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Luis Vogt

Una reflexión en medio de la pandemia mundial

Vivimos tiempos inciertos qué duda cabe, la pandemia mundial ocasionada por el COVID-19 ha estado silenciosamente transformado la vida de millones de personas de una manera inimaginable y todo en el transcurso de semanas o meses, incluso en unos casos, solo días. Los cambios se han producido tan rápidamente que ha tomado por sorpresa a la mayoría de la población mundial. Todos luchan tratando de adaptarse a esta nueva normalidad con la esperanza de que acabe pronto, aunque la realidad duele porque es imposible predecir cuánto durará y qué consecuencias tendrá para todos. En estos días de crisis y de confinamiento meditar en la Palabra de Dios para un cristiano es una oportunidad dorada que se nos brinda, donde sería verdaderamente inexcusable no aprovecharla, respecto de esta podemos compartir las siguientes reflexiones.

1. La fragilidad de la vida humana Las crisis nos recuerdan lo frágiles que somos y lo susceptibles a enfermarnos e incluso morir repentinamente. Está en nuestro ADN el hacer siempre planes a futuro, pensando con ello que tenemos el control de nuestras vidas, pero basta un pequeño virus, un microorganismo que no podemos ni ver, para alterar completamente nuestra rutina y destruir cada uno de nuestros planes. 2. Somos todos iguales. Las crisis y las enfermedades no hacen diferencia entre personas y afectan por igual a todos. El hombre trata de marcar diferencias económicas, sociales o culturales, pero el COVID-19 vino a recordarnos que todos podemos enfermarnos y que todos estamos interconectados y nos necesitamos, no importa en qué país vivamos, qué edad tengamos o a qué nos dediquemos, todos somos importantes y necesarios en este mundo. Solamente se puede detener la propagación del virus con el apoyo y fraternidad de cada uno. 3. Cada vida es importante. La Biblia dice que todos los seres humanos fuimos creados a la imagen y semejanza de Dios (Gen. 1:27). Esa imagen de Dios es la base fundamental para el valor y dignidad de todas personas. La Biblia enseña que Dios es el dador de la vida, por lo que desde la concepción hasta la tumba debemos saber proteger y valorar la vida de todos. La vida humana no tiene precio y no importan las consecuencias económicas que una catástrofe como la que enfrentamos traiga, debemos luchar primeramente y a toda costa por cuidar la vida de todos. Por ello cualquier llamado a “sacrificar” a unos por el bien de otros es deleznable y contrario a la dignidad dada por Dios a todos los seres humanos. 4. Dios es nuestro pronto refugio. Debemos saber que no importa si los problemas son pequeños o grandes o si las consecuencias parecen imposibles de soportar, nuestro Dios es la única fuente de verdadera seguridad y que podemos confiar en Él. Dios tiene cuidado de nosotros como lo menciona el Salmo 121 y podemos comprobarlo a lo largo de toda la Escritura y muchos lo hemos experimentado durante nuestras vidas. Los cristianos sufrimos como todos los demás, pero lo podemos hacer con la paz que Dios nos da al saber que nuestro Padre Celestial está al pendiente de nosotros. El miedo ha ocasionado que en los Estados Unidos la venta de armas haya aumentado considerablemente y en el mundo entero las compras por el pánico de artículos como el papel higiénico se han dado en algunos países de manera casi incontrolable. Dice Pablo el apóstol, Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, amor y dominio propio (2 Tim. 1:7) y este nos permite enfrentar las circunstancias confiados y en completa paz (Isaías 26:3). 5. Probamos nuestra fe en el amor al prójimo. Jesús afirmó claramente en Juan 13:13: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Es en estos tiempos de crisis, cuando nuestro genuino amor por los demás representa la luz a un mundo oscurecido por los problemas. Hablamos de un amor concreto y que tiene como ejemplo máximo el amor que Jesús nos demostró al morir por nosotros en la cruz (Juan 13:34). Quizá una muestra de este amor y que puede parecer sencilla, pero es fundamental en estos momentos es mantener nuestra “sana distancia” de los demás no necesariamente para cuidarnos a nosotros mismos sino para cuidar a los demás. Nuestra perspectiva y misión debe ser el bien común y necesitamos hacer lo necesario para proteger el bienestar de los demás. También esta crisis mundial por el COVID-19 está evidenciando la enorme desigualdad social y económica existente en todos los países, desigualdad que se palpa con más claridad en los países en vías de desarrollo. Tristemente son los pobres los que sufrirán el mayor impacto de esta pandemia mundial por lo que cada cristiano, cada iglesia tendrá la responsabilidad de ir en ayuda de los más necesitados y sobre todo luchar por reconstruir un mundo en donde haya más justicia y equidad. 6. La redención está cerca. Los cristianos al igual que los héroes de la fe de hebreos 11; vivimos con la esperanza de un mundo mejor aún por venir. Lo que no significa que en el presente no debamos preocuparnos por tener un mundo mejor para todos, sino que hacemos lo mejor que podemos en el presente, pero también esperamos la segunda venida de Cristo en donde por fin disfrutaremos de la plenitud de vida que Dios quiere para todos nosotros. Brian Dailey definió acertadamente la escatología o el estudio del futuro de esta manera: “La esperanza de los creyentes de que el estado incompleto de su experiencia presente con Dios será resuelto, su sed presente será saciada, su necesidad presente de liberación y salvación será satisfecha”. Las tres virtudes cristianas son la fe, el amor y la esperanza. Nuestra fe en Cristo nos sostiene, nuestro amor por Dios y por los demás nos define y nuestra esperanza nos alienta a seguir adelante en medio de la dificultad. Es hoy, que en medio de las circunstancias a las que nos enfrentamos estos días, animo a que juntos unamos al clamor del apóstol Juan al recibir la promesa de Jesús al final de las Escrituras: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20).

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