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Luis Vogt

La Iglesia primitiva: Inicios y persecuciones

«…En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles… Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio» Hechos 8.1-4

  1. ¿Por qué estudiar la historia de la Iglesia?

Ser cristiano es ser parte de la historia. Y crecer como cristiano es ser un estudioso de la historia. Esto no significa que todos los cristianos disfruten de investigar documentos antiguos en archivos degastados, o leer el último best-seller de la Oxford University Press. Más bien, el cristianismo no es una religión de meditación o de filosofías especulativas, sino una religión de hechos históricos. Es, entre otras cosas, el mensaje acerca de los acontecimientos que tuvieron lugar en el tiempo y el espacio. El cristianismo también enseña algunas verdades eternas: la existencia de Dios, sus atributos, la naturaleza de la Trinidad, etc., pero se enfoca en los sucesos históricos de la encarnación, muerte y resurrección de Jesús. Por tanto, el cristiano está personalmente involucrado con la historia.

No obstante, muchas veces tendemos a relegar la importancia de la historia o a atesorarla demasiado por su propio bien.

Así es como Carl Trueman describe las dos tendencias:

«La idolatría de lo nuevo y de lo novedoso, con la [correspondiente] falta de respeto por todo lo que es tradicional; o la nostalgia por el pasado que es básicamente idolatría de lo viejo y lo tradicional. Amabas son desalentadoras: la primera deja a la iglesia como una entidad anárquica que está destinada a reinventar el cristianismo cada domingo, y es propensa a ser subvertida y dominada por cualquier líder o grupo carismático (¡en el sentido no teológico!) que se preocupa por flexionar su músculo; la segunda deja a la iglesia atada al pasado, ya que a sus líderes les interesa escribir ese pasado y, por tanto, no pueden comprometerse críticamente con su propia tradición»[1].


Tal como Dr. Trueman señala, la historia es importante. ¿Cuáles crees que son algunos de los efectos de descuidar la historia para el cristiano? Algunos de los que pensé serían: la eclesiología difusa, la desunión acerca de minucias; la confusión acerca de la misión; la adopción de valores culturales; la teología débil, la herejía.

He enumerado varias razones por las que pienso que los cristianos deberíamos prestar atención a la historia.

Primero, Dios nos ordena ser estudiantes del pasado. En el Antiguo Testamento, al pueblo de Dios se le recuerda no olvidar la fidelidad de Dios para con ellos en el pasado: su pacto especial con ellos, su liberación de Egipto, la derrota de sus enemigos una y otra vez. Vemos un patrón constante: A los israelitas les iba mejor cuando recordaban la fidelidad de Dios, y vacilaban cuando la olvidaban. Esta también es la razón por la que el Señor les ordenó edificar monumentos y practicar ceremonias anuales: Él quería que su pueblo recordara lo que había hecho por ellos. Ya no construimos monumentos, pero algunas de nuestras prácticas en la iglesia local (el bautismo y la Cena del Señor) nos recuerdan la fidelidad y la gracia de Dios. Así que deberíamos desarrollar el hábito de recordar el pasado.


Segundo, por el evangelio de Jesucristo, hemos sido adoptados en una familia que abarca razas, culturas, fronteras e incluso el tiempo. Por tanto, es provechoso para nosotros refrescar nuestra historia familiar. La historia de la iglesia debería proporcionarnos numerosos ejemplos de nuestros hermanos y hermanas de distintos ámbitos de la vida, y de una variedad de contextos que trabajaron para llevar su fe al mundo en el que viven.


Tercero, Eclesiastés nos recuerda: «Nada hay nuevo debajo del sol» (Ec. 1:9). Indudablemente, como veremos en este seminario, muchos de esos desacuerdos y herejías se repetirán. Es posible que en momentos diferentes y de distintas maneras, pero el estudioso de la historia está mejor preparado para abordar estos problemas y brindar respuestas claras.

Finalmente, la historia debería hacernos humildes, debería alentarnos y equiparnos para la evangelización. Oro para que este seminario sirva como una fuente de humildad para nosotros a medida que recordamos que no existimos en una burbuja de nuestra circunstancia actual, a fin de que podamos aprender grandes cosas de recordar el pasado. También oro para que podamos ser animados por la audacia y el sacrificio de nuestros hermanos y hermanas que ya no están. Que sus ejemplos nos sirvan como recordatorios del evangelio.

¿Cuáles crees que son algunas de las otras razones por las que los cristianos deberían prestar atención a la historia?

Creo que debemos resaltar algunas cosas en relación con esta clase y las próximas doce siguientes. En primer lugar, esta clase no se tratará acerca de la historia del cristianismo alrededor del mundo. El tiempo no nos lo permite. Pero recomendaría encarecidamente el estudio del crecimiento y la expansión del cristianismo en áreas no cubiertas en esta clase. En segundo lugar, lo que aquí veremos será más personalizado. Intentamos ubicar nuestra teología y práctica en la corriente del cristianismo desde el siglo I en adelante. Por lo que nos centraremos en cosas que son importantes para nosotros como iglesia local.


2.- Contexto político, cultural y religioso del cristianismo primitivo

A. El judaismo

El cristianismo surgió de muchas maneras como una consecuencia del judaísmo, y los cristianos eran conscientes de sus raíces en la religión antigua. Ellos creían el mismo conjunto de Escrituras e incluso afirmaban adorar al mismo Dios, Jehová, que creó y gobernó al mundo. Jesucristo creció en una familia judía y era inconfundiblemente judío en sus enseñanzas y prácticas. Muchos de los primeros cristianos todavía adoraban en el templo, guardaban el día de reposo y creían ser «judíos buenos» que acababan de creer que Jesús era el Mesías.

Durante un tiempo, el cristianismo existió en una paz relativa bajo Roma debido a la protección oficial que se le otorgó al judaísmo, dado que la nueva religión parecía una pequeña secta dentro de la fe más antigua. Sin embargo, como vemos en el libro de Hechos, los «seguidores de Jesús», como se les decía, se toparon con una oposición significativa con el establecimiento judío. Y como dice el historiador Mark Noll, la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. es el primer punto de inflexión en la historia de la Iglesia, porque es entonces cuando la Iglesia es expulsada de la sombrilla protectora del judaísmo.

B. El Imperio romano

Jesús nació en una tierra gobernada por el Imperio romano. Durante los siglos I (0-99) y II (100-199) d. C., los emperadores romanos extendieron su dominio sobre un vasto reino que se extendía desde Bretaña hasta el Sahara, y desde España hasta Irak. El Imperio alcanzaba los 4800 km de este a oeste, casi la longitud de los Estados Unidos, y los historiadores estiman que contenía cerca de 50 millones de personas. Para comienzos del siglo II, Roma era la única superpotencia del mundo, y se encontraba en medio de un intervalo de 200 años conocido como la pax romana, la «paz romana» donde había poca o ninguna guerra internacional.

Aunque Roma no tenía rivales externos, sí tenía problemas internos. Cristo nació en un Imperio romano que experimentaba una gran agitación. Las rebeliones locales casi continuas estallaban contra el gobierno romano, particularmente entre los judíos. Siempre atentos para mantener su autoridad, los líderes romanos vigilaban las amenazas a su control.

La religión oficial del Estado romano adoraba a un panteón en evolución de deidades caprichosas que supuestamente gobernaban las fuerzas de la naturaleza. Al conquistar una tierra nueva, por lo general, Roma incorporaba a los dioses locales a su religión imperial. Dado que el Imperio creció en autoridad y prominencia, el culto oficial se convirtió en la adoración del mismísimo emperador. El objetivo de toda devoción religiosa, ante los ojos de las autoridades romanas, era mantener la unidad cívica y obtener el favor divino. Hablaremos más al respecto en breves minutos.

C. La filosofía griega y las religiones

Adicionalmente, las nuevas filosofías y las escuelas de pensamiento contribuyeron a una atmosfera religiosa popular que no se había visto en el Imperio durante algún tiempo. Muchas religiones además del cristianismo comenzaron, y usualmente terminaron, durante este periodo. Las filosofías helenísticas y las «religiones misteriosas», como se les llamaba, se propagaron en el siglo III entre los que buscaban respuestas que fueran más satisfactorias tanto intelectualmente como espiritualmente de lo que podían ofrecer los cultos oficiales.


3.- La expansión del cristianismo

El Imperio romano fue el escenario para la mayor parte de la expansión del cristianismo. En el libro de Hechos, vemos que el evangelio cristiano se extendió desde Jerusalén hacia el exterior por todo el Mediterráneo oriental, terminando al final del libro en Roma, a principios de los años 60 d. C. 100 años más tarde, aproximadamente en el año 150 d. C., encontramos reportes de cristianos esparcidos a lo largo del Imperio, incluyendo todas las provincias romanas en la parte oriental del Mediterráneo, en todo el norte de África, e incluso en la Francia de hoy día. El cristianismo también se había propagado más allá del Imperio hasta la India, y tal vez incluso hasta el sur de Etiopía.

Un escritor intrépido pudo incluso escribirle al emperador en el año 150 d. C.: «Ya hemos llenado todo lo que les pertenece: las ciudades, las islas, las fortalezas, los municipios, los campos, el Palacio, el Senado, el Foro. Solamente dejamos [vacíos] los templos [paganos]»[2].

Personas de todos los ámbitos de la vida abrazaron la nueva fe. La mayoría de los primeros cristianos vivieron en áreas urbanas, y eran en su mayoría gente de clase media, aunque personas de clases más bajas e inferiores también creyeron. Muchos tenían un trasfondo judío helenizado, aunque los convertidos provenían de todo tipo de etnias y orígenes religiosos.

El mensaje de la muerte y resurrección de Jesucristo llegó en un momento en que las condiciones estaban listas para su rápida difusión y asimilación en la cultura romana. Con las conquistas de Alejandro Magno, el griego se había convertido en el idioma unificador del Mediterráneo. Por tanto, no existían las barreras idiomáticas, y el mensaje de Cristo avanzaba rápidamente de boca en boca y a través de la literatura escrita. No solo eso, los judíos se encontraban esparcidos por todo el Imperio. Encontramos que Pablo iba directo a las sinagogas de cada ciudad que visitaba, para proclamar el mensaje del Cristo resucitado. La infraestructura del Imperio era sin precedentes. Un sistema de vías atravesaba la tierra, y el gobierno protegía a los viajeros de los bandidos y de otros peligros. El Imperio había creado extensas rutas de intercambio dentro de sus límites y con otras civilizaciones; estas demostraron ser una entrada útil a Europa y Asia. Independientemente de sus intenciones, incluso las persecuciones romanas periódicas de cristianos con frecuencia ayudaron a la propagación del evangelio. Como leemos en Hechos 8:1-4, cuando la persecución judía estalló, los cristianos en Jerusalén fueron esparcidos a lo largo de la región, llevando las buenas noticias de Cristo con ellos. ¿Por qué las personas se hicieron cristianas? En sentido teológico, sabemos que la salvación es un acto soberano de la gracia divina. Sin embargo, desde una perspectiva humana, podemos ampliar nuestra imaginación histórica para considerar cómo esta nueva fe extraña apareció y atrajo a nuevos creyentes. Por favor, toma esto con cautela, ya que todo está basado en tradiciones e historias de los siglos I y II d. C.

Primero, la caridad cristiana era bastante atractiva. Los cristianos se hicieron conocidos y admirados por su bondad, hospitalidad y generosidad para con los necesitados. Segundo, a diferencia de la rígida jerarquía social del Imperio romano, los cristianos valoraban a todas las personas por igual, y modelaban una comunidad que derribaba las barreras sociales. Tercero, los cristianos valoraban a las personas individualmente. Mientras que Roma daba prioridad a la unidad cívica, haciendo que la persona individual se subordinará al culto imperial, el cristianismo afirmaba la dignidad y el valor de cada ser humano. Cuarto, el cristianismo prometía el poder del bien sobre el mal. Muchos romanos creían en espíritus malignos, y esta nueva fe parecía ofrecer protección contra entes demoníacos. En relación con esto, una quinta razón por la que el cristianismo era atractivo, era su promesa de liberación de la muerte y la vida eterna. Por último, a medida que la persecución de cristianos se intensificaba, el audaz y fiel testimonio de muchos creyentes que enfrentaban la tortura y la muerte no podía ser ignorado. Algo acerca de esta fe debía ser real, razonó la gente; ¿por qué más morirían estos cristianos?


4.- Persecuciones y martirio

Este crecimiento a menudo se produjo en medio de increíbles sufrimientos. Durante los primeros 300 años de la historia cristiana, estallaron numerosas persecuciones en contra de los cristianos, y muchas de ellas terminaban en muertes. Estas persecuciones no ocurrieron necesariamente en todo el Imperio (de arriba abajo), aunque posteriormente así fue; la mayoría de ellas eran locales, impulsadas por oficiales de las provincias. Eran violentas, y miles de cristianos fueron torturados y asesinados de formas espantosas y crueles.

Por supuesto, vemos esto en el Nuevo Testamento, desde el martirio de Esteban, hasta los encarcelamientos de Pedro y Pablo, incluso en las exhortaciones de Pedro en su primera epístola, dirigidas a creyentes que sufrían bajo la persecución de Nerón (en los años 60 d. C.). De hecho, para prácticamente todos los apóstoles, la persecución era más la regla que la excepción, la tradición nos cuenta que compartieron el mismo destino del martirio. Muchos de estos relatos bien pueden ser ciertos. Sin embargo, deben ser tratados con cierto escepticismo, ya que en el siglo II d. C., las iglesias en diferentes ciudades comenzaron a reclamar los orígenes apostólicos, y quisieron señalar a un apóstol martirizado como su fundador. Esto también indica el enfoque que muchos de los primeros cristianos dieron a las persecuciones, y la reverencia que tenían para con los que sufrieron. Con eso en mente, piensa en el destino de los apóstoles. Y si tú o personas que conozcas se preguntan si Jesús fue solo un engaño, considera que quienes lo conocieron mejor estuvieron dispuestos a morir por quien creían que él era.

  • Pablo fue encarcelado bajo el imperio de Nerón, luego fue decapitado en Roma.

  • Santiago, hermano de Juan, fue decapitado por Herodes (Hechos 12:2).

  • Tomás fue hasta la India donde fue «asesinado con un dardo» (¿flecha?).

  • Simón Pedro fue crucificado (según Jerónimo) boca abajo en Roma, durante el gobierno de Nerón.

  • Simón el Zelote predicó en toda África, también fue crucificado.

  • Marcos fundó la iglesia en Egipto, y fue quemado vivo.

  • Bartolomé predicó en Armenia, y «luego de diversas persecuciones, fue golpeado con palos, luego crucificado; y después de ser lacerado, fue decapitado».

  • Andrés evangelizó en Etiopía, fue crucificado.

  • Mateo predicó en Egipto y Etiopía, hasta que por órdenes del rey fue atravesado con una lanza.

  • Felipe ministró en Grecia, fue «crucificado y apedreado hasta morir».

  • Santiago, hermano de Jesús, fue golpeado hasta la muerte por fariseos y saduceos.

  • Juan el Apóstol fue exiliado a la isla de Patmos, y luego falleció por causas naturales.

Una temprana y famosa persecución detonó durante el imperio de Nerón. En el año 64 d. C., un terrible incendio calcinó la ciudad de Roma. Muchas personas en la ciudad, probablemente con justa razón, culparon a Nerón de la tragedia. El historiador romano Tácito escribe la respuesta del emperador:

«Para acabar con este rumor, Nerón tachó de culpables y castigó con refinados tormentos a esos que eran detestables por sus abominaciones y que la gente llama cristianos. Este nombre les viene de Cristo, que había sido entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato durante el principado de Tiberio»[3].

Tácito continúa:

«Empezaron, pues, a apresar a los que confesaban su fe; luego, basándose en sus declaraciones, apresaron a otros muchos que fueron convictos, no tanto del crimen de incendio como de odio contra el género humano. No se contentaron con matarlos; se ideó el juego de revestirlos con pieles de animales para que fueran desgarrados por los dientes de los perros, o bien los crucificaban, los embadurnaban de materias inflamables y, al llegar la noche, ellos iluminaban las tinieblas como si fueran antorchas. Nerón abrió sus propios jardines para estos espectáculos»[4].

Observa la acusación de Tácito de «odio contra el género humano». Nerón parece haber perseguido a los cristianos por tres razones: su desesperado deseo por distraer la atención del gran incendio, la amplia hostilidad hacia los cristianos porque no adoraban a los dioses romanos y la hostilidad de los judíos hacia los cristianos. Un segundo factor, relacionado con la acusación de Tácito, era que muchos romanos creían que los cristianos eran ateos y anarquistas porque se negaban a adorar a las deidades paganas o al emperador. Tal terquedad enfurecía a los romanos; las deidades, creían ellos, traerían desastres naturales, sequías y enfermedades en retribución a la gran parte de la población que se rehusaba a adorarles. Tertuliano escribió que cada vez que ocurría un desastre natural, ya fuera por inundación o sequía, la gente gritaba: «¡Los cristianos a los leones!». Otros malentendidos de la práctica cristiana llevaba a acusaciones incluso más salvajes en su contra. Debido a que los cristianos hablaban acerca del «amor», y debido a que incluso maridos y mujeres se referían entre sí como «hermano» y «hermana», algunas veces se les acusaba de incesto. Finalmente, la observancia cristiana de la Cena del Señor dio lugar a muchas acusaciones de canibalismo.


[Aplicación: Desde muy temprano, la creencia y prácticas cristianas han afectado a la cultura en general. ¿Debería ser diferente cuando decimos cosas como que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer de por vida?].

En cuanto a Nerón, los rivales políticos lo destituyeron cuatro años más tarde, y el infeliz tirano se quitó la vida. Solo dos años después de eso, en el año 70 d. C., las fuerzas romanas reprimieron otra rebelión judía que también destruyó el templo de Jerusalén. Aunque fue trágico, como señala un historiador cristiano, esto también marcó un «punto de inflexión» decisivo en la historia de la Iglesia.


El cristianismo se separó en definitiva del judaísmo, al romper sus lazos con el templo y con Jerusalén, y surgió como su propia fe distintiva.

No obstante, la persecución regresaría. En al año 98 d. C., el emperador Trajano lanzó una campaña contra la Iglesia que duraría casi dos décadas. En una reveladora correspondencia entre Plinio el Joven, gobernador de la provincia de Bitinia, y Trajano, Plinio preguntó si la simple mención del nombre «cristiano» ameritaba un castigo, o solo las actividades asociadas con él. Trajano respondió que los cristianos debían ser castigados solo si se negaban a repudiar su fe y a «adorar a nuestros dioses». Si rechazaban su fe, debían ser liberados. Una de las cartas de Plinio describe su práctica:


Te expongo la actitud que he tenido frente a los cristianos presentados ante mi tribunal. En el interrogatorio les he preguntado si son cristianos, luego durante el interrogatorio, a los que han dicho que sí, les he repetido la pregunta una segunda y tercera vez, y los he amenazado con el suplicio: si hay quienes persisten en su afirmación yo los hago matar. En mi criterio consideré necesario castigar a los que no abjuraron en forma obstinada. A los que entre estos eran ciudadanos romanos, los puse aparte para enviarlos frente al pretor de Roma. Absuelvo a los que están dispuestos a maldecir a Cristo, cosa que, se dice, los cristianos verdaderos no pueden ser persuadidos de hacerlo».


Algunos cristianos profesantes renunciaron a Cristo, y la iglesia sufriría durante siglos por las preguntas relacionadas con cómo tratar a los apóstoles (o a los «vencidos» que solicitaban la readmisión a la comunidad. [Nota: este es uno de los efectos duraderos de estas primeras persecuciones].

Otro período de relativa tranquilidad y crecimiento vino cerca del año 125 d. C., hasta el reinado de Marco Aurelio (161-180 d. C.), quien desencadenó una nueva campaña de persecución. Muchos cristianos fueron martirizados durante estos años, entre ellos importantes líderes de la Iglesia como Policarpo. Eusebio registra que cuando el procónsul ordenó a Policarpo que maldijera el nombre de Cristo, su respuesta fue:

«—Durante 86 años —respondió Policarpo—. He sido su siervo, y él nunca me ha hecho daño alguno. ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey, quien me salvó?

—Tengo bestias salvajes —amenazó el procónsul—. Te arrojaré a ellas si no cambias tu manera de pensar.

—Que vengan las bestias —respondió el anciano—.

—Si menosprecias a las bestias, —contestó el procónsul—. Si no cambias de parecer, te haré arder en fuego.

—Me amenazas con fuego que arde solo brevemente y después de un corto tiempo se apaga, porque ignoras el fuego del juicio venidero y el castigo eterno, que está reservado para los malvados. —declaró Policarpo—. ¿Pero por qué tardas? Haz lo que quieras.

El procónsul se pasmó y envió a su heraldo al centro del estadio para que proclamara tres veces: ‘¡Policarpo ha confesado que es cristiano!’… ’Ante esto, toda la multitud de gentiles y judíos se enardecieron encolerizados y gritaron a viva voz: ‘Debe ser quemado vivo’.

En menos tiempo del que se precisa para contarlo, la multitud recogió troncos y leña seca…. Cuando la pira estuvo lista… Policarpo oró: ‘Oh, Padre de tu amado Hijo Jesucristo, por quien te conocemos, te bendigo por este día y esta hora, que yo puedo, junto a los mártires, compartir la copa de Cristo para la resurrección para vida eterna tanto de alma como de cuerpo… Cuando hubo terminado, encendieron el fuego y ardió una gran llama». – Historia Eclesiástica.

Luego de esta temporada de prueba, los cristianos disfrutaron otras dos décadas de relativa paz, mientras que la fe continuaba creciendo por todo el imperio. A partir del año 197 hasta el 212 d. C., hubo más persecución.

Desde los linchamientos en Alejandría, hasta los ataques de la mafia en Roma, y las ejecuciones judiciales en Cartago, la fe de los creyentes fue puesta a prueba fuertemente.

La persecución disminuyó hasta el año 235 d. C., y luego comenzó a crecer nuevamente. Las condiciones se volvieron bastante graves en el año 250 d. C., cuando el nuevo emperador Decio (r. 249-251 d. C.) asumió el trono deseando restaurar a Roma a su gloria anterior. Para promover la unidad cívica, ordenó que todos los ciudadanos participaran en sacrificios públicos a los dioses romanos. Aquellos que cumplían recibían los libelli, o certificados, que probaban que habían realizado los ritos exigidos [se encontraron certificados en Egipto en el siglo XX]. Quienes se negaban eran considerados traidores, y eran castigados severamente. Algunos cristianos evitaban los sacrificios y conseguían los certificados de funcionarios codiciosos y corruptos. Muchos apostataron y negaron su fe. Otros huyeron al exilio. Algunos creyentes resistieron y fueron ejecutados. Pero la Iglesia se había vuelto complaciente y no estaba preparada para manejar tal persecución. Muchos de los que todavía profesaban la fe se dividieron y se enfrentaron entre sí en disputas para demostrar cuál fe era genuina y comprometida. Para el año 251 d. C., un historiador escribe: «todo el cristianismo mediterráneo parece estar en ruinas». Esto sirve para advertirnos de que no debemos «romantizar» la persecución, y pensar que siempre solamente fortalece y hace crecer a la Iglesia. Bajo el dominio de Decio, la persecución casi logró destruirla.

Antes de poder llevar a cabo su exterminio contra la Iglesia, Decio murió en el campo de batalla, y la persecución disminuyó por un par de años. Sin embargo, en el año 257 d. C., el emperador Valeriano inició un nuevo intento para acabar con la Iglesia. Dio instrucciones detalladas de que los obispos, presbíteros y diáconos debían ser castigados inmediatamente con la muerte, mientras que los senadores romanos y oficiales militares que eran cristianos perdían su dignidad y patrimonio. Y los funcionares civiles que eran cristianos eran hechos esclavos y enviados en cadenas a trabajar para los estados del imperio. Algunos creen que esta persecución fue más duradera y produjo más muertes que cualquier otra persecución anterior.

Valeriano fue capturado por los persas en el año 260 d. C., y su hijo sucesor permitió una relativa libertad religiosa, que la Iglesia disfrutó los siguientes 40 años. Durante este tiempo, la Iglesia creció y creció, dominando todos los niveles de la sociedad romana y expandiéndose por todo el norte de África, Egipto, Siria y Armenia. El cristianismo había obtenido tal prominencia para el año 300 d. C. que Frend escribe: «la pregunta se había convertido en qué términos podrían cooperar la Iglesia y el Estado, y si un acuerdo vendría pacíficamente, o luego de un último y sangriento enfrentamiento». El 23 de febrero del año 303 d. C., el emperador Diocleciano dio su espantosa respuesta. Con la esperanza de imponer un orden uniforme en el imperio en materia de aduanas, militares, moneda y religión, ese día emitió un edicto diseñado para poner fin a la amenaza cristiana contra la unidad imperial. Inicialmente, los cristianos no fueron condenados a muerte, sino que simplemente fueron apresados o esclavizados, las iglesias fueron destruidas y las Escrituras fueron quemadas. Pero al año siguiente, Diocleciano cayó enfermo y Galerio tomó el mando, y ordenó la ejecución de todos los cristianos que no cumplieran con los requisitos. La sangre corría libremente, ya que muchos cristianos fueron torturados durante esta época, conocida como la «Gran Persecución».

Sin embargo, el Señor preservó a su Iglesia, y en el año 311 d. C. Galerio se rindió. Admitió haber fracasado en extinguir el cristianismo porque muchos cristianos se negaron a obedecerle y permanecieron fieles. Publicó un edicto diciendo: «Dejad que los cristianos existan una vez más y reconstruyan sus iglesias» y «oren a su Dios por nuestro bienestar, por el del Estado y por el suyo». Y lo que es más importante, los cristianos, por su persistencia, sus buenas obras y su amor, y su número total, habían crecido cada vez más para poder ser tolerados por las masas en todo el Imperio romano.

Los dos años siguientes trajeron brotes esporádicos de persecución, hasta que en el año 313 d. C., Constantino llegó al poder y declaró una política de tolerancia al cristianismo en todo el imperio. Durante sus primeros tres siglos, la Iglesia había sobrevivido a la oposición más severa que se pueda imaginar. ¿Podría ahora sobrevivir a la aceptación?

[1] Carl R. Trueman, Minority Report: Unpopular Thoughts on Everything from Ancient Christianity to Zen-Calvinism (Informe de las minorías: Pensamientos impopulares acerca de todo, desde el cristianismo antiguo hasta el calvinismo zen) (Fearn, Ross-shire, Escocia: Mentor, 2008), 116–117.

[2]Tertuliano, Tertuliano, Apología contra los gentiles, Espasa-Calpe. Colección Austral (Argentina, 1945).

[3] Tácito Cornelio, Anales, XV, 44.

[4]Ibid., 360.


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