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Luis Vogt

COSMOVISIÓN REFORMADA

Del libro: COSMOVISIÓN CRISTIANA, UNA VISIÓN TRASFORMADORA

POR B. J. WALSH Y J. R. MIDDLETON


EL RECONOCIMIENTO DE LA CAÍDA

Es nuestra responsabilidad servir al Señor nuestro Hacedor y, con todo, no estamos forzados a hacerlo. Es posible desobedecerlo, alejarnos de lo que estamos llamados a ser. Y esta posibilidad se hizo realidad con la caída. La cosmovisión cristiana responde a la tercera interrogante básica, “¿qué está mal?”, en función de la desobediencia a Dios.

Los seres humanos son inherentemente criaturas religiosas. No podemos vivir sin un dios, aunque éste último sea producto de nuestras manos. Necesitamos un centro, un enfoque último, un punto de orientación para nuestras vidas. Tenemos, de hecho, dos alternativas. O bien servimos al Señor, y acatamos su voluntad, o bien practicamos la idolatría en desobediencia. Éstos son las antítesis espirituales, los “o bien, o bien” de la vida que la Biblia repetidamente toca. En todos nuestros quehaceres, en todas nuestras actividades humanas y culturales ordinarias, encaramos constantemente estos dos caminos de pacto.

La cuestión de las antítesis espirituales nos puede ayudar a entender lo que la Biblia quiere decir con “imagen de Dios”. Aunque el principio subyacente de la imagen de Dios sea nuestra naturaleza como seres culturales, encargados de gobernar la tierra en lugar de Yahvé, la orientación bíblica predominante del término se debe entender explícitamente dentro del contexto de la caída. Esto es, el significado completo de la imagen de Dios comprende la desobediencia humana, particularmente la idolatría.

¿Cómo es esto posible? ¿Cuál es la relación entre nuestra creación a la imagen de Dios y la elección federal de servir a Dios o a los ídolos? La respuesta se halla justo en la naturaleza de la idolatría, una práctica que tiene mucho que ver con los cristianos hoy en día, pero que se menciona seguido en la Escritura. A la luz de esta frecuencia, un análisis de la idolatría es esencial para nuestro entendimiento de lo que significa ser creados en la imagen de Dios.


LOS ÍDOLOS: LA USURPACIÓN DEL LUGAR DE DIOS

Comencemos con el estudio de Pablo acerca del pecado en el primer capítulo de Romanos. Según Pablo, vivimos en el mundo de Dios y estamos intuitivamente conscientes de que hay un poderoso Creador digno de nuestra alabanza. Pero suprimimos este conocimiento. Los seres humanos a través de las edades han rechazado la revelación de Dios de sí mismo a través de la creación. No le han reconocido ni honrado como a Dios. En su lugar, “cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y reptiles ... ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Romanos 1: 23,25).

Sólo hay dos categorías básicas: el Creador y lo creado. Si no adoramos a Dios, entonces nos centramos en algo dentro de la creación, y lo elevamos al rango de divinidad. Adoraremos a un dios falso. Nuestra naturaleza intrínsecamente religiosa nunca nos permitirá no adorar. O bien, juramos lealtad a Yahvé, al único Dios verdadero, o bien nos comprometemos con algo creado y hacemos de ello un dios. Debemos escoger el uno o el otro, porque no podemos vivir sin un dios, y no podemos tener dos–al menos no por mucho tiempo.

Jesús dijo que es imposible servir a dos amos. Uno tendrá que ceder ante el otro porque la adoración es una práctica exclusiva. Por esta razón Pablo habla acerca de la idolatría como un intercambio: es algo que hacemos en lugar de servir a Dios. Sin embargo, sólo Yahvé es digno de alabanza. Las cosas creadas no son dignas de alabanza, porque son sólo sus siervos, dependiendo de su gobierno para su existencia. La idolatría es esencialmente una declaración de autonomía y de independencia de nuestro Creador, nuestro rechazo a su reinado legítimo.

Las consecuencias son terribles. Si no adoramos al Rey de la creación, si rechazamos su gobierno, entonces desobedeceremos sus leyes. Es por eso que los profetas trajeron un mensaje doble de juicio a Israel: la gente había abandonado a Yahvé por los ídolos, y la tierra estaba llena de anarquía y de injusticia. Los ídolos son la raíz de la desobediencia.

¡No ha de sorprendernos que la idolatría, pues, sea denunciada al inicio del Decálogo, o que Pablo en Romanos 1 viera la idolatría como el principio de la desobediencia humana! Si nuestra lealtad no es para con Dios, no tenemos razón alguna para mantener sus estándares. También la idolatría es descrita en la Biblia no sólo como un pecado entre muchos otros, sino como la representación misma del pecado. Es el acto central de desobediencia que trastorna el gobierno de Yahvé en la vida humana.

Pero hay aún más. La idolatría presupone ídolos. Aunque la esencia de la idolatría sea el rechazo al reinado de Dios y un intento de adoración de algo dentro de la creación, la idolatría en los tiempos antiguos fue aún más allá. La gente trató de representar a Dios (o lo que el adorador pensó que era dios) por medio de una estatua labrada o fundida. Los idólatras construyeron una imagen visual de la deidad, el objeto de adoración.

Sin embargo, observa que esta práctica no se registra en los primeros capítulos de Génesis. Allí el pecado y la rebelión humanos en contra de Dios están claramente anotados; empero, no se hace referencia alguna a ídolos literales y físicos. Las referencias no aparecen hasta el tiempo de los patriarcas.[1] Y no sería prudente tratar de fechar el comienzo de la idolatría a partir de esta sola evidencia, pero nótese un segundo hecho intrigante. Esta misma sección pre-patriarcal de Génesis que no hace mención de ídolos es la única parte del Antiguo Testamento que hace referencia a los seres humanos como imagen de Dios. Es una observación asombrosa. Aparte de las cuatro referencias a la humanidad como imagen de Dios en los primeros capítulos de Génesis (1:26-27; 5:1; 9:6), el Antiguo Testamento guarda silencio al respecto. ¿Por qué? Podrían estas primeras referencias a nuestra creación como imagen de Dios estar relacionadas con la falta de referencias tempranas a la idolatría?

Una pista, en sí, se sugiere por el hecho de que la Biblia usa el término ‘imagen’ para referirse tanto a los seres humanos como a los ídolos. La misma palabra hebrea se usa al respecto.[2] Pero más importante que la palabra misma es la idea subyacente. ¿Qué significa que un ídolo sea una imagen, particularmente la imagen de un dios?


LOS ÍDOLOS: LA USURPACIÓN DE NUESTRO LUGAR

En el mundo antiguo nunca se pensó que un ídolo fuera de hecho un dios. No se identificaba ingenuamente con la deidad que se suponía que representaba. En cambio, el ídolo se consideraba como el medio local por el cual la deidad se presentaba a las personas. Era la encarnación visible del dios, que representaba su poder y majestad. Siendo una imagen, el ídolo constituía un símbolo; mediaba y manifestaba la gloria del dios y el gobierno a aquellos alrededor.[3]

Este entendimiento de lo que significa la imagen de un dios coincide con nuestra interpretación anterior de la imagen de Dios en el ser humano. Así como el ídolo se suponía era la manifestación visible y local del dios, los medios por los cuales él se hacía presente, de la misma forma los seres humanos se supone en Génesis que representan a Yahvé en la tierra. Su Espíritu y poder los acompañan, y él ejerce su gobierno sobre la tierra por medio de ellos. De ahí que el nexo esencial entre la imagen de Dios y el mandato cultural se confirmen. Los seres humanos son los embajadores de Dios, sus representantes, para el resto de la creación. Somos los mayordomos a quienes ha colocado en autoridad sobre la tierra para manifestar su presencia y reflejar su gloria en todos sus quehaceres culturales.

Pero observa que la imagen consiste en nuestra representación corporal de Dios. La persona entera, y no sólo la parte espiritual interna, es creada a la imagen de Dios. Reflejamos la gloria de Dios, y lo representamos en la tierra por medio de nuestra presencia física total. De hecho, es la visibilidad de la esencia, ya que hemos de hacer visible al Dios invisible en nuestras vidas. En el espectro total de nuestras actividades culturales hemos de demostrar el gobierno amoroso de Yahvé.[4]

De ahí que la idolatría está mal no porque trata de hacer visible a Dios (lo cual es precisamente una tarea humana), sino porque realiza esta tarea de la manera equivocada. En vez de aceptar y cumplir nuestra responsabilidad creada de representar al Señor en el espectro total de nuestras actividades culturales, proyectamos esta responsabilidad hacia los ídolos. De este modo, negamos nuestro llamado a vivir de forma tal que el gobierno amoroso de Dios pueda ser visto; al contrario, comenzamos a cultivar la tierra en desobediencia. La idolatría es, por ende, una alternativa ilegítima a la genuina tarea humana de reflejar a Dios. Es equivalente a vivir una vida tan distorsionada por una falsa adoración que cese de reflejar los estándares de Dios.

La idolatría, pues, tiene dos cualidades distintas, aunque relacionadas. Presupone no sólo una falsa adoración, sino, por consiguiente, un reflejo falso. Los Diez Mandamientos nos advierten en contra de esto. Escucha lo que Dios dice en Éxodo 20:3-5:

l. No tendrás dioses ajenos delante de mí. 2. No te harás imagen de ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni en la tierra ni en las aguas abajo. No te inclinarás a ellas ni las honrarás.[5]

Hay una distinción importante entre estos dos mandamientos. El primero se enfoca en Yahvé como el único Dios verdadero; el segundo se enfoca en la humanidad como la única imagen de Dios. No es nuestra prerrogativa inventar arbitrariamente cualquier cosa que queramos adorar, porque sólo hay un solo Dios. De manera similar, no tenemos autoridad para nombrar lo que la imagen de Dios va a ser. Dios ya lo acordó cuando nos creó. Y les dice a sus criaturas humanas, ¡tú serás mi imagen! No los ídolos. Los ídolos simplemente no son representaciones adecuadas de Yahvé. Esa tarea se reserva a los seres humanos.

La idolatría pues usurpa no sólo el lugar propio de Dios, sino el nuestro también. Contradice tanto el justo reinado de Dios como Señor del universo, como nuestro llamado humano fundamental de representarlo en obediencia diaria y cultural–ser su imagen en nuestras vidas.

La relación de la idolatría con nuestra creación a la imagen de Dios indica, por lo tanto, nuestra naturaleza intrínsecamente religiosa, la estructura de “o bien esto, o bien aquello” de nuestra vida. Como seres humanos constantemente nos encontramos ante dos caminos: uno que conduce a la verdadera adoración de Yahvé, el otro que conduce al servicio de los ídolos. O bien somos la imagen de Dios en la administración amorosa de la tierra, o bien perdemos el derecho a esa tarea con la desobediencia.


ESCOGE ESTE DÍA

Los seres humanos deben, entonces, escoger entre dos caminos federales, entre las dos posibles respuestas a las leyes de Dios para nuestra vida. No podemos no responder. Vivimos únicamente bajo una relación de pacto con nuestro Hacedor. Existimos únicamente en respuesta a su gobierno soberano.

De la misma manera en que no podemos permanecer neutrales en relación a él, él no permanece neutral hacia nosotros. Dios juzga nuestra respuesta a sus leyes. El pacto, en otras palabras, tiene sus sanciones.

El libro de Deuteronomio es particularmente instructivo aquí. Deuteronomio es el único texto completo de la Biblia acerca de una ceremonia de la renovación de pacto. Documenta lo que pasó entre Yahvé e Israel en las planicies de Moab antes de que el pueblo entrara en la Tierra Prometida.

El clímax del libro y del clásico resumen del pacto se encuentra en Deuteronomio 30:15-20. Aunque estos versículos se dan en el contexto de un pacto histórico específico entre Yahvé e Israel, están basados en el pacto de la creación y presentan la misma estructura básica.[6] El pasaje comienza con Moisés, quien llama al pueblo a elegir entre los dos caminos federales. Dice: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal...”. Describe el primer camino:

... porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.

Después se vuelve al segundo camino:

Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres, yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella.

Trayendo su mensaje a una culminación, Moisés entonces dice:

A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.

Lo que tenemos en el libro de Deuteronomio, centrado en este pasaje, es la imagen de Yahvé, el gran Rey, el soberano Señor, que emite sus leyes, sus instrucciones para una vida recta, y llama a su pueblo a un compromiso y obediencia totales y sin vacilaciones. Las dos opciones federales de una obediencia amorosa o de una desobediencia idólatra están delante de ellos.

Las consecuencias son claras. Dios responde a nuestra respuesta. El camino a la obediencia es el camino hacia el shalom; tiene como resultado la vida y la bendición de la mano de Dios. Pero el camino de la desobediencia es el camino de muerte y de la maldición del juicio.

Las consecuencias son inevitables. Ya que la desobediencia va en contra del mismo corazón de la creación misma. El pecado es rebelión tanto en contra de la estructura como del Estructurador de la realidad. Tal rebelión conduce inevitablemente a la frustración de uno mismo y a la destrucción de uno mismo.

En contraste, cumplir con la naturaleza creada de cada uno, estar en armonía obediente con las leyes de Dios, es la plenitud de la vida. Por ello encontramos en el formato cuidadosamente estructurado de Génesis 1 una declaración repetitiva de Dios de que la original respuesta de la creación a su palabra era buena, aún más, muy buena. Y la humanidad en la creación recibe las bendiciones federales (1:28).

No obstante, en Génesis 3 lo opuesto es también verdad. Ahí, en el relato de la caída, encontramos que el resultado de la desobediencia humana es la declaración de una serie de maldiciones (3:14-18). O bien, como Pablo explica en Romanos 6:23, “la paga del pecado es muerte”. Éste es el único resultado posible cuando desobedecemos la palabra de vida.

La Biblia en otra parte llama estas dos direcciones vitales últimas los caminos de sabiduría y de necedad. Así como el diseño maravilloso de Dios para la creación muestra su sabiduría (evidente en sus leyes sabias para toda la vida), así también nuestra respuesta obediente a estas leyes constituye nuestra sabiduría. Rebelarse en contra de los estándares creacionales de Dios es considerado en las Escrituras como la locura última.


¿UN CISMA ENTRE LO SAGRADO Y LO SECULAR?

Los caminos de la sabiduría y obediencia, y de la locura y desobediencia cruzan a lo largo de todo lo que hacemos. Estamos llamados a servir al Señor y a reconocer su reinado en todo el espectro de nuestras actividades culturales. No hay compartimentos aquí entre lo sagrado y lo secular. Nuestro servicio a Dios no es algo que hacemos aparte de nuestra vida humana ordinaria. La Biblia no sabe de tal dicotomía. En el mundo bíblico toda la vida, en todas sus dimensiones, está constituida como religión. Desde nuestras decisiones económicas hasta nuestra recreación, desde nuestra vida de oración hasta la forma de bañar a nuestros bebés, en cada acción y hecho culturales, vivimos sólo en respuesta de la ley de Dios cósmica para la creación. Es el universo de Dios en toda su extensión. Y estamos llamados a ser dadores de respuestas responsables a su Torah global.

Pero el cisma entre lo sagrado y lo secular no muere fácilmente. Muchos objetan, arguyendo que Dios tiene estándares para algunas acciones humanas, pero para otras él es simplemente indiferente. Argumentan que la vida es de hecho religiosa en algunos aspectos, pero no puede identificarse estrictamente con la religión. Después de todo, creen que nuestro cristianismo no se aplica directamente a todo lo que hacemos. No se aplica, por ejemplo, a actividades "seculares" tales como la agricultura y el arte.

¿Que acaso sí? Escucha lo que la Biblia dice en Isaías 28:

El que ara para sembrar, ¿arará todo el día? ¿Romperá y quebrará los terrones de tierra? Cuando ha igualado su superficie, ¿no derrama el eneldo, siembra el comino, pone el trigo en hilera, y la avena en su borde apropiado? (Isaías 28:24-25 ).

¿Cómo sabe el campesino arar los campos y sembrar la semilla? “Porque su Dios lo instruye, y le enseña lo recto” (v. 26). El pasaje continúa:

... que el eneldo no se trilla con trillo, ni sobre el comino se pasa rueda de carreta; sino que con un palo se sacude el eneldo, y el comino con una vara. El grano se trilla; pero no lo trillará para siempre, ni lo comprime con la rueda de su carreta, ni lo quebranta con los dientes de su trillo (vv. 27-28).

¡Todo esto acerca de una actividad tan mundana como la de los métodos para trillar de un granjero! ¿Cómo sabe cuál es la manera correcta de trillar el grano? “También todo esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el consejo y engrandecer la sabiduría” (v. 29).

En otras palabras, el entendimiento de la forma correcta de labrar la tierra –la práctica de la buena agricultura– se considera en la Biblia como dada por Dios. El agricultor está en contacto con la sabiduría de Dios. Ha discernido y está siguiendo las leyes sabias de Dios, sus normas creacionales en esta área de la vida aparentemente secular.

Tomemos otro ejemplo bíblico, esta vez acerca de la construcción del tabernáculo (Éxodo 31). Dios le explica a Moisés que él ha elegido a un artesano maestro llamado Bezalel para que supervise el trabajo del tabernáculo. El punto significativo aquí es la razón dada en cuanto a la experiencia de Bezalel. El Señor dice: “... y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para engastadas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor” (Ex. 31:3-5).

Este pasaje hace añicos nuestras preconcepciones de lo que significa servir a Dios; puede estrellar nuestra cosmovisión. Éxodo 31 puede causar un cambio de “Gestalt”' en la manera de ver la relevancia del cristianismo para la vida. Habla de los propósitos de Dios en el hecho de que somos llenos con el Espíritu de Dios.

El Espíritu de Dios nos capacita para vivir obedientemente, para vivir una vida santa de acuerdo con sus estándares. Dios llenó a Bezalel con su Espíritu para que fuera guiado en “obediencia santa”. Yahvé, el Creador y Señor del universo, quien nos creó como seres artísticos, quiso que un buen trabajo se hiciera en su tabernáculo. Así que capacitó a Bezalel para discernir y obedecer sus estándares creacionales para el trabajo de artesanía y arte.

Estos dos ejemplos de Isaías y Éxodo ilustran la enseñanza bíblica central: todo lo que hacemos debe ser hecho con un corazón lleno del amor de Dios.

Si nuestras vidas no son una expresión de nuestro amor hacia él, expresarán entonces rebelión en contra de él. Esto es simplemente nuestra naturaleza religiosa como portadores de la imagen de Dios. Toda nuestra vida cultural está sujeta a las normas de Yahvé, y estamos llamados a responderle en obediencia.

REINOS EN CONFLICTO

No obstante, hemos caído de nuestro llamado. Somos gente corrupta que ha servido a los ídolos en vez de reflejar la imagen de Dios. Vivimos en una creación caída que gime por redención. El pecado no es una posibilidad creada; sino es un hecho presente. Esto es nuestra experiencia humana común. La caída ha tenido lugar, y la maldición ha sido proferida.

Pero, ¿cómo fue que esto pasó? ¿Cómo entró el pecado en la buena creación de Dios? Satanás intentó controlar la creación al incitar a sus habitantes, súbditos de Yahvé, a cometer alta traición en contra de su justo Señor. Encabezó una rebelión en contra del legítimo Rey de la creación y plantó su propio reino renegado, llamado en Colosenses 1:13 el dominio de las tinieblas. Satanás se otorgó a sí mismo el título de gobernador (las Escrituras lo llaman un príncipe) aunque es sólo un pretendiente al trono que no tiene derecho legítimo a la autoridad.[7] Su reino, establecido en contraposición al de Dios, es parasitario. Puesto que Satanás no tiene una esfera legítima (o creación) propia para gobernar, vive a expensas del gobierno de Dios. Su dominio consiste en intentos para distorsionar la buena creación de Dios. Su reino de destrucción trabaja en contra del bueno y sabio orden de la creación de Dios.

Satanás, pues, condujo a la humanidad a la desobediencia del pacto. Tentó a la humanidad a rechazar el gobierno de Yahvé y a emitir su “declaración de independencia” de su Creador. Las consecuencias son devastadoras. Cuando la comunión con el Creador de la vida se rompe, la muerte es el resultado inevitable. La vida no es más algo íntegro, sino algo corrupto. Las crisis personales, interpersonales y sociales abundan porque la vida esta amputada de su fuente. Aún más, la declaración de independencia prueba ser una ilusión. En vez de encontrar autonomía, nos damos cuenta de que somos aún siervos –atados a un déspota que gobierna sobre un reino de esclavos.

Con todo, la caída afectó más que sólo a la humanidad. Nuestro pecado ha esclavizado la tierra. Porque Dios nos había dado autoridad única sobre la creación, nuestra desobediencia trajo maldición sobre toda la creación. Por consiguiente, la tarea cultural, la vida humana en todos sus aspectos, es una batalla. Dejar de reflejar la imagen de Dios en nuestro gobierno de la tierra es ir en contra del corazón de la vida; contradecimos la manera en que las cosas deberían ser. De hecho, contradecimos nuestra misma persona. No cuidamos más de la creación; de hecho, comenzamos a experimentar la tierra como enemigo. En lugar de conservar y desarrollar la creación, la destruimos y explotamos. Gobernamos la tierra en desobediencia. Al actuar como déspotas, seguimos el ejemplo del usurpador despótico (Juan 8:41-44).

Como resultado, “toda la creación”, dice Pablo en Romanos 8:19-23, gime y espera el tiempo cuando sea “libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. La creación esté en espera, en otras palabras, de nuestra liberación. Sólo entonces será verdaderamente restaurada. Porque fue esclavizada por nuestro gobierno pecaminoso (la maldición que era la consecuencia de nuestra desobediencia), sólo nuestra redención garantizará su libertad.

Dos reinos están en guerra. Una batalla espiritual está en marcha, un conflicto entre reinos que permea el espectro entero de las actividades humanas. Así como los caminos del pacto cruzan a través de todo lo que hacemos, así también los dos reinos. De la misma manera que nuestra vida cultural es creada y está bajo el gobierno de Dios, y así como estamos llamados a servirle en todo lo que hacemos, así también toda nuestra vida está ahora caída. No hay nada en la creación que el pecado no haya tocado: “... él mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

Aunque Dios todavía nos llame a una ejecución obediente de nuestra tarea cultural, el usurpador nos obliga a jurarle lealtad a su reino renegado y con ello rebelarnos en contra de nuestro verdadero llamado. Las penetrantes palabras de de C.S. Lewis cortan hasta el corazón de nuestra condición ulterior a la caída: “No hay terreno neutral en el universo: cada metro cuadrado, cada milésima de segundo, Dios los declara suyos, mientras que Satanás le da la contra”.[8]



[1] Las dos primeras referencias se hallan en las historias de Jacob, Génesis 31:19 ("dioses de casa") y Génesis 35:2, 4 ("dioses extranjeros").

[2] Aunque varias palabras hebreas se traducen como “imagen” en el Antiguo Testamento, los seres humanos son llamados selem de Dios en Génesis 1:26-27; 5: l; y 9:6. Esta palabra también se usa en relación con los ídolos en Números 33:52; 2 Reyes 11:18; 2 Crónicas 23: 17; Ezequiel 7:20; 16:17; y en Amos 5:26. Walter Kaiser, en la p. 76 de Towards an Old Testament Theology [Hacia una teología veterotestamentaria ], traduce selem como “estatua o copia esculpida o tallada”.

[3] Ver Berkouwer, Man: The Image of God [El hombre: La imagen de Dios] pp. 67-118; también el artículo "Imagen" por Ralph P. Martin en The New International Dictionary of the New Testament Theology [El nuevo diccionario de la teología neotestamentaria], vol. 2, Colin Brown (ed.) (Grand Rapids: Zondervan, 1976), especialmente p. 287.

[4] A la luz del estudio anterior diferiremos de la interpretación reciente e influyente de Francis Schaeffer de la imagen de Dios en el hombre. Él considera que el término meramente significa nuestra humanidad-o, para ser más preciso, nuestra “personalidad”, nuestra naturaleza única como personas humanas. Véase The God Who is There [El Dios que está allí] (Downers Grove: InterVarsity Press, 1968), p. 87; Genesis in Space and Time [La Génesis en espacio y tiempo] p. 47; y también Thomas V. Morris, Francis Schaeffer's Apologetics: A Critique [La apologética de Francis Schaeffer: una crítica] (Chicago Moody Press, 1976), p. 26. Mientras que Schaeffer está en lo correcto al conectar nuestra humanidad con la imagen de Dios (puesto que los seres humanos son quienes están hechos a la imagen), esta opinión necesita dos calificaciones importantes. Primero, la imagen de Dios no es nuestra humanidad en el sentido de nuestra “personalidad”, que es una noción restringida, sino incluye nuestra experiencia corporal. Segundo, la imagen no simplemente hace referencia a nuestra naturaleza humana (como Macaulay y Barrs lo indican en Being Human: The Nature of Spiritual Experience [El ser humano: La naturaleza de la experiencia espiritual], cap. 1) sino a nuestra humanidad normativa, nuestro esfuerzo de vivir según los estándares de Dios en todo lo que hacemos. Además, debemos ver esta humanidad como nuestro cumplimiento del mandato cultural (un punto que no enfatizó Macaulay y Barrs). Nuestra humanidad y la imagen de Dios, por lo tanto, están relacionadas pero no se pueden identificar sin precisar diferencias. Como Meredith Kline lo señala en Images of the Spirit [Las imágenes del Espíritu] p. 33, “no son simplemente equivalentes”.

[5] Hemos empleado el término imagen, que es más preciso que el término más laxo ídolo, en el versículo 4.

[6] Para aclarar el análisis bíblico-teológico del pacto en el Antiguo Testamento, ver Meredith G. Kline, The Structure of Biblical Authority [La estructura de la autoridad bíblica] (Grand Rapids: Eerdmans, 1975).

[7] Ver Mt. 12:24; Mr. 3:22; Le. l 1:15; Jn. 12:31; 14:30; 16:11; ver también Ef. 2:2.

[8] C. S. Lewis, “Peace Proposals for Brother Every and Mr. Bethell”, [“Propuestas de paz para el hermano Every y para el señor Bethell”] Christian Reflections [Reflexiones Cristianas] Walter Hooper (ed.) (Glasgow: Collins, Fount Paperbacks, 1981), p. 52.

Soli Deo Gloria

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