EN EL CORAZÓN DE LA REFORMA
¿Cuál es el fin principal de la existencia del hombre? El fin principal de la existencia del hombre es glorificar a Dios, y gozar de Él para siempre.[1]
Esta es la primera pregunta y respuesta del Catecismo Menor de Westminster, uno de los grandes resúmenes de la fe reformada. Sintetiza cuál es el propósito de nuestras vidas: que glorifiquemos a Dios y nos deleitemos en Él (1 Co 10:31; Sal 37:4).
Hay otra pregunta y respuesta crucial que toda persona debe conocer, muy relacionada con la que acabo de citar. Es una pregunta que el catecismo no presenta ni responde. Sin embargo, impregna toda la teología de la Reforma protestante y el mensaje completo de la Biblia: ¿Cuál es el fin principal de Dios?
Dicho de otra manera, ¿Qué es lo que Dios busca en cada acción que realiza y permite, y en cada Palabra que ha salido de su boca? ¿Cuál es el fin de todas las cosas?
La respuesta bíblica y que exploraremos en este capítulo es que el fin principal de Dios es su propia gloria y esto es en lo que Él se deleita. De eso se trata Soli Deo Gloria. Todo lo que Dios orquesta, realiza y habla busca esta meta: que su nombre sea glorificado.
El apóstol Pablo habla de esto en el libro de Romanos. Los primeros once capítulos de la carta son la exposición teológica más profunda y amplia en la Biblia sobre la gran historia de la creación y redención. La cantidad de temas que Pablo aborda es abrumadora porque abarca desde la forma en que la creación testifica del poder y la gloria de Dios, hasta el papel de la ley en la vida del creyente, la justificación por la fe sola y el rol de Jesús como nuestro segundo y mejor Adán. También habla del obrar del Espíritu Santo en los redimidos, la soberanía generosa de Dios en la elección de pecadores para salvación y el plan de Dios para Israel y las naciones del mundo, entre otros asuntos teológicos y doctrinales llenos de implicaciones prácticas para nosotros.
Así concluye Pablo esta exposición teológica:
¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios e inescrutables Sus caminos! Pues, ¿QUIÉN HA CONOCIDO LA MENTE DEL SEÑOR? ¿O QUIÉN LLEGO A SER SU CONSEJERO? ¿O QUIÉN LE HA DADO A ÉL PRIMERO PARA QUE SE LE TENGA QUE RECOMPENSAR? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén (Ro 11:33-36).
Pablo no puede evitar estallar en alabanzas a Dios y atribuirle toda la gloria a Él, reconociendo que todo existe por Él y para Él. Nosotros deberíamos responder de la misma manera al considerar quién es Dios y qué ha hecho y revelado en la historia para su gloria.
Infinitamente glorioso
Empecemos definiendo los términos. En la Biblia y en la teología reformada se habla de dos aspectos de la gloria de Dios: su gloria intrínseca y su gloria adscrita.[2] Ambos aspectos deben estar en nuestra mente al abordar el tema.
La gloria intrínseca de Dios es el peso de todo lo que Dios es (la palabra hebrea para «gloria», kabod, tiene este significado en la Biblia). También es la belleza, exhibición y resplandor de su carácter y perfecciones (Éx 34:6-8). Por eso los serafines de la visión de Isaías cantan sin cesar: «Santo, Santo, Santo es el SEÑOR de los ejércitos, llena está toda la tierra de Su gloria» (Is 6:3), pues la creación testifica de la gloria de Dios. Cuando hablamos de esta gloria, estamos pisando «terreno santo» en la teología. No podemos pretender definirla por completo, pues eso es imposible. Esta gloria es infinita y abarca todo lo que Él es.
Piensa por un momento en lo más hermoso, justo, verdadero, gozoso, bueno, bondadoso, perfecto, íntegro, grande, sabio y poderoso que puedas imaginar. ¿Pudiste concebir algo que cumpla con todas esas características en el mayor grado posible en que puedas concebirlas? Lo dudo mucho, pero si lo lograste, entonces es «fácil» entender la gloria de Dios: es como la multiplicación al infinito de cada una de esas cualidades en aquello que imaginaste y todo otro atributo bueno que pueda existir eternamente en Él.
La gloria intrínseca de Dios es la fuente de la cual proceden todas esas cualidades buenas en sí mismas que hemos mencionado (y muchas otras). ¿La belleza de un atardecer en la playa? Procede en última instancia de la gloria de Dios y debe moverte a reconocerla en gratitud y alabanza a Él (cp. Ro 1:18-23). ¿La sonrisa de tu hijo a quién amas? ¿La justicia de una persona que se conduce en integridad? ¿El sabor delicioso de un helado de chocolate? Todo tiene en última instancia la misma fuente y propósito.
Al mismo tiempo, la gloria adscrita de Dios es el renombre que Él obtiene y recibe de su creación cuando Él despliega sus atributos revelándose a sí mismo a través de su Palabra y sus obras. La palabra griega para gloria, doxa, tiene esta connotación (de donde viene la palabra doxología, que nos habla de dar gloria). En este sentido, Él es glorificado por nosotros cuando le adoramos y reconocemos su majestad. Glorificar a Dios, es decir, atribuirle gloria y honor, no significa que lo estamos haciendo más glorioso —pues es imposible añadir algo a su gloria intrínseca—, sino que estamos reconociendo el despliegue de su gloria y adorándole por quién es Él.
En el corazón de la Reforma
Por la gracia de Dios, los reformadores del siglo XVI dieron en el blanco al reconocer que Dios es infinitamente glorioso y por tanto debemos vivir centrados en Él y no en nosotros. Por eso la teología de la Reforma es teocéntrica (centrada en Dios), no antropocéntrica (centrada en el ser humano).
Dios es la máxima autoridad por medio de su Palabra. Él es el Creador de todo y el Salvador que nos redime totalmente por gracia. Por tanto, solo Dios merece la gloria y no el ser humano. Él mismo enseña que no dará su gloria a nadie más (Is 42:8; 48:11). Esta es la esencia de Soli Deo Gloria.
Todas las demás solas de la Reforma protestante buscan preservar en nuestras mentes esta realidad para guardarnos de los ídolos. La idolatría consiste en darle a cualquier otra cosa o criatura —ya sea un ídolo de madera, una mascota, una persona, un país, el sexo, el dinero, nuestra reputación o un largo etcétera— el primer lugar en nuestras vidas que solo Dios merece. Esto nos lleva a la condenación y muerte, pues no existe pecado pequeño ante un Dios infinitamente bondadoso y santo. Siempre que caemos en idolatría, estamos menospreciando profundamente al todopoderoso y dándole la espalda… seamos conscientes de eso o no.
La idolatría es contraria al propósito de nuestra existencia porque el único que merece toda gloria es Dios. Por eso los ídolos jamás podrán satisfacernos y llenar nuestros corazones con el gozo divino para el que fuimos hechos. No fuimos diseñados para los ídolos de nuestra propia invención, sino para Dios, quien nos creó para que le conozcamos y para que nuestra única respuesta sea glorificarle.
En la teología reformada, las cuatro solas anteriores son como postes gigantes que elevan un gran cartel que dice «Solo Dios merece toda la gloria». Sostienen este letrero inmenso para que seamos conscientes de que no tenemos excusa para la idolatría y para que seamos alentados a vivir con gozo y gratitud para nuestro Dios. No podemos pretender poner nuestras palabras y tradiciones al nivel de su revelación, ni podemos jactarnos de haber contribuido en algo para nuestra salvación. Toda la gloria pertenece a Él.
En toda la Escritura
Cuando la Reforma proclama Soli Deo Gloria, no se basa solo en un par de versículos. Más bien, se basa en toda la Biblia y las diferentes formas en las que testifica de esta verdad.
Por ejemplo, la Escritura enseña que la creación habla del resplandor y los atributos de Dios (Sal 19:1; Ro 1:18-21); es decir, revela aspectos de su gloria que nos dejan sin excusa ante Él cuando no le adoramos con gratitud. Él merece la gloria por su poder creador (Ap 4:11). También nos habla que Dios creó al hombre y a la mujer para que reflejen su resplandor llenando toda la tierra con su imagen, lo cual implica que fueron hechos para su gloria (Gn 1:26-28; Is 43:7). Cuando Adán y Eva pecaron y nos hundimos junto a ellos, Dios desplegó su gloria al mostrar su misericordia y bondad santa prometiendo redención por su sola gracia (Gn 3:15).
Dios también muestra su gloria en sus juicios contra el pecado (Nm 14:21), pues despliega su justicia y poder en ellos. Al mismo tiempo, también es explícito al decirnos que la liberación del pueblo de Israel en el éxodo —el gran acto de redención en el Antiguo Testamento— es para su gloria, para mostrarse superior al Faraón y sobre los dioses falsos (Éx 9:16; 14:4).
Como afirma el salmista:
Nuestros padres en Egipto no entendieron Tus maravillas; No se acordaron de Tu infinito amor, Sino que se rebelaron junto al mar, en el mar Rojo. No obstante, los salvó por amor de Su nombre, Para manifestar Su poder (Sal 106:7-8).
El propósito del éxodo era que la gloria de Dios pudiera morar en medio de su pueblo, primero en el tabernáculo y luego en el templo (Éx 40:34; 1 R 8:10-11). Esto era una restauración parcial de lo que se vivía en Edén —comunión con la gloria de Dios— y también un adelanto de lo que Dios haría más adelante en la redención, al morar en medio nuestro en Jesucristo y luego al darnos su Espíritu Santo (Jn 1:14; Ef 2:22; 1 P 4:14). También era un adelanto de lo que Dios hará en la consumación de la historia, cuando la gloria de Dios llene toda la tierra y vivamos para siempre junto a Él conociéndolo por la eternidad (Hab 2:14; Ap 21:23; Jn 17:3).
No solo la liberación de Israel en el Antiguo Testamento fue para la gloria de Dios, sino también nuestra redención hoy. Dios nos bendice por amor de su nombre (Sal 23:3). «Yo, Yo soy el que borro tus transgresiones por amor a Mí mismo, Y no recordaré tus pecados» (Is 43:25). Más adelante, Pablo menciona tres veces en un solo capítulo que el fin de nuestra redención en Cristo es la exaltación de Su gloria (Ef 1:6, 12, 14).
Son muchos más los pasajes bíblicos que nos hablan sobre cómo todo es para la gloria de Dios. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar cómo Él nos enseña que su gloria es desplegada en su Hijo como en ninguna otra parte. Cristo «es el resplandor de Su gloria y la expresión exacta de Su naturaleza» (Heb 1:3a). «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1:14). Por eso Pablo habló del evangelio como el «evangelio de la gloria de Cristo» (2 Co 4:4). ¿Quieres conocer la gloria de Dios en su mayor manifestación? Mira a Jesús, observa con atención su carácter y lo que hizo por nosotros para nuestro gozo y su gloria.
Los cielos nos muestran la gloria de Dios al revelarnos algunos de sus atributos, como su poder y grandeza (Sal 19:1). Pero en la vida, muerte, y resurrección de Jesús se despliegan perfectamente atributos de Dios que no se despliegan en la creación (como su amor sacrificial sin medida y su soberanía sobre el pecado y la muerte), de una manera más amplia que en tiempos del Antiguo Testamento. Jesús habló de esto pocas horas antes de Su muerte cuando dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en Él» (Jn 13:31; cp. 17:4). Considera la explicación que Juan Calvino presenta sobre ese texto, como una muestra del entendimiento de la Reforma sobre este punto crucial:
… Era una declaración paradójica, que la gloria del Hijo del hombre se levanta desde una muerte que era considerada ignominiosa entre los hombres e incluso maldita ante Dios. Él muestra, por lo tanto, de qué manera se gloriaría a sí mismo de tal muerte. Esto es así porque por Él glorifica por medio de ella a Dios Padre; porque en la cruz de Cristo, como en un teatro magnífico, la inestimable bondad de Dios se manifiesta ante el mundo entero. En todas las criaturas, de hecho, tanto altas como bajas, la gloria de Dios brilla, pero en ningún lugar ha brillado más que en la cruz, en la que ha habido un cambio asombroso de las cosas, se ha manifestado la condenación de todos los hombres, el pecado ha sido borrado, la salvación ha sido restaurada a los hombres; y, en definitiva, el mundo entero ha sido renovado y todo es restaurado en buen estado.[3]
El evangelio lo cambia todo y el despliegue de la gloria de Dios en la salvación de pecadores es tan grandioso, que dentro de un millón de años los creyentes todavía estaremos respondiendo postrados en adoración.
La mejor de las noticias
Ahora ya podemos responder a la objeción más común contra Soli Deo Gloria: «¿No es presumido o egocéntrico de parte de Dios que todo sea para Su gloria?». ¡No, no lo es!
Nos desagradan las personas que siempre quieren ser el centro de atención (al menos que nos distraigan de nuestros problemas), pues ellas no merecen estar siempre en el centro y no son indispensables o tan brillantes como pretenden serlo. Esas personas son injustas y pretenciosas cuando quieren que el universo gire en torno a ellas. Aparentan ser lo que no son porque desean saciar algo en ellas; por lo general, lo que desean es sentir la aprobación de otros. Todos somos así en algún grado, pero Dios es diferente.[4]
En primer lugar, Él sería injusto e idólatra si hiciese todas las cosas para la gloria de algo más, pues solo Él es infinitamente glorioso. En segundo lugar, Él no necesita que le «demos gloria» cuando le adoramos porque Él es autosuficiente. Dios no tiene ninguna sed por saciar (Hch 17:24-25). Más bien, Él orquesta y hace todo para su gloria con el fin de desplegar su suficiencia ante nosotros, para compartir de su riqueza y deleite infinito en quién es Él. Es decir, para que podamos deleitarnos en Él por siempre a medida que nos sumergimos eternamente en su vida trinitaria, en la comunión y alegría que Él tiene consigo mismo. Cuando Dios hace todo para su gloria, nosotros como pecadores redimidos somos beneficiados.
¡Qué bueno saber que el universo no es gobernado por un tirano egocéntrico y necesitado, sino por un Rey tan generoso y rico que nos crea porque quiere mostrarnos su gloria y saciarnos de ella! No puedo pensar en una verdad más sobrecogedora que debe hacernos humildes y llenarnos de asombro. Jesús literalmente no quiere un cielo sin que estemos nosotros allí para que contemplemos su gloria y nos gocemos en Él: «Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde Yo estoy, para que vean Mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo» (Jn 17:24).
Esta es la mejor noticia que puede existir, pues si todo es por Él, de Él y para Él, entonces podemos estar seguros de que al final de la historia todo —absolutamente todo, incluyendo nuestras lágrimas, dificultades y fracasos— habrá sido en última instancia para el mayor bien: el despliegue de la gloria de Dios y nuestro gozo eterno en Él a través de la comunión que tenemos en Cristo (cp. Ro 8:28).
La esencia de la vida cristiana
Todo lo anterior nos demuestra que la esencia de la vida cristiana es vivir centrados en Dios y no en nosotros mismos. Se trata de vivir contemplando su gloria en el evangelio para ser transformados más a imagen de Cristo (2 Co 3:18; 4:3-6). También se trata de reflejar y buscar esa gloria en cada área de nuestras vidas: desde nuestra relación con nuestro cónyuge, hasta en nuestros estudios, lo que publicamos y consumimos en Internet, nuestro trabajo, y un largo etcétera. Es hacer todo en adoración a Él y para que otras personas también puedan adorarle (Mt 5:16; 1 Co 10:31). Se trata de servirle con gozo y gratitud, según su Palabra y dependiendo de sus fuerzas, para que en todo Él sea glorificado en nosotros (1 P 4:10-11).
Al mismo tiempo, esta doctrina nos sirve de advertencia. Hace años escuché de una iglesia que crecía muchísimo, y un día el pastor dijo orgullosamente desde el púlpito: «Nosotros somos la mejor iglesia en todo el país». Habló con soberbia, como si Dios necesitase esa iglesia. Al domingo siguiente, estalló un escándalo horrible y la iglesia se dividió de inmediato. Esta historia me la contó con dolor una oveja de esa congregación. Me recuerda que no darle toda la gloria a Dios en nuestras vidas y ministerios es un asunto serio. Dios promete humillar en su tiempo a quienes se exaltan a sí mismos y no le glorifican (Lc 14:11; cp. Hch 12:23).
La realidad de que todo es para la gloria de Dios, forma parte ineludible del engranaje de este universo hecho por Él. Es como la ley de la gravedad: podemos tratar de ir en contra de ella, pero al final es una ley de la cual no podemos escapar por completo, pues incluso en el espacio la gravedad ejerce su influencia a medida que Dios dirige por medio de ella el movimiento de galaxias, sistemas y planetas.
Somos llamados a reconocer en nuestra era egocéntrica que nunca seremos felices si no estamos centrados por completo en Dios. Vivamos de esta forma con humildad y gozo reconociendo quién es Él y lo que hizo por nosotros, pues el fin principal de la existencia del ser humano es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre.
[1] La Biblia de Estudio de La Reforma (Ligonier Ministries y Poiema Publicaciones, 2020), 2431.
[2] Steven Lawson, Theology for the Glory of God. https://tabletalkmagazine.com/article/2021/08/theology-for-the-glory-of-god/
[3] Juan Calvino, Commentary on John – Volume 2 (Grand Rapids, MI: Christian Classics Ethereal Library), 40-41. http://www.biblestudyguide.org/ebooks/comment/calcom35.pdf
[4] Una versión de este párrafo y el siguiente apareció en mi introducción al libro Jóvenes por Su causa: De la oscuridad a la luz (Poiema Publicaciones, 2020).
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