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Luis Vogt

¿Hay apóstoles modernos? Si los hay, ¿Qué haremos con los viejos?

¿Quién es un Apóstol?


Vivimos días en que muchos líderes de la iglesia evangélica, buscando honores singulares, hacen reclamos extraordinarios. Uno de los más recientes (muy controversial, por supuesto) es ungir a alguien como “apóstol de Jesucristo”. Siendo que por tales declaraciones la iglesia es afectada, vale la pena hacer un examen bíblico-histórico para establecer la legitimidad de estos reclamos.


PARTE I

La historia del apostolado en el Nuevo Testamento

La palabra “apóstol” en hebreo (shaliah) se refiere a una persona que es plenamente autorizada para representar a otro. En griego el vocablo es apostolos y quiere decir: uno que es enviado; normalmente se interpreta como “uno enviado para cumplir con una función especial en la iglesia”.

La primera mención del título aparece a principios del ministerio de Jesús: Lucas 6:12-13: En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles (véanse Mt 10:1-4 y Mr 3:13-19). Se trata de un nuevo y distintivo llamamiento por parte de Jesucristo (a quien Pablo, en Col 1:18, llama la “cabeza del cuerpo que es la iglesia”). El Rey de la iglesia les da este llamado y el título. No era un llamado general, abierto a cualquiera, sino sumamente específico y particular. Sólo ellos, incluyendo a Pablo, que se autodenominaba “el más pequeño de los apóstoles” (1 Corintios 15:9), recibieron el honor de ser llamados “apóstoles de Jesucristo por la voluntad de Dios” (Col 1:1).

Convencidos de que el número de doce apóstoles era importante, tras la muerte y ascensión de Jesús, los once que quedaban se reunieron en Jerusalén (Hch 1:12-26) para elegir al sucesor de Judas Iscariote. Echando suertes, eligieron a Matías. Al hacerlo, especificaron cuidadosamente los requisitos especiales para que uno fuera llamado apóstol:

  • Tenía que haber convivido con los doce desde el bautismo de Jesús.

  • Tenía que haber sido testigo de la muerte y ascensión de Jesús.

  • Tenía que haber sido testigo de la resurrección de Jesucristo.

Se ha sugerido que el número doce se identifica con las doce tribus de Israel y, al escoger a doce apóstoles, Jesús inicia una nueva era en la que los gentiles (dirigidos por estos doce) son injertados a la rama histórica de los que son los seguidores del Trino Dios. Como dice Pablo: En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo (Ef 2:12-13).

Es interesante observar que cuando Jesucristo llama a Saulo de Tarso (ya que este no había gozado de las mismas experiencias que los primeros doce), lo hizo mediante una aparición especial, su cuerpo resucitado (1 Cr 15: 3-8); además, le dio tres años de revelación especial en el desierto de Arabia (Gá 1:11-19), y una comisión particular para que fuese apóstol a los gentiles (Gá 1:1; Hch 22:17-21; 26:16-18; 1 Cr 9:1; 15:8).

Aparte de esos doce, no hay otros en la historia de la iglesia que hayan recibido ese título ni esa distinción tan particular de haber sido llamados por Jesucristo.

Es cierto que se mencionan a otros muy pocos con el título de “apóstoles” (Santiago el hermano de Jesús, en Gá 1:19; 2:9; a Bernabé, en Hch 14:4; a Silvano y Timoteo, en 1 Tes 2:6; y Andrónico y Junías, en Ro 16:7), pero es obvio que estos otros de ninguna manera eran ni aceptados ni clasificados con la autoridad y prominencia de los primeros once y Pablo. Notemos que fueron designados “apóstoles” por la iglesia, pero no por Jesucristo. Además, en cuanto a Matías, no aparece otra vez en el Nuevo Testamento, llevando a algunos comentaristas a concluir que los once, al elegirlo, se adelantaron a los planes de Dios, ya que Saulo de Tarso (Pablo) era el que Dios ungiría apóstol.

Hay una observación adicional que podemos hacer: Herodes martiriza al apóstol Jacobo, hermano de Juan, que era el apóstol reconocido de la emergente Iglesia Cristiana en Jerusalén (Hechos 12:1-2). En esa ocasión, como en el caso de Matías, los apóstoles sobrevivientes no hicieron nada para reemplazarlo. En otras palabras, pareciera que los apóstoles ya no se preocupaban más por el número de apóstoles que quedaban, puesto que aprendieron su lección luego de su prisa por nombrar a Matías. Pudiéramos decir que reconocieron, por la manera extraordinaria en que Saulo fue elegido y nombrado apóstol, que tal llamado es un acto único de Jesucristo, Rey de la iglesia. Este nombramiento especial y específico de “Apóstol de Jesucristo” (Gálatas 1:1; Romanos 1:1; 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1, etc.) de ninguna manera proviene de un nombramiento hecho por los hombres.


PARTE II


Nos toca ahora interpretar bíblicamente el sentido de los textos sobre los cuales los modernos “apóstoles” se basan para justificar su nombramiento como tales, pasajes que necesitan explicación apropiada en el marco del tema tratado.

Efesios 4:11-15: El mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo. Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas. Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo.

Este texto no se puede interpretar sin primero considerar la referencia previa a “apóstoles” y a “profetas” que Pablo hace en el capítulo dos. Recordemos el tema de esta carta a los efesios: la Iglesia de Jesucristo. La carta de Pablo se divide en dos secciones: (1) La gloriosa iglesia creada por Jesucristo (capítulos uno, dos y tres; (2) Cómo han de vivir los miembros que forman esa iglesia (capítulo cuatro). En el capítulo dos Pablo describe la base sobre la cual está edificada la iglesia. Dice: sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo (Efesios 2:20).

¿Qué establece los parámetros sobre la cual la Iglesia de Jesucristo es construida? ¿Dónde están sus linderos? ¿Qué es lo que la mantiene pura en doctrina y fiel a sus mandatos? Pablo nos lo explica. Declara que Dios ha dado a su iglesia dos grandes pilares: los apóstoles y los profetas que, a su vez, están fundamentados única y sólidamente en Jesucristo, el Salvador e Hijo de Dios que por el derramamiento de su propia sangre hizo posible la existencia de esta iglesia (véase, por ejemplo, Tito 2:13-14). Al explicar esto, veremos la gran y gloriosa sabiduría de nuestro Dios. Sigamos, pues.

No es hasta que nos damos cuenta de que Pablo describe la manera en que Dios estableció su iglesia que llegamos a percatarnos de que la referencia a apóstoles y a profetas no tiene que ver con los dones del Espíritu, sino con la manera en que Jesucristo dio base segura para el establecimiento de su grey. Para facilitar la explicación hacemos referencia a Marcos 1:2, Lucas 18:31; 24:25; Juan 6:45; 2 Pedro 3:2 en que se usa la palabra “profetas” para —en forma inclusiva— referirse a los autores del Antiguo Testamento. Ellos, bajo la instrumentalización del Espíritu Santo, fueron los llamados por Dios para darnos el Antiguo Testamento (2 P 1:19-21).

No obstante, para los tiempos de Jesucristo, la palabra “profeta” había perdido su sentido sagrado. Ahora se llamaba profeta a cualquier persona que diera un pronunciamiento, fuese pagano o cristiano, religioso o político. Por donde quiera había profetas. La palabra no implicaba respeto ni reverencia ni autoridad ni una unción especial, como la que tenía en los tiempos antiguos.

Recuerde que cuando Pablo escribió esta carta, los lectores del Nuevo Testamento comenzaban a disfrutar de lo explicado por Pedro en Hechos 2:16: “Mas esto [lo que ocurrió el día de Pentecostés] es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán”.

En los tiempos del Antiguo Testamento sólo hubo un pequeño grupo —por cierto, uno muy selecto— de profetas. A estos Dios los inspiró para que nos dieran el Antiguo Testamento como Su palabra infalible. Esos profetas, a través de sus escritos, nos cuentan lo que ocurrió con el pueblo de Dios desde la creación hasta los tiempos de Jesucristo. Ahora, con la venida del Dios-Hombre, se introducen muchos cambios notables. Ya no va a ser la sinagoga, sino la iglesia. Ya no son sólo judíos que adoran al único Dios verdadero, sino gentiles que abandonan sus falsos dioses para adorar y servir al Trino Dios. Otro de esos cambios es que aparecen muchos profetas en las iglesias; véase Hechos de los Apóstoles. Pero con tanto profeta viene otro problema; entre ellos aparecen muchos que son falsos. Esta es una de las grandes preocupaciones de Pablo cuando escribe a Timoteo y a Tito. Pide que esté alerta, que no permitan a los “muchos falsos profetas” engañar al pueblo de Dios. A la voz de Pablo se une la del apóstol Juan, indicándonos: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Jn 4:1).


Hay una gran diferencia entre los profetas confiables del Antiguo Testamento y los muchos no confiables del Nuevo. Por lo tanto, cuando Jesús selecciona a los que serían pilares de su iglesia, escoge otro nombre, otro calificativo. En aquellos días la palabra “apóstol” no tenía connotaciones. La verdad es que era poco usada. Cristo, sin embargo, la toma y la eleva para darle un sentido extraordinario. Ya vimos su sentido. “Apóstol” en hebreo (shaliah) se refiere a una persona que es plenamente autorizada para representar a otro. En griego apostolos simplemente quiere decir: uno que es enviado.

Jesucristo, de acuerdo al Evangelio de San Lucas, dio los siguientes pasos: … fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles: a Simón, a quien también llamó Pedro, a Andrés su hermano, Jacobo y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón llamado Zelote, Judas hermano de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor (véanse también Mateo 10:1-4 y Marcos 3:13-19). Vale apuntar que cada lista tiene los mismos nombres. Nadie fue quitado, hasta la traición de Judas Iscariote; luego de lo cual Jesucristo mismo, en el camino a Damasco, sorprende a Saulo de Tarso, cambia su nombre a Pablo y lo nombra entre esa lista singular de los Doce.


Estos doce fueron los que Dios escogió para establecer y guiar, reprender y apacentar, expandir y enseñar a su iglesia. Siete de ellos recibieron la comisión especial de escribir el Nuevo Testamento. Ellos forman el segundo gran pilar de la iglesia. Por tanto, el llamado de estos apóstoles fue único. Solo ellos fueron los que en sus escritos inspirados anunciaron autoritativamente el evangelio y las directrices divinas para nosotros los gentiles que, por la gracia de Dios, fuimos injertados a la rama histórica del pueblo escogido. Cuando Pablo escribió esta carta a los Efesios no existía el Nuevo Testamento —se estaba escribiendo. En su lugar estaban esos doce grandes apóstoles, nombrados por Jesucristo para declarar sus verdades sin error y con autoridad a fin de guiar a la iglesia en los caminos de Dios.


PARTE III


Cuando leemos en Efesios 2:20 que la iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, nos damos cuenta que Pablo en este versículo está haciendo referencia a la Biblia. Esta, escrita por los profetas y apóstoles, es un instrumento creado por Dios para infaliblemente guiar a su pueblo de generación en generación. Ella, por ejemplo, nos enseña nuestra necesidad de Jesucristo, quiénes somos nosotros los seres humanos, dónde están nuestras fallas, qué es lo que Dios pide de nosotros y cómo prepararnos para vivir eternamente con Dios en su gloria.

Ahora vivimos bajo un Nuevo Pacto; nosotros, que antes vivíamos tan lejos de Dios hemos sido “injertados a la rama” del pueblo escogido. ¿Qué haríamos sin la Biblia? Tenemos que aprender quién en verdad es Jesucristo; tenemos que conocer al Padre, tenemos que aprender lo que es la comunión con el Espíritu Santo; tenemos que aprender qué es la fe, cómo dejamos nuestros viejos hábitos. Tenemos que aprender cómo apropiarnos del poder de Dios para vivir santamente. Para cumplir con todas estas necesidades, Jesucristo escogió sólo a doce apóstoles para que ellos, como los profetas de la antigüedad, nos dieran por escrito nuestras instrucciones espirituales. Puesto que esos apóstoles fueron fieles, hoy tenemos una guía fiel, verdadera, infalible e incambiable.


Ahora que entendemos el lugar y nombramiento de profetas y apóstoles, podemos con mucha más claridad voltear la página en la Biblia, de Efesios 2:20 a Efesios 4:11-15. De nuevo aparecen apóstoles y profetas, pero ahora se encuentran mezclados en una fascinante cadena de llamados que Jesucristo da a su iglesia, utilizándolos para extenderla aquí en la tierra. Dice: Él mismo [Jesucristo] constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo.

En esta importante cadena de nombramientos necesariamente están los profetas, ya que representan esa parte de la Biblia que nos da la historia del pueblo de Dios antes de la llegada de Jesús. Igualmente los apóstoles, ya que para los que vivimos en la era del Nuevo Testamento necesitamos información y detalle a fin de saber cómo agradar a Jesucristo, que nos salvó de nuestros pecados. ¿Qué haríamos sin el Nuevo Testamento?

Pero también nos informa el apóstol Pablo que para cada iglesia sobre la faz de la tierra hay tres llamados gloriosos: evangelistas, pastores y maestros.


Me pregunto, con estos tres tan importantísimos cargos, ¿por qué este afán que ha aparecido en estos últimos tiempos de querer ser nombrados PROFETAS Y APÓSTOLES? De paso, ¡ya algunos se están dando el calificativo de “ungido de Dios”, robándole al mismo Jesucristo su exaltado título! Por más de dos mil años los líderes de la iglesia de Jesucristo han estado conformes con estos tres nombramientos exaltados. Hasta el día de hoy, en la iglesia evangélica, los líderes no se han peleado buscando ser apóstol o profeta.


¿Es que no nos basta con un título tan honorable como “evangelista” (aquel dotado por Dios para proclamar el glorioso mensaje de salvación a la humanidad), o “pastor” (ese siervo de Dios tan especial que aquí en la tierra reemplaza al mismo Señor como guardián de su rebaño), o “maestro” (esos hombres y mujeres que reciben luz y sabiduría especial de parte de Dios para interpretar el Libro de libros)? ¡Qué locura es esta que nos hace estar insatisfechos con lo que Dios nos ha privilegiado!


Temo que hoy, con interpretaciones tan sueltas de textos bíblicos, se esté trayendo increíble confusión a la iglesia. Acá se presenta uno que se dice ser apóstol, demandando ser seguido y obedecido y exaltado como si fuera un príncipe. Allá se levanta otro que reclama ser profeta poseyendo palabras inspiradas, y pidiendo que se le dé más importancia a lo que él dice que la que damos a la misma Biblia. Este orgullo, este clamor por puestos y reconocimiento, ¿vendrá de Aquel que se humilló a lo sumo, que no tuvo techo donde acostar su cabeza?

Como resultado de toda esa búsqueda de honores personales, ¿cuál será el resultado en las congregaciones? ¡Confusión! ¡Error! ¡Herejía!


¿A quién se debe seguir? ¿Será al que se dice ser apóstol o profeta, o al Señor Jesucristo y sus verdaderos apóstoles y profetas? Otra cosa, me sorprende el carácter de muchos de estos que se han nombrado apóstoles y profetas. Andan como si fueran unos grandes señores —algunos hasta con guardaespaldas. Se visten como estrellas de Hollywood y demandan ser servidos como si fueran gobernantes y reyes. Si en verdad son seguidores de Jesucristo, ¿dónde está la humildad que Él exhibió? ¿Será que extirparon el libro de Filipenses de su Biblia? ¿Se habrán olvidado que Jesús dijo que el que quiere ser grande en el reino de los cielos sea un humilde siervo de todos? Más que evangelizar, que pastorear, que enseñar, parece ser la fama, un lujoso auto, la casa mejor del barrio y bastante dinero en el banco. En la Biblia, ¿cuál apóstol, cuál profeta ejemplifica esa actitud y tipo de vida?


Por último, tenemos que recordar que los únicos que Dios dotó con infalibilidad fueron aquellos doce apóstoles y profetas que nos dieron el Antiguo y Nuevo Testamentos. Con los genuinos profetas del Antiguo Testamento, con los legítimos apóstoles nombrados por Jesucristo tenemos todos los profetas y apóstoles que necesitamos. El ejemplo de ellos es el que debe inspirarnos. Las enseñanzas de ellos son las que deben iluminarnos. El carácter de ellos es el que debe servirnos de ejemplo.


Por tanto, ¿quieres una profecía? ¿Quieres un consejo apostólico? Abre tu Biblia, allí te esperan esos incomparables autores para darte todo lo que necesitas —y con la autoridad infalible del Santísimo Dios.

Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 P 1:19-21).

Les Thompson

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