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Luis Vogt

LA MADUREZ CRISTIANA A QUE ASPIRAMOS

Los notorios efectos de la falta de madurez espiritual en el cristiano de hoy son evidentes, tanto en la experiencia de las iglesias como en la enseñanza de la Palabra de Dios, esto la Escritura lo destaca específicamente en tres pasajes que califican a los creyentes como seres inmaduros como niños.


El texto de Efesios 4:14 les describe como “niños fluctuantes llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error”. Por su parte Hebreos 5:12-14 habla de tales niños como “inexpertos en al palabra de justicia” y agrega que “debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios”. Y en 1° de Corintios 3:1-3, tomado en relación con su contexto, indica que los “niños en Cristo” son creyentes “carnales” cuyos “celos, contiendas y disensiones” destruyen la unidad de la iglesia.

Resumiendo, la enseñanza de estos tres pasajes, vemos que la falta de madurez espiritual en el cristiano perjudica tanto a los creyentes mismos como a la congregación de la cual forman parte. Y principalmente al creyente le hace doblemente incapaz, pues no puede defenderse de las falsas enseñanzas de aquellos que indicen al error, y tampoco están preparados para enseñar la Palabra de Dios a otros, ya sea a inconversos que necesitan que se les explique el evangelio, mucho menos a creyentes nuevos que necesitan de ayuda espiritual. Y en lo que respecta a la congregación, toda inmadurez crónica en sus miembros es una amenaza para la unidad del cuerpo y como consecuencia le resta credibilidad a su testimonio delante de la comunidad que le rodea y estorba la obediencia colectiva a los mandatos del Señor.

Para prevenir y remediar estos graves perjuicios, lo primero que necesitamos es tener una comprensión clara de que se trata esta madurez que Dios desea producir en sus hijos y a la cual todo cristiano debe aspirar. Una manera de lograr comprender esto es revisar los pasajes del Nuevo Testamento en que se define lo que Dios quiere transmitirnos respecto de ser maduros, o experimentar la madurez y analizarlos a la luz de su contexto y de otros pasajes que sin mencionar los mismos términos, si tratan de llevarnos al mismo concepto.


Localizando los términos

Según lo que nos entrega la Versión Reina Valera del 1960, los términos definidos como “madurez” y “maduro” aparecen en el Nuevo Testamento solo tres veces y en cada caso constituyen una traducción de la voz “téleios”. Pero este vocablo se encuentra en el Nuevo testamento griego un total de diecinueve veces, la RVR60 lo traduce como “perfecto” en quince ocasiones; madurez en dos y una sola vez como “maduros y completo”.

Barclay dice:” Téleios” es el adjetivo derivado del sustantivo “telos”, y significa “un fin, un propósito, un blanco, una meta”. Así que una cosa es “téleios” si realiza el propósito para lo cual proyectado; de donde, “un hombre llega a ser perfecto si realiza el propósito para lo cual fue creado y enviado al mundo”.

Trench, por su parte dice: en un sentido natural, los “téleioi” (Plural de téleios) son los adultos, quienes habiendo alcanzado los limites completos de estatura y poderes mentales dentro de su alcance, es porque han alcanzado su “télos”, a diferencia de los “néoi o paîdes”, jóvenes o muchachos”. Luego, agrega que existe cierta ambigüedad en el uso que hacemos de la palabra “perfectos” que se traduce también del vocablo “téleios” ya que ambas palabras se usan indistintamente en sentido relativo o en sentido absoluto, pues solo así se entiende la traducción cuando el Señor dice:“Sed, pues, vosotros perfectos (téleioi) como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (téleios) “.

En otras palabras, “teleios” por lo que podemos entender, se emplea en el Nuevo Testamento en, a los menos tres sentidos. Tratándose de Dios y de sus obras se deduce “absolutamente perfecto, sin defectos, sin tacha alguna”. Al referirse a las cosas, “nos habla de aquellas que han cumplido su propósito, aquello para lo cual fueron proyectadas”, y cuando se refiere a nosotros, puede significar que “hemos alcanzado el fin o propósito para lo cual hemos sido creados y puestos en este mundo” significando que somos maduros, adultos, ya formados, plenamente desarrollados, y esto puede ser tanto en el sentido físico, mental, moral o espiritual.

Encontramos también en el Nuevo testamento griego otras voces relacionadas con el adjetivo “téleios” y que comparten su significado básico. Dos de ellos “teleiótês y teléiosis” se sucedes dos veces cada uno y su significado es la misma (realización, cumplimiento, perfección, madurez). Existe otro, “teleiotês” que se encuentra una sola vez y significa “el que acaba, consumador o perfeccionador”. Una sola vez también encontramos el adverbio “teleíôs” y es traducido como “del todo, completa o perfectamente”. El verbo “teleióô”, aparece veintitrés veces y tiene el sentido de “llevar a cabo, realizo, perfecciono, cumplo” “

Estos términos aparecen citados en algunas de las siguientes escrituras:

1° de Corintios 2:6 “Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen”.

1° Corintios 14:20, “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar”.

Efesios 4:13 “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, para que ya no seamos niños…”. Con esta interpretación concuerdan la Biblia de las Américas, la NVI y la Versión Popular.

Filipenses 3:15 “Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios”. Otras versiones colocan: completos, maduros, competentes.

Colosenses 1:28 “a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre”, otros prefieren: “edad madura o competente”.

Colosenses 4:12 “Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere”. Versión DPT “lleguen a ser maduros”; Biblia de las Américas y NVI: “que estén firmes, perfectos y completamente seguros”.

Hebreos 5:14 “pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal

Hebreos 6:1 “Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios”. Las traducciones, Versión 1977, NVI, Hispano Americana; Fuenterrabía Revisada, todas traducen: “hacia la madurez

Santiago 1:4 “Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”. Aquí la voz “téleios” aparece dos veces, la primera traduce “completa” y la segunda “perfectos”.

Santiago 3:2 “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”, la casi totalidad de versiones al español aquí traduce “téleios” como perfecto, aquí se refiere a uno que ha alcanzado un desarrollo espiritual y moral completo” o sea “ya no se es niño en su proceder, sino completamente adulto”.


Analizando el concepto

Al analizar los pasajes citados que nos hablan de la madurez espiritual comprobamos la verdad de lo dicho por Trench en cuanto a la ambigüedad del uso de la palabra “téleios” y “perfecto”. Lo que nos lleva a pensar que existirían dos tipos de madurez, la madurez espiritual absoluta y la relativa.

En el capitulo tres de Filipenses, Pablo nos expresa su profundo anhelo de conocer plenamente a Cristo, de “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos”. Pero agrega “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”. Y luego en el verso 15 agrega: “Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios”.

En el breve compas de cuatro versículos el apóstol niega haber sido perfeccionado y afirma ser perfecto. En otras palabras, niega haber alcanzado madurez absoluta, pero declara que participa de la madurez espiritual relativa.


La madurez espiritual absoluta

Como consumador (teleiotês) de la fe (Heb 12:2), Nuestro Señor se propone perfeccionar (completar) “hasta el día de Jesucristo” la “buena obra” que comenzó en nosotros (Fil 1:16). El contexto total de este versículo sugiere que la buena obra que Pablo tenía en mente pudo haber sido la obra misionera en que los filipenses colaboraban con él. Pero la enseñanza general del nuevo Testamento nos hace entender que la expresión tenga una aplicación mas amplia, y que se refiere a la obra completa de nuestra perfección y salvación.

Nuestra salvación es de Dios (Sal 3:8, Jon 2:9; Apo 7:10) tanto en su principio como en su fin. En cuanto a los propósitos divinos, tuvo su principio “antes de la fundación del mundo” (Ef 1:3). Primeramente en lo que respecta a nuestra experiencia personal, tuvo su principio cuando el Espíritu Santo nos convenció “de pecado, de justicia y de juicio” (Jn 16:8-11) y nos movió a someternos por fe ante el señorío de Cristo (1°Co 12:3). Y el fin último que Dios tuvo en mente al tomar así la iniciativa de nuestra salvación era que “fuésemos santos y sin mancha delante de Él” (Ef 1:3). Y como dice en Romanos 8:29 “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, …”, esta es la buena obra que Dios ha comenzado en nosotros.

Ahora, Filipenses 1:6, nos señala “…el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará (completará) hasta el día de Jesucristo”. Y este día se refiere al día de su retorno en poder y gloria, “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13), el día de “la redención de nuestro cuerpo” (Ro 8:23) “el día de la resurrección” (1° Co 15:51-54), el día en que el Señor “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”(Fil 3:21). En aquel día como dice 1° de Juan 3:2 “seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Entonces habremos llegado a “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (EF 4:13), allí habremos alcanzado “¡la madurez espiritual absoluta!”.

Esta esperanza es bienaventurada porque nos pone por delante una perspectiva gloriosa con un futuro eterno, y también porque es un poderoso incentivo para vivir de mejor manera el tiempo presente. En 1° de Juan 3:3 “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”, quiere decirnos que la seguridad de llegar a tener una madurez espiritual absoluta nos impulsa a querer mejorar mas cada día, luchando por hacer crecer día a día nuestra madurez espiritual relativa.


Madurez espiritual relativa

Sabemos que el propósito divino es conformarnos a una madurez absoluta, pero esta no será completa sino hasta la segunda venida de Cristo, pero es importante saber que esta, ya está en marcha en nosotros. Es lo que quiere decirnos Pablo en Romanos 8:28, cuando nos habla de esa hermosa promesa “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” donde aquí el “bien” se refiere precisamente a que “seamos hechos conforme a la imagen de su Hijo”. En todas las circunstancias de nuestra vida diaria Dios está tratando con nosotros, limando las asperezas de nuestro carácter, llevándonos a ser más y más como Cristo. Ahora en la medida que nosotros coloquemos el máximo de esfuerzo, ello acrecentará más nuestra madurez espiritual.

Pero… ¿Cómo podemos cooperar con Dios en eso?, la respuesta nos la da de nuevo la Escritura, en Colosenses 2:19 nos dice: “…asiéndonos de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, se nutre y uniéndonos por las coyunturas y ligamentos, crecemos con el crecimiento que da Dios”. En otras palabras, Dios da el crecimiento en nosotros por medio de la unión que mantenemos con su Hijo. El creyente maduro es aquel para quien “el vivir es Cristo”, aquel que puede decir con verdad “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí, y lo que vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”…(Gálatas 2:20).

Ahora Cristo está en nosotros por medio del Espíritu Santo (Jn 14:16-18). Y en la medida que permitamos que ese Espíritu more en nosotros y nos llene (Ef 5:18) Él producirá en nosotros su fruto (Gal 5:22-23). Las nueve virtudes que componen ese fruto glorioso no son otra cosa mas que una completa descripción del carácter de Cristo.

Estas condiciones las encontramos en Juan 7:37-39 “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado

Observemos en este pasaje que Jesús nos dice: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” A primera vista parece estar proponiéndonos tres condiciones para tener una abundante vida espiritual, pero si observamos con atención, en realidad nos exige cuatro.

La primera es “tener sed” y la ultima es “beber”. Pero el venir a Jesús es un proceso doble, porque primeramente incluye la decisión de volverse del pecado (conversión) y por otro lado incluye sumisión al Señorío de Cristo, porque lo que nunca debemos olvidar es quien es Aquel que nos ha llamado. Por lo tanto, si ponemos atención, el pasaje nos habla de un cuádruple desafío para poder entrar a disfrutar de la plenitud de Cristo.

1. “Tener sed”, significa estar afligido por la sequedad y esterilidad del estado en que se encuentra nuestra alma, tanto que deseamos ardientemente las aguas de la gracia divina. Porque, aunque Dios no hace distinción de personas a la hora de entregar sus bendiciones materiales (Mat 5:45), no es igual con sus bendiciones espirituales, las cuales son concedidas solamente a aquellos que lo deseen y busquen, Pablo lo grafica así: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”(Col 3:1-2)

2. “Limpiar el vaso”, significa enfrentarnos con toda honestidad con la cuestión de nuestros pecados y tratar con ellos de acuerdo a lo que nos indican las Escrituras. Dios está dispuesto a llenar vasos de barro, de piedra, de cristal, de plata, aun de oro. Está dispuesto a llenar vasos de color negro, moreno, amarillo o blanco. Llenar vasos de todos los tamaños y formas. Pero hay una cosa que Dios nunca hará: ¡Llenar un vaso sucio! Por lo que, si deseas experimentar verdaderamente la plenitud del Espíritu en tu vida, tienes que confesar y dejar todos tus pecados delante de Dios. (Prov 28:13; 1° Jn :9) y esto de abandonarlos, incluye restitución y reconciliación (Mat 5:23,24; Rom 12:18; Luc 19:8; Num 5:6-7) y también exige perdonar (Mat 6:14,15; 18:21-35)

3. “Entregar el vaso”: significa reconocer Su señorío, significa estar constreñidos por el amor de Cristo a fin de recordar “pensando esto: que, si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2° Cor 5:14-15).

4. “Beber del vaso” Finalmente este acto es sinónimo de creer. Habiendo cumplido las tres primeras condiciones, debemos recibir con gratitud la bendición de ser plenos en Él, tomándola con la convicción de que es así, sin esperar manifestación alguna que apele a nuestros sentimientos; Dios es soberano en ello y se mueve de manera misteriosa por lo que debemos aprender a esperar en Él y creer con fe que Él está obrando. Porque el cristiano maduro vive y se nutre por la fe, no por emociones. Por fe andamos, no por vista (2°Cor 5:7). Si hay manifestaciones gloriosas de la gracia divina estas se darán a diario en nuestra relación plena si es que confiamos en su fidelidad y le obedecemos.


Como prometió nuestro Salvador, de dentro de todo aquel que tenga sed y venga a Él con un corazón limpio y beba “correrán ríos de agua viva”. Y no solo verá satisfechas sus propias necesidades espirituales, sino que él mismo se convertirá en canal de bendición para cuantos le rodeen. ¡Esta es la madurez cristiana a que aspiramos!

LVogt2020

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