El mundo reclama sus derechos. Todos exigen ser escuchados; exhiben sus planteamientos, su argumentación y las razones que les han llevado a levantar como banderas de lucha la defensa de sus derechos. Miles de organizaciones, minorías o grupos sociales existen organizadamente y plantean el poder disponer de una tribuna para defender y exponer sus planteamientos ya sea a través de foros televisivos, publicaciones, centros de estudios o simplemente en la calle. Todos reclaman, exigen y luchan, todos excepto los que aún no han nacido, permanecen ocultos inocentes en el vientre de sus madres, no saben nada de su futuro, no saben siquiera que algunos de ellos no tendrán derecho, aún al más básico de los derechos al que puede optar la persona humana, el derecho a vivir.
Hoy día en el mundo, millones de personas están siendo violentadas; asesinadas impunemente y en la más absoluta indefensión, y no estamos hablando que mueren víctimas del narcotráfico o de las guerrillas que se suceden a diario en países sumidos en sus guerras intestinas; tampoco hablamos de muertes provocadas por grupos extremistas como el estado islámico o Al- Qaeda, ni por alguna pandemia o plaga que asola una región. No, estamos hablando de millones de personas que en todo el mundo están siendo asesinadas aún antes de nacer, allí en el vientre de sus madres–subrayamos, personas – porque es lo que son, y está sucediendo simplemente porque sus madres no los desean, a raíz de ser producto de un mero accidente, de un descuido. Son una mala noticia; fruto de un desliz o simplemente de la irresponsabilidad de quienes les concibieron. Esos millones de niños que no pidieron ser, están allí y como víctimas inocentes son silenciadas por la acción criminal, irresponsable y egoísta de médicos cómplices, que olvidando todos los códigos y juramentos que les obligan a preservar la vida, les ejecutan actuando respaldados por leyes impulsadas por gobiernos y legisladores que con sus eufemismos aprueban y promulgan, los mismos que ante la muerte de seres inocentes se lavan las manos, en nombre de la democracia.
Si vemos el mundo antiguo ya en algunos lugares como Fenicia o Cartago, muchos niños eran sacrificados vivos, quemados para aplacar a las deidades paganas de turno; hoy en día estas muertes están elevadas a la enésima potencia, y este mismo ritual es practicado en todas partes del globo, pero la gran diferencia se produce esta vez, porque estas muertes son provocadas antes de que la criatura nazca, siendo cobardemente asesinadas cuando no puede reclamar, ni exigir y menos defenderse. Y todo esto en el marco de una sociedad, cuya cultura se autodenomina civilizada, culta, progresista y democrática
Hoy cerca de 46 millones de mujeres en el mundo se someten a un aborto inducido; de las cuales, el 78% se ubican en los países en desarrollo y el 22% restante en los desarrollados, el 11% sufren un aborto residen en África, el 58% en Asia y el 9% en Latinoamérica y el Caribe. El continente europeo y otros países del primer mundo tienen el 22% faltante.
Es paradójico que por un lado la sociedad se preocupa tanto por la precariedad de nacimientos de las ballenas y otros animales, y por el otro, condena al ser humano a no nacer, sino a ser asesinado en el seno materno antes de nacer. Ante tal horror incalificable e inconfesable, nos hacemos la pregunta ¿en qué podrían pretendidamente llegar a basarse los abortistas, legisladores, políticos, y hasta científicos para justificar tamaña abominación y pecado?
La situación en Chile no es muy diferente, porque si bien no hay aún una ley que legitime el aborto libre como herramienta de control de los nacimientos no deseados, ya se ha aprobado en el congreso causales específicas que posibiliten la interrupción del embarazo, dicho en otras palabras, una manera de negarle al no nacido el derecho inalienable de la vida.
Nadie tiene autoridad sobre la vida del otro, es más, la Constitución del Estado de Chile es explicita en este tema al consagrar en el artículo 19, número 1°, de la Carta magna donde dice: “La Constitución asegura a todas las personas: El derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de la persona. La ley protege la vida del que está por nacer…”, ante esto José Joaquín Ugarte, Profesor de Derecho Civil y Filosofía del Derecho de la Pontificia Universidad Católica sostiene, que para la adecuada comprensión del derecho a la vida consagrado en la Constitución es necesario entenderlo como un derecho natural y obra de Dios, que se tiene por el solo hecho de ser persona, y que consiste en el derecho de mantener la vida o conservarla frente a los demás hombres, o si se quiere, en el derecho a que nadie nos la quite, y a que no pueda suprimirla ni cercenarla ni siquiera su propio sujeto.*
Los cristianos, tenemos la instrucción escrita de Dios, la cual llamamos la Biblia, y en ella encontramos clarísimamente que la vida humana empieza en el embrión: Dice el salmista: “No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; Despierto, y aún estoy contigo.” (Salmo 139: 15-18).
Entonces el embrión humano, ¡es humano! La realidad en todos los sentidos, es que el ser humano lo es a partir de su concepción, cuando al entrar en contacto el espermatozoide con en el óvulo se constituye en embrión. Ese embrión es un ser humano, y destruirlo per se, es una abominación y un crimen. El aborto (o interrupción voluntaria del embarazo como eufemísticamente le llaman) se transforma así en un asesinato en primer grado.
* Revista Chilena de Derecho, vol. 33 Nº 3, pp. 509 - 527 [2006]
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