por Dr. Rogelio Aracena Lasserre
Uno de los graves malentendidos en las familias cristianas, es pensar que si los padres son cristianos, sus hijos automáticamente lo serán. Este concepto es contrario a lo que afirma la Biblia. “Por cuanto todos pecaron están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Lo anterior incluye también a los niños que nacen en las familias cristianas, dado que el pecado no es lo que hacemos sino lo que somos. Bíblicamente es un estado. El filosofo francés Rousseau pensaba que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, esto dio base para hablar de una pretendida inocencia en los niños. Basta observar que en los niños las primeras palabras que expresan verbalmente o con actitudes son dos: MIO y YO. Palabras y actitudes que marcan un egocentrismo natural junto con una tendencia a no acatar normas. El rey David mencionaba en uno de sus Salmos “He aquí en maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).
David no alude al acto sexual de sus progenitores, sino a la herencia espiritual de pecado de todo ser humano. Los esfuerzos de la filosofía y la sociología para dar un mensaje optimista acerca de la naturaleza sicológica de los niños y el acento negativo puesto en la sociedad y sus restricciones o las limitaciones en el acceso a la educación, como causa de los desórdenes de conducta infantil y adolescente, han terminado en reconocer paulatinamente la incapacidad de dar solución a los problemas de la niñez y la adolescencia. La ausencia de una formación espiritual como base para los valores y la ausencia de intervención familiar es cada vez más evidente.
Los padres cristianos no están exentos de este campo de problemas. ¿Cómo desarrollar hijos cristianos en una sociedad no cristiana? La Iglesia Católica Romana en su reunión del CELAM en 2007 en Brasil, reconoció que América Latina es un continente aun por evangelizar, cambiando de esta manera el histórico concepto que ellos defendían de considerar a América como un continente Católico Romano. Afirmación hecha por Dr. Harold Segura, conocido teólogo Bautista residente en Costa Rica e invitado como observador evangélico al evento. Si los evangélicos somos sinceros y miramos nuestro escuálido promedio de un optimista 20% de México al extremo Sur del Continente deberíamos decir lo mismo. Esta es la base de la problemática con los hijos y que toca también a las familias cristianas.
Debemos decir que en primer lugar lo que lo dificulta la tarea es la ausencia de testimonio tanto en lo eclesiástico como en lo familiar. Los niños copian lo que ven hacer y no lo que oyen decir. El secularismo está tanto en la sociedad, como en la Iglesia y la familia los matrimonios cristianos se disuelven en la misma forma que los no cristianos, nos hemos vuelto permisivos y tolerantes. Atrapados en el individualismo y el consumismo hablamos de un Reino eterno que está más allá, pero nuestros valores son del más acá.
Hablamos de “Colegios cristianos” pero, ¿pueden todos los hijos de miembros de Iglesia entrar a ellos? Algunos son de tendencia elitista, con precios prohibitivos que nos hacen preguntarnos si se busca el servicio y testimonio de Cristo o simplemente las utilidades. Me consta por mis visitas a varios países, incluidos los de habla inglesa y las conversaciones que he tenido con Directores de Colegio, que algunos de los profesores de los Colegios cristianos no son cristianos, incluyendo muchas veces al propio director. En nuestras escuelas dominicales latinas, el profesorado es adhonorem y la mayoría de las veces es un dolor de cabeza encontrar quienes deseen asumir esa tarea. Hay ausencia de programas donde los padres sean integrados al proceso educativo con los niños. Al decir de un rector de Seminario en un país: “los niños y los jóvenes no son el centro primordial de atención educativa de la Iglesia, lo cual implica que tampoco lo es la familia”.
Sin duda hay Iglesias que están haciendo la tarea, pero son los menos. Es necesario fortalecer entonces la base principal: LA FAMILIA. El eje son los padres, los cuales necesitan clarificar y definir la tarea de la educación cristiana.
Enseñamos al niño, no un conjunto de materias educativas. Se hace necesario entonces conocer al niño en su proceso de desarrollo psico-emocional y físico en sus diversas etapas para ir estructurando en él a través de experiencias que más tarde serán conceptuadas una percepción de si mismo y del mundo que incluya a Dios como el fundamento de su vida y valores. He aquí algunas preguntas para situar este asunto:
¿Nuestro hijo es un hijo deseado?
¿Estamos contentos con el sexo de nuestro hijo?
¿Llegó en un momento adecuado económicamente y acorde con la edad de los padres?
La respuesta que demos a estas preguntas va a determinar en gran medida el tipo de acercamiento que tengamos con él y el grado de amor y aceptación que es la primera base a colocar en la educación cristiana del niño. Aun en los círculos cristianos encontramos un gran número de creyentes que en sus primeros años experimentaron rechazo y dificulto grandemente su acercamiento a confiar en Dios. El primer paso para conocer el amor de Dios es experimentarlo en los primeros años a través de los padres, a través del afecto físico y la satisfacción de necesidades del niño.
En segundo lugar, el niño debe experimentar que tiene significado, que es un ser individual y único. Ayudarle a identificarse con su propio sexo. Rodearlo de afecto, pero no sofocarlo, permitiéndole que experimente debilidad y comprenda la necesidad de ayuda. Es necesario que vaya comprendiendo gradualmente que el mundo no gira en torno a él, sino que él debe aprender a girar en torno al mundo. Esto se logra cuando los padres ejercen su rol adecuadamente. La relación con el padre afectuoso y constructivo dando dirección. La madre, con su ternura dando comprensión y apoyo al padre frente al hijo.
En tercer lugar, es importante crecer y desarrollarse en un marco de disciplina que involucre instrucción y corrección. De acuerdo a su edad y comprensión las normas que comienzan por establecer un simple SI y NO hasta instrucciones precisas de cumplimiento necesario.
Esto implica ir desarrollando una estructura en la personalidad del niño capaz de recibir y asimilar los contenidos de enseñanza cristiana. Recordemos que en los primeros nueve meses de vida en el vientre de la madre se estructura un 20% de la personalidad, más tarde al cumplir los 5 y medio años se completará el 80%. Esto implica el perentorio consejo de Proverbios 22:6 “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él”.
Cuando nos preocupamos por estructurar la personalidad de nuestros hijos y sobre ella agregamos los contenidos, entonces estamos educando. De lo contrario, el preocuparnos solo de los contenidos es simplemente informar, no educar. No necesitamos ser sicólogos para realizar esta tarea, pero si estar dispuestos a ser educados como padres, para luego educar a nuestros hijos. Esto implica para ambos:
Relación continua y directa con nuestros hijos
Acompañamiento continuo, esto es libertad supervisada
Relación DIA a DIA con su escolaridad y desarrollo en el colegio. Asistencia de ambos a las reuniones.
Vivencia de Iglesia como familia.
El devocional familiar
Que observen y perciban unos padres que se aman y respetan.
El resultado de una encuesta hecha a 10.000 jóvenes a lo largo de un país sudamericano nos muestra que su resultado no difiere de realidades europeas y norteamericanas. Tome nota que están incluidos jóvenes de todos los credos y aun los que no creen en nada.
Uno de cada tres adolescentes tiene problemas con su madre
La mitad de los niños entre 6 y 11 años tiene una relación débil con su padre
De los que tienen hermanos, la mitad reporta carencias afectivas en relación con ellos
Uno de cada tres tiene problemas con sus compañeros o profesores
De los mayores de 12 años que tienen pareja, solamente uno de cada 20 dice tener una buena relación con ésta
Cumplamos nuestro rol como padres responsables e inteligentemente para que nuestros hijos no sean parte de alguna encuesta que lleve por título “Juventud deprimida”.
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