Una matización necesaria
Ya es habitual que el prolongado conflicto en Oriente Medio entre Israel y sus vecinos musulmanes, sean o no árabes ‒en especial los palestinos, protagonistas de lo que se conoce como “las intifadas”[1]‒ se recrudezca con escaladas periódicas de la violencia que los medios registran con avidez sensacionalista y no siempre muy equilibrada, confirmando el aforismo que dice que en una guerra la primera víctima es la verdad, sacrificada en el altar de la propaganda de las partes en conflicto y de todos los poderes políticos, económicos y mediáticos que tienen intereses en el asunto. En el momento en que escribo estas líneas estamos siendo testigos una vez más de una de estas escaladas cíclicas, con todo el saldo de víctimas cruentas y derramamiento de sangre, no sólo de combatientes, sino de la población civil.
Cuando me hallaba ocupado en la elaboración de este artículo, revisando las ideas aquí expuestas, tuve acceso a un escrito sobre el tema publicado por Manfred Svensson que confirmó muchas de mis impresiones y me ayudó a definir mi propio enfoque al respecto. Por eso, para comenzar, suscribo textualmente y de lleno una de sus conclusiones: “Más que muchos otros conflictos, el actual en tierra santa es también una guerra por la opinión pública. Quien desea formarse una opinión, tiene que cruzar caudales de propaganda antes de cruzarse con algo de información clarificadora. A veces lo mejor que puede hacer –y en verdad es lo menos que se puede hacer‒ es leer propaganda de los dos lados”.
Radicalización, ignorancia y parcialidad
Lamentablemente, este sabio consejo es uno que muy pocos están dispuestos a seguir, prefiriendo lanzarse en las primeras de cambio hacia las posturas extremas del espectro en una actitud que alimenta las radicalizaciones apasionadas llenas de retórica incendiaria y de vestiduras rasgadas a las que el género humano es tan afecto, para evitar así el esfuerzo que implica un pensamiento riguroso, documentado y desapasionado sobre el particular que nos lleve a darnos cuenta que las cosas no son tan sencillas como parecen a primera vista (la vista que nos proveen los medios, por supuesto) y que no todo es blanco y negro, sino más bien de una gama de grises que no siempre es fácil distinguir.
Así, encontramos por un lado a los pro-judíos incondicionales, en cuyas filas se alinea una gran proporción de los evangélicos actuales, sobre todo los de posturas políticas de derecha, como intentando lavar con ello la vergonzosa mancha del antisemitismo promovido por la iglesia en general a lo largo de 2000 años de historia hasta bien entrado el siglo XX. Adicionalmente, por cuenta de una renovada toma de conciencia de nuestras innegables raíces judías, muchos evangélicos se vuelven irrestrictos amigos de Israel, actitud reforzada por versículos bíblicos sacados de contexto en los que Dios favorece a Jerusalén y al pueblo hebreo de una manera que parece estar por encima de cualquier otra consideración.
Pero en el otro extremo encontramos al tal vez mayoritario grupo de los pro-palestinos (¿o debería decir anti-judíos o antisemitas?) que ven en la nación judía el brazo extendido del gran imperio occidental del mal, liderado, por supuesto, por los Estados Unidos que, desde su posición de fuerza, hace y deshace a su antojo ensañándose en los débiles entre los cuales se encuentran los palestinos. Este grupo, por razones obvias, es el más visible y sonoro cuando se dan estas escaladas, pues les brindan una ocasión de oro para ratificar sus tesis y sus subidas denuncias en contra del imperio y solidarizarse con los débiles, algo que nadie puede señalar al margen de las motivaciones que se encuentren detrás de esta solidaridad, que en honor a la verdad no son siempre las que deberían.
Identificados y descritos así estos dos extremos enfrentados en los que se ubican las mayorías, salta a la vista lo parcializado de ambas posturas y la mezcla de mentiras y verdades que ambas contienen. El primer grupo suele pasar por alto la recurrente lección que el pueblo de Israel tuvo que aprender en el Antiguo Testamento en el sentido de que el compromiso de Dios es con la justicia antes que con su propio pueblo, de donde Dios no hace acepción de personas manifestando favoritismos arbitrarios e injustos hacia los suyos en perjuicio de los demás, como se desprende de la orden dada por Moisés: “Además, en aquel tiempo les di a sus jueces la siguiente orden: “Atiendan todos los litigios entre sus hermanos, y juzguen con imparcialidad, tanto a los israelitas como a los extranjeros” (Deuteronomio 1:16). De hecho, este compromiso de Dios con la justicia antes que con su propio pueblo sorprendió hasta a profetas como Habacuc, que no podía entender por qué Dios utilizaba a naciones más injustas que Israel para castigar las injusticias del pueblo elegido.
El segundo grupo suele pasar por alto toda la historia que se encuentra detrás de este complejo conflicto en el que ya es muy difícil identificar qué es ataque y qué es represalia y llegan a tomar postura en el asunto introduciéndose en él “en paracaídas”, apareciendo como de la nada, sin analizar todos los antecedentes que, limitados únicamente a los tiempos recientes, ya datan de más de setenta años atrás. Este grupo, además, suele omitir o alejar a un segundo plano, poniendo entre paréntesis, los métodos terroristas de lucha tradicionales de los grupos palestinos radicales explícitamente dirigidos contra la población civil judía y no los condena con el mismo vigor, tal vez porque carecen de la sofisticación militar exhibida por Israel, circunstancia que unida a la muy depurada labor y recursos preventivos y defensivos de los judíos, suele dejar menos víctimas fatales entre su población civil, algo que tal vez este grupo deplore. Por este camino se termina justificando el terrorismo siempre y cuando quien lo practique sea, militarmente hablando, el bando más débil en el conflicto, algo a todas luces equivocado.
Por eso, para lograr acercarnos a este conflicto de manera medianamente objetiva debemos, pues, dejar de lado las posturas maniqueístas y simplistas que ponen per se el rótulo de “buenos” al pueblo elegido por Dios y de “malos” a sus oponentes o de “buenos” a los débiles y de “malos” a los fuertes. Esto sin entrar en la discusión de si la noción de “pueblo elegido” abarca a Israel en un sentido estricta y exclusivamente político o tiene otras connotaciones diferentes de orden religioso y espiritual que deberíamos considerar.
Solidaridad lejana o insolidaridad cercana
Por otro lado, Svensson también llama nuestra atención a la intención más o menos consciente y sutilmente encubierta que anima a muchos de quienes se pronuncian con vehemencia a favor, eventualmente, o con mucha más frecuencia en contra de Israel, mirando el conflicto desde una cómoda distancia en cualquiera de los dos casos; calificando estas reacciones como un intento infructuoso por lavar nuestra conciencia debido a nuestra insolidaridad con los débiles a quienes tenemos cerca, manifestando esta solidaridad de palabra tan solo para con los débiles y victimados que se encuentran lejos, siguiendo el consejo de Nietzsche al respecto cuando dijo: “Vuestro amor al prójimo es un mal amor a vosotros mismos. Vosotros huís de vosotros mismos hacia el prójimo… os aconsejo que huyáis del prójimo y améis a los lejanos”.
El conflicto del Medio Oriente sirve de pretexto a quienes actúan desentendiéndose plácida e irresponsablemente de las problemáticas cercanas que les conciernen más de lleno, distrayéndose de manera muy conveniente con una verborrea encendida alimentada con impactantes imágenes mediáticas cuidadosamente seleccionadas procedentes de problemáticas lejanas que poco conocemos y en las que poco o nada podemos hacer. Habría, por tanto, que estar de acuerdo con el teólogo Hans Küng cuando afirmó: “En la realidad están incluidos… los hombres… los lejanos y… los próximos, que con frecuencia nos son los más lejanos… con todo su lastre… no la humanidad ideal, sino… los hombres concretos, incluidos los que… preferiríamos dejar fuera… los que… pueden hacer de nuestra vida un infierno”. Todo esto sin perjuicio de lo declarado por el apóstol Pedro: “… sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos” (1 Pedro 5:9).
Este breve análisis no pretende ni mucho menos decir la última palabra al respecto. Pero si tiene la intención de combatir el inmediatismo acalorado y polarizado al abordar el tema, fomentando posturas más matizadas, reflexivas e ilustradas alrededor de él. Que los cristianos, por lo menos, no aticemos más el fuego sino que cultivemos entre nosotros una comprensión más objetiva de los hechos que marque distancia de los lugares comunes y los clichés que inundan las primeras páginas y los titulares de nuestros medios masivos de comunicación.
[1]Nombre popular que reciben los movimientos de rebelión y resistencia de los palestinos contra Israel en las zonas ocupadas por este último en Cisjordania y la franja de Gaza.
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