¿Pero acaso se puede imponer el amor? ¿No pierde su carácter esencial el amor si se ama por imposición, por obligación, por “ordeno y mando”? ¿Qué motiva a Jesús hacer del amor mutuo un mandamiento? La demanda hecha por Jesús a sus discípulos que se amen los unos a los otros aparece en su discurso postrero, la noche en que iba a ser entregado, cuando está a punto de regresar al Padre y sus discípulos verse privados de su presencia.
Siendo una de sus últimas enseñanzas a la incipiente iglesia, prioriza sin embargo sobre todas. Para comprender bien el significado de este mandamiento debemos analizar tres aspectos del mismo. Primero la EXCELENCIA del amor que se demanda, segundo la EXIGENCIA de este amor y tercero la EXCLUSIVIDAD del círculo al que va dirigido.
LA EXCELENCIA DE ESTE AMOR
Pues bien, en primer lugar, el amor que Jesús demanda en este mandamiento es el tipo de amor más sublime, excelente y maravilloso que ha existido y existirá jamás. A su lado cualquier otro amor palidece absolutamente porque este amor hace referencia, como vamos a ver, al amor que anida en el propio corazón de Dios. El amor ágape aquí mencionado -esa clase de amor que lo entrega todo sin pedir nada a cambio- se torna excelso en este caso por la perfección del ser que lo posee y practica en su propia naturaleza divina (1 Juan 4:7-8)
La referencia es a la misma clase de amor con la que Dios amó a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado” (Juan 15:9) Ese amor divino es insondable para nosotros y satisface completamente la eterna relación existencial del Dios trino. Dios el Padre dio testimonio audible al mundo del amor único y complaciente hacia su Hijo tanto el día del bautismo de Jesús como en el monte de la transfiguración (Mateo 3:17 y 17:5)
Nosotros como criaturas limitadas sólo podemos captar aquello que el Hijo nos revela del Padre pues “a Dios nadie le vio jamás, el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18) y lo que conocemos del amor infinitamente maravilloso de Dios es lo que podamos ver en la persona, la vida y la obra de Cristo. Pablo escribiendo a los efesios les confesará que ora de tal modo que juntamente con todos los santos sean capaces de comprender “cuan ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo” (Efesios 3.18)
No tenemos más remedio que colocar los ojos en el amor de Cristo por nosotros si queremos saber algo de este amor maravilloso (Juan 13:1). Debemos acudir al pie de la cruz del calvario y ver allí a Cristo crucificado, sufriendo el castigo en nuestro lugar y pagando voluntariamente por nuestros pecados para aprender el significado del verdadero amor, extraordinario amor, al que hemos sido llamados a compartir unos con otros.
LA EXIGENCIA DE ESTE AMOR
Esta clase de amor excelso es el exigido por Jesús a sus discípulos. “Este es mi mandamiento” dice Jesús “que os améis unos a otros”. Para el verdadero creyente cualquier mandamiento de Dios es una delicia, no le son gravosos (1 Juan 5:3). Los mandamientos son la esfera donde vivir el amor de Dios. No se puede experimentar el gozo de Cristo fuera de ella (Juan 15:10-11)
El mandamiento no se presenta como algo opcional. No es algo que el discípulo pueda eludir o torear de alguna manera. No consiste en meramente ser educado con el hermano, saludarlo en la iglesia y… “si te he visto no me acuerdo” Tampoco podemos hacer acepción de personas e interesarnos únicamente por un determinado grupo o categoría de hermanos, sean los ilustrados, los jóvenes o los que son afables.
El mandamiento de amarnos los unos a los otros es muy exigente. En ocasiones puede demandar entregar nuestra propia vida por el otro. “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1ªJuan 3:16). Y aunque esta sea en nuestros círculos una posibilidad extraña y remota, ha de estar presente en nuestra consideración del mandamiento dado por el Señor. Esta demanda extrema marca el carácter sublime de la exigencia del propio amor y del mandamiento mismo.
Es verdad que el amor es algo maravilloso, pero amar duele. Amar conlleva sacrificar gustos, tiempo, salud, dinero. Y de un modo más profundo matar el orgullo, el egoísmo, la vanagloria, en definitiva, se trata de un negarse a sí mismo en favor del hermano. Y eso duele. En ocasiones deja marcas, llagas sufridas, soportadas por amor. Cristo es el ejemplo máximo de que amar duele y deja marcas. Por amor a nosotros sufrió el oprobio de la cruz y sus llagas le acompañarán por toda la eternidad (Apocalipsis 5:6 y 12). Esas marcas del sacrificio no afean su cuerpo ni le causan vergüenza y para nosotros son preciosas. ¿Qué marcas llevamos sobre nosotros de este amor sacrificado?
LA EXCLUSIVIDAD DE ESTE AMOR
En tercer lugar, este amor maravilloso y exigente resulta ser una característica exclusiva del grupo de los discípulos de Jesús. Este amor no lo vamos a encontrar en ningún otro lugar en el mundo, fuera del ámbito de los verdaderos creyentes. Este mandamiento de Jesús para amarnos los unos a los otros marcará la diferencia con el mundo y así reconocerán que somos verdaderos discípulos de Cristo (Juan 13:34- 35). La obediencia verifica que formamos parte de la familia de Jesús, de su Iglesia. (Mateo 12:46-50). El Señor dio muchos mandamientos a sus discípulos (Mateo 28:20) pero este mandamiento es prioritario, sin él predicar el amor de Cristo a las naciones es pura hipocresía.
Por tal motivo el Señor edifica su Iglesia de piedras escogidas para que den este fruto de amor para gozo personal del creyente y testimonio a las naciones (Juan 15:16). Jesús mismo proveerá al círculo de sus discípulos de todo lo necesario para llevar adelante su comisión en amor por medio de la oración. Repetidas veces les confirma esta verdad consoladora al grupo escogido (Juan 14:13 y 14; Juan 15:16; 1 Juan 3:22 etc.)
Finalmente, este mandamiento de amarnos los unos a los otros tiene un propósito protector. El mundo aborrece a los cristianos y nos perseguirán siempre. Tenemos el mandamiento de apoyarnos en amor los unos a los otros frente a los ataques del mundo. El combate por la verdad deja heridos. El amor mutuo nos servirá de consuelo, de pañuelo de lágrimas. El Señor quiere, demanda, que nos arropemos en amor los unos a los otros como él mismo nos amó. Así el Padre será glorificado (Juan 15:8). Llevemos por tanto mucho fruto para la gloria de Dios amándonos los unos a los otros.
De ELCR
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