Que el «Maestro de maestros» le enseñe que en las fallas y lágrimas se talla la sabiduría. Que el «Maestro de las emociones» le enseñe a contemplar las cosas sencillas y a navegar en las aguas de los sentimientos. Que el «Maestro de la vida» le enseñe a no tener miedo de vivir y a superar los momentos más difíciles de su historia Que el «Maestro del amor» le enseñe que la vida es el espectáculo más grande en el teatro de la existencia. Que el «Maestro inolvidable» le enseñe que los débiles juzgan y desisten, mientras los fuertes comprenden y tienen esperanza. No somos perfectos. Decepciones, frustraciones y pérdidas siempre ocurrirán. Pero Dios es el artesano del espíritu y del alma humana. No tenga miedo. Después de la noche más larga surgirá el amanecer más bello. Espéralo.
Es fácil reaccionar y pensar con lucidez cuando un suceso toca nuestra puerta, pero es difícil conservar la serenidad cuando las pérdidas y dolores de la existencia nos invaden. Muchos, en esos momentos, revelan irritación, intolerancia y miedo. Si queremos observar la inteligencia y la madurez de alguien, no debemos analizarla en las primaveras, sino en los inviernos de la existencia.
Muchas personas, incluso intelectuales, se portan con elegancia mientras el mundo los elogia, pero se turban y reaccionan impulsivamente cuando los fracasos y los sufrimientos cruzan las avenidas de sus vidas. No logran superar las dificultades y ni siquiera extraer lecciones de las turbulencias.
Hubo un hombre que no se abatía al ser contrariado. No se turbaba cuando sus seguidores no correspondían a sus expectativas. A diferencia de muchos padres y educadores, usaba cada error y dificultad de sus íntimos no para acusarlos y disminuirlos, sino para que evaluasen sus propias historias.
El era el Maestro de la escuela de la vida, no se preocupaba mucho por corregir los comportamientos manifiestos de los más cercanos, pero se empeñaba en estimular sus pensamientos y en que expandieran la comprensión de los horizontes de sus vidas.
Era amigo íntimo de la paciencia. Sabía crear una atmósfera agradable y tranquila, aun cuando el ambiente a su alrededor estuviera turbulento. Para ello él decía: «Aprended de mí. que soy manso y humilde...» (Mateo 11.29).
Su motivación era segura. Todo en torno a Él. conspiraba en su contra, pero absolutamente nada abatía su ánimo. Aún no había pasado por el caos de la cruz. Su confianza era tanta que ya proclamaba por anticipado la victoria sobre una guerra que aún no se había luchado y que. peor aún. enfrentaría solo sin armas Por eso. a pesar de ser quién debía recibir aliento de sus discípulos, logró reunir fuerzas para animarlos momentos antes de su partida, diciendo: «Pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16.33).
Jesús dijo: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mateo 6.39).
¿Habrá vacilado ante su dolor? Algunos consideran esa petición de Cristo como un retroceso; cierta vacilación o temor a pasar por tan grande sufrimiento. No obstante, si estudiamos detenidamente su comportamiento, comprenderemos su dolorosa declaración en aquella noche densa y fría como el más bello poema de libertad, resignación y autenticidad. Jesús estaba plenamente consciente de la copa que iba a beber. Que sería golpeado, azotado, burlado y escupido; que tendría una corona de espinas clavada en la cabeza y, por fin, que pasaría seis largas horas en la cruz hasta sufrir una muerte cruenta.
La psicología y la psiquiatría tienen mucho que aprender de los pensamientos y las reacciones que el Maestro expresó a lo largo de su historia, principalmente en sus últimos momentos. Frente a las más dramáticas situaciones, demostró ser el Maestro de maestros experimentado en los embates de la escuela de la vida. Su sufrimiento, en lugar de abatirlo, expandían su sabiduría. Las pérdidas, en lugar de destruirlo, refinaban su arte de pensar. Las frustraciones, en lugar de desanimarlo, renovaban sus fuerzas.
Muchos psiquiatras y psicólogos muestran lucidez y coherencia cuando hablan acerca de los conflictos de sus pacientes, pero al tratar de los problemas, pérdidas y fracasos propios, muchos dejan caer su estructura emocional y cierran las ventanas de su inteligencia. En los terrenos sinuosos de la existencia es donde se evalúan la lucidez y la madurez emocional.
A lo largo de nuestra experiencia podemos actuar convencidos de que no existen gigantes en el territorio de las emociones cuando están afectan a los demás. Creemos que podemos liderar al mundo, pero tenemos inmensa dificultad en controlar nuestros pensamientos en los momentos de estrés. Muchas veces nuestros comportamientos son inadecuados, innecesarios e ilógicos ante determinadas frustraciones.
Jesús, como Maestro de la escuela de la vida sabía de las limitaciones humanas, sabía cuán difícil es gobernar nuestras reacciones en los momentos estresantes Estaba consciente de que fácilmente nos equivocamos y nos castigamos o castigamos a los demás. Pero siempre quería aliviar el sentimiento de culpa que aplasta las emociones y crear un clima tranquilo y solidario entre sus discípulos. Por eso, un día les enseñó a recapacitar y orar, diciendo: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6.12).
Quienes viven bajo el peso de la culpa, se lastiman continuamente a sí mismos y se vuelven sus propios verdugos. Pero el que es radical y excesivamente crítico de los demás, se vuelve un «verdugo social». En la escuela de la vida no hay graduación. Cualquiera que se sienta «graduado» hace morir su creatividad, pues va perdiendo la capacidad de asombrarse de los misterios que la gobiernan. Todo se vuelve común para él, no habiendo nada que lo anime y lo estimule. En la escuela de la vida, el mejor alumno no es aquel que está consciente de lo que sabe, sino de cuánto no sabe. No es aquel que proclama su perfección, sino el que reconoce sus limitaciones. No es aquel que proclama su fuerza, sino el que educa su sensibilidad.
Todos pasamos por momentos de vacilación e inseguridad. No hay quien no sienta miedo y ansiedad en determinadas situaciones. No hay quien no se irrite delante de ciertos estímulos. Tenemos debilidades. Solamente no las ve el que no logra mirar su propio interior. Unos vierten lágrimas húmedas; otros, secas. Unos exteriorizan sus sentimientos; otros, al contrario, los reprimen. Algunos, superan con facilidad ciertos estímulos estresantes, pareciendo ser muy fuertes, pero tropiezan con otros aparentemente ordinarios. Ante las curvas que da la vida, ¿cómo se puede evaluar la sabiduría y la inteligencia de alguien? ¿Cuándo toca la puerta el suceso, o cuándo enfrenta el caos?
Es fácil mostrar serenidad cuando nuestra vida transcurre como un jardín tranquilo; es difícil cuando ella depara los dolores propios. Los momentos finales de la vida de Cristo estuvieron definidos por sufrimientos y aflicciones. Sin embargo, a la luz de su actuar siempre sereno aun en medio del sufrimiento, Él había logrado conservar su brillo intelectual y emocional en medio de tan fuerte tempestad.
Los educadores no han logrado reproducir el brillo de la sabiduría de Cristo. No logran incluirlo en las clases de historia, filosofía o psicología. Son tímidos y reprimidos, no consiguen proponerles a los alumnos una discusión acerca de Jesús, no en el aspecto religioso, sino resaltando su humanidad y su compleja personalidad. Yo realmente creo que en las propias escuelas que desprecian cualquier valor espiritual, como sucede en Rusia, la enseñanza constante de la historia de Jesús podría revolucionar la forma de pensar de los alumnos.
La misión, el propósito u objetivo de Jesucristo es impresionante. No quería simplemente poner a los seres humanos en una escuela de sabios, sino más bien revestirles de eternidad. Amaba y valoraba demasiado al hombre por el cual había venido a morir, por eso nunca desistió de nada por más que lo frustrasen. Bajo su cuidado afectuoso, las personas que le rodeaban, comenzaban a ver la vida desde otra perspectiva, una perspectiva eterna, fundada en el amor.
Por ello el investigar la personalidad de Jesucristo es una experiencia de vida, la cual puede hacernos aprender mecanismos para desarrollar nuestras fortalezas; desarrollar nuestra personalidad espiritual y aprender a prevenir cualquier ataque del enemigo en nuestras mentes. Es allí y no en nuestro corazón donde se libera o tuerce nuestro destino eterno. Es allí donde Cristo logra la más decisivas de las victorias, la victoria sobre el pecado y su siniestro poder.
"Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad". Amén. 2 Pedro 3:18
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