¿A QUE LLAMAMOS REVELACIÓN? ¿CÓMO SE NOS REVELA DIOS?
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo. Heb1:1-2
INTRODUCCIÓN
En el sentido teológico, “revelación” se refiere a esa manifestación propia de la soberanía de Dios, de revelarse al hombre y su voluntad. En el NT el sustantivo griego “apokalupsis”1 y el verbo “apokaluptö” se traducen como revelación y revelar respectivamente. «...y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar»[1]. Nos da el sentido de que el conocimiento de Dios sólo es posible si es Él mismo quien inicia el proceso «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos»[2].
La revelación General La iglesia habla de dos tipos de revelaciones, la una es llamada la “Revelación General.” Que es la revelación que Dios da a conocer a todos los pueblos de todos los tiempos. En otras palabras, la Revelación General es la revelación a la que todo el mundo tiene acceso. Hay un versículo central en el Nuevo Testamento que nos explica donde opera la revelación general: «Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y divinidad, se ven claramente desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas, de modo que son inexcusables. »[3]. Debemos saber que, desde el principio de los tiempos Dios ha intentado comunicarse con el hombre; siendo el hombre un ser finito y limitado, hecho digno de la creación de Dios. Si bien el hombre mismo era un ser creado, su llegada al mundo fue para coronar todo aquello que el supremo Diseñador había hecho, tanto que, Dios mismo le dio potestad y dominio sobre todas las cosas, y las puso a su cuidado. La comunicación con el hombre era cara a cara con el Creador, Adán y Eva disfrutaban de esa intima comunión y lo único que debían hacer para conservarla era obedecer. Nunca fue el deseo de Dios apartarse del hombre, fue el hombre en su desobediencia quien decidió apartarse de Él. Pero, aun después de la caída, Dios no interrumpe inmediatamente su revelación, sigue dirigiéndose a ellos para emitir su juicio ante el pecado cometido y en medio del proceso se revela como futuro Salvador. A través de la Biblia, de continuo vemos a Dios buscando al hombre, de la misma forma que le buscó en Edén el día de la caída, en ese proceso de búsqueda, siempre hubo alguien que encontró gracia ante sus ojos para ser digno de comunicársele su voluntad. Entonces vemos como Dios establece alianza con Noé y le muestra sus intenciones de lo que necesita que el patriarca haga, y ya al final le comunica su deseo de no volver a maldecir la tierra con un diluvio. Siglos después, se allega a Abram en la tierra de Ur, en Mesopotamia, y le ordena «… Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré».[4] Dios decide establecer un pacto con Abram, y cumple con él, hasta entregarle un hijo de su esposa Sara ya anciana, ello a fin mostrar fidelidad a su promesa de hacer de él una gran nación, y le dice: «…en Isaac te será llamada descendencia»[5]. Así es como a través de los años de acompañar a Israel como su pueblo; Dios sería reconocido por la nación israelita como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, graficando en ello Dios el cumplimiento de la promesa. La descendencia de Abraham sería depositaria de las promesas divinas hechas a los patriarcas. Dios llama a Israel para ser su pueblo elegido, le saca de donde no era pueblo, le salva de la esclavitud egipcia, establece pacto con ellos en Sinaí, y le da su Ley por medio de Moisés, y tal era su grado de comunión de Dios con el patriarca, que las Escrituras nos revelan: «Y hablaba el Eterno a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero»[6]. Por años los Profetas fueron fruto de un llamado especial, consagrados a ese propósito; debiendo renunciar a los privilegios del pueblo a fin ser preparados para su misión y recibir la revelación de Dios «…Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas[7]»
La revelación especial Existe entonces este otro tipo de revelación, una que cumple la invitación de Dios al hombre de hacer morada con Él, y ha estado siempre presente en la historia, y nos dice que Dios desea comunicarse con nosotros. Él quiere y nos entrega la forma, de hacer de esta revelación, una relación. Una que sea permanente y continua; para ello Él mismo nos entrega las llaves para llegar a ello, «Dios es Espíritu…»[8], por lo cual, para allegarnos a Él, es necesario estar en el mismo Espíritu, porque tal es Su naturaleza. Pero, un corazón no renacido, no transformado, tiene nulas posibilidades de entrar a esa comunión, por muchas capacidades mentales o sensoriales que este tenga, no es dado al hombre común el acercarse a Dios, sino solo por los medios que Dios nos proporciona. Pero hay un momento en la historia en que somos testigos de la suprema revelación de Dios al hombre, y este nos fue entregado con la llegada del Señor Jesucristo al mundo, fue el acontecimiento que cambió radicalmente la forma en como Dios había estado comunicándose y dando a conocer su voluntad; ahora la Palabra misma estaba con nosotros «…Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»[9]. Esta revelación de Dios en Cristo, debe considerarse como «definitiva» y «completa», ya que, en Jesús, Dios el Señor nos revela, todo lo que, en su misterio de amor, quería comunicar a la humanidad. Dios se allegaba una vez mas al hombre para mostrarnos a través de Jesucristo, que su deseo de establecer una alianza eterna siempre había sido real; en Cristo encontramos la esencia misma del Padre comunicándose a nuestra vida, «…El que me ha visto a mí, ha visto al Padre»[10], la fuente de revelación estaba ahora ante la vista de los hombres y se comunicaba audiblemente con ellos. Es que Dios, en su amor, ante la imposibilidad del hombre en su pecado de poder acercársele; en Jesús «…se hizo carne, y habitó entre nosotros»[11] Los apóstoles tuvieron el privilegio de escuchar de propia boca del Maestro sus enseñanzas, a ellos les eran revelado misterios que al común del pueblo no les pertenecían, y aunque en principio el proceso de cambio fue muy complejo para sus vidas, supieron reconocer en Jesús al enviado del padre “…Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente… respondiendo Jesús le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos»[12]. Finalmente podemos decir que esa revelación ha llegado a nosotros, y aunque Jesucristo regresó al cielo, volvió al lugar que le pertenecía desde siempre, dejó con nosotros su esencia; la Palabra. El Verbo sigue con nosotros y está entre nosotros, ha sido preservado a través de los siglos; el Espíritu Santo que es Dios mismo está en medio de la iglesia y le da vida, Él se nos revela a través de su Palabra y nos muestra nuevamente su voluntad. La Biblia no es un libro histórico, si bien contiene mucho de la historia en él, tampoco es un libro científico, aunque algunos digan que hay en ella mucha ciencia de lo alto, la Biblia es ante todo un libro religioso, uno que nos comunica la verdad de Dios, allí está contenida la revelación, toda la revelación que el hombre necesita para conocerle, allí Dios colocó cuidadosamente todo lo necesario para la vida a fin el hombre pueda alcanzar salvación y establecerse en plena comunión. «…Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre»[13][14][15]. Para el hombre común, existe una imposibilidad de acceder a recibir revelación del Dios « Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver»15 y esta no se da solamente por una suerte de capricho de Dios, sino porque la naturaleza carnal de la cual está revestido el hombre sin Cristo, esa de la cual no se ha despojado y que gobierna sus miembros, su mente y voluntad; le hacen ciego a las cosas de Dios; porque su corazón está en tinieblas y no puede acceder a esa luz, a menos que sea Dios quien transforme su corazón y le haga nueva criatura. «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente»16.
CONCLUSION Revelación es entonces un descorrer el velo, una acción graficada en el dramático momento cuando junto al último suspiro del Hijo en la Cruz, el velo del templo se rasgó en dos, aquel día por medio del sacrificio de Jesucristo se terminaba la maldición que nos separaba del Padre; la ley había sido cumplida, la pared había sido derribada y quedaba ante nosotros una puerta abierta, por lo cual podemos ahora: «…acercarnos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro»[16]
Luis Vogt Opazo
Docente y Licenciado en Teología Pastoral, Saint Alcuin of York Anglican College;
Licenciatura en Estudios Teológicos, Academia de Ginebra
1 https://es.wikipedia.org/wiki/Apocalipsis
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