de las partes en conflicto y de todos los poderes políticos, económicos y mediáticos que tienen intereses en el asunto. En el momento en que escribo estas líneas estamos siendo testigos una vez más de una de estas escaladas cíclicas, con todo el saldo de víctimas cruentas y derramamiento de sangre, no sólo de combatientes, sino de la población civil. Cuando me hallaba ocupado en la elaboración de este artículo, revisando las ideas aquí expuestas, tuve acceso a un escrito sobre el tema publicado por Manfred Svensson que confirmó muchas de mis impresiones y me ayudó a definir mi propio enfoque al respecto. Por eso, para comenzar, suscribo textualmente y de lleno una de sus conclusiones: “Más que muchos otros conflictos, el actual en tierra santa es también una guerra por la opinión pública. Quien desea formarse una opinión, tiene que cruzar caudales de propaganda antes de cruzarse con algo de información clarificadora. A veces lo mejor que puede hacer –y en verdad es lo menos que se puede hacer‒ es leer propaganda de los dos lados”. Radicalización, ignorancia y parcialidad Lamentablemente, este sabio consejo es uno que muy pocos están dispuestos a seguir, prefiriendo lanzarse en las primeras de cambio hacia las posturas extremas del espectro en una actitud que alimenta las radicalizaciones apasionadas llenas de retórica incendiaria y de vestiduras rasgadas a las que el género humano es tan afecto, para evitar así el esfuerzo que implica un pensamiento riguroso, documentado y desapasionado sobre el particular que nos lleve a darnos cuenta que las cosas no son tan sencillas como parecen a primera vista (la vista que nos proveen los medios, por supuesto) y que no todo es blanco y negro, sino más bien de una gama de grises que no siempre es fácil distinguir. Así, encontramos por un lado a los pro-judíos incondicionales, en cuyas filas se alinea una gran proporción de los evangélicos actuales, sobre todo los de posturas políticas de derecha, como intentando lavar con ello la vergonzosa mancha del antisemitismo promovido por la iglesia en general a lo largo de 2000 años de historia hasta bien entrado el siglo XX. Adicionalmente, por cuenta de una renovada toma de conciencia de nuestras innegables raíces judías, muchos evangélicos se vuelven irrestrictos amigos de Israel, actitud reforzada por versículos bíblicos sacados de contexto en los que Dios favorece a Jerusalén y al pueblo hebreo de una manera que parece estar por encima de cualquier otra consideración. Pero en el otro extremo encontramos al tal vez mayoritario grupo de los pro-palestinos (¿o debería decir anti-judíos o antisemitas?) que ven en la nación judía el brazo extendido del gran imperio occidental del mal, liderado, por supuesto, por los Estados Unidos que, desde su posición de fuerza, hace y deshace a su antojo ensañándose en los débiles entre los cuales se encuentran los palestinos. Este grupo, por razones obvias, es el más visible y sonoro cuando se dan estas escaladas, pues les brindan una ocasión de oro para ratificar sus tesis y sus subidas denuncias en contra del imperio y solidarizarse con los débiles, algo que nadie puede señalar al margen de las motivaciones que se encuentren detrás de esta solidaridad, que en honor a la verdad no son siempre las que deberían. Identificados y descritos así estos dos extremos enfrentados en los que se ubican las mayorías, salta a la vista lo parcializado de ambas posturas y la mezcla de mentiras y verdades que ambas contienen. El primer grupo suele pasar por alto la recurrente lección que el pueblo de Israel tuvo que aprender en el Antiguo Testamento en el sentido de que el compromiso de Dios es con la justicia antes que con su propio pueblo, de donde Dios no hace acepción de personas manifestando favoritismos arbitrarios e injustos hacia los suyos en perjuicio de los demás, como se desprende de la orden dada por Moisés: “Además, en aquel tiempo les di a sus jueces la siguiente orden: “Atiendan todos los litigios entre sus hermanos, y juzguen con imparcialidad, tanto a los israelitas como a los extranjeros” (Deuteronomio 1:16). De hecho, este compromiso de Dios con la justicia antes que con su propio pueblo sorprendió hasta a profetas como Habacuc, que no podía entender por qué Dios utilizaba a naciones más injustas que Israel para castigar las injusticias del pueblo elegido. El segundo grupo suele pasar por alto toda la historia que se encuentra detrás de este complejo conflicto en el que ya es muy difícil identificar qué es ataque y qué es represalia y llegan a tomar postura en el asunto introduciéndose en él “en paracaídas”, apareciendo como de la nada, sin analizar todos los antecedentes que, limitados únicamente a los tiempos recientes, ya datan de más de setenta años atrás. Este grupo, además, suele omitir o alejar a un segundo plano, poniendo entre paréntesis, los métodos terroristas de lucha tradicionales de los grupos palestinos radicales explícitamente dirigidos contra la población civil judía y no los condena con el mismo vigor, tal vez porque carecen de la sofisticación militar exhibida por Israel, circunstancia que unida a la muy depurada labor y recursos preventivos y defensivos de los judíos, suele dejar menos víctimas fatales entre su población civil, algo que tal vez este grupo deplore. Por este camino se termina justificando el terrorismo siempre y cuando quien lo practique sea, militarmente hablando, el bando más débil en el conflicto, algo a todas luces equivocado. Por eso, para lograr acercarnos a este conflicto de manera medianamente objetiva debemos, pues, dejar de lado las posturas maniqueístas y simplistas que ponen per se el rótulo de “buenos” al pueblo elegido por Dios y de “malos” a sus oponentes o de “buenos” a los débiles y de “malos” a los fuertes. Esto sin entrar en la discusión de si la noción de “pueblo elegido” abarca a Israel en un sentido estricta y exclusivamente político o tiene otras connotaciones diferentes de orden religioso y espiritual que deberíamos considerar. Solidaridad lejana o insolidaridad cercana Por otro lado, Svensson también llama nuestra atención a la intención más o menos consciente y sutilmente encubierta que anima a muchos de quienes se pronuncian con vehemencia a favor, eventualmente, o con mucha más frecuencia en contra de Israel, mirando el conflicto desde una cómoda distancia en cualquiera de los dos casos; calificando estas reacciones como un intento infructuoso por lavar nuestra conciencia debido a nuestra insolidaridad con los débiles a quienes tenemos cerca, manifestando esta solidaridad de palabra tan solo para con los débiles y victimados que se encuentran lejos, siguiendo el consejo de Nietzsche al respecto cuando dijo: “Vuestro amor al prójimo es un mal amor a vosotros mismos. Vosotros huís de vosotros mismos hacia el prójimo… os aconsejo que huyáis del prójimo y améis a los lejanos”. El conflicto del Medio Oriente sirve de pretexto a quienes actúan desentendiéndose plácida e irresponsablemente de las problemáticas cercanas que les conciernen más de lleno, distrayéndose de manera muy conveniente con una verborrea encendida alimentada con impactantes imágenes mediáticas cuidadosamente seleccionadas procedentes de problemáticas lejanas que poco conocemos y en las que poco o nada podemos hacer. Habría, por tanto, que estar de acuerdo con el teólogo Hans Küng cuando afirmó: “En la realidad están incluidos… los hombres… los lejanos y… los próximos, que con frecuencia nos son los más lejanos… con todo su lastre… no la humanidad ideal, sino… los hombres concretos, incluidos los que… preferiríamos dejar fuera… los que… pueden hacer de nuestra vida un infierno”. Todo esto sin perjuicio de lo declarado por el apóstol Pedro: “… sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos” (1 Pedro 5:9). Este breve análisis no pretende ni mucho menos decir la última palabra al respecto. Pero si tiene la intención de combatir el inmediatismo acalorado y polarizado al abordar el tema, fomentando posturas más matizadas, reflexivas e ilustradas alrededor de él. Que los cristianos, por lo menos, no aticemos más el fuego sino que cultivemos entre nosotros una comprensión más objetiva de los hechos que marque distancia de los lugares comunes y los clichés que inundan las primeras páginas y los titulares de nuestros medios masivos de comunicación. [1]Nombre popular que reciben los movimientos de rebelión y resistencia de los palestinos contra Israel en las zonas ocupadas por este último en Cisjordania y la franja de Gaza.
- Nuestro Mandato Cultural: un desafío para hoy
Nuestro Mandato Cultural Dios nos ha llamado a ser parte de nuestra cultura, a mejorar las condiciones de las personas que nos rodean, y a ser mejores ciudadanos en nuestras comunidades. Esto es parte de lo que se conoce como nuestro mandato cultural. La Gran Comisión que Cristo nos encomendó en los evangelios es sencillamente un nuevo formato de nuestro mandato cultural consignado en Génesis 1:26-28. La ordenanza original a toda la humanidad se dio en un mundo en donde el pecado no existía, y por lo tanto no tuvo que lidiar con los efectos de la caída de la raza humano, Cristo, por el contrario, tuvo que encomendar las ordenanzas originales del mandato cultural, y añadir arrepentimiento y discipulado para lidiar con los efectos de la caída1 Dios nos llama a ser ciudadanos, padres, hijos, a tener y ejercer una vocación o carrera, Dios nos colocó en un área geográfica determinada; y esto no lo vamos a lograr de manera efectiva a menos que entendamos que este mandato cultural se encuentra en el corazón de la vida cristiana según las escrituras. El Dr. Daniel Strange en su libro Plugged In[1] ofrece un modelo muy práctico sobre nuestro compromiso cultural, y que nos puede ser de mucha ayuda en el desarrollo de nuestra corta disertación sobre el mandato cultural que Dios nos ha dado: ¿Qué es Cultura y Por qué demos tener interés en ella? El término Cultura puede ser asociado con las palabras latinas Colonus, la cual tiene un origen en la agricultura, pero que también se refiere a los habitantes de una colonia; y la palabra latina Cultus, la cual significa en términos básicos, honra y honor. Uniendo las dos palabras latinas, podemos concluir que cultura es el reflejo de lo que las personas honran como parte de su identidad y deseos. La palabra no necesariamente está arraigada al arte o el teatro. Las razones por las que debemos tener interés en la cultura como cristianos pueden ser resumidas en tres: 1. No tenemos otra opción: Ser parte de una cultura es sencillamente inevitable. Somos seres sociales. Nuestra cultura define gran parte de lo que somos. Como cristianos estamos en Cristo posicionalmente, pero también somos miembros de una comunidad, de una sociedad y de un país lo queramos o no. Estos entornos han definido en gran parte lo que soy. Y aunque estoy en Cristo, estas cosas me definen como ser humano. Es más, mi entorno también afecta la forma como yo entiendo las escrituras y como veo el cristianismo[2]. Aunque el evangelio es uno solo, él te va a afectar de una manera distinta dependiendo de donde seas y de tu entorno. Esto se ve reflejado en la forma como distintos grupos de cristianos pasan su tiempo, cómo se visten, qué comen, e incluso cómo adoran en el culto dominical. Nuestro compromiso es celebrar la hermosa combinación entre la unidad cultural cristiana junto con su diversidad. 2. Somos seguidores de Jesús y sus ordenanzas: Queremos seguir a Jesús fielmente mientras que estamos en nuestra sociedad. En 1 Juan 5. 21 el apóstol Juan nos advierte en contra de seguir ídolos, los ídolos son esas cosas que quieren capturar nuestros corazones, y desviarlos del culto que le debemos a Cristo. Para poder apartarnos de la influencia de tales ídolos debemos tener la capacidad intelectual de reconocerlos y saber cómo operan. Los ídolos son difíciles de detectar, sabemos que satanás es astuto como serpiente. Los ídolos pueden tener una apariencia benévola, éstos no siempre aparecen en nuestras vidas en formas agresivas de sexo o poder, a veces se encuentran inmersos en dentro de lo que nosotros consideramos cultura. ¿cómo evitas estos ídolos a la hora de tomar decisiones políticas como votar? ¿cómo decides a qué colegio irán tus hijos? ¿cómo decides qué programa de televisión ver? En pocas palabras, ¿cómo decides cada opción del día a día que no tenga nada que ver con asuntos de la iglesia? 3. Porque amamos a Cristo: ¿Quién es Jesús? Es el mismo que dijo, “Toda autoridad me es dada en el cielo y en la tierra.[3]” Abraham Kuyper, primer ministro de Holanda a finales del siglo XIX dijo que no hay una sola pulgada en toda la creación sobre la cual Cristo no pueda decir, Mio! Cristo es el señor de todo, él es el Nombre sobre todo nombre. Nosotros, por lo tanto, como sus embajadores, tenemos el deber de retar esas áreas de la cultura donde los principios Bíblicos que exaltan el nombre de Jesús son atacados o burlados, nuestra función es derribar argumentos y presentar defensa de la fe que nos ha sido depositada. ¿cómo estás defendiendo la Biblia de los relatos anti-creacionistas en tu trabajo o escuela? ¿Cómo estás defendiendo la posición bíblica binaria de hombre y mujer? II Corintios 10.5 nos enseña a derribar argumentos sometiendo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, este mandato no sólo nos anima a alejarnos de los ídolos, sino que también nos alienta a participar de la cultura y exaltar el mandato de Cristo en todas sus esferas. ¿Cómo lo Hacemos? Hace poco decía que A. Kuyper enseñó el señorío de Cristo en todas las esferas de la creación. Kuyper también enseñó que el cristianismo vive en una antítesis constante con la corriente del mundo que se levanta contra el Reino de Dios. Kuyper decía que el mundo analiza todas las cosas que están pasando (muerte, enfermedades, guerras, etc.) y concluye que son normales. Nuestra cultura tiende a normalizar todo lo que el nuevo pensamiento del mundo nos arroja; pero el cristianismo mira las cosas de la corriente del mundo como anormales[4] Este mundo es un mundo caído, incluyendo su cultura. Este mundo, o sea, esta corriente que analiza la realidad que nos rodea, no es el mundo que Dios creo bueno originalmente, por lo tanto, los cristianos tenemos que buscar su mejoramiento, y buscar que las cosas regresen a su estado bueno y puro como Dios lo creó ya que es un mundo mancillado por pecado (Gen. 6.5) desde el momento que el hombre pecó y desobedeció el pacto que tenía con Dios en Edén (Rom. 5.12). Kuyper creía que los cristianos somos una nueva creación, y[5]que hemos sido iluminados con un nuevo principio, por lo tanto, a nosotros se nos ha dado el privilegio de ser sal y luz en la tierra. Como cristianos siempre vamos a estar viviendo una tensión o antítesis con la corriente del mundo; esta tensión va a ser evidente, por ejemplo, en la forma como los cristianos debemos educar a nuestros hijos, y cómo el mundo los educa en cuestiones de honestidad, ética, sexualidad y valores entre otros. Nuestra meta como cristianos que reconocemos que todas las esferas de la creación le pertenecen a Cristo, es la de no cederle al mundo la última palabra en cuanto a las cosas culturales, y nosotros limitarnos únicamente a las cosas de la iglesia. ¿Entonces cómo participamos de la cultura? Primero que todo, debemos derribar argumentos que el mundo nos propone y señalándolos como anormales, o como dice Nancy Pearcey, comprobando que sus argumentos no concuerdan con el mundo que esta allá afuera, el mundo que Dios creo. Segundo, nuestra participación cultural debe estar dirigida, entre otras cosas, a lo que Richard Mouw denominó nuestro deber civil, esto es, no solo no debemos alejarnos de la cultura, sino que también debemos buscar su mejoramiento y bienestar sin dejar que ésta nos afecte en nuestra cosmovisión cristiana. Jesús oró para que Dios nos mantuviera en el mundo, no para que nos alejara de él. Según Mouw podemos buscar el mejoramiento de nuestra cultura haciendo caso a las palabras de Jehová en Jer. 29. 5-7, o sea, procurando y buscando la paz de nuestra comunidad. Mouw dice que un Israel exiliado, optó por trabajar por la paz de sus captores, en vez de buscar venganza porque entendió que fue Jehová quien los había puesto allí. Pero en todo ese proceso, Israel no perdió su identidad como pueblo elegido que honra a Dios. Esto es ser embajadores de la gracia común de Dios, la cual él derrama sobre justos e injustos, ésta es una forma cómo podemos participar culturalmente en nuestra sociedad[6] Martin Lutero decía que nosotros los cristianos somo los dedos de Dios en su creación. Juan Calvino también fue un gran creyente en la participación cultural del creyente en todas las esferas de la creación, Calvino, por ejemplo, se propuso que cada ámbito cultural de Génova fuera un reflejo del evangelio, por lo cual hizo propuestas para mejorar el sistema de alcantarillado de esta ciudad, para la creación de fábricas que dieran empleo a los pobres, la creación de un sistema de salud que satisficiera las necesidades de los más necesitados en Génova, incluso hizo propuestas al estado para el cobro de tasas de impuestos más justas y equitativas para que la gente pagara lo justo. También fue un abogado de la gente trabajadora y propuso sueldos más justos y que notó como los empleadores “desangraban” a los trabajadores. Concluye que el trabajo y el comercio son dones que Dios nos ha dado y que tienen que ser tratados de manera justa y misericordiosa con principios bíblicos y por el bien del prójimo[7] Dios nos de valor para no despreciar nuestra cultura, pero también nos de valor para señalar lo que hay malo en ella, y también nos de las fuerzas para procurar el bienestar de nuestro prójimo y entorno, incluso cuando ese entorno se opone a las cosas de la deidad. Génesis 1. 28; 2. 15; Sal. 8. 5, 6 Nuestra Vocación Cultural: En el libro de Genesis tenemos el primer trabajo encomendado al hombre “fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla” la primera frase nos llama a desarrollar la sociedad, o sea, construir familias, escuelas, ciudades, gobiernos, leyes, etc. la segunda frase nos llama a dominar el mundo natural plantando árboles, construyendo puentes, diseñando computadores, o componiendo música, etc.[8] Este mandato también es conocido como el Mandato Cultural. Este mandato nos recuerda que nuestra primera orden fue construir civilizaciones para el mejoramiento de la creación. Esto quiere decir además que nuestros trabajos “seculares” no son trabajos o actividades de segunda clase accesorias a nuestras actividades de la iglesia. Es nuestro llamado más alto, para el cual fuimos creados originalmente. Esto puede resultar ofensivo para algunos pastores, pero es, si lo pensamos muy reconfortante para los cristianos que saben en el fondo que su vocación no es servir a Dios dentro de la iglesia, sino afuera de las paredes de la iglesia sin perder su identidad como cristianos, pero que les da miedo reconocerlo. La forma como servimos al Dios creador es al tener cuidado y señorío sobre la creación que él nos ha encomendado Salmo 8. 5, 6. Nosotros somos la cúspide de la creación de Dios, somos los únicos seres creados a la imagen de Dios, y somos los únicos en los cuales Dios depositó órdenes y un pacto de obras. Nuestro dominio sobre la creación es una autoridad delegada, así como la de un mayordomo. Nuestra función no es hacer con la creación cuanto nos parezca, sino hacerlo todo, sea que bebamos o que comamos, para la gloria de Dios. Nuestro Llamado a Procurar el Bienestar de la Cultura: Nuestro cuidado de la cultura proviene precisamente del conocimiento de que fue Dios quien la creó. Sabemos que el mundo que nos rodea no es un accidente químico de un proceso evolutivo, sino que proviene de la creación de un ser inteligente y con propósito. Tampoco somos ambientalistas, éstos le rinden culto a la creación como si fuera ella la madre tierra[9] Le rendimos culto al creador haciendo las cosas que él nos manda, no a la criatura. Somos, todos los seres humanos, quiéranlo o no, representantes de un rey supremo. Este mandato cultural no fue revocado por la caída del hombre. El pecado ha tocado todo lo que el hombre toca, pero eso no nos hace menos humanos, seguimos siendo recipientes de la imagen de Dios, y, por lo tanto, seguimos con la tarea sagrada de llevar a cabo este mandato cultural. El hecho de que es un mandato para toda la raza humana no lo hace menos cristiano. La dificultad de llevar a cabo el mandato cultural hoy día es que, como dije el domingo pasado, el pecado toca todo lo que el hombre toca. El plan de procrear y multiplicar, después de la caída, se hace con dificultad en las preñeces para las mujeres, el plan de dominar la tierra se hace con el sudor de nuestra frente y con mucho trabajo debido a que nos encontramos en un mundo que está viviendo las consecuencias del pecado de nuestros primeros padres. Como cristianos redimidos, ahora tenemos una nueva naturaleza, la cual hace que llevemos a cabo este mandato de una forma un poco mejor que la de los que no han sido iluminados con el evangelio. El cristiano debe emular los actos creativos de Dios en la creación, esto lo logramos al participar en la cultura, como dice Daniel Strange: “ya sea que construyamos edificios, diseñemos apps, si componemos un soneto musical, o si enviamos un Tweet, ya sea que cocinemos o que veamos un programa de cocina, - desde lo más sublime hasta lo más trivial, en todo mostramos con nuestras palabras o acciones que fuimos creados a la imagen de Dios”[10] El mandato cultural es un llamado de 24 horas al día, no es algo que hacemos sólo cuando no estamos “ocupados”. El Dilema del Ateísmo: Romanos 1. 18-23 nos describe un cuadro muy triste para los que tratan de ocultar a Dios de los eventos del día a día. Por un lado, nos enseña que la existencia de Dios se hace claramente visible a través de las cosas creadas, de modo que ellos no tienen excusa, y debido a que no pueden ocultar la evidencia tan clara de la necesidad de un creador, el hombre hace todo lo posible para intercambiar la verdad de la existencia de Dios por la mentira. Es en este punto donde el hombre decide rendir culto a algo más que a Dios, esto es, decide rendirle culto a la creación antes que, al creador, esto es a lo que Juan Calvino se refiere cuando describe a la raza humana como una fábrica Idólatra. Una cosa es cuidar y procurar el bienestar de la creación y de la cultura, otra cosa muy distinta es adorarla por encima del Creador. Nosotros seguimos los lineamientos del diseñador para nuestra participación cultural. Francis Shaeffer detecta este dilema del ateísmo en el que no pueden ocultar a Dios, y concluye que desde el siglo V a.C en la filosofía Griega, el hombre ha intentado por todos los medios dividir el mundo en dos niveles, o sea, entre naturaleza y gracia. En el “segundo piso”, en donde se encuentra la gracia, o las cosas espirituales, este piso o nivel debe limitarse a la devoción privada o a las cosas de fe personales; el primer piso, o sea, la naturaleza, la cual comprende todo lo que nos rodea, o sea la cultura, la ciencia, las universidades, gobiernos, etc. debe tratarse como hechos (con respeto), y no como religión, ésta es pública. Tristemente, el cristiano moderno también ha asimilado esta forma dualista de pensar, en la cual el cristiano entiende erróneamente que su calidad de vida espiritual o de santidad aumenta entre menos se involucre con las cosas culturales o de la creación, a éste le han enseñado a llamar la participación cultural como el equivalente a participar de las cosas de la corriente del mundo. Cuando esto sucede, dejamos de obedecer a Dios a lo que él nos ha llamado primariamente, esto es, enseñorearnos de la creación y sojuzgarla. Nunca veremos en la Biblia una ocasión en la cual se nos llame a vivir en una especie de monasticismo aislados de las cosas del mundo creado. La Biblia sí nos llama a una metanoia, esto es a un cambio en nuestra forma de ver el mundo, Cristo no oró al padre para que nos sacara del mundo. Pablo nos dice que ahora que somos cristianos debemos alejarnos de los ídolos y de leyes impuestas por los hombres tales como no manejes, ni gustes, ni aun toques.[11] Pablo escribe estas amonestaciones precisamente en respuesta a la seducción de las filosofías griegas que amenazaba al judaísmo. La Biblia sí nos enseña, más bien a transformarnos y no conformarnos con lo que el mundo llama normal, o sea que, el que roba, que no robe más[12]que nuestro sí sea si[13], que no calumniemos al hermano, y que seamos más misericordiosos[14], etc. Tres Respuestas Erróneas al Mandato Cultural: 1. En el Mundo, Pero no del Mundo: Dios nos habla a través de sus revelaciones, natural y especial, a cuidar y sojuzgar la tierra, o sea, a participar de la cultura. Pero ¿qué hacemos ante tan obvio mandato? Algunos cristianos prefieren mirar el mundo desde fuera, esto es, se encierran en una burbuja espiritual, (la gracia), y de ahí no salen. Se tapan sus oídos para no oír el ruido que está allá afuera. Suelo escuchar a cristianos darme esta respuesta cuando les hablo de la inminente realidad de la cosmovisión liberal, se paralizan, y dicen cosas como, “¡Jesús ven pronto!”. De esta manera, piensan ellos, que se mantienen seguros de las influencias de la cultura. 2. Yo no me Siento en Silla de Escarnecedores: Otra respuesta común es la de atacar al no creyente como una mala influencia, la respuesta es más o menos así, “yo no me voy a contaminar con esos mundanos”. Juzgan como mal todo lo que no sea eclesial. De hecho, a la hora de predicar de Jesucristo, lo hacen más bien en juicios morales, y no enseñando su obra misericordiosa y expiatoria en la cruz. 3. Adaptación: Otros son seducidos de tal forma por todo lo que la cultura ofrece que se vuelve imposible saber si son cristianos o no. Recordemos que Pablo nos habla a que mientras que estemos en el mundo no podemos conformarnos, sino transformarnos por la renovación de nuestro entendimiento. También sucede con iglesias que queriendo atraer nuevas personas se adaptan a estilos musicales, de motivación y de entretenimiento hasta el punto de que dejan de ser iglesias y se convierten en centros de reunión con diversos propósitos. Estas iglesias olvidan que el Señor se encargará de añadir a los que han de ser salvos siempre y cuando éstas perseveren en una adoración sincera a Dios sin ídolos. Para Pensar: El propósito de este artículo es demostrar con bases bíblicas que el mandato cultural es nuestra primera tarea como seres humanos. No es exclusiva para cristianos, pero aun así creemos, como dice Richard Mouw, que, por tener una nueva identidad, los cristianos podemos llevar a cabo este mandato de una mejor manera que los no cristianos. Llevar a cabo este mandato cultural requiere que nosotros seamos muy sensibles a lo que Dios nos enseña en su palabra para no mezclar nuestra fe con otras cosmovisiones dañinas que existen en nuestra cultura. Mandato cultural es una orden divina para renovar y mejorar nuestra cultura, no a acomodarnos a ella. Soy un firme creyente q esta es nuestra tarea principal en esta tierra. Las demás cosas como el evangelismo y el discipulado vienen como una consecuencia lógica de un corazón que entiende la importancia de estimar la cultura como algo que Dios creó para nuestro deleite y para su gloria. Va a ser imposible hacer un llamado a Cristo cuando nuestra actitud es de juicio o altivez en contra de los que forman parte de nuestra cultura. También quise demostrar que es posible ver un programa de televisión, leer un libro, o jugar un video juego sin afectar nuestra fe, y que, por el contrario, estas actividades nos pueden alimentar como creyentes ya que a través de éstas podemos apreciar la gracia común de Dios en el día a día. Pero este tema lo dejo estar para otra ocasión. Amen. Alvaro E. Tuñón Batista Máster en Teología (Chicago Theological Seminary) [1] 3 Daniel Strange, Plugged In. [2] El entorno y las situaciones sociales también afectaron la forma como los escritores bíblicos escribieron sus cartas, epístolas, y libros. Ellos no fueron robots siendo impulsados por un motor.. [3] Mateo 28. 18 [4] 5 En una nota similar, RC Sproul basándose en el libro de Romanos, deduce que el cristiano no debe conformarse al siglo que esté dominando la esfera pública, sino que debe transformarse con la renovación de su entendimiento. . [5] II Cor. 5. 17y [6] Rom. 12. 20; Santiago 1. 27 [7]Lectures on Foundations of Protestant Theology. Dr. S. Donald Fortson. Reformed Theological Seminary. [8]Nancy Pearcey, Total Truth, Capítulo 2. [9] 10 Douglas J. Moo, Cuidado de la Creación, Una Teología Bíblica del Mundo Natural, P. 26. [10] 11 Daniel Strange, Plugged In, P. 41 Kindle Version. . [11]Colosenses 3. 20-23 [12] Efesios 4. 28 [13] Mateo 5. 37 [14] Santiago 1. 26, 27
- El Ser de Dios.
Hasta ahora hemos discutido el carácter de la revelación que Dios en Su gracia nos ha otorgado, y hemos descrito la manera en que esa revelación se produjo y fue traída a nuestro conocimiento en las Sagradas Escrituras, bajo la guía educativa de la confesión. Ahora tenemos el contenido de esa revelación para exponer y señalar en un orden regular lo que le debemos a esa revelación para nuestra mente y corazón, para nuestra conciencia y vida. Si bien vimos por primera vez, por así decirlo, el edificio de la revelación desde el exterior, y recibimos una impresión del estilo en el que fue erigido, ahora observamos el santuario mismo y los tesoros de sabiduría y conocimiento que contiene para nosotros. los ojos están fuera. No hace falta decir, sin embargo, que podemos desarrollar el rico contenido de esta revelación de diversas maneras y dejar que sus partes pasen ante nuestra mente en un orden diferente. No necesitamos discutir todos estos, pero sin embargo señalar dos métodos o puntos a cuya atención se puede tratar el material de la doctrina cristiana de la fe y que también se ha discutido muchas veces. En primer lugar, podemos dirigirnos al cristiano, que con verdadera fe de corazón ha asimilado el contenido de la revelación, y preguntarle cómo llegó al conocimiento de la verdad y en qué documentos consiste este conocimiento. , y qué fruto ha producido este conocimiento para su conciencia y su vida. Esta es la posición en la que se desarrolla nuestro Catecismo de Heidelberg. El cristiano habla en él y da un relato amplio y claro del único consuelo que es su porción en la vida y la muerte, y de las diversas piezas que es necesario conocer para que en este consuelo se pueda vivir y morir dichosamente. mayo. Este es un buen método de tratamiento, que es muy recomendable para un libro de texto práctico. Tiene varias ventajas;| 134 | reflexiones, y muestra con cada doctrina lo que un niño humano tiene para su cabeza y su corazón. ¿Qué provecho y consuelo te da que creas todo esto? Que soy justo ante Dios en Cristo y heredero de la vida eterna. Pero hay otro orden en el que se pueden tratar las verdades de la fe. No podemos recurrir al cristiano solo para que responda nuestras preguntas sobre lo que cree. Pero nosotros mismos también podemos colocarnos en la posición del cristiano, y luego intentar dar cuenta del contenido de nuestra fe de las Escrituras a nosotros mismos y a los demás. Entonces no dejaremos que el desarrollo de nuestra confesión esté determinado por las preguntas que se nos hagan al respecto, y a las que luego respondamos según las preguntas. Pero luego nos explicamos en un sentido definido cuál es el contenido de nuestra fe. No nos preocupa tanto el orden en el que gradualmente hemos llegado al conocimiento de la verdad; pero tratamos de descubrir qué orden está objetivamente presente en las verdades de la fe misma, cómo están interrelacionadas y qué constituye su principio que todo lo controla. Es este orden el que se sigue en nuestra Confesión de Fe holandesa; También en esto habla el cristiano, pero no espera las preguntas que se le plantean, sino que explica él mismo el contenido de su fe; cree con el corazón y confiesa con la boca lo que Dios dice a la iglesia en su Palabra y por su Espíritu. Estos dos modos de tratamiento, por supuesto, no son hostiles ni mutuamente excluyentes, pero complementan uno y ambos son de gran valor. Para las iglesias reformadas, y no menos para las escuelas reformadas, es un privilegio invaluable que, además de la Confesión de Fe, tengamos el Catechis-mus y, además del Catecismo, la Confesión. El objetivo y el sujeto, el punto de vista teológico y antropológico se unen así; la cabeza y el corazón se reconcilian con él; la verdad de Dios es una bendición para nuestra conciencia y para nuestras vidas. Que estas dos formas de desarrollar el contenido de la revelación no se contraponen, sino que se complementan y en | 135 | El equilibrio está sobradamente probado por el hecho de que no sólo en el Catecismo, sino también en el Credo habla el cristiano, y no el cristiano tomado sobre sí mismo y separado de los demás, sino el cristiano en comunión con todos sus hermanos y hermanas. Es la iglesia la que habla. Todos creemos con el corazón y confesamos con la boca; así es como comienza la Confesión de Fe holandesa, así continúa y así termina. Y luego, nuevamente, sobre ella está esta inscripción significativa: Verdadera confesión cristiana, que contiene la suma total de la doctrina de Dios y de la salvación eterna de las almas. Estos dos, la doctrina de Dios y la doctrina de la salvación eterna de las almas, no son dos piezas independientes, que no tienen nada que ver entre sí, sino que están inseparablemente vinculadas; la enseñanza de Dios es también una enseñanza de la salvación eterna de las almas, y la última incluye nuevamente a la primera. El conocimiento de Dios en el rostro de Jesucristo su Hijo es vida eterna, Jn. 17: 3. Este conocimiento de Dios es, después de todo, el conocimiento que adquirimos en la vida diaria o en las escuelas de educación y ciencia, no en grado sino en esencia distinguido. Es un conocimiento completamente único; diferente en principio, objeto y fruto de cualquier otro conocimiento, como hemos explicado de manera más amplia en el segundo párrafo. Se trata tanto de la cabeza como del corazón. No nos hace “aprendidos”, al menos no en primer lugar, pero nos hace más sabios, mejores y más felices. Ella nos salva y nos da la vida eterna, no solo en el más allá, sino también aquí en la tierra. Las tres piezas que necesitamos conocer no solo sirven para hacernos morir bendecidos algún día, sino también para hacernos vivir felices aquí en la tierra desde el principio. El que cree en el Hijo tiene vida eterna, Juan 10:15. 3:36. Bienaventurados los de limpio corazón; ya están aquí en la tierra, aunque también sea a través de la promesa de que verán a Dios en el más allá, Mat. 5: 7; fueron salvos según la esperanza, Rom. 8:24. Pero si así hemos recibido el principio de la vida eterna en nuestro corazón, no podemos evitar desear saber más acerca de Aquel que nos dio esa vida. De nosotros mismos vemos | 136 |luego gradualmente y cada vez más hasta Aquel que es la fuente de nuestra salvación. Desde el consuelo que disfrutamos en nuestro corazón, desde la utilidad y el fruto que el conocimiento de Dios rinde para nuestra propia persona y para nuestra vida, siempre nos remontamos más atrás al culto al Ser Eterno. Entonces llegamos a comprender cada vez más que Dios no existe por nosotros, sino que nosotros existimos por Él. Nuestra salvación no se vuelve indiferente para nosotros, sino que se convierte en un medio para su gloria. El conocimiento de Dios nos dio vida, pero la vida nos lleva de regreso a su conocimiento. En Dios encontramos toda nuestra salvación y todo nuestro honor. Se convierte en el objeto de nuestra adoración, el contenido de nuestro canto, el poder de nuestra vida. De Dios, a través de Dios y para Dios todas las cosas, eso se convierte en la elección de nuestro corazón y el lema de nuestra acción. Nosotros mismos y todas las criaturas que nos rodean nos convertimos en medios para Su gloria. La verdad, que al principio amamos especialmente porque nos dio la vida, luego se nos hace cada vez más querida por sí misma, por lo que nos revela y nos hace respecto al Ser Eterno. Toda la doctrina de la fe, en su totalidad y en todas sus partes, se convierte en proclamación de la alabanza de Dios, difusión de sus virtudes, glorificación de su nombre. El Catecismo nos lleva al Credo. se convierte en proclamación de la alabanza de Dios, difusión de sus virtudes, glorificación de su nombre. El Catecismo nos lleva al Credo. se convierte en proclamación de la alabanza de Dios, difusión de sus virtudes, glorificación de su nombre. El Catecismo nos lleva al Credo. Pero si tratamos de imaginar de alguna manera lo que dice que las criaturas pobres, débiles y pecadoras conocemos a Dios, que es el Ser Eterno Infinito, una profunda reverencia y santa timidez se apodera de nuestras mentes. ¿Es entonces realmente posible que en la conciencia oscurecida del niño humano culpable caiga de Él un rayo de luz, que ningún hombre ha visto ni puede ver, morando en una luz inaccesible, 1 Tim. 6:16, que es mera luz sin oscuridad? 1 Jn. 15. Ha habido muchos allí y todavía hay quienes han dado una respuesta negativa a esta pregunta. Pero esta negación del conocimiento de Dios puede surgir de dos estados de ánimo muy distintos en el hombre. Hoy es para muchos la conclusión de una razón científica deducida puramente intelectual. Entonces se dice que el conocimiento de la mente humana se limita a los fenómenos observables, y que es una contradicción | 137 | es, por un lado, atribuir personalidad, conciencia, voluntad a Dios y, sin embargo, por otro lado, decir que Él es infinito, eterno, completamente independiente. En contra de esto, podemos señalar fácilmente que, de hecho, ningún conocimiento de Dios puede existir en el hombre a menos que Dios se nos haya revelado de manera general, en la naturaleza y en la historia, o también de manera especial, a través del Hijo. Sin embargo, si Dios se ha revelado a sí mismo, no hace falta decir que también se le puede conocer en la misma medida en que se ha revelado. Pero si alguien dijera que Él no se manifestó de ninguna manera ni por ningún medio, equivaldría al hecho de que el mundo había existido eternamente junto a Dios e independientemente de él, que Él no podría revelarse en él y por eso. Y luego se seguiría que nunca más debemos hablar de Dios, porque esta palabra no es más que un sonido, sin ningún fundamento en la realidad. Pero la negación de la capacidad de conocimiento de Dios también puede surgir de una profunda comprensión de su propia pequeñez y nada y de un profundo sentido concomitante de la infinita grandeza y la abrumadora majestad de Dios. En este sentido el conocimiento es: no sabemos nada, el conocimiento es demasiado maravilloso para nosotros, ha sido la confesión de todos los piadosos. A menudo, la expresión de los padres y maestros de la iglesia es que, al pensar en Dios, finalmente pueden decir mucho mejor lo que Él no es que lo que es. Calvino en alguna parte advierte a sus lectores que no quieran robar los misterios de Dios con su propia fuerza, que excede con creces la susceptibilidad de nuestro débil entendimiento. Y poetas, como Vondel y Bilderdijk, por ejemplo, a menudo han cantado sobre esta inmensa grandeza de Dios de la manera más sublime en su canción. Aunque esta humilde confesión de la sublime majestad de Dios y la insignificancia del hombre puede ser llamada ahora también en cierto sentido una negación del conocimiento de Dios, es preferible, sin embargo, para evitar malentendidos, dividir la inteligibilidad y la capacidad de discernir de Dios | 138 | para hacer. Seguramente no hay libro en el mundo que, en la misma medida y de la misma manera que las Sagradas Escrituras, muestre por un lado la supremacía absoluta de Dios sobre toda criatura, y por otro lado, al mismo tiempo, la conexión íntima y la estrecha relación entre la criatura y sostiene a su Creador. Ya en la primera página de la Biblia nos encontramos con la supremacía absoluta de Dios sobre todas sus criaturas. Sin cansarse ni cansarse, Él produce el mundo entero solo con Su palabra. Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y por el Espíritu de su boca todo su ejército, Sal. 33: 6. Él habla y está ahí: manda y está ahí, Sal. 33: 9. Él hace según su voluntad con el ejército del cielo y los habitantes de la tierra, y no hay nadie que pueda quitarle la mano o decirle: ¿Qué estás haciendo? Que. 4:35. Las naciones se cuentan como gota de un balde y como polvo de la balanza. He aquí, él arroja las islas como polvo fino. El Líbano no basta para quemar, ni sus bestias para el holocausto. Todas las naciones están ante él como nada, y le son contados menos que nada y vanidad. No se le puede comparar con nadie, y no se le puede aplicar ninguna semejanza, Isa. 40: 15-18. ¿Quién en el cielo podrá ser estimado contra el Señor? ¿Quién como el Señor entre los hijos de los valientes? PD. 89: 7. No hay nombre por el cual se le pueda llamar con sinceridad; Su nombre es maravilloso, Gen. 32:29, Jue. 13:18, Prov. 30: 4. Cuando el Señor le habla a Job desde una tormenta y le difunde la grandeza de sus obras, este inclina humildemente la cabeza y dice: He aquí, soy demasiado pequeño, ¿cómo te respondería? Me tapé la boca con la mano (Job 39:37). Dios es grande y no lo entendemos, Job 36:26. El conocimiento es demasiado maravilloso para nosotros, es alto, no podemos alcanzarlo, Sal. 139: 6. y ninguna semejanza se le puede aplicar, Isa. 40: 15-18. ¿Quién en el cielo podrá ser estimado contra el Señor? ¿Quién como el Señor entre los hijos de los valientes? PD. 89: 7. No hay nombre por el cual se le pueda llamar con sinceridad; Su nombre es maravilloso, Gen. 32:29, Jue. 13:18, Prov. 30: 4. Cuando el Señor le habla a Job desde una tormenta y le difunde la grandeza de sus obras, este inclina humildemente la cabeza y dice: He aquí, soy demasiado pequeño, ¿cómo te respondería? Me tapé la boca con la mano (Job 39:37). Dios es grande y no lo entendemos, Job 36:26. El conocimiento es demasiado maravilloso para nosotros, es alto, no podemos alcanzarlo, Sal. 139: 6. y ninguna semejanza se le puede aplicar, Isa. 40: 15-18. ¿Quién en el cielo podrá ser estimado contra el Señor? ¿Quién como el Señor entre los hijos de los valientes? PD. 89: 7. No hay nombre por el cual se le pueda llamar con sinceridad; Su nombre es maravilloso, Gen. 32:29, Jue. 13:18, Prov. 30: 4. Cuando el Señor le habla a Job desde una tormenta y le difunde la grandeza de sus obras, este inclina humildemente la cabeza y dice: He aquí, soy demasiado pequeño, ¿cómo te respondería? Me tapé la boca con la mano (Job 39:37). Dios es grande y no lo entendemos, Job 36:26. El conocimiento es demasiado maravilloso para nosotros, es alto, no podemos alcanzarlo, Sal. 139: 6. por el cual puede ser llamado verazmente; Su nombre es maravilloso, Gen. 32:29, Jue. 13:18, Prov. 30: 4. Cuando el Señor le habla a Job desde una tormenta y le difunde la grandeza de sus obras, este inclina humildemente la cabeza y dice: He aquí, soy demasiado pequeño, ¿cómo te respondería? Me tapé la boca con la mano (Job 39:37). Dios es grande y no lo entendemos, Job 36:26. El conocimiento es demasiado maravilloso para nosotros, es alto, no podemos alcanzarlo, Sal. 139: 6. por el cual puede ser llamado verazmente; Su nombre es maravilloso, Gen. 32:29, Jue. 13:18, Prov. 30: 4. Cuando el Señor le habla a Job desde una tormenta y le difunde la grandeza de sus obras, este inclina humildemente la cabeza y dice: He aquí, soy demasiado pequeño, ¿cómo te respondería? Me tapé la boca con la mano (Job 39:37). Dios es grande y no lo entendemos, Job 36:26. El conocimiento es demasiado maravilloso para nosotros, es alto, no podemos alcanzarlo, Sal. 139: 6. es alto, no podemos alcanzarlo, Sal. 139: 6. es alto, no podemos alcanzarlo, Sal. 139: 6. Y, sin embargo, ese mismo Dios alto y exaltado está en una relación muy íntima con todas sus criaturas, incluso las más pequeñas y las más pequeñas. La Escritura no da un concepto restado de Dios, como lo hace la filosofía, sino que pone al Dios vivo y verdadero ante nuestros ojos, y nos hace verlo en todas las obras de Sus manos. Levanta tus ojos y mira quién creó todas estas cosas. Todo está creado | 139 | por su mano; todo se produce según su voluntad y consejo; todo está sostenido por su poder. Por tanto, todo lleva también el sello de sus virtudes, el sello de su bondad, sabiduría, poder. Y entre todas las criaturas el hombre fue creado a su imagen y semejanza; solo él es llamado linaje de Dios, Hechos. 17:28. Para esta relación íntima, Él también puede ser nombrado en honor a Sus criaturas y puede hablarse de él en forma humana. La misma Escritura, que describe de la manera más sublime la incomparable grandeza y majestad de Dios, habla simultáneamente de Él en parábolas e imágenes que brillan con vida. Ella habla de sus ojos y oídos, manos y pies, boca y labios, corazón e intestinos. Ella le atribuye toda clase de virtudes, de sabiduría y conocimiento, voluntad y poder, justicia y misericordia, y también le atribuye emociones de alegría y tristeza, miedo y tristeza, celo y celos, arrepentimiento e ira, odio y venganza. Ella menciona sus investigaciones y pensamientos, oír y ver, oler y saborear, sentarse y levantarse, visitar y salir, recordar y olvidar, bendecir y castigar, etc. Y lo compara con un sol y una luz, una fuente y un saltamontes, una roca y un refugio, un escudo y un adal, un león y un águila, un valiente y un guerrero, un artista y un constructor, un rey y juez, uno. agricultor y pastor, esposo y padre. Todo lo que se puede encontrar para el hombre en todo el mundo en apoyo, protección y ayuda, se encuentra original y perfecto y rebosante en Dios. De él es llamada toda generación en el cielo y en la tierra, Ef. 3:15. Él es el “Sol Suyo” y todas las criaturas son “Sus rayos eternos”. lo que se puede encontrar para el hombre en todo el mundo en apoyo, protección y ayuda, se encuentra original y perfecto y rebosante en Dios. De él es llamada toda generación en el cielo y en la tierra, Ef. 3:15. Él es el “Sol Suyo” y todas las criaturas son “Sus rayos eternos”. lo que se puede encontrar para el hombre en todo el mundo en apoyo, protección y ayuda, se encuentra original y perfecto y rebosante en Dios. De él es llamada toda generación en el cielo y en la tierra, Ef. 3:15. Él es el “Sol Suyo” y todas las criaturas son “Sus rayos eternos”. En el conocimiento de Dios, ahora siempre se reduce a mantener estos dos grupos de declaraciones sobre el ser Divino por igual y hacerles justicia. Si renunciamos a la supremacía absoluta de Dios sobre todas sus criaturas, caemos en el politeísmo (politeísmo pagano) o en el panteísmo (algodismo), que están estrechamente relacionados entre sí, también según la historia, y se funden ligeramente entre sí. Y si dejamos ir la relación de Dios con su criatura, quedamos varados en el precipicio del deísmo (creencia en un solo Dios, sin revelación), o del ateísmo (la negación de la existencia de Dios), que | 140 |asimismo se corresponden entre sí en diferentes aspectos. La Escritura sostiene ambas cosas, y la teología cristiana siguió sus pasos. Dios en realidad no tiene un nombre por el cual podamos nombrarlo verdaderamente, y Él se llama a Sí mismo y permite que Lo llamemos por muchos, muchos nombres. Él es el Dios infinitamente exaltado y al mismo tiempo el Dios vivo, el Dios compasivo por todas sus criaturas. Sus virtudes son todas en un sentido indivisibles, y en otro, todas comunicables. Esto no puede ser sondeado por nuestras mentes. No hay una comprensión adecuada (equivalente) de Dios. Dios no puede dar una definición, una determinación que corresponda a su esencia. Allí no se puede encontrar un nombre que exprese plenamente lo que Él es. Pero uno no entra en conflicto con el otro. Es precisamente porque Dios es el Altísimo y el Exaltado, y habita en la eternidad, que Él también habita con el que es de espíritu abatido y humilde, Isa. 57:15. Dios no se reveló a Sí mismo para que pudiéramos componer de Su revelación un concepto filosófico de Dios, sino para que podamos recibirlo, reconocerlo y confesarlo a Él, el Dios vivo y verdadero, como nuestro Dios. Estas cosas están ocultas a los sabios y entendidos, pero se revelan a los niños, Matt. 11:25. pero a los niños se les revelan, Matt. 11:25. pero a los niños se les revelan, Matt. 11:25. El conocimiento que obtenemos de Dios de esta manera es, por tanto, un conocimiento de fe; no es adecuado, no es igual a la esencia de Dios, porque Dios es infinitamente exaltado sobre todas sus criaturas; tampoco es meramente simbólico, es decir, revestido de expresiones formadas arbitrariamente por nosotros y que no corresponden en absoluto a la realidad; pero es tipico1 ) o analógicamente 2 )porque descansa sobre la semejanza y el parentesco que, a pesar de la supremacía absoluta de Dios, existe sin embargo entre él y todas las obras de sus manos. El conocimiento que Dios proporciona de sí mismo en la naturaleza y la Escritura es limitado, finito, a destajo, pero es puro y verdadero. Así es Dios cuando se ha revelado en Su Palabra, especialmente en Cristo y por medio de él; y por eso solo él es el Dios que nuestro corazón necesita. El intento de agregar a las enseñanzas de Dios todos los datos de la Sagrada Escritura | 141 |Tomar en consideración, y así mantener tanto su eminencia arriba como su relación con la criatura, condujo temprano en la iglesia cristiana a la distinción de dos grupos de atributos en el Ser Divino. Tradicionalmente, estos dos grupos fueron referidos por diferentes nombres, y la teología romana todavía prefiere hablar de negativo y positivo (negativo y positivo), el luterano de inactivo y operativo (reposo y trabajo) y el reformado de cualidades intransmisibles y comunicables. Pero básicamente la división se reduce a lo mismo para todos. Siempre tiende a mantener tanto la trascendencia (la distinción y eminencia de Dios sobre el mundo) como la inmanencia de Dios (su comunión con el mundo y su morada en él). Los nombres reformados de propiedades intransmisibles y comunicables hacen que esta tendencia se destaque aún más claramente que las utilizadas por los romanos y luteranos. El mantenimiento de las primeras cualidades nos salva del politeísmo (politeísmo pagano) y del panteísmo (universalidad); y el mantenimiento del segundo grupo nos protege del deísmo (creencia en un Dios, sin revelación) y del ateísmo (la negación de la existencia de Dios). No hay ninguna objeción importante, aunque todos nuestros nombres son inadecuados, para continuar usando la clasificación reformada. Solo entonces tenemos que considerar que los dos grupos de propiedades indivisibles y transmisibles no están separados ni separados entre sí. Por supuesto, no podemos tratar con ambos al mismo tiempo, y debemos discutir uno antes que el otro. Pero el propósito de la división es que siempre debemos tener en cuenta que Dios posee todas sus cualidades comunicables de manera absoluta, en una medida infinita y, por tanto, indivisible. El conocimiento, la sabiduría, la bondad, la justicia de Dios, etc., tienen algunos rasgos de semejanza con esas mismas virtudes en las criaturas, pero son las propias de Dios en forma independiente, inmutable, eterna, omnipresente, simple, en una palabra absolutamente divina. Por tanto, en las criaturas podemos distinguir entre su naturaleza y sus atributos; un hombre puede ser su brazo y| 142 | pierna, puede perder el conocimiento incluso en el sueño o enfermedad, sin dejar de ser humano. Pero con Dios eso no es posible. Sus cualidades coinciden con su ser. Cada cualidad es su esencia. No solo es sabio y verdadero, bueno y santo, justo y misericordioso. Pero Él es sabiduría, verdad, bondad, santidad, justicia, misericordia misma y, por tanto, también fuente y manantial de todo lo que está presente en las criaturas de esas virtudes. Él es todo lo que tiene y la fuente de todo lo que tienen las criaturas; la fuente abundante de todo bien. Por atributos no comunicables, entonces, deben entenderse aquellas virtudes o perfecciones de Dios que indican que todo lo que está en Dios existe con Él de manera absolutamente divina, es decir, en un grado que no está abierto a la comunicación con las criaturas. Este conjunto de atributos mantiene la absoluta sublime e incomparable de Dios, y encuentra en el nombre de Elohim, Dios, su interpretación más clara. Es cierto que el nombre de Dios también se aplica a las criaturas; No sólo la Sagrada Escritura a veces habla de los ídolos de los gentiles como dioses, por ejemplo, cuando nos prohíbe tener otros dioses delante de nosotros, Éxodo. 20: 3; ella también llama a Moisés un Dios para Aarón, Éxodo. 4:16, y para Faraón, Éxodo. 7: 2; ella designa a los jueces como dioses, Sal. 82: 1, 6, y Cristo les apela en defensa propia, Jn. 10 .: 33-35. Pero este lenguaje es metafórico y derivado. Original y esencialmente el nombre de Dios pertenece solo a Dios. A este nombre siempre asociamos la idea de un poder infinito, que es personal, pero sin embargo por encima de todas las criaturas. Dios solo es Dios. Como tal, las cualidades incomunicables se le deben. Solo ellos son inherentes a Él, no ocurren en ninguna criatura y ni siquiera pueden ser comunicados a ninguna criatura. Porque todas las criaturas son dependientes, cambiantes, compuestas, sujetas al tiempo y al espacio. Pero Dios es independiente, por lo que no está determinado por nada, todo en sentido absoluto, Hechos. 17:25, Rom. 11:36; inmutable, de modo que Él sigue siendo el mismo para siempre y todo cambio cae | 143 |por parte de la criatura y en la relación en la que esta criatura se le opone, Sant. 1:17; simplemente, de modo que de toda composición de espíritu y materia, pensamiento y extensión, esencia y atributos, mente y voluntad, etc., Él es completamente libre y todo es lo que tiene, mera verdad, vida y luz, Sal. 36:10, Juan. 5:26, 1 Jn. 15; eterno, de modo que es exaltado sobre todos los tiempos, y sin embargo impregna cada momento del tiempo con su eternidad, Sal. 90: 2; omnipresente, de modo que Él es exaltado sobre todo espacio y sin embargo lleva cada punto del espacio con Su poder omnipotente y omnipresente, Sal. 139: 7, Hechos. 17:27, 28. En los tiempos modernos no son pocos los que niegan estas cualidades incomunicables que todo valor para la vida religiosa y no ven en ellas más que sustracciones metafísicas (sobrenaturales). Pero esto demuestra lo contrario, que el abandono de estas cualidades abre inmediatamente la puerta al panteísmo (algodidad) y al politeísmo (politeísmo pagano). A menos que Dios sea independiente e inmutable, eterno y omnipresente, simple y libre de toda constitución, Él es atraído hacia la criatura e identificado con el mundo como un todo o con uno de sus poderes. Por tanto, el número aumenta día a día de aquellos que cambian al Dios de la revelación por la fuerza mundial inmanente, o que prefieren el politeísmo (politeísmo pagano) a la confesión del único Dios verdadero. La unicidad y la unidad de Dios está inseparablemente conectada con las cualidades indisolubles, Deut. 6: 4, Marcos. 12:29, Jn. 17: 3. Sólo entonces Dios es el único Dios, cuando nadie ni nada puede estar arriba, al lado o debajo de Él, que Él es. Y solo entonces cuando Él sea independiente e inmutable, eterno y omnipresente, Pero esto es cierto, estas cualidades incomunicables no nos bastan. ¿De qué nos ayudaría saber que Dios es independiente e inmutable, eterno y omnipresente, si nos faltara el conocimiento de que es misericordioso, misericordioso y grande en misericordia? Ilumina las cualidades incomunicables | 144 |bien infórmanos de la manera en que todo lo que está en Dios existe en Él; pero nos dejan en la oscuridad en cuanto al contenido del Ser Divino. Pero ahora se agregan las propiedades transmisibles; y nos dicen que ese Dios, que es tan infinitamente alto y exaltado, pero habita en todas sus criaturas, está relacionado con todas sus criaturas y posee todas las virtudes que son inherentes y limitadas en las criaturas. No solo es un Dios de lejos, sino también de cerca. Él no solo es independiente e inmutable, eterno y omnipresente, sino también sabio y poderoso, justo y santo, misericordioso y misericordioso. No solo es Elohim, también es Jehová. Así como los atributos no comunicables son más prominentes en el nombre de Elohim, Dios, también lo son los atributos comunicables más prominentes en el nombre de Jehová. No conocemos la derivación y el significado original de este nombre. Probablemente existió mucho antes de la época de Moisés, como, por ejemplo, aparece el nombre propio de Jocabed, pero Dios no se dio a conocer a su pueblo con ese nombre. A Abraham se le revela como El-Shaddai, Dios Todopoderoso, Gen. 17: 1, Éxodo. 6: 2, que somete todas las fuerzas de la naturaleza y hace siervos a la gracia. Pero si ya han pasado cientos de años, y Dios parece haberse olvidado de su pacto y promesa a los padres, entonces Él se da a conocer a Moisés como Jehová, es decir, como ese Dios que es el mismo que para los padres. aparecido, quien guarda su pacto, cumple su promesa y permanece completamente igual a sí mismo con su pueblo a través de los siglos. Jehová ahora adquiere el significado de, soy quien soy (seré quien seré), lo que significa la fidelidad inmutable de Dios en su relación con Israel. Jehová es el Dios del pacto, que según su amor gratuito ha elegido a su pueblo y lo ha hecho suyo. Si bien el nombre Elohim, Dios, designa al Ser Eterno en Su alteza soberana sobre el mundo, está implícito en el nombre Jehová, SEÑOR, que ese mismo Dios alto y exaltado se ha revelado voluntariamente a Su pueblo como un Dios de santidad, gracia y fiel. Soy quien soy (seré quien seré), lo que significa la fidelidad inmutable de Dios en su relación con Israel. Jehová es el Dios del pacto, que según su amor gratuito ha elegido a su pueblo y lo ha hecho suyo. Si bien el nombre Elohim, Dios, designa al Ser Eterno en Su alteza soberana sobre el mundo, está implícito en el nombre Jehová, SEÑOR, que ese mismo Dios alto y exaltado se ha revelado voluntariamente a Su pueblo como un Dios de santidad, gracia y fiel. Soy quien soy (seré quien seré), lo que significa la fidelidad inmutable de Dios en su relación con Israel. Jehová es el Dios del pacto, que según su amor gratuito ha elegido a su pueblo y lo ha hecho suyo. Si bien el nombre Elohim, Dios, designa al Ser Eterno en Su alteza soberana sobre el mundo, está implícito en el nombre Jehová, SEÑOR, que ese mismo Dios alto y exaltado se ha revelado voluntariamente a Su pueblo como un Dios de santidad, gracia y fiel. Toda la lucha de los espíritus en Israel y hasta el día de hoy tiene que ver principalmente con esta cuestión, si Jehová es Elohim o Jehová Dios. | 145 |Los gentiles y muchos sabios antiguos y posteriores dicen que Jehová no es más que el Dios de Israel, un Dios nacional, limitado e inferior. Pero Moisés y Elías, y todos los profetas, Cristo y todos sus apóstoles, sostienen que solo el Señor, que está en pacto con los padres y el pueblo de Israel, es el único Dios eterno y verdadero, y que hay no hay más Dios que Él, Isa. 43: 10-15, 44: 6. Por lo tanto, Jehová es el nombre propio y distintivo de Dios, Isa. 42: 8, 48:11. El Dios del pacto, que desciende tan humildemente a su pueblo, y habita con aquel de espíritu abatido y humilde, es al mismo tiempo el Altísimo y el Exaltado, que habita en la eternidad, y cuyo nombre es santo, Isa. 57:15. Las cualidades indivisibles y comunicables, por tanto, no compiten, pero las primeras sirven, por así decirlo, para ilustrar y fortalecer las segundas. Tomemos, por ejemplo, el amor de Dios. No deberíamos ni deberíamos poder hablar de él si lo que entre los hombres verdaderamente se llama amor no fuera en ningún sentido una impresión (ectipo), imagen y semejanza del amor que está presente en Dios. Debe haber alguna correspondencia entre el amor divino y el amor humano, de lo contrario todo nuestro pensar y hablar del amor de Dios sería falso y nada más que un sonido vano. Pero ese acuerdo no es de ninguna manera igualdad. El amor más puro y fuerte entre los hombres no es más que un reflejo muy débil del amor que hay en Dios. Y eso nos hace comprender las propiedades intransmisibles. A través de ella aprendemos que el amor en Dios está infinitamente más allá del de todas las criaturas. Porque el amor en Dios es independiente, inmutable, simple, eterno y omnipresente. No depende de nosotros y no es resucitado por nosotros, sino que brota libre y limpia de las profundidades del ser Divino. No cambia, no cae ni se eleva, no aparece ni desaparece, pero pierde todas las sombras, incluso de reversión. No es una cualidad en el Ser Divino junto a otras cualidades y nunca entra en conflicto con estas, sino que cae junto con el Ser Divino mismo: Dios es amor, Él mismo, íntegro, perfecto, con todo su ser. No está sujeto al tiempo ni al espacio, pero está por encima de él y desciende desde la eternidad al corazón de todos los hijos de Dios. Tal amor es absolutamente confiable;| 146 | descanso; Si tal Dios de amor es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Lo mismo puede decirse ahora de todos los bienes transmisibles. Del conocimiento y la sabiduría, la bondad y la gracia, la justicia y la santidad, la voluntad y el poder, que son propios de Dios, hay una leve semejanza en las criaturas. Todo lo transitorio es una imagen. Las cosas visibles fueron hechas de cosas que no aparecen ante los ojos, Heb. 11: 3. Pero todas esas cualidades están presentes en Dios de manera original, independiente, inmutable, sencilla, infinita. Solo el SEÑOR es Dios, y nos ha hecho su pueblo, ovejas de su prado, Sal. 100: 3. Las propiedades transmisibles son tan numerosas que no es posible enumerarlas y describirlas todas. Si tuviéramos que ocuparnos plenamente de ellos, deberíamos describir todos esos nombres, imágenes y semejanzas que usan las Sagradas Escrituras para darnos una idea de quién y qué es Dios para sus criaturas y especialmente para su pueblo. . Si las Escrituras, como se indica en algunas palabras anteriores, atribuyen a Dios todos los miembros del cuerpo, como ojos y oídos, manos y pies, etc.; cuando transfiere todas las sensaciones, afectos, pasiones, decisiones, acciones humanas a Dios; cuando ella lo designa con todos los nombres de cargos y profesiones que hay entre los hombres, y lo llama rey y legislador y juez, guerrero y héroe, labrador y pastor, hombre y padre; cuando llama en ayuda de todo el mundo orgánico e inorgánico para acercarnos a Dios, y lo compara con un león, un águila, un sol, un fuego, una langosta, una roca, un escudo, etc. entonces todo esto es un medio para hacernos conocer a Dios y dar una impresión profunda de la suficiencia de su ser. Los seres humanos necesitamos todo el mundo fuera de nosotros para nuestra existencia espiritual y física; porque somos pobres y débiles en nosotros mismos y somos y no tenemos nada. Pero todo lo que necesitamos, en alma y cuerpo, por el tiempo y la eternidad, es todo sin excepción, original, perfecto, en plenitud infinita, presente para nosotros en Dios. Él es el bien supremo y la fuente abundante de todo bien. y lo compara con un león, un águila, un sol, un fuego, una langosta, una roca, un escudo, etc .; entonces todo esto es un medio para hacernos conocer a Dios y dar una impresión profunda de la suficiencia de su ser. Los seres humanos necesitamos todo el mundo fuera de nosotros para nuestra existencia espiritual y física; porque somos pobres y débiles en nosotros mismos y somos y no tenemos nada. Pero todo lo que necesitamos, en alma y cuerpo, por el tiempo y la eternidad, es todo sin excepción, original, perfecto, en plenitud infinita, presente para nosotros en Dios. Él es el bien supremo y la fuente abundante de todo bien. y lo compara con un león, un águila, un sol, un fuego, una langosta, una roca, un escudo, etc .; entonces todo esto es un medio para hacernos conocer a Dios y dar una impresión profunda de la suficiencia de su ser. Los seres humanos necesitamos todo el mundo fuera de nosotros para nuestra existencia espiritual y física; porque somos pobres y débiles en nosotros mismos y somos y no tenemos nada. Pero todo lo que necesitamos, en alma y cuerpo, por el tiempo y la eternidad, es todo sin excepción, original, perfecto, en plenitud infinita, presente para nosotros en Dios. Él es el bien supremo y la fuente abundante de todo bien. hacernos conocer a Dios y dar una impresión profunda de la suficiencia de su ser. Los seres humanos necesitamos todo el mundo fuera de nosotros para nuestra existencia espiritual y física; porque somos pobres y débiles en nosotros mismos y somos y no tenemos nada. Pero todo lo que necesitamos, en alma y cuerpo, por el tiempo y la eternidad, es todo sin excepción, original, perfecto, en plenitud infinita, presente para nosotros en Dios. Él es el bien supremo y la fuente abundante de todo bien. hacernos conocer a Dios y dar una impresión profunda de la suficiencia de su ser. Los seres humanos necesitamos todo el mundo fuera de nosotros para nuestra existencia espiritual y física; porque somos pobres y débiles en nosotros mismos y somos y no tenemos nada. Pero todo lo que necesitamos, en alma y cuerpo, por el tiempo y la eternidad, es todo sin excepción, original, perfecto, en plenitud infinita, presente para nosotros en Dios. Él es el bien supremo y la fuente abundante de todo bien. perfecto, en plenitud infinita, presente para nosotros en Dios. Él es el bien supremo y la fuente abundante de todo bien. perfecto, en plenitud infinita, presente para nosotros en Dios. Él es el bien supremo y la fuente abundante de todo bien. | 147 |Lo primero que la Sagrada Escritura pretende con todas esas denominaciones y descripciones del Ser Divino, es ahora darnos una impresión indeleble de que Jehová, el Dios que se ha revelado a Israel y en Cristo, es el verdadero, es lo esencial, el Dios vivo. Los ídolos de los gentiles y los ídolos de los filósofos (panteístas y politeístas, deístas y ateos) son obra de las manos del hombre; no hablan, no ven, no oyen, no sienten, no van. Pero el Dios de Israel está en el cielo y hace lo que le place. Él es el único, Deut. 6: 4, el verdadero, Juan. 17: 3, el Dios eterno, Deut. 5:26, Jos. 3:10, Dan. 6:27, Hechos. 14:15, 2 Cor. 6:16, 1 Tim. 3:15, 6:17. La gente quiere hacer de Dios un Dios muerto, para poder actuar con Él según el placer. Pero St. La Escritura clama al hombre: Te equivocas, Dios existe. Él es el Dios verdadero, vive ahora y para siempre. Y es una cosa terrible caer en las manos del Dios viviente, Heb. 10:31. Como tal Dios vivo, que es mera vida y fuente de toda vida, Sal. 36:10, Jer. 2:13, Él es más Espíritu, Juan 2:13 4:24 sin cuerpo, aunque se le atribuyen toda clase de miembros y acciones corporales, Deut. 4:12, 16 y por lo tanto inimitable, Deut. 4: 15-19 e invisible, Ex. 33:20, Jn. 1:18, 6:46, I Tim. 6:16. Como Espíritu, entonces tiene más conciencia, perfecto conocimiento de sí mismo, Mat. 11:27, 1 Cor. 2:10, y por sí mismo también el conocimiento perfecto de todas las cosas que sucederán o sucederán en el tiempo, por ocultas o vacías que estén, Isa. 46:10, Jer. 11:20, Matt. 10:30, heb. 4:13; voluntad, por la cual él mismo hace lo que le place (voluntad oculta o voluntad de decisión), Sal. 115: 3, Prov. 21: 1, Dan. 4:35, y también define la regla de nuestra conducta, voluntad revelada o voluntad de mando), Deut. 29:29, Mat. 07:21, 12:50; y poder por el cual, a pesar de toda oposición, puede llevar a cabo lo que se ha propuesto, y nada es imposible para él, Gén. 18:14, Jer. 32:27, Zac. 8: 6, Mat. 7:26 PM, I Tim. 6:15. Pero este conocimiento, voluntad y poder no es arbitrario, sino que está determinado moralmente en todas partes. Esto ya es evidente en la sabiduría atribuida a Dios en la Sagrada Escritura, Prov. 8: 22—31, Job 28: 20—28, | 148 |ROM. 16-27, 1 Tim. 1:17, y por el cual Él ordena y dirige todas las cosas de acuerdo con el propósito que propuso en la creación y la recreación, Sal. 104: 24, Ef. 3:10, Rom. 11:33. Pero además, esto se expresa clara y claramente en la bondad y la gracia, por un lado, y en la santidad y la justicia, por otro lado, que se atribuyen a Dios. Dios no es solo el Omnisciente y el Todopoderoso, sino que también es el Todo Bueno, solo bueno, Matt. 10:18, perfecto, Matt. 5:48, y fuente de todo lo bueno en las criaturas, Sal. 145: 9. Esta bondad de Dios se extiende por todo el mundo Sal. 145: 9, Mat. 5:45, pero cambia de acuerdo con los objetos en los que se enfoca, y luego toma diferentes formas, por así decirlo. Se llama paciencia cuando se muestra a los dignos de castigo, Rom. 3:25; gracia, cuando se prueba que es culpable, quienes reciben la remisión de los pecados, Ef. 2: 8; amor, cuando Dios se comunica y se otorga por gracia a las criaturas, Jn. 3:16, 1 Jn. 4: 8; misericordia, cuando la bondad de Dios se muestra a sus santos, Gen. 39:21, Núm. 14:19, Isa. 54:10, Ef. 2: 7; por favor, cuando se enfatiza que esta bondad, con todos sus beneficios, es un regalo gratuito, Matt. 11:26, Luk. 2:14, Luk. 12:32, 2 Tes. 1:11. 14, Luk. 12:32, 2 Tes. 1:11. 14, Luk. 12:32, 2 Tes. 1:11. Con esta bondad y gracia de Dios, su santidad y justicia van de la mano. Dios es llamado el Santo, no solo porque es exaltado sobre toda criatura como criatura, sino sobre todo, porque está separado de todo lo que es pecaminoso e inmundo en el mundo; y, por lo tanto, requiere que su pueblo, a quien eligió por gracia gratuita para ser suyo, sea santo, Ex. 19: 5, 6, Lev. 11:44, 45, 1 mascota. 2: 9, y se santifica en ella por medio de Cristo, Ef. 5:26, 27, quien se santificó por ella, para que ella también sea santificada en la verdad, Jn. 17:19. Su justicia está estrechamente relacionada con la santidad de Dios. Porque como el Santo, no puede tener comunión con el pecado; Los odia, Sal. 45: 8, Job. 34:10 Ponte airado contra ella, Rom. 1:18, está celoso de su honor, Ex. 20: 5, y así no se puede considerar inocente al culpable, Ex. 20: 5, 7. Su naturaleza santa exige que Él también, fuera de sí mismo, mantenga el juicio en el mundo de las criaturas, y sin tener en cuenta a las personas.| 149 | cada uno según sus obras, Rom. 2: 2-11, 2 Cor. 5:10. Hoy en día, la gente se hace pensar a sí misma ya los demás que a Dios no le importan cosas tan pequeñas como los pensamientos y las acciones pecaminosas de los hombres. Pero el Dios vivo y verdadero, a quien las Escrituras nos dan a conocer, piensa de manera muy diferente al respecto. Está terriblemente enojado con los pecados tanto innatos como reales, y quiere castigarlos temporalmente y para siempre con un juicio justo, Deut. 27:26, Gá. 3:10. Pero de acuerdo con esa justicia, Él no solo castiga a los impíos, sino que es de acuerdo con la notable enseñanza de las Escrituras de acuerdo con esa misma justicia que Él dispone la salvación para los justos. Es cierto que los piadosos, considerados en sí mismos, son pecadores y no mejores que los demás. Mientras que los malvados ocultan o disfrazan sus pecados, son ellos mismos los que reconocen y confiesan su culpa. Pero esto es precisamente lo que marca la diferencia. Aunque personalmente culpables e inmundos, están del lado de Dios y contra el mundo en este asunto. De modo que pueden alegar sobre la promesa de su pacto de gracia, sobre la verdad de su palabra, sobre la justicia que Dios mismo ha introducido en Cristo. De acuerdo con esa justicia, podemos decir con reverencia, Dios mismo está obligado a perdonar los pecados de su pueblo y a dar vida eterna, Sal. 4: 2, 7:10, 31: 2, 34:23, 35:23, 51:16, 103: 17, 1 Juan. 1: 9. Y cuando Dios a menudo se demora, y los piadosos son probados en su fe durante mucho tiempo, luego, en su perfecta salvación, la veracidad y fidelidad de Dios sale a la luz más brillantemente, Gen. 24:27, 32:10, Jos. 21:45, 2 Sam. 7:28, Sal. 57: 4, 105: 8. El Señor lo cumplirá por su pueblo; su misericordia perdura para siempre, Sal. 138: 8. Él es misericordioso y misericordioso, paciente y abundante en bondad y verdad, Ex. 34: 6, Sal. 86:15, 103: 8, 145: 8. Estos mencionan carros y caballos, pero mencionaremos el nombre del Señor nuestro Dios, Sal. 20: 8, Jer. 9:23, 24, I Cor. 1:31, 2 Cor. 10:17. Porque tal Dios es nuestro Dios por los siglos de los siglos; Él nos guiará a la muerte, Sal. 48:15. Él es un Dios bendito y glorioso, 1 Tim. 6:15, Ef. 1:17. Y bendito el pueblo cuyo Dios es el Señor, Sal. 33:12. Capitulo IX
- Y al tercer día resucitó
"Os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual, asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 Y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5 Y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven hasta hoy, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a uno abortivo, me apareció a mí". 1 Corintios 15:1-8; 20-25 El Apóstol Pablo afirma categóricamente: Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. La resurrección de Jesús es el tema central sobre el cual gira y se fundamenta la fe cristiana, de ella depende la esperanza de los cristianos. El drama de la cruz El drama del Calvario duró aproximadamente seis horas, comenzó alrededor de las nueve la mañana cuando Jesús fue clavado en la cruz, llegó a su clímax al mediodía cuando el sol se oscureció y las tinieblas cubrieron la tierra y culminó a las tres de la tarde cuando se articulan las últimas palabras del condenado: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Antes que el sol declinara los dirigentes judíos pidieron a Pilato que los cuerpos fueran retirados de la cruz debido a la cercanía de la fiesta de la Pascua. El centurión y los soldados a cargo de la ejecución quebraron las piernas de los dos ladrones y cuando llegaron a Jesús certificaron su muerte clavando una lanza en el costado, del cual salió sangre y agua. Nicodemo y José de Arimatea, miembros del sanedrín, pidieron a Pilato el cuerpo de Jesús para colocarlo en el sepulcro. Recibieron un cadáver al que, de acuerdo a la costumbre judía, ungieron con aproximadamente 32 kilogramos de mirra y áloes a efectos de retardar el proceso de putrefacción. Al tercer día las mujeres que fueron al sepulcro llevaban especias aromáticas para continuar el ungimiento del cuerpo con el mismo propósito. En esos tres días los discípulos entraron en un estado depresivo en el que se conjugaban la tristeza, el llanto y el miedo. Habían sido invadidos por una sensación de derrota definitiva. Los dirigentes judíos lograron su cometido, Jesús había sido juzgado, condenado y ejecutado sin que se produjeran disturbios. Sin embargo, tenían miedo que el cadáver fuera robado y solicitaron una guardia romana para asegurarse que nadie sacara el cuerpo del sepulcro. Los representantes del Imperio Romano entregaron el cadáver de Jesús, los discípulos asumieron la muerte y los judíos tomaron precauciones para que los despojos no fueran tocados. Todo indica que nadie creía en la posibilidad de la resurrección. La angustia del sábado Ampliemos la ucronía paulina y detengamos la historia en ese instante en que el cadáver de Jesús está en el sepulcro. Anás, Caifás, Pilato, Judas, Barrabás han triunfado; la mentira ha prevalecido sobre la verdad, la injusticia sobre la justicia, la traición sobre la lealtad, el bien sobre el mal, la muerte sobre la vida, los designios del hombre sobre la voluntad de Dios. Si todo se detiene allí la enseñanza de Jesús es el discurso inconsistente de un alucinado que se creía hijo de Dios, afirmaba que tenía el poder para resucitar, prometía su regreso en gloria y hablaba de un juicio sobre la humanidad que lo tendría como protagonista. Pero por sobre todo se frustraría el objetivo central de la venida del Hijo de Dios a la tierra que era responder al interrogante fundamental de la existencia humana: el sentido de la vida y de la muerte. Los existencialistas dicen que el hombre es un ser para la muerte, arrojado al mundo para morar e ir muriendo porque la totalidad de su existencia se extingue cuando expira. Desde esta óptica la muerte es un final ineludible que devuelve al hombre a la nada de donde procede y la amenaza constante de la muerte produce la angustia existencial. El sábado previo a la resurrección, cuando el cuerpo de Jesús estaba todavía en el sepulcro, fue el día en que esa angustia se materializó para la humanidad porque todos los interrogantes quedaron sin respuesta. El italiano Leonardo Sciacia en uno de sus cuentos relata la experiencia de una joven siciliana, campesina, que hace un viaje a Roma, la gran ciudad. Sentada en una cafetería observa cómo se mueve la multitud y hace una vívida descripción de lo que sería el clima de ese fatídico sábado: “… marchaban detrás de la vida como detrás de un coche fúnebre, cuando cada uno piensa: ‘Estoy vivo, le ha tocado a aquél, no he muerto aún…’ todos van así, detrás de la alegría”. El problema de la muerte Los existencialistas estaban en lo cierto cuando afirman que el problema excluyente del ser humano es la muerte. El hombre se siente paralizado frente a este misterio y sabiendo que su propio final es inexorable trata de ignorarlo. Sin embargo, cada vez que la muerte se hace presente, los interrogantes vuelven a inquietarlo. Gustavo Adolfo Bécquer daba forma poética a sus preguntas: ¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es, sin espíritu, podredumbre y cieno? ¡No sé; pero hay algo que explicar no puedo, que al par nos infunde repugnancia y duelo, a dejar tan tristes, tan solos los muertos. La ciencia trabaja denodadamente para bajar los índices de mortalidad y elevar la expectativa de vida, pero su esfuerzo es inútil, inevitablemente la vida es una batalla que termina en la derrota de la muerte. Como decía Blas Pascal: Por muy bella que haya venido siendo la comedia el último acto será sangriento. El amor más sublime, la vida más altruista, la inteligencia más brillante, la santidad más pura, la lucha más noble siempre llegan a su fin tronchados por la muerte. Sobre una de las tumbas del Cementerio Británico en Buenos Aires, Argentina hay una columna truncada. Me explicaron que simbolizaba la vida de un joven que había quedado incompleta y esa columna mutilada era la forma de simbolizarlo. Interiormente pensé que en todas las tumbas podía ponerse esa simbólica columna porque la muerte siempre trunca la vida, no importa la edad a la que llegue, siempre la deja incompleta. El sábado que el cadáver de Jesús reposa en el sepulcro resuenan sobre toda la humanidad las antiguas sentencias, pero despojada de toda esperanza: por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, porque la paga del pecado es muerte. Mientras Jesús está en el sepulcro el problema de la muerte no tiene respuestas y tampoco sabemos si la vida vale la pena vivirse. El límite infranqueable Las mujeres que el domingo fueron al sepulcro buscaban un cadáver. Para ellas, como para tantos seres humanos, había un límite infranqueable entre la vida y la muerte e iban con las especies aromáticas a ganarle unos segundos a la corrupción. Fueron a ver los despojos de una batalla perdida y a llorar compadecidas por el triste destino del maestro, pero esas lágrimas también eran de autocompasión ante su propio desamparo. “Mientras hay vida hay esperanza” reza un antiguo refrán español; tácitamente afirma que la llegada de la muerte eclipsa la esperanza. Hemos internalizado una barrera entre la vida y la muerte, que separa a los que están “más acá” de los que están “más allá”. Cuando Lázaro, el amigo de Jesús, estaba enfermo sus hermanas mandaron a llamar a Jesús porque confiaban en que podía sanarlo. Lo urgieron para que llegase a tiempo, antes que el enfermo traspasara el límite de la vida. Cuando Jesús llegó Lázaro ya había muerto y las dos hermanas, la pragmática Marta y la contemplativa María, hicieron el mismo comentario “Si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano”. Ambas, desde sus diferentes enfoques de la vida, coincidieron en que solo cuando hay vida se puede albergar esperanza. También las mujeres que van al sepulcro llevan sobre sus espaldas los milenios de experiencia que les hace pensar en ese límite infranqueable. María Magdalena llega a verbalizarlo cuando reclama “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. No está buscando a un sujeto, sino a un objeto. No sabía que se hallaban ante la culminación de la suprema obra de salvación, que el límite se había roto, que Jesús había triunfado sobre el sepulcro y sobre la muerte, y había sacado a luz la vida y la inmortalidad.7) La respuesta de la resurrección Si la cruz y el sepulcro abrieron los interrogantes, la resurrección los responde. Pedro afirma en su discurso de Pentecostés “… al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.” El Apóstol, para quien fue tan difícil aceptar la cruz y la muerte, ha reflexionado sobre la imposibilidad de que la muerte pudiera enseñorearse sobre Jesús. La ley de la corrupción no podía cumplirse en Jesús porque Él fue sin pecado y si en un primer momento la resurrección causa asombro, porque el límite ha sido franqueado, la posterior reflexión demuestra que lo lógico era que quien no cometió pecado, pudiera sufrir la muerte para expiar los pecados de los hombres, pero no podía ser retenido por ella. La victoria de Jesús sobre la muerte y el sepulcro es la buena noticia del evangelio y la culminación de su obra. No podemos minimizar la obra de Jesucristo limitando su efecto a lo temporal, a lo contingente, a lo pasajero. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. La obra de la redención tiene alcances eternos, con su muerte paga el precio del pecado y resucitando nos abre el camino hacia una eternidad con Dios. Solo la resurrección de Jesús hizo posible que los cristianos pudieran cantar desde la antigüedad ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Al visitar la ciudad de Jerusalén y llegar al Jardín de la Tumba del huerto. Al encontrarse frente al sepulcro, que según la tradición fue adonde Jesús fue puesto después de su muerte, al levantar la vista se encontrará con una inscripción que alguien colocó allí, y que reza: “No está aquí”. El estar allí frente a la rusticidad de la piedra desnuda provoca un impacto emocional fuerte. Es una tumba que, a diferencia de todas las tumbas, está vacía; la derrota de la muerte ha sido reemplazada por la victoria de la resurrección, el límite ha sido franqueado y el vencedor nos hace compartir su victoria. Allí la vida cobró sentido, los interrogantes existenciales encontraron respuesta. Cristo ha resucitado; hay esperanza, porque Él vive nosotros también viviremos. Gracias a Dios podemos repetir con el apóstol: "Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron es hecho".(1° Corintios 15:20)
- ¿Para qué murió Cristo?
Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Mateo 20:25-28 Cuando para el mundo cristiano se recuerdan los acontecimientos más importantes en la historia de la humanidad, los sucesos que cambiaron para siempre la vida de millones de personas alrededor del mundo. Evidentemente nos referimos a la muerte y resurrección de Jesucristo. La Biblia nos declara que el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros con un propósito principal, dar su vida para que nosotros pudiéramos recibir la vida eterna. Es a través de su muerte y resurrección que Jesús restaura todas las relaciones que habían sido quebrantadas por el pecado: la relación entre el ser humano y Dios, la relación entre el ser humano con sus semejantes, la relación del ser humano consigo mismo y la relación del ser humano con la naturaleza misma. Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y a través de su resurrección tenemos una esperanza viva que nos alienta a vivir con la expectativa de su segunda venida en la que la restauración será final y eterna. Por esta razón, el viernes santo y el domingo de resurrección son las fechas más importantes del mundo cristiano y que nos hacen reflexionar sobre nuestro estado y nos invita a celebrar la salvación en Jesús y su resurrección. ¡Servimos a un Dios vivo! La crucifixión implicaba mucho más que ser colgado en un árbol, poste o cruz. Generalmente, este castigo comenzaba por azotar al individuo. La flagelación se llevaba a cabo con un látigo de corta longitud por un profesional conocido como “lictor”, que realizaba la tarea hábilmente, arrancando la piel de la víctima con cada golpe. A menudo, estos látigos tenían pedazos de hueso, piedra o metal amarrados en la punta para aumentar su terrible efectividad; también existía un tipo de látigo llamado “el escorpión” cuyas puntas tenían ganchos. El propósito de azotar a la víctima era dejarla casi muerta. Luego, se le escoltaba al lugar donde iba a ser crucificada —en el caso de Jesús, a Gólgota. Y, si era capaz de hacerlo, la víctima debía cargar la viga en que posteriormente se le ataría o clavaría. Pero los horribles azotes que Cristo recibió lo dejaron tan débil que no pudo llevar su propia cruz, y un transeúnte llamado Simón tuvo que hacerlo por Él (Mateo 27:32-33). Esta “procesión” fue nada menos que otra manera de humillarlo. Al llegar a Gólgota, los verdugos probablemente tiraron a Cristo al suelo para clavar sus manos y pies a la cruz que luego asegurarían en una estaca vertical. El dolor que Jesucristo sufrió durante su crucifixión fue insoportable; sus heridas sangraban incesantemente y es muy probable que le costara respirar. Mientras tanto, los espectadores de su sufrimiento se burlaban de Él y los soldados romanos echaban suertes para decidir quién se quedaría con su ropa. Muchos otros autores con conocimiento médico han descrito la agonía que implica una crucifixión. Los enemigos de Cristo lo odiaban tanto que buscaron el método de ejecución más doloroso posible para eliminarlo. De todas formas, Jesús soportó la humillación de la cruz, llevando nuestros pecados en su propio cuerpo para que eventualmente pudiésemos tener vida eterna. Sin embargo, la muerte y resurrección de Jesús significan algo más aparte del precioso regalo de la redención de nuestros pecados y la esperanza de la vida eterna. Quienes hemos puesto nuestra fe en Cristo debemos vivir de acuerdo a una nueva ética que refleje los valores de nuestro Señor. El cristianismo es mucho más que obtener un boleto al cielo, nos guía a vivir de una manera en que Cristo pasa a ser el centro de nuestra historia, una forma que impacte todas las áreas de nuestra vida. Todas las personas naturalmente viven para sí mismas, pero los cristianos al momento de aceptar a Cristo en sus vidas, eligen ya no vivir para sí mismos, ahora viven para Cristo. Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2 Corintios 5:14-15 La paradoja del cristianismo se da en que Cristo vino a darnos vida abundante (Juan 10:10), pero esta vida solo comenzamos a disfrutarla cuando morimos a nosotros mismos. De esto nos habla el nuevo nacimiento, cuando damos nuestra vida por Cristo y por los demás entonces realmente encontramos la plenitud de la vida. La tendencia natural de todo ser humano es ser egoísta, pero el mensaje de Cristo va en contra de nuestra cultura y tendencia. Por esta razón, un verdadero seguidor de Jesucristo debe vivir de acuerdo a una ética de valores diferentes a los de los demás en la que el amor por el prójimo es la característica esencial de sus acciones. Vivir para Cristo es un mensaje comúnmente aceptado, pero tristemente es muy poco practicado por muchos, y trágicamente líderes cristianos entre ellos. Es natural y deseable centrar la atención de la gente en nosotros mismos. Es atractivo recibir la recompensa terrenal de la aprobación de los demás. Es fácil pensar que por ser líderes estamos exentos de caer en la tentación del orgullo, pero debes saber que aquellos que lamentablemente han caído no eran peores que nosotros y con toda certeza creían que estaban firmes en sus convicciones y ministerios. La diferencia se da gradualmente en vivir ensimismados en lugar de vivir centrados en Cristo y los demás. El apóstol pablo en Gálatas 2:20 nos recuerda que el mensaje de la cruz es actual y se debe reflejar en nuestra vida diaria: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” La vida de Cristo en nosotros no se refleja en un discurso religioso o en una posición de liderazgo sino en nuestro amor sincero por los demás. Un verdadero cristiano es aquel vive con la humildad de Jesús, sirve con la compasión de Jesús y ama a los demás con el amor sacrificial de Jesús. La muerte y resurrección de Cristo van mucho más allá de acontecimientos históricos que recordamos cada año ya que son la base de nuestro diario vivir y el fundamento central de nuestra fe y ética práctica demostrada en nuestra adoración a Dios y en una vida en servicio a los demás.
- La Iglesia primitiva: Inicios y persecuciones
«…En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles… Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio» Hechos 8.1-4 ¿Por qué estudiar la historia de la Iglesia? Ser cristiano es ser parte de la historia. Y crecer como cristiano es ser un estudioso de la historia. Esto no significa que todos los cristianos disfruten de investigar documentos antiguos en archivos degastados, o leer el último best-seller de la Oxford University Press. Más bien, el cristianismo no es una religión de meditación o de filosofías especulativas, sino una religión de hechos históricos. Es, entre otras cosas, el mensaje acerca de los acontecimientos que tuvieron lugar en el tiempo y el espacio. El cristianismo también enseña algunas verdades eternas: la existencia de Dios, sus atributos, la naturaleza de la Trinidad, etc., pero se enfoca en los sucesos históricos de la encarnación, muerte y resurrección de Jesús. Por tanto, el cristiano está personalmente involucrado con la historia. No obstante, muchas veces tendemos a relegar la importancia de la historia o a atesorarla demasiado por su propio bien. Así es como Carl Trueman describe las dos tendencias: «La idolatría de lo nuevo y de lo novedoso, con la [correspondiente] falta de respeto por todo lo que es tradicional; o la nostalgia por el pasado que es básicamente idolatría de lo viejo y lo tradicional. Amabas son desalentadoras: la primera deja a la iglesia como una entidad anárquica que está destinada a reinventar el cristianismo cada domingo, y es propensa a ser subvertida y dominada por cualquier líder o grupo carismático (¡en el sentido no teológico!) que se preocupa por flexionar su músculo; la segunda deja a la iglesia atada al pasado, ya que a sus líderes les interesa escribir ese pasado y, por tanto, no pueden comprometerse críticamente con su propia tradición»[1]. Tal como Dr. Trueman señala, la historia es importante. ¿Cuáles crees que son algunos de los efectos de descuidar la historia para el cristiano? Algunos de los que pensé serían: la eclesiología difusa, la desunión acerca de minucias; la confusión acerca de la misión; la adopción de valores culturales; la teología débil, la herejía. He enumerado varias razones por las que pienso que los cristianos deberíamos prestar atención a la historia. Primero, Dios nos ordena ser estudiantes del pasado. En el Antiguo Testamento, al pueblo de Dios se le recuerda no olvidar la fidelidad de Dios para con ellos en el pasado: su pacto especial con ellos, su liberación de Egipto, la derrota de sus enemigos una y otra vez. Vemos un patrón constante: A los israelitas les iba mejor cuando recordaban la fidelidad de Dios, y vacilaban cuando la olvidaban. Esta también es la razón por la que el Señor les ordenó edificar monumentos y practicar ceremonias anuales: Él quería que su pueblo recordara lo que había hecho por ellos. Ya no construimos monumentos, pero algunas de nuestras prácticas en la iglesia local (el bautismo y la Cena del Señor) nos recuerdan la fidelidad y la gracia de Dios. Así que deberíamos desarrollar el hábito de recordar el pasado. Segundo, por el evangelio de Jesucristo, hemos sido adoptados en una familia que abarca razas, culturas, fronteras e incluso el tiempo. Por tanto, es provechoso para nosotros refrescar nuestra historia familiar. La historia de la iglesia debería proporcionarnos numerosos ejemplos de nuestros hermanos y hermanas de distintos ámbitos de la vida, y de una variedad de contextos que trabajaron para llevar su fe al mundo en el que viven. Tercero, Eclesiastés nos recuerda: «Nada hay nuevo debajo del sol» (Ec. 1:9). Indudablemente, como veremos en este seminario, muchos de esos desacuerdos y herejías se repetirán. Es posible que en momentos diferentes y de distintas maneras, pero el estudioso de la historia está mejor preparado para abordar estos problemas y brindar respuestas claras. Finalmente, la historia debería hacernos humildes, debería alentarnos y equiparnos para la evangelización. Oro para que este seminario sirva como una fuente de humildad para nosotros a medida que recordamos que no existimos en una burbuja de nuestra circunstancia actual, a fin de que podamos aprender grandes cosas de recordar el pasado. También oro para que podamos ser animados por la audacia y el sacrificio de nuestros hermanos y hermanas que ya no están. Que sus ejemplos nos sirvan como recordatorios del evangelio. ¿Cuáles crees que son algunas de las otras razones por las que los cristianos deberían prestar atención a la historia? Creo que debemos resaltar algunas cosas en relación con esta clase y las próximas doce siguientes. En primer lugar, esta clase no se tratará acerca de la historia del cristianismo alrededor del mundo. El tiempo no nos lo permite. Pero recomendaría encarecidamente el estudio del crecimiento y la expansión del cristianismo en áreas no cubiertas en esta clase. En segundo lugar, lo que aquí veremos será más personalizado. Intentamos ubicar nuestra teología y práctica en la corriente del cristianismo desde el siglo I en adelante. Por lo que nos centraremos en cosas que son importantes para nosotros como iglesia local. 2.- Contexto político, cultural y religioso del cristianismo primitivo A. El judaismo El cristianismo surgió de muchas maneras como una consecuencia del judaísmo, y los cristianos eran conscientes de sus raíces en la religión antigua. Ellos creían el mismo conjunto de Escrituras e incluso afirmaban adorar al mismo Dios, Jehová, que creó y gobernó al mundo. Jesucristo creció en una familia judía y era inconfundiblemente judío en sus enseñanzas y prácticas. Muchos de los primeros cristianos todavía adoraban en el templo, guardaban el día de reposo y creían ser «judíos buenos» que acababan de creer que Jesús era el Mesías. Durante un tiempo, el cristianismo existió en una paz relativa bajo Roma debido a la protección oficial que se le otorgó al judaísmo, dado que la nueva religión parecía una pequeña secta dentro de la fe más antigua. Sin embargo, como vemos en el libro de Hechos, los «seguidores de Jesús», como se les decía, se toparon con una oposición significativa con el establecimiento judío. Y como dice el historiador Mark Noll, la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. es el primer punto de inflexión en la historia de la Iglesia, porque es entonces cuando la Iglesia es expulsada de la sombrilla protectora del judaísmo. B. El Imperio romano Jesús nació en una tierra gobernada por el Imperio romano. Durante los siglos I (0-99) y II (100-199) d. C., los emperadores romanos extendieron su dominio sobre un vasto reino que se extendía desde Bretaña hasta el Sahara, y desde España hasta Irak. El Imperio alcanzaba los 4800 km de este a oeste, casi la longitud de los Estados Unidos, y los historiadores estiman que contenía cerca de 50 millones de personas. Para comienzos del siglo II, Roma era la única superpotencia del mundo, y se encontraba en medio de un intervalo de 200 años conocido como la pax romana, la «paz romana» donde había poca o ninguna guerra internacional. Aunque Roma no tenía rivales externos, sí tenía problemas internos. Cristo nació en un Imperio romano que experimentaba una gran agitación. Las rebeliones locales casi continuas estallaban contra el gobierno romano, particularmente entre los judíos. Siempre atentos para mantener su autoridad, los líderes romanos vigilaban las amenazas a su control. La religión oficial del Estado romano adoraba a un panteón en evolución de deidades caprichosas que supuestamente gobernaban las fuerzas de la naturaleza. Al conquistar una tierra nueva, por lo general, Roma incorporaba a los dioses locales a su religión imperial. Dado que el Imperio creció en autoridad y prominencia, el culto oficial se convirtió en la adoración del mismísimo emperador. El objetivo de toda devoción religiosa, ante los ojos de las autoridades romanas, era mantener la unidad cívica y obtener el favor divino. Hablaremos más al respecto en breves minutos. C. La filosofía griega y las religiones Adicionalmente, las nuevas filosofías y las escuelas de pensamiento contribuyeron a una atmosfera religiosa popular que no se había visto en el Imperio durante algún tiempo. Muchas religiones además del cristianismo comenzaron, y usualmente terminaron, durante este periodo. Las filosofías helenísticas y las «religiones misteriosas», como se les llamaba, se propagaron en el siglo III entre los que buscaban respuestas que fueran más satisfactorias tanto intelectualmente como espiritualmente de lo que podían ofrecer los cultos oficiales. 3.- La expansión del cristianismo El Imperio romano fue el escenario para la mayor parte de la expansión del cristianismo. En el libro de Hechos, vemos que el evangelio cristiano se extendió desde Jerusalén hacia el exterior por todo el Mediterráneo oriental, terminando al final del libro en Roma, a principios de los años 60 d. C. 100 años más tarde, aproximadamente en el año 150 d. C., encontramos reportes de cristianos esparcidos a lo largo del Imperio, incluyendo todas las provincias romanas en la parte oriental del Mediterráneo, en todo el norte de África, e incluso en la Francia de hoy día. El cristianismo también se había propagado más allá del Imperio hasta la India, y tal vez incluso hasta el sur de Etiopía. Un escritor intrépido pudo incluso escribirle al emperador en el año 150 d. C.: «Ya hemos llenado todo lo que les pertenece: las ciudades, las islas, las fortalezas, los municipios, los campos, el Palacio, el Senado, el Foro. Solamente dejamos [vacíos] los templos [paganos]»[2]. Personas de todos los ámbitos de la vida abrazaron la nueva fe. La mayoría de los primeros cristianos vivieron en áreas urbanas, y eran en su mayoría gente de clase media, aunque personas de clases más bajas e inferiores también creyeron. Muchos tenían un trasfondo judío helenizado, aunque los convertidos provenían de todo tipo de etnias y orígenes religiosos. El mensaje de la muerte y resurrección de Jesucristo llegó en un momento en que las condiciones estaban listas para su rápida difusión y asimilación en la cultura romana. Con las conquistas de Alejandro Magno, el griego se había convertido en el idioma unificador del Mediterráneo. Por tanto, no existían las barreras idiomáticas, y el mensaje de Cristo avanzaba rápidamente de boca en boca y a través de la literatura escrita. No solo eso, los judíos se encontraban esparcidos por todo el Imperio. Encontramos que Pablo iba directo a las sinagogas de cada ciudad que visitaba, para proclamar el mensaje del Cristo resucitado. La infraestructura del Imperio era sin precedentes. Un sistema de vías atravesaba la tierra, y el gobierno protegía a los viajeros de los bandidos y de otros peligros. El Imperio había creado extensas rutas de intercambio dentro de sus límites y con otras civilizaciones; estas demostraron ser una entrada útil a Europa y Asia. Independientemente de sus intenciones, incluso las persecuciones romanas periódicas de cristianos con frecuencia ayudaron a la propagación del evangelio. Como leemos en Hechos 8:1-4, cuando la persecución judía estalló, los cristianos en Jerusalén fueron esparcidos a lo largo de la región, llevando las buenas noticias de Cristo con ellos. ¿Por qué las personas se hicieron cristianas? En sentido teológico, sabemos que la salvación es un acto soberano de la gracia divina. Sin embargo, desde una perspectiva humana, podemos ampliar nuestra imaginación histórica para considerar cómo esta nueva fe extraña apareció y atrajo a nuevos creyentes. Por favor, toma esto con cautela, ya que todo está basado en tradiciones e historias de los siglos I y II d. C. Primero, la caridad cristiana era bastante atractiva. Los cristianos se hicieron conocidos y admirados por su bondad, hospitalidad y generosidad para con los necesitados. Segundo, a diferencia de la rígida jerarquía social del Imperio romano, los cristianos valoraban a todas las personas por igual, y modelaban una comunidad que derribaba las barreras sociales. Tercero, los cristianos valoraban a las personas individualmente. Mientras que Roma daba prioridad a la unidad cívica, haciendo que la persona individual se subordinará al culto imperial, el cristianismo afirmaba la dignidad y el valor de cada ser humano. Cuarto, el cristianismo prometía el poder del bien sobre el mal. Muchos romanos creían en espíritus malignos, y esta nueva fe parecía ofrecer protección contra entes demoníacos. En relación con esto, una quinta razón por la que el cristianismo era atractivo, era su promesa de liberación de la muerte y la vida eterna. Por último, a medida que la persecución de cristianos se intensificaba, el audaz y fiel testimonio de muchos creyentes que enfrentaban la tortura y la muerte no podía ser ignorado. Algo acerca de esta fe debía ser real, razonó la gente; ¿por qué más morirían estos cristianos? 4.- Persecuciones y martirio Este crecimiento a menudo se produjo en medio de increíbles sufrimientos. Durante los primeros 300 años de la historia cristiana, estallaron numerosas persecuciones en contra de los cristianos, y muchas de ellas terminaban en muertes. Estas persecuciones no ocurrieron necesariamente en todo el Imperio (de arriba abajo), aunque posteriormente así fue; la mayoría de ellas eran locales, impulsadas por oficiales de las provincias. Eran violentas, y miles de cristianos fueron torturados y asesinados de formas espantosas y crueles. Por supuesto, vemos esto en el Nuevo Testamento, desde el martirio de Esteban, hasta los encarcelamientos de Pedro y Pablo, incluso en las exhortaciones de Pedro en su primera epístola, dirigidas a creyentes que sufrían bajo la persecución de Nerón (en los años 60 d. C.). De hecho, para prácticamente todos los apóstoles, la persecución era más la regla que la excepción, la tradición nos cuenta que compartieron el mismo destino del martirio. Muchos de estos relatos bien pueden ser ciertos. Sin embargo, deben ser tratados con cierto escepticismo, ya que en el siglo II d. C., las iglesias en diferentes ciudades comenzaron a reclamar los orígenes apostólicos, y quisieron señalar a un apóstol martirizado como su fundador. Esto también indica el enfoque que muchos de los primeros cristianos dieron a las persecuciones, y la reverencia que tenían para con los que sufrieron. Con eso en mente, piensa en el destino de los apóstoles. Y si tú o personas que conozcas se preguntan si Jesús fue solo un engaño, considera que quienes lo conocieron mejor estuvieron dispuestos a morir por quien creían que él era. Pablo fue encarcelado bajo el imperio de Nerón, luego fue decapitado en Roma. Santiago, hermano de Juan, fue decapitado por Herodes (Hechos 12:2). Tomás fue hasta la India donde fue «asesinado con un dardo» (¿flecha?). Simón Pedro fue crucificado (según Jerónimo) boca abajo en Roma, durante el gobierno de Nerón. Simón el Zelote predicó en toda África, también fue crucificado. Marcos fundó la iglesia en Egipto, y fue quemado vivo. Bartolomé predicó en Armenia, y «luego de diversas persecuciones, fue golpeado con palos, luego crucificado; y después de ser lacerado, fue decapitado». Andrés evangelizó en Etiopía, fue crucificado. Mateo predicó en Egipto y Etiopía, hasta que por órdenes del rey fue atravesado con una lanza. Felipe ministró en Grecia, fue «crucificado y apedreado hasta morir». Santiago, hermano de Jesús, fue golpeado hasta la muerte por fariseos y saduceos. Juan el Apóstol fue exiliado a la isla de Patmos, y luego falleció por causas naturales. Una temprana y famosa persecución detonó durante el imperio de Nerón. En el año 64 d. C., un terrible incendio calcinó la ciudad de Roma. Muchas personas en la ciudad, probablemente con justa razón, culparon a Nerón de la tragedia. El historiador romano Tácito escribe la respuesta del emperador: «Para acabar con este rumor, Nerón tachó de culpables y castigó con refinados tormentos a esos que eran detestables por sus abominaciones y que la gente llama cristianos. Este nombre les viene de Cristo, que había sido entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato durante el principado de Tiberio»[3]. Tácito continúa: «Empezaron, pues, a apresar a los que confesaban su fe; luego, basándose en sus declaraciones, apresaron a otros muchos que fueron convictos, no tanto del crimen de incendio como de odio contra el género humano. No se contentaron con matarlos; se ideó el juego de revestirlos con pieles de animales para que fueran desgarrados por los dientes de los perros, o bien los crucificaban, los embadurnaban de materias inflamables y, al llegar la noche, ellos iluminaban las tinieblas como si fueran antorchas. Nerón abrió sus propios jardines para estos espectáculos»[4]. Observa la acusación de Tácito de «odio contra el género humano». Nerón parece haber perseguido a los cristianos por tres razones: su desesperado deseo por distraer la atención del gran incendio, la amplia hostilidad hacia los cristianos porque no adoraban a los dioses romanos y la hostilidad de los judíos hacia los cristianos. Un segundo factor, relacionado con la acusación de Tácito, era que muchos romanos creían que los cristianos eran ateos y anarquistas porque se negaban a adorar a las deidades paganas o al emperador. Tal terquedad enfurecía a los romanos; las deidades, creían ellos, traerían desastres naturales, sequías y enfermedades en retribución a la gran parte de la población que se rehusaba a adorarles. Tertuliano escribió que cada vez que ocurría un desastre natural, ya fuera por inundación o sequía, la gente gritaba: «¡Los cristianos a los leones!». Otros malentendidos de la práctica cristiana llevaba a acusaciones incluso más salvajes en su contra. Debido a que los cristianos hablaban acerca del «amor», y debido a que incluso maridos y mujeres se referían entre sí como «hermano» y «hermana», algunas veces se les acusaba de incesto. Finalmente, la observancia cristiana de la Cena del Señor dio lugar a muchas acusaciones de canibalismo. [Aplicación: Desde muy temprano, la creencia y prácticas cristianas han afectado a la cultura en general. ¿Debería ser diferente cuando decimos cosas como que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer de por vida?]. En cuanto a Nerón, los rivales políticos lo destituyeron cuatro años más tarde, y el infeliz tirano se quitó la vida. Solo dos años después de eso, en el año 70 d. C., las fuerzas romanas reprimieron otra rebelión judía que también destruyó el templo de Jerusalén. Aunque fue trágico, como señala un historiador cristiano, esto también marcó un «punto de inflexión» decisivo en la historia de la Iglesia. El cristianismo se separó en definitiva del judaísmo, al romper sus lazos con el templo y con Jerusalén, y surgió como su propia fe distintiva. No obstante, la persecución regresaría. En al año 98 d. C., el emperador Trajano lanzó una campaña contra la Iglesia que duraría casi dos décadas. En una reveladora correspondencia entre Plinio el Joven, gobernador de la provincia de Bitinia, y Trajano, Plinio preguntó si la simple mención del nombre «cristiano» ameritaba un castigo, o solo las actividades asociadas con él. Trajano respondió que los cristianos debían ser castigados solo si se negaban a repudiar su fe y a «adorar a nuestros dioses». Si rechazaban su fe, debían ser liberados. Una de las cartas de Plinio describe su práctica: Te expongo la actitud que he tenido frente a los cristianos presentados ante mi tribunal. En el interrogatorio les he preguntado si son cristianos, luego durante el interrogatorio, a los que han dicho que sí, les he repetido la pregunta una segunda y tercera vez, y los he amenazado con el suplicio: si hay quienes persisten en su afirmación yo los hago matar. En mi criterio consideré necesario castigar a los que no abjuraron en forma obstinada. A los que entre estos eran ciudadanos romanos, los puse aparte para enviarlos frente al pretor de Roma. Absuelvo a los que están dispuestos a maldecir a Cristo, cosa que, se dice, los cristianos verdaderos no pueden ser persuadidos de hacerlo». Algunos cristianos profesantes renunciaron a Cristo, y la iglesia sufriría durante siglos por las preguntas relacionadas con cómo tratar a los apóstoles (o a los «vencidos» que solicitaban la readmisión a la comunidad. [Nota: este es uno de los efectos duraderos de estas primeras persecuciones]. Otro período de relativa tranquilidad y crecimiento vino cerca del año 125 d. C., hasta el reinado de Marco Aurelio (161-180 d. C.), quien desencadenó una nueva campaña de persecución. Muchos cristianos fueron martirizados durante estos años, entre ellos importantes líderes de la Iglesia como Policarpo. Eusebio registra que cuando el procónsul ordenó a Policarpo que maldijera el nombre de Cristo, su respuesta fue: «—Durante 86 años —respondió Policarpo—. He sido su siervo, y él nunca me ha hecho daño alguno. ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey, quien me salvó? —Tengo bestias salvajes —amenazó el procónsul—. Te arrojaré a ellas si no cambias tu manera de pensar. —Que vengan las bestias —respondió el anciano—. —Si menosprecias a las bestias, —contestó el procónsul—. Si no cambias de parecer, te haré arder en fuego. —Me amenazas con fuego que arde solo brevemente y después de un corto tiempo se apaga, porque ignoras el fuego del juicio venidero y el castigo eterno, que está reservado para los malvados. —declaró Policarpo—. ¿Pero por qué tardas? Haz lo que quieras. El procónsul se pasmó y envió a su heraldo al centro del estadio para que proclamara tres veces: ‘¡Policarpo ha confesado que es cristiano!’… ’Ante esto, toda la multitud de gentiles y judíos se enardecieron encolerizados y gritaron a viva voz: ‘Debe ser quemado vivo’. En menos tiempo del que se precisa para contarlo, la multitud recogió troncos y leña seca…. Cuando la pira estuvo lista… Policarpo oró: ‘Oh, Padre de tu amado Hijo Jesucristo, por quien te conocemos, te bendigo por este día y esta hora, que yo puedo, junto a los mártires, compartir la copa de Cristo para la resurrección para vida eterna tanto de alma como de cuerpo… Cuando hubo terminado, encendieron el fuego y ardió una gran llama». – Historia Eclesiástica. Luego de esta temporada de prueba, los cristianos disfrutaron otras dos décadas de relativa paz, mientras que la fe continuaba creciendo por todo el imperio. A partir del año 197 hasta el 212 d. C., hubo más persecución. Desde los linchamientos en Alejandría, hasta los ataques de la mafia en Roma, y las ejecuciones judiciales en Cartago, la fe de los creyentes fue puesta a prueba fuertemente. La persecución disminuyó hasta el año 235 d. C., y luego comenzó a crecer nuevamente. Las condiciones se volvieron bastante graves en el año 250 d. C., cuando el nuevo emperador Decio (r. 249-251 d. C.) asumió el trono deseando restaurar a Roma a su gloria anterior. Para promover la unidad cívica, ordenó que todos los ciudadanos participaran en sacrificios públicos a los dioses romanos. Aquellos que cumplían recibían los libelli, o certificados, que probaban que habían realizado los ritos exigidos [se encontraron certificados en Egipto en el siglo XX]. Quienes se negaban eran considerados traidores, y eran castigados severamente. Algunos cristianos evitaban los sacrificios y conseguían los certificados de funcionarios codiciosos y corruptos. Muchos apostataron y negaron su fe. Otros huyeron al exilio. Algunos creyentes resistieron y fueron ejecutados. Pero la Iglesia se había vuelto complaciente y no estaba preparada para manejar tal persecución. Muchos de los que todavía profesaban la fe se dividieron y se enfrentaron entre sí en disputas para demostrar cuál fe era genuina y comprometida. Para el año 251 d. C., un historiador escribe: «todo el cristianismo mediterráneo parece estar en ruinas». Esto sirve para advertirnos de que no debemos «romantizar» la persecución, y pensar que siempre solamente fortalece y hace crecer a la Iglesia. Bajo el dominio de Decio, la persecución casi logró destruirla. Antes de poder llevar a cabo su exterminio contra la Iglesia, Decio murió en el campo de batalla, y la persecución disminuyó por un par de años. Sin embargo, en el año 257 d. C., el emperador Valeriano inició un nuevo intento para acabar con la Iglesia. Dio instrucciones detalladas de que los obispos, presbíteros y diáconos debían ser castigados inmediatamente con la muerte, mientras que los senadores romanos y oficiales militares que eran cristianos perdían su dignidad y patrimonio. Y los funcionares civiles que eran cristianos eran hechos esclavos y enviados en cadenas a trabajar para los estados del imperio. Algunos creen que esta persecución fue más duradera y produjo más muertes que cualquier otra persecución anterior. Valeriano fue capturado por los persas en el año 260 d. C., y su hijo sucesor permitió una relativa libertad religiosa, que la Iglesia disfrutó los siguientes 40 años. Durante este tiempo, la Iglesia creció y creció, dominando todos los niveles de la sociedad romana y expandiéndose por todo el norte de África, Egipto, Siria y Armenia. El cristianismo había obtenido tal prominencia para el año 300 d. C. que Frend escribe: «la pregunta se había convertido en qué términos podrían cooperar la Iglesia y el Estado, y si un acuerdo vendría pacíficamente, o luego de un último y sangriento enfrentamiento». El 23 de febrero del año 303 d. C., el emperador Diocleciano dio su espantosa respuesta. Con la esperanza de imponer un orden uniforme en el imperio en materia de aduanas, militares, moneda y religión, ese día emitió un edicto diseñado para poner fin a la amenaza cristiana contra la unidad imperial. Inicialmente, los cristianos no fueron condenados a muerte, sino que simplemente fueron apresados o esclavizados, las iglesias fueron destruidas y las Escrituras fueron quemadas. Pero al año siguiente, Diocleciano cayó enfermo y Galerio tomó el mando, y ordenó la ejecución de todos los cristianos que no cumplieran con los requisitos. La sangre corría libremente, ya que muchos cristianos fueron torturados durante esta época, conocida como la «Gran Persecución». Sin embargo, el Señor preservó a su Iglesia, y en el año 311 d. C. Galerio se rindió. Admitió haber fracasado en extinguir el cristianismo porque muchos cristianos se negaron a obedecerle y permanecieron fieles. Publicó un edicto diciendo: «Dejad que los cristianos existan una vez más y reconstruyan sus iglesias» y «oren a su Dios por nuestro bienestar, por el del Estado y por el suyo». Y lo que es más importante, los cristianos, por su persistencia, sus buenas obras y su amor, y su número total, habían crecido cada vez más para poder ser tolerados por las masas en todo el Imperio romano. Los dos años siguientes trajeron brotes esporádicos de persecución, hasta que en el año 313 d. C., Constantino llegó al poder y declaró una política de tolerancia al cristianismo en todo el imperio. Durante sus primeros tres siglos, la Iglesia había sobrevivido a la oposición más severa que se pueda imaginar. ¿Podría ahora sobrevivir a la aceptación? [1] Carl R. Trueman, Minority Report: Unpopular Thoughts on Everything from Ancient Christianity to Zen-Calvinism (Informe de las minorías: Pensamientos impopulares acerca de todo, desde el cristianismo antiguo hasta el calvinismo zen) (Fearn, Ross-shire, Escocia: Mentor, 2008), 116–117. [2]Tertuliano, Tertuliano, Apología contra los gentiles, Espasa-Calpe. Colección Austral (Argentina, 1945). [3] Tácito Cornelio, Anales, XV, 44. [4]Ibid., 360. https://es.9marks.org/articulo/historia-de-la-iglesia-clase-1-la-iglesia-primitiva-inicios-y-persecuciones/
- ¿Cuán perdonados somos?
En Mateo 13:44 y 45-46 encontramos dos breves pero importantes parábolas de Jesús: (1) El hombre que vendió todo para llegar a poseer el gran tesoro (ejemplo de lo que significa el Reino de los cielos), y (2) el hombre que gastó todo lo que tenía para comprar la perla de gran precio (nuevamente, el valor de poseer el tesoro que es el Reino de los cielos). Las dos parábolas nos dejan preguntando: ¿Qué es lo que tiene el Reino de los cielos que es de tanto valor? Si poseer lo que tiene el Reino de los cielos es de tanta importancia, ¿Qué valor le doy como cristiano normal? Uno se beneficia en proporción directa a lo que invierte. Ya que nos declaramos cristianos y reclamamos ser “creyentes que regularmente vamos a la iglesia”, ¿es eso todo lo requerido para beneficiarnos del Reino de los Cielos? Por cierto, sabemos que nuestra relación con Dios es algo relacionado con el corazón y que debemos manifestar fidelidad a Dios en cuanto a las cosas espirituales. A la vez, reconocemos el ineludible dualismo que lucha en nuestro ser: deseos espirituales altísimos junto con deseos totalmente nefastos y contrarios a Dios. ¿No es cierto que gran parte de nuestra lucha espiritual se deba tanto a pequeños como a graves pecados que cometemos continuamente contra Dios (Ro 7)? ¿Cómo podemos reclamar cercanía a Dios y amor por su reino cuando ruge tal tipo de conflicto interno en nuestras vidas? He aquí el meollo de lo que significa el Evangelio: que Jesucristo en la cruz hizo efectivo el perdón de Dios para esos mismos pecados con que hoy luchamos. Merece explicación. No hay ser humano que no haya pecado gravemente ante Dios. No hay quién pueda levantar la cabeza y decir: Yo he sido un cristiano fiel, ideal y sin pecado. Dice el mismo Jesucristo, quien murió por nuestros pecados, que nuestras justicias —lo bueno que hacemos— son “como trapos de inmundicia” (Isa 54:6). No hay nada bueno en ninguno de nosotros (Ro 3:10-18). Lo bueno que tenemos viene de Él y no de nosotros. Todos hemos pecado; todos hemos ofendido a Dios (Ro 3:23). Todos merecemos el más severo castigo. Todos merecemos el infierno (Ro 6:23). A su vez, por lo que hemos hecho —y seguimos haciendo— nos sentimos mal en nuestro interior, indignos, sin derechos, y malos cristianos (aunque pretendamos ante los demás ser santos y puros). La realidad es que cuando vino la tentación; no la resistimos, más bien caímos. Como resultado, ir y servir en la iglesia nos molesta, porque nos damos cuenta de lo indigno que somos a cuenta del pecado que hemos cometido, o que estamos contemplando cometer. Interesantemente, esa actitud y ese pesar es lo que el diablo quiere que sintamos. Si él nos puede mantener en esa condición de cristiano fracasado, de cristiano indigno, de persona quebrantada ante nuestros pecados, él sale ganando. Sucede porque tal actitud de derrota tras derrota nos hace alejarnos de Cristo — ¡nos sentimos mas indignos! En lugar de abrazarnos de Jesús para recibir el fruto de lo que logró por nosotros en el Calvario, nos sumimos en la auto acusación, el auto desprecio y la derrota. ¿Qué es lo que debemos hacer? Tomemos un ejemplo bíblico: La mujer pecadora de Lucas 7:36-50. Tomemos un momento para abrir nuestra Biblia en esa historia. Allí, en todo lugar donde dice “mujer” o “ella”, escribamos nuestro propio nombre. Hagámoslo ahora, sin leer otra palabra. Ahora, leamos la historia entera. Al llegar al versículo 38, donde ya hemos puesto nuestro nombre, leamos detenidamente: “Y a ________ Él le dijo: Tus pecados te son perdonados”. ¿Qué recibió la mujer? ¡Perdón! ¿Qué hizo la mujer? ¡Nada! Sus lágrimas y su expresión de amor solo eran consecuencias de su gran agradecimiento a Jesús por aceptarla y totalmente perdonarla a pesar de su terrible vida de pecado. ¿Hubo algún requisito especial que pidió Jesucristo para después de su perdón? ¿Hubo una disciplina que ahora ella tuviera que cumplir antes de ser perdonada? ¿Puso Él alguna restricción o condición ante la mujer? No, no lo hubo. Jesús no le pidió una penitencia. No la mandó a la banca trasera de la iglesia. No pidió vigilias. No pidió una ofrenda. No pidió ayunos. No pidió absolutamente nada de parte del pecador como condición del perdón. Solo pidió que ella tomara por sentado que estaba perdonada —un desafío a la fe. ¿Por qué el frasco de perfume? ¿Por qué las lágrimas? ¿Por qué ese enjuague de los pies con el cabello? ¿Contribuyeron en algo para que Cristo tuviera piedad de ella y la perdonara? No, en nada. Esas lágrimas no crearon la condición para el perdón; eran sólo genuinas expresiones de agradecimiento y profundo amor. Saltaban de un corazón que ya al fin había encontrado ese incomparable tesoro que pertenece a los que son del Reino de los cielos —la satisfacción de pecados totalmente perdonados, junto con la aceptación incondicional del Salvador. En la casa de Simón el fariseo solo una cosa estaba en juego ese día: la cruenta cruz donde el bendito Hijo de Dios recibía de su amado Padre todo el juicio y todo el castigo merecido por cada pecador individual en todo el mundo. Si tal perdón —perdón completo e incondicional— no le hubiera incluido a esta pobre pecadora, algo le hubiera faltado a la muerte de Cristo en la cruz. El “Evangelio” es el anuncio que hemos recibido por parte de Dios: ¡HAY PERDÓN TOTAL PARA TODO PECADOR NO IMPORTA EL PECADO COMETIDO! Es la única verdadera buena noticia, ya que viene en respuesta a nuestro reconocimiento de fracaso, fallas y miseria. Nuestro pecado es innegable; nuestra necesidad es el perdón por parte del Dios santo al que hemos ofendido. El “Evangelio” nos informa que porque no podíamos cambiar de carácter, porque no podíamos evadir el pecado, el eterno hijo de Dios, Jesucristo, tomó nuestro juicio y castigo ante Dios. En el Calvario, Dios le castigó a Él para no tener que castigarnos a nosotros. Allí en la cruz, cuando exclamó «Consumado es», declaró que había completado todo el proceso del juicio divino para perdonar a cualquiera completa y totalmente —no importa la profundidad de su pecado. Jesús «herido fue por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados», nos recuerda Isaías. Llevó toda nuestra pena, toda nuestra vergüenza, todo nuestro castigo, todo nuestro juicio y maldición. Lo hizo absolutamente todo. A nosotros no nos queda nada por hacer. Solo nos queda, como la mujer de Lucas 7, llegar a los pies de Jesús con nuestras lágrimas, y agradecidamente besar sus pies en increíble gratitud por tan inmerecido amor. Todo lo que Jesucristo pide es que ahora en este instante aceptemos el hecho que nuestros pecados todos han sido totalmente perdonados —¡sin quedar siquiera uno! Cuando descubrimos la profundidad del amor y el perdón de Dios es que comprendemos por qué el hombre de la parábola mencionada anteriormente fue y vendió todo lo que tenía para comprar tal tesoro. Comprendemos por qué el evangelio de salvación y perdón es la perla de gran precio que vale toda nuestra inversión. Esta es la perla que proclamamos, la perla en la que nos glorificamos, la perla que protegemos, la perla que nos lleva a la victoria. Este es el único y verdadero “Evangelio”. No permitamos que ningún otro mensaje —sea de sanidades, ni de buenas obras, ni de milagros, ni de prosperidad, ni de demonios— ensombrezca la proclamación de este glorioso y real Evangelio. Puesto que es el anuncio que nace del mismo corazón de Dios, este es Evangelio que realmente necesita escuchar todo pecador. por Les Thompson
- El Aspecto Escatológico de la Concepción Paulina de la Vida
La palabra «vida» (ζωή) o «vida eterna» (ζωή αἰώνιος) no es para Pablo un término general para describir a todas las personas con corazones palpitantes en la tierra, sino el «molde más frecuente en el que se vierte el contenido de la era venidera» (G. Vos, La Escatología Paulina, 303). La Escatología leuda la concepción de Pablo de la «vida», de modo que el estado eterno es un ámbito completo de la vida, un ámbito que reinó en la vida (Rom. 5:17). Entonces, ¿Qué llevó a Pablo a esta concepción escatológica de la «vida»? Según Vos, Pablo se basó en “la antítesis antigua en la que la vida se opone a la muerte desde el comienzo mismo de la raza” (La Escatología Paulina, 304). En Génesis 2 se nos presentan dos árboles del destino en los que chocan las fuerzas polares de la vida y la muerte: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:9). La consecuencia de comer del segundo árbol fue una muerte segura (Génesis 2:17). Cuando el Señor formó al hombre, le insufló el aliento de vida [נִשְׁמַ֣ת חַיִּ֑ים], pero se le ofreció sacramentalmente un estado de vida superior en el árbol de la vida. Este sacramento se entiende correctamente en el contexto del pacto de obras “en el que se le prometió la vida a Adán; y en él para su posteridad con la condición de perfecta y personal obediencia". Esta futura bienaventuranza ofrecida a Adán “emerge como ‘la vida’ por excelencia” (La Escatología Paulina, 305). Sin embargo, Adán no le rinde al Señor una obediencia perfecta y personal y, por lo tanto, se vuelve «incapaz de vivir por ese pacto». Sin embargo, el Señor se complació en hacer un segundo pacto, el pacto de gracia «en el cual ofrece gratuitamente a los pecadores la vida y la salvación por medio de Jesucristo» (WCF 7.3). Note que es la misma promesa escatológica de «vida» ofrecida en el segundo pacto como se ofreció en el primero, pero ahora se ofrece a los «pecadores». El aspecto escatológico de la vida siempre ha estado presente desde el principio, pero ahora se requiere un nuevo aspecto soteriológico. Porque la escatología precede a la soteriología. La meta original sigue siendo reguladora para el desarrollo redentor de la escatología, apuntando a rectificar los resultados del pecado (remediador) y mantener, en conexión con esto, la realización de la meta original como aquello que trasciende el estado de rectitud (es decir, elevándose más allá de la posibilidad de muerte en la vida eterna). – Vos, La Escatología del Antiguo Testamento, 74. Los aspectos escatológico y soteriológico se cumplen en la muerte y resurrección de Jesucristo y son disfrutados por todos los que están unidos a él por la fe en el poder del Espíritu Santo. “Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida.” – Romanos 6:4 “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” – Romanos 6:22-23 La concepción paulina de la vida no pertenece a aquellos cuya existencia está enteramente arrebatada en la época actual, sobre la cual reina la muerte, sino a aquellos que han resucitado con Cristo y se han sentado con él en los lugares celestiales. El creyente en unión con Cristo está hoy en posesión de la vida escatológica. Según el Catecismo de Heidelberg, uno de los beneficios de la resurrección de Cristo es que «por su poder, nosotros también ahora hemos resucitado a una nueva vida» (CH 45). Esta vida está actualmente escondida con Cristo en Dios, pero un día se manifestará en gloria cuando Cristo regrese (Col. 3:1-4). “Lo que la vida es para el lado oculto del sujeto escatológico, esa [gloria] es para el lado exterior en el que la vida superior se revela” (Vos, La Escatología Paulina, 314). Así que hoy, mientras nos aferramos a la palabra de vida, podemos estar seguros de que ni siquiera la muerte puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús Señor nuestro. “Nuestra muerte no paga la deuda de nuestros pecados. Más bien, pone fin a nuestro pecado y es nuestra entrada a la vida eterna”. – CATECISMO DE HEIDELBERG (42) Artículo traducido con permiso. Artículo original alojado en: https://reformedforum.org/the-eschatological-aspect-of-the-pauline-conception-of-life/