Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Mateo 20:25-28
Cuando para el mundo cristiano se recuerdan los acontecimientos más importantes en la historia de la humanidad, los sucesos que cambiaron para siempre la vida de millones de personas alrededor del mundo. Evidentemente nos referimos a la muerte y resurrección de Jesucristo. La Biblia nos declara que el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros con un propósito principal, dar su vida para que nosotros pudiéramos recibir la vida eterna. Es a través de su muerte y resurrección que Jesús restaura todas las relaciones que habían sido quebrantadas por el pecado: la relación entre el ser humano y Dios, la relación entre el ser humano con sus semejantes, la relación del ser humano consigo mismo y la relación del ser humano con la naturaleza misma. Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y a través de su resurrección tenemos una esperanza viva que nos alienta a vivir con la expectativa de su segunda venida en la que la restauración será final y eterna. Por esta razón, el viernes santo y el domingo de resurrección son las fechas más importantes del mundo cristiano y que nos hacen reflexionar sobre nuestro estado y nos invita a celebrar la salvación en Jesús y su resurrección. ¡Servimos a un Dios vivo!
La crucifixión implicaba mucho más que ser colgado en un árbol, poste o cruz. Generalmente, este castigo comenzaba por azotar al individuo.
La flagelación se llevaba a cabo con un látigo de corta longitud por un profesional conocido como “lictor”, que realizaba la tarea hábilmente, arrancando la piel de la víctima con cada golpe. A menudo, estos látigos tenían pedazos de hueso, piedra o metal amarrados en la punta para aumentar su terrible efectividad; también existía un tipo de látigo llamado “el escorpión” cuyas puntas tenían ganchos. El propósito de azotar a la víctima era dejarla casi muerta.
Luego, se le escoltaba al lugar donde iba a ser crucificada —en el caso de Jesús, a Gólgota. Y, si era capaz de hacerlo, la víctima debía cargar la viga en que posteriormente se le ataría o clavaría.
Pero los horribles azotes que Cristo recibió lo dejaron tan débil que no pudo llevar su propia cruz, y un transeúnte llamado Simón tuvo que hacerlo por Él (Mateo 27:32-33). Esta “procesión” fue nada menos que otra manera de humillarlo.
Al llegar a Gólgota, los verdugos probablemente tiraron a Cristo al suelo para clavar sus manos y pies a la cruz que luego asegurarían en una estaca vertical. El dolor que Jesucristo sufrió durante su crucifixión fue insoportable; sus heridas sangraban incesantemente y es muy probable que le costara respirar. Mientras tanto, los espectadores de su sufrimiento se burlaban de Él y los soldados romanos echaban suertes para decidir quién se quedaría con su ropa. Muchos otros autores con conocimiento médico han descrito la agonía que implica una crucifixión.
Los enemigos de Cristo lo odiaban tanto que buscaron el método de ejecución más doloroso posible para eliminarlo. De todas formas, Jesús soportó la humillación de la cruz, llevando nuestros pecados en su propio cuerpo para que eventualmente pudiésemos tener vida eterna.
Sin embargo, la muerte y resurrección de Jesús significan algo más aparte del precioso regalo de la redención de nuestros pecados y la esperanza de la vida eterna. Quienes hemos puesto nuestra fe en Cristo debemos vivir de acuerdo a una nueva ética que refleje los valores de nuestro Señor. El cristianismo es mucho más que obtener un boleto al cielo, nos guía a vivir de una manera en que Cristo pasa a ser el centro de nuestra historia, una forma que impacte todas las áreas de nuestra vida. Todas las personas naturalmente viven para sí mismas, pero los cristianos al momento de aceptar a Cristo en sus vidas, eligen ya no vivir para sí mismos, ahora viven para Cristo.
Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2 Corintios 5:14-15
La paradoja del cristianismo se da en que Cristo vino a darnos vida abundante (Juan 10:10), pero esta vida solo comenzamos a disfrutarla cuando morimos a nosotros mismos. De esto nos habla el nuevo nacimiento, cuando damos nuestra vida por Cristo y por los demás entonces realmente encontramos la plenitud de la vida. La tendencia natural de todo ser humano es ser egoísta, pero el mensaje de Cristo va en contra de nuestra cultura y tendencia. Por esta razón, un verdadero seguidor de Jesucristo debe vivir de acuerdo a una ética de valores diferentes a los de los demás en la que el amor por el prójimo es la característica esencial de sus acciones.
Vivir para Cristo es un mensaje comúnmente aceptado, pero tristemente es muy poco practicado por muchos, y trágicamente líderes cristianos entre ellos. Es natural y deseable centrar la atención de la gente en nosotros mismos. Es atractivo recibir la recompensa terrenal de la aprobación de los demás. Es fácil pensar que por ser líderes estamos exentos de caer en la tentación del orgullo, pero debes saber que aquellos que lamentablemente han caído no eran peores que nosotros y con toda certeza creían que estaban firmes en sus convicciones y ministerios. La diferencia se da gradualmente en vivir ensimismados en lugar de vivir centrados en Cristo y los demás.
El apóstol pablo en Gálatas 2:20 nos recuerda que el mensaje de la cruz es actual y se debe reflejar en nuestra vida diaria:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
La vida de Cristo en nosotros no se refleja en un discurso religioso o en una posición de liderazgo sino en nuestro amor sincero por los demás. Un verdadero cristiano es aquel vive con la humildad de Jesús, sirve con la compasión de Jesús y ama a los demás con el amor sacrificial de Jesús. La muerte y resurrección de Cristo van mucho más allá de acontecimientos históricos que recordamos cada año ya que son la base de nuestro diario vivir y el fundamento central de nuestra fe y ética práctica demostrada en nuestra adoración a Dios y en una vida en servicio a los demás.
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