R.C.Sproul
Quiero llamar su atención a una evaluación de lo que entendemos al decir las palabras ‘libre albedrío’. ¿Qué significa tener libre albedrío? ¿Qué significa ser un agente moral libre, una criatura volitiva bajo la soberanía de Dios?
En primer lugar, déjenme decir que hay distintos puntos de vista en cuanto a lo que incluye el libre albedrío que se usan en nuestra cultura, y creo que es importante que reconozcamos estos puntos de vista. Al primero lo voy a llamar el punto de vista ‘humanista’, el cual diría que es la posición más ampliamente aceptada de la libertad humana que encontramos en nuestra cultura. Y me entristece decir, en mi opinión, que es la postura más difundida dentro de la iglesia, así como fuera de ella. En este esquema, el libre albedrío es definido como nuestra capacidad para elegir de forma espontánea; las elecciones que hacemos no están de ninguna modo condicionadas o determinadas por prejuicios, inclinaciones o disposiciones previas. Permítanme repetirlo: tomamos decisiones de forma espontánea, sin antecedentes previos a la decisión que determinen nuestra elección, sin prejuicio, sin preferencias o inclinaciones previas; viene literalmente por sí misma como una acción espontánea de la persona. Ahora, desde el principio puedo ver dos problemas serios que enfrentamos como cristianos con esta definición de libre albedrío. El primero es un problema teológico o moral, el segundo es un problema racional. Y en realidad debería decir que hay tres problemas ya que todo el tema se centrará en el tercero, pero empecemos viendo, en este momento, dos problemas.
El primero es, como dije, un problema teológico, moral. Si nuestras elecciones son hechas meramente de forma espontánea, sin inclinación previa, sin preferencias, en cierto sentido lo que estamos diciendo es que no hay razón alguna para tal elección. No hay motivación o motivo para la elección. Solo sucede de forma espontánea. Y si así operan nuestras elecciones entonces enfrentamos inmediatamente este problema: ¿cómo podría tal acción tener algún significado moral?
Porque, una de las cosas, por ejemplo, que la Biblia se preocupa en cuanto a las elecciones que hacemos, no es solo lo que elegimos, sino cuál fue nuestra intención al hacer esa elección. Recordamos, por ejemplo, la historia de José cuando fue vendido como esclavo por sus hermanos. Cuando él se reúne con ellos años más tarde, y ellos se arrepienten de ese pecado, ¿qué le dice José a sus hermanos? Cuando los acepta y los perdona, él dice: “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien.”
Así que Dios hizo una elección al respecto. Dios había elegido, al menos al permitir que esto pasara y que le sucediera a José. Sus hermanos tomaron una decisión en cuanto a qué hacer con José. Su inclinación al hacerla fue perversa. Dios también hizo una elección al permitir que esto suceda, pero la razón de Dios, la intención de Dios en este acto, era completamente justa y santa. Entonces, Dios, al considerar una buena obra, por ejemplo, no solo examina la acción externa en sí (el hecho), sino que también considera ¿el qué? las motivaciones internas, la intención detrás del hecho.
Pero si no hay motivaciones internas, si no hay intenciones, no hay intencionalidad real, usando el término filosófico, entonces ¿cómo podría la acción tener algún significado moral? Solo sucede. Pero incluso más profundo que este problema, nos enfrentamos de inmediato a la pregunta de si en realidad se podría o no hacer tal elección, no simplemente si sería moral si se hiciera, sino que, ¿podría incluso una criatura sin ninguna disposición previa, inclinación, preferencia o razón hacer una elección?
Veamos esto con un par de ejemplos. Si no tengo una inclinación o disposición previa, lo atractivo de esta idea es que eso significaría que mi voluntad es neutral. No está inclinada ni a la izquierda ni a la derecha. No está inclinada hacia la rectitud ni hacia el mal, sino que es simplemente neutral. No hay inclinación o preferencia previa. Pienso en la historia de Alicia en el país de las maravillas, cuando en sus viajes llega a una bifurcación de caminos y ella no puede decidir si escoger hacia la izquierda o la derecha. Y levanta la vista y está el gato Risón en el árbol sonriéndole y le pregunta al gato: “¿Qué camino debería yo tomar?”
Y el gato Risón responde diciendo: “Eso depende. ¿A dónde vas?” Y ella responde: “No sé”. Entonces, ¿qué le dice él? “Entonces supongo que no importa”. Si no tienes intención, no tienes plan, no deseo de llegar a algún sitio, ¿qué más da si vas a la izquierda o a la derecha?
Bueno, en este caso, lo vemos y pensamos: “Ahora Alicia tiene dos opciones. Ella puede ir a la izquierda o puede ir a la derecha.” Pero, en realidad, ella tiene cuatro opciones. Ella puede ir a la izquierda, puede ir a la derecha, ella puede regresar por donde vino o ella puede quedarse parada y no hacer nada, lo cual es también una opción, quedarse ahí hasta que perezca de inactividad. Así que tiene cuatro opciones. Y la pregunta que nos haremos es: “Por qué tomaría alguna de esas cuatro opciones? Si no tuviese razón alguna, o inclinación detrás de la elección, si su voluntad fuera completamente neutral, ¿qué le sucedería a ella en realidad? Si no hay razón para preferir la izquierda o derecha, permanecer ahí hasta el punto de regresar, ¿qué opción ella elegiría? Ella no haría una elección. Ella estaría paralizada.
Entonces el problema que tenemos con la noción humanista de libertad es que se trata del mismo problema del conejo fuera del sombrero que se queda sin sombrero y sin mago. Es algo que sale de la nada, un efecto sin una causa. Una elección espontánea, en otras palabras, es una imposibilidad racional. Tendría que ser un efecto sin una causa.
Ahora, solo de paso, añadiría que, desde una perspectiva bíblica, desde una perspectiva cristiana, el ser humano en su caída, no se ve como estando en un estado de neutralidad con respecto a las cosas de Dios. Él tiene un prejuicio, él tiene un sesgo. Él tiene una inclinación y su inclinación es hacia la maldad y lejos de las cosas de Dios. Pero permítanme decirlo, de paso, al observar varios puntos de vista cristianos sobre la libertad de la voluntad. Personalmente pienso que el mejor libro que se haya escrito en este tema, se titula simplemente: “La libertad de la voluntad” escrito por el más grande erudito de Estados Unidos, Jonathan Edwards. (Y dicho sea de paso, esa designación de “el mejor erudito de Estados Unidos” no es mía. Viene de la Enciclopedia Británica, que ha votado a Jonathan Edwards como la más grande mente erudita que los Estados Unidos jamás haya producido; y su obra: “La libertad de la voluntad”, creo que es la evaluación más profunda y el análisis de esta espinosa pregunta que yo haya leído.) Por supuesto, la famosa obra de Martin Luther sobre la esclavitud de la voluntad es también uno muy importante, que creo que los cristianos tienen que leer. Pero veamos por un momento la definición de Edwards acerca de la libertad de la voluntad. Edwards dice que: “La libertad o libre albedrío es la elección de la mente”. Ahora, lo que dice es que, aunque él distingue entre la mente y la voluntad, está diciendo que los dos están relacionados de forma inseparable. No hacemos elecciones morales sin que la mente apruebe la dirección de nuestra elección. Esa es una de las dimensiones que está muy relacionada con el concepto bíblico de conciencia: que en las elecciones morales está– la mente está involucrada en esas elecciones. Me doy cuenta de ciertas opciones y si prefiero una sobre la otra, para hacerlo tengo una preferencia, antes de poder hacer la elección, tengo que tener una idea de cuáles son esas opciones para que sea una decisión moral. De modo que la voluntad no es algo que actúa de forma independiente de la mente, sino que actúa en conjunción con la mente. Cualquier cosa que la mente considere como deseable, es lo que la voluntad está inclinada a elegir. Ahora, además de las definiciones, Edwards nos da una especie de regla de oro a la que llamo: “Ley de libre albedrío de Edwards” y creo que esta es quizá su contribución más importante a la discusión en cuanto a la libertad humana. Edwards declara esto: que “los agentes morales libres siempre actúan de acuerdo con la inclinación más fuerte que tienen en el momento de la elección”.Para decirlo de otra manera, siempre elegimos según nuestras inclinaciones y siempre elegimos según nuestra inclinación más fuerte en un momento dado. Déjenme decirlo de forma simple. Cada vez que pecas, lo que esa acción indica es que al momento de pecar, tu deseo de cometer el pecado es mayor en ese momento que tu deseo de obedecer a Cristo. Si tu deseo de obedecer a Cristo fuera mayor que tu deseo de cometer el pecado, ¿qué harías? ¡No pecarías! Pero al momento de la elección, siempre seguimos nuestra inclinación más fuerte, nuestra disposición más fuerte o nuestros deseos más fuertes. Ahora, nos parece, sin embargo, en este tema de la elección, que hay muchas veces que elegimos cosas sin alguna razón aparente en lo absoluto. Por ejemplo, si tuviera que preguntarte: “Por qué estás sentado en la silla en la que estás sentado en este momento? ¿Podrías analizar tus propios procesos de pensamiento interno y las respuestas a las opciones que tenías delante cuando entraste a esta sala y decir con claridad: “La razón por la que estoy sentado aquí es porque siempre me gusta sentarme en la última silla” o “porque quería sentarme junto a Carmen” o “quería estar en primera fila para salir en la cámara” o “era la única silla que quedaba libre y no que quería quedar de pie y prefiero sentarme que estar de pie; y entonces, mi deseo por sentarme era mayor que mi deseo por estar de pie”. Lo que les estoy diciendo es que hay una razón por la que están sentados donde están sentados y pudo haber sido una decisión muy rápida. Puede ser que simplemente seas perezoso y no te guste caminar y que la silla que viste vacía era la más cercana que estaba disponible. Es probable que las razones sean más profundas que eso. Hay algunos que si caminas con ellos al parque donde hay una banca desocupada con espacio para tres personas, entonces esas personas, si los llevas a una banca del parque, o los llevas a un parque y hay una banca vacía y se sientan en la banca, cien de cada cien se sentarán en el extremo de la banca en vez de sentarse en el medio de la banca.
De hecho, generalmente se sentarán en el extremo izquierdo o en el derecho, donde otras personas siempre elegirán el medio. ¿Por qué? A algunos les gustan las multitudes. Les gusta estar en medio de la acción. Ellos tienen una personalidad gregaria. A otras personas les gusta estar seguros donde puedan tener una salida segura, se quedarán en el extremo de la banca. Y permítanme decir, no siempre estamos sentados allí analizando con sumo cuidado el por qué hacemos las elecciones que hacemos, pero hay una razón para cada elección y siempre actuamos de acuerdo con la inclinación más fuerte del momento.
Ahora, hay dos cosas que Podemos plantear de inmediato para objetar la ley de elección de Edwards. La primera es: “Bueno, puedo decirte que muchas veces he hecho cosas que en realidad no quería hacer y he experimentado coerción.” Bueno, la coerción involucra fuerzas externas que entran en nuestras vidas y buscan obligarnos a hacer las cosas que, en igualdad de condiciones, no elegiríamos hacer. Pero, en la mayoría de los casos, el poder de la coerción puede generalmente reducir nuestras opciones a dos: pueden reducir drásticamente nuestras opciones. El pistolero se acerca a mí en la calle, me pone una pistola en la cabeza y dice: “Tu dinero o tu vida”. Él acaba de reducir mis opciones a dos. ¿Cierto? Por fuerza externa y coerción. Ahora, al ser todas iguales, no estaba buscando a alguien a quien darle mi billetera esa noche, así que no tenía ningún deseo de darle mi dinero a ese hombre. Pero cuando el arma está en mi cabeza y mis opciones son mi sangre en la acera o mi billetera en el bolsillo, de repente tengo un deseo fuerte de vivir y perder mi dinero, en vez de morir y también perder mi dinero. Y entonces, en ese momento, mi nivel de deseo de vivir podría ser más fuerte que mi nivel de deseo de resistir a ese hombre, por eso le doy mi billetera. Ahora, podría haber personas en esa misma situación que dirían: “prefiero morir antes que ceder a la coerción, aunque sé que si me niego a darle la billetera, me matará de todos modos y se llevará mi dinero. Aún así, de ninguna manera voy a ayudarlo”. Entonces dicen: “Dispárenme”. Pero aún ahí, su deseo de resistir es mayor que su deseo de no resistir y entonces se resisten. ¿Está claro? Por lo que incluso cuando nuestras opciones se reducen severamente y las fuerzas externas cambian nuestros niveles de deseo, porque este es el otro punto del que tenemos que estar conscientes, es que los deseos humanos fluctúan y son muchos. En situaciones donde hacemos elecciones, es raro que solo elijamos entre dos opciones, o incluso solo entre una buena opción y una mala. Una de las elecciones morales más difíciles para un cristiano es entre cosas buenas. “Tenemos dos oportunidades, pero no estoy seguro con cuál es con la que puedo servir mejor a Cristo.” Y eso resulta muy difícil. Sabemos que nuestros niveles de deseo cambian y fluctúan. Pero la segunda objeción que puedo escuchar es la declaración del apóstol pablo cuando dice: “lo bueno que quiero no lo hago, y lo que no quiero es lo que hago.” Y pareciera sugerir allí mismo que el apóstol Pablo, mediante autoridad apostólica, nos está diciendo que, de hecho, es posible que una persona elija en contra de sus deseos, elegir en contra de sus anhelos. Solo puedo decir en respuesta a eso que no creo que haya sido la intención del apóstol el darnos un tratamiento técnico de las complejidades del funcionamiento de la facultad de elegir; pero lo que él está expresando es algo que todos experimentamos, que tengo dentro de mí un deseo de agradar a Cristo, pero ese deseo presente no siempre triunfa cuando llega el momento de la verdad.
Todo es igual como cristiano, si me dijeras: “RC, ¿te gustaría liberarte del pecado? Yo diría: “Por supuesto que me gustaría ser libre del pecado”. Sin embargo, lo digo ahora hasta que la tentación del pecado me presione y mi deseo por ese pecado se intensifique: y luego me rindo a él, libremente. Porque cuando obro y actúo según mis deseos, estoy obrando y actuando libremente. Bien, déjenme continuar. Calvino, al examinar el asunto del libre albedrío, dijo: “si queremos decir por libe albedrío que el hombre caído tiene la capacidad de elegir lo que quiere, entonces por supuesto, el hombre caído tiene libre albedrío. Si queremos decir con ese término que el hombre en su estado caído tiene el poder moral y la capacidad de elegir la rectitud, entonces Calvino dijo, “el libre albedrío es un término demasiado grandioso como para aplicarlo al hombre caído.” Y con esa opinión, yo estaría de acuerdo. Hemos visto el punto de vista de Edwards, el punto de vista de Calvino, ahora veremos el punto de vista Sprouliano del libre albedrío, apelando a la ironía o a una forma de paradoja. Me gustaría hacer esta afirmación: que en mi opinión, cada elección que hacemos es libre y cada elección que hacemos está determinada. Cada elección que hacemos es libre y cada elección que hacemos está determinada. Ahora, eso suena completamente contradictorio porque normalmente vemos las categorías de “determinar” y “libre” como categorías mutuamente excluyentes. Decimos que si algo está determinado por otra cosa, quiere decir que es causado por otra cosa, pareciendo indicar que no puede ser libre. Pero a lo que me refiero aquí, de lo que estoy hablando, no es determinismo. El determinismo significa que las cosas me pasan estrictamente en virtud de fuerzas externas. Pero además de las fuerzas externas, que son factores determinantes en lo que nos pasa, también hay fuerzas internas que son factores determinantes. Lo que hemos estado diciendo todo este tiempo, junto con Edwards y Calvino, es que si mis elecciones fluyen de mi disposición y de mis deseos, y si mis acciones son un efecto que tienen causas y razones detrás de ellas, entonces mi deseo personal, en un sentido muy real, determina mi elección personal. Ahora, si mis deseos determinan mi elección, ¿cómo puedo ser libre? ¿Recuerdan que dije que en cada opción, nuestra elección es libre y determinada? Pero lo que la determina soy yo, y a esto llamamos ‘auto’, tú la completas con determinación. Auto-determinación, lo cual no es la negación de la libertad, sino la esencia de la libertad. Para que mi yo pueda determinar sus propias elecciones es de lo que se trata el libre albedrío. Ahora, de manera simple trato de plantear que no solo podemos elegir de acuerdo con nuestros propios deseos, sino que de hecho siempre elegimos según nuestros deseos; y llevaré esto al grado superlativo y diré que, de hecho, debemos elegir siempre según la inclinación más fuerte en ese momento. Y esa es la esencia de la libre elección: poder elegir lo que quieres. Ahora, el problema con el pecador, obviamente, no es que el pecador en su caída haya perdido la facultad de elección. Los pecadores todavía tienen mentes, pueden pensar, todavía tienen deseos, tienen voluntades. Y la voluntad sigue siendo libre en la medida que sea capaz de hacer lo que el pecador desea hacer. ¿Dónde radica el problema? El problema está en la raíz de los deseos del corazón del ser humano caído porque tiene una inclinación al mal, un deseo por el pecado, él peca. Los pecadores pecan porque ellos quieren pecar. Por lo tanto, pecan libremente. Los pecadores rechazan a Cristo porque ellos quieren rechazar a Cristo. Por lo tanto, lo rechazan libremente. Y antes de que una persona pueda responder positivamente a las cosas de Dios y elegir a Cristo y elegir la vida, debe tener un deseo de hacer eso. Ahora, la pregunta es: ¿conserva el hombre caído algún deseo en su corazón por Dios y por las cosas de Dios? Rápidamente presentaré nuestro siguiente tema, es la visión bíblica del carácter radical de la caída del hombre con respecto a su deseo por las cosas de Dios. Pero antes de llegar a ese tema, vamos a concluir hablando de otra distinción que Jonathan Edwards ha hecho famosa. Él hace una distinción entre habilidad moral y habilidad natural. La habilidad natural tiene que ver con habilidades que tenemos por naturaleza. Como ser humano tengo la habilidad natural de pensar. La habilidad de hablar. Puedo caminar erguido. No tengo la capacidad natural de volar por el aire sin ayuda de máquinas. Los peces tienen la capacidad de vivir bajo el agua por largos periodos de tiempo sin tanques de oxígeno ni equipos de buceo, porque Dios les ha dado aletas y branquias. Les ha dado el equipo natural necesario para que puedan vivir en ese entorno. Por lo tanto, tienen una habilidad natural que yo no tengo. Dios ha dado a las aves habilidades naturales que yo no tengo. ¿Correcto? Pero estamos hablando de habilidad moral; estamos hablando de la capacidad de ser rectos, así como de ser pecadores. El ser humano fue creado con la habilidad de ser recto o ser pecador, pero el hombre ha caído. Y lo que Edwards está diciendo es que, en su estado caído, ya no tiene la capacidad en sí mismo de ser moralmente perfecto porque ha nacido en pecado, en pecado original. Tiene una naturaleza caída, una naturaleza pecaminosa, lo que hace que sea totalmente imposible para él alcanzar la perfección en este mundo. Todavía tiene la facultad de pensar, la facultad para tomar decisiones. Pero lo que le falta es la inclinación o la disposición hacia la piedad. Ahora vamos a ver si eso concuerda o no con lo que la Biblia enseña acerca de la condición caída del ser humano, pero solo te lo estoy dando a manera de adelanto. Hasta ahora, Edwards simplemente está repitiendo lo que Agustín había enseñado siglos antes con una distinción similar. Agustín dijo que el hombre tenía un “liberum arbitrium” o un libre albedrío, pero que el hombre perdió en la caída era “libertas” o libertad, lo que la biblia llama libertad moral. La biblia habla de los humanos caídos como esclavos del pecado. Y aquellos que están en esclavitud han perdido alguna dimensión de libertad moral. Todavía toma decisiones, todavía tiene libre albedrío, pero esa voluntad ahora se inclina hacia el mal y no se inclina hacia la rectitud. No hay quien haga el bien. No hay justo. No hay quien busque a Dios, ni aún uno. Eso indica que algo nos ha sucedido en el interior. Jesús habla de que el fruto del árbol proviene de la naturaleza del árbol; la higuera no produce naranjas. No obtienes un fruto corrupto de un árbol recto. Hay algo malo dentro de nosotros, en donde residen nuestros deseos, nuestras inclinaciones. Es eso lo que está en esclavitud. Pero incluso esa caída no elimina la facultad de elegir. Así que realmente no hay diferencia entre lo que Agustín llama cuando dice: “Todavía tenemos libre albedrío, pero no libertad”, que es la misma distinción que Edwards hace entre la habilidad moral y la habilidad natural. Bueno, necesito parar porque mi tiempo se está acabando y solo quisiera decir que en nuestra próxima sesión veremos esto desde una perspectiva bíblica para ver lo que la Biblia dice de la capacidad moral del ser humano o la falta de ella con respecto a las cosas de Dios.
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