Hoy, vamos a empezar una nueva serie y nos vamos a centrar en el tema de la obra de Cristo. En teología hacemos una distinción entre la persona de Cristo y la obra de Cristo por varias razones. Pero a pesar de que esa distinción es importante hacerla, nunca debemos dejar que se convierta en una separación, porque la persona de Cristo está íntimamente ligada a Su obra. Y entendemos Su obra, en gran parte, desde la perspectiva de quién era el que estaba haciendo esa obra. Pero, al mismo tiempo, en cambio, la obra de Jesús nos revela mucho sobre quién es Él. Así que, Su persona y Su obra se pueden distinguir, pero nunca separar.
Cuando iniciamos un análisis de la obra de Jesús, por lo general la gente quiere empezar con Su nacimiento, Su nacimiento virginal, pero nosotros no vamos a empezar en ese punto en esta serie particular de sesiones. En cambio, la obra de Jesús, creo que empieza mucho antes de Su nacimiento. De hecho, empieza en la eternidad pasada, en lo que llamamos en teología «el pacto de redención». Las personas que escuchan este programa de radio me han dicho muchas veces que al igual que disfrutan el sonido que Rush Limbaugh hace al sacudir sus papeles en el escritorio, así también disfrutan el sonido de la tiza rayando la pizarra.
Pero vemos mucho la palabra «pacto» en la Biblia. Pensamos en el pacto de la creación. Pensamos en el pacto de obras, el pacto de gracia. Pensamos en el pacto que Dios hace con Abraham, con Noé, con David e incluso en el nuevo pacto que llamamos el Nuevo Testamento. Pero muchas personas no están en absoluto familiarizadas con lo que consideramos el primer pacto o el pacto de redención. Y ese pacto no es un pacto que Dios hace con los seres humanos. Más bien, el pacto de redención se refiere a un pacto o un acuerdo que tiene lugar en la eternidad dentro de la Trinidad.
Distinguimos a las personas de la Trinidad como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y sabemos, cuando vemos la narrativa de la creación en el Antiguo Testamento, que toda la Trinidad, toda la deidad, está activamente involucrada en la creación del universo. Pero no solo la creación es una obra trinitaria, sino que la redención también es una obra trinitaria. El Padre es el que inicia el concepto de redimir una creación que Él sabe que caerá. Y, entonces es el Padre quien diseña el plan de redención. Es al Hijo a quien se le asigna la tarea, por el Padre, de llevar a cabo la redención y por supuesto, es la obra del Espíritu Santo aplicar esa obra de redención a nosotros.
Pero debemos entender que esto no representa un problema dentro de la Trinidad misma, sino más bien un acuerdo eterno. El Hijo es enviado por el Padre y el Hijo está absolutamente encantado de ser enviado y de llevar a cabo la misión que el Padre le ha dado. Durante Su estadía terrenal, Jesús hizo un comentario en una ocasión donde dijo: «Nadie ha subido al cielo, sino Aquel que bajó del cielo». Y así, con respecto al ministerio de Jesús en este mundo, este empieza con el descenso como se distingue de la ascensión. El descenso tiene que ver con que Él dejó Su posición en gloria con el Padre y el Espíritu, y vino a este mundo por medio de la encarnación.
Cuando el apóstol Pablo escribió la carta a los Romanos, al inicio de la epístola donde se identifica a sí mismo como un apóstol que ha sido llamado por Dios y apartado para el evangelio de Dios, dijo que fue anunciado por los profetas del Antiguo Testamento y menciona a Jesús quien nació de la simiente de David. Y así, cuando Pablo anuncia el evangelio y la obra de Cristo a lo largo del libro de Romanos, empieza en el primer capítulo con una referencia a Jesús como nacido de una mujer de la simiente de David, según la carne. Y cuando hablamos de la carne de Jesús, eso nos lleva inmediatamente al concepto de la encarnación.
Lo que celebramos en Navidad no es tanto el nacimiento de un bebé, con lo relevante que eso es, sino que lo significativo en cuanto al nacimiento de ese bebé en particular es que en ese nacimiento tenemos la encarnación de Dios mismo. La encarnación significa ser manifestado en la carne. Sabemos cómo Juan empieza Su evangelio: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». Así que, en esa complicada declaración introductoria, él distingue entre la Palabra y Dios y luego en la siguiente parte identifica a los dos, «el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». Y luego, al final del prólogo, dice: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros».
Ahora, en esta «encarnación», por así decirlo, de la manifestación de Cristo en este planeta, no es que Dios, repentinamente, cambia a través de una metamorfosis en un hombre, de modo que la naturaleza divina deja de existir o se vuelve una nueva forma de carne. No, la encarnación no es tanto una resta sino más bien una adición, donde la segunda persona eterna de la Trinidad toma sobre Sí misma una naturaleza humana y une Su naturaleza divina a esa naturaleza humana con el propósito de la redención.
Ahora, me gustaría que veamos en esta ocasión un pasaje muy importante en la carta de Pablo a los Filipenses en el segundo capítulo, donde en el capítulo dos de Filipenses, empezando en el versículo 5, tenemos estas palabras: «Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre».
Este pasaje que acabo de leer es conocido en los círculos bíblicos como el himno kenótico, pues lo que se especula es que este pasaje en particular de la carta de Pablo a los Filipenses fue un pasaje que no fue compuesto por el apóstol mientras escribía la carta a los Filipenses, sino que Pablo estaba haciendo uso de un himno cristiano muy usado, muy antiguo. No sabemos eso con certeza, pero ciertamente es posible. Ese himno celebra la encarnación y se llama el himno kenótico debido a una palabra griega prominente que se encuentra dentro de este pasaje, que es la palabra griega kenosis, que significa literalmente «un vaciado. Y el punto central de este pasaje o himno, cualquiera que sea el caso, es la transición que Jesús experimentó al venir de Su estado exaltado en el cielo y encarnarse como un hombre en este mundo.
El patrón que se encuentra aquí en este pasaje es un patrón que vemos con frecuencia en la vida de Jesús, que es un patrón de humillación y exaltación, es decir, él empieza exaltado en la gloria en el cielo, pero condesciende en unirse a nosotros en nuestra situación terrenal a fin de redimirnos. Y al entrar en la carne humana, Él sufre una profunda humillación. Y a lo largo de Su vida, parece haber una progresión o regresión, donde la humillación se vuelve más profunda y más oscura y cada vez peor y peor, a medida que alcanza su punto más bajo en la cruz y luego siguiendo la cruz viene la resurrección y la exaltación de Cristo, una vez más, a la gloria. Esa progresión o ese patrón que acabo de mencionar de la humillación a la exaltación no es absoluto.
Hace varios años, escribí un libro titulado «La gloria de Cristo» porque me fascinaba cómo en ciertos momentos de la vida terrenal de Jesús en medio del ocultamiento de su identidad eterna, en medio del revestimiento de la encarnación, habría pequeños estallidos de gloria que se abrirían paso como si la encarnación misma fuera incapaz de sumergir por completo la gloria de la segunda persona de la Trinidad. Lo vemos, por ejemplo, en las narraciones del nacimiento de Jesús, donde vemos que gran parte de la literatura habla del arduo viaje que María y José hacen con el fin de registrarse para el censo en Belén. Y llegan allí y no hay lugar en la posada, por lo que Jesús nace en circunstancias ignominiosas allí en total humillación, envuelto en trapos y más.
Pero todo el tiempo tenemos esta imagen de humillación, justo fuera en los campos de Belén, la gloria de Dios irrumpe y el coro angélico comienza a cantar: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres». Entonces, ese es solo un ejemplo, pero a lo largo de la vida de Jesús, vemos estos episodios de gloria que se manifiestan. Sin embargo, el patrón básico es uno de humillación a exaltación. De nuevo, en Romanos 1, Pablo habla de que nació de la simiente de David según la carne, pero se dio a conocer como el Hijo de Dios a través de la resurrección. Habiendo dicho eso, veamos una vez más este himno y analicemos algunos de los aspectos de este en Filipenses 2. La forma en que esto se usa es una exhortación que el apóstol está haciendo a los cristianos, que los cristianos deben emular la humildad de su Salvador.
En otro texto, el apóstol nos dice que a menos que estemos dispuestos a identificarnos con la humillación de Jesús, nunca seremos capaces de experimentar Su exaltación. E incluso nuestro bautismo tiene esa doble señal, que en ese bautismo estamos marcados con la muerte de Jesús, pero también estamos marcados con la resurrección de Jesús. ¿Ves ese patrón? Humillación y exaltación. Bueno, el apóstol que usa esto dice que Cristo, «aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios». Ese es un lenguaje extraño. Allí, otros traductores lo interpretan de manera diferente. Ellos dicen que Él no consideraba Su igualdad con Dios como algo a qué aferrarse.
En otras palabras, que Jesús no consideraba la gloria que disfrutaba con el Padre y el Espíritu desde toda la eternidad como algo a lo que aferrarse con tenacidad, celosamente guardado, sino que estaba dispuesto a dejarlo de lado. Estaba dispuesto a vaciarse a sí mismo y también a despojarse a sí mismo. En el siglo XIX, los estudiosos liberales propusieron una doctrina llamada la teoría kenótica de la encarnación y es posible que la hayas escuchado, la idea es que cuando Jesús vino a esta tierra, dejó de lado Sus atributos divinos para que el Dios-hombre, aunque teniendo Su deidad, ya no tuviera los atributos divinos de la omnisciencia, omnipotencia y todo lo demás.
Pero, por supuesto, eso negaría por completo la naturaleza misma de Dios, que es inmutable. Incluso en la encarnación, la naturaleza divina no pierde Sus atributos divinos. Él no los comunica a la humanidad. Él no deifica la naturaleza humana, pero en el misterio de la unión entre la naturaleza divina y la humana, de Jesús, la naturaleza humana es de verdad humana. No es omnisciente. No es omnipotente. No es nada de esto. Pero al mismo tiempo, la naturaleza divina permanece plena y completamente divina. B.B. Warfield, el gran académico de Princeton, al comentar sobre la teoría kenótica de su época dijo: «La única kenosis que esa teoría prueba es la kenosis de los cerebros de los teólogos que la están difundiendo», que se han vaciado a sí mismos de su sentido común.
Pero, en todo caso, lo que se vacía es: gloria, privilegio, exaltación. Jesús en la encarnación se hace a sí mismo como alguien sin reputación. Él permite que Su propia posición divina exaltada sea sometida a la hostilidad humana y a la crítica y negación humana. «Tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres». Esto es algo asombroso, que Él no solo vino como un hombre, Él vino como un esclavo. Vino en una posición que no lleva consigo ninguna exaltación, ninguna dignidad, solo indignidad. «Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte», la vergonzosa muerte de cruz.
Después de habernos dado ese breve resumen de la humillación de Jesús en la encarnación, la siguiente palabra que se deriva de ella es de vital importancia para nosotros. Por lo tanto, o por lo cual, Dios lo ha exaltado altamente. ¿Recuerdas cuando Jesús estaba en el aposento alto la noche antes de Su ejecución, la noche en que estableció «la Cena del Señor»? Y Él pasó por esa larga oración, la oración sumo sacerdotal, se llama. ¿Recuerdas una de las peticiones que Jesús hizo en esa oración? Le pidió al Padre que le devolviera la gloria que Él tuvo con el Padre desde el principio. Él dijo, yo he cumplido mi misión. He sido obediente. Ahora, Padre, glorifica a Tu Hijo con la gloria que Él tuvo contigo desde la fundación del mundo.
Y esto es exactamente lo que Dios hace con Jesús al finalizar Su obra. Hay un punto final a Su indignidad. Hay un cumplimiento de Su humillación que empieza bien marcada con Su nacimiento. Por lo tanto, Dios lo ha exaltado en gran manera y le ha dado un nombre que está por encima de todo nombre. En otras series que hemos hecho, hemos visto con cuidado los nombres y títulos que se usan para Jesús en el Nuevo Testamento, que son realmente ricos e inspiradores para nosotros. Pero muy a menudo, cuando los cristianos leen este pasaje, asumen que lo que se está diciendo aquí es que el nombre que está por encima de todo nombre es el nombre Jesús.
Pero eso no es lo que dice el texto. Lo que el texto está diciendo es que Dios lo ha exaltado hasta lo sumo, a tal punto que, en el nombre de Jesús, cuando escuchas el nombre de Jesús, toda rodilla debe inclinarse y toda lengua debe confesar ¿qué? Que Él es Señor para la gloria de Dios el Padre. El nombre que está por encima de todo nombre es ese título que pertenece solo a Dios, ese título Adonai que se refiere a Dios como el soberano. Ese es el título que es revelado, que pertenece a Cristo debido a su humillación.
Debido a Su perfecta obediencia en el papel de esclavo, Dios mueve el cielo y la tierra para exaltar a Su Hijo, le da el nombre que está por encima de todo nombre, para que cuando escuches el nombre de Jesús, tu impulso sea estar de rodillas y confesar que Él es Señor para la gloria de Dios el Padre; que, en este punto, al exaltar a Cristo, también estás exaltando al Padre. Y así se cierra el círculo. Primero tenemos la exaltación, humillación, de vuelta a la exaltación. Pero aquí es donde empieza. Y la obra de Cristo se le da a Él, no para que baje a morir el viernes santo y luego regrese al cielo, sino que, a lo largo de toda su vida, Él está ocupado con la misión que Él acordó realizar con el Padre y el Espíritu desde la eternidad.
R.C.SPROUL
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