Todo el que me ha oído en conferencias por un buen tiempo, se da cuenta rápido de que amo las Escrituras del Antiguo Testamento, porque las páginas de la narrativa del Antiguo Testamento las encuentro fascinantes, conmovedoras y emocionantes, porque incluyen a personas de la vida real con luchas de la vida real en medio de su búsqueda para desarrollar una relación personal con Dios. Creo que, una de las historias más conmovedoras que encontramos en el Antiguo Testamento es la historia de Ana, la madre de Samuel.
Recordemos que en el segundo capítulo del primer libro de Samuel leemos el cántico de Ana que se compara mucho con el Magnificat de María del Nuevo Testamento y hay todo tipo de paralelismos entre esas dos mujeres. Pero el cántico de celebración y de gozo que Ana cantó, que cantó en el Antiguo Testamento, fue en respuesta a que Dios respondió a su oración. Lo que vamos a ver en las próximas sesiones es un enfoque cristiano de la oración y quiero hacer esto desde una perspectiva práctica porque estoy muy consciente de que muchas personas en el mundo cristiano luchan con todo este asunto de la oración.
Las personas se sienten muy culpables porque creen que no han sido diligentes ni constantes con sus vidas de oración, e incluso una lectura superficial de las páginas de la Escritura revela que los santos de la antigüedad eran personas que se caracterizaban por una vida constante de oración. Entonces, lo que quiero tratar en el tiempo que resta, es la pregunta: ¿Cómo podemos aprender a orar como los santos bíblicos de la antigüedad? Y quiero empezar buscando, solo por un momento, este episodio que está registrado en 1 Samuel con respecto a Ana.
Ana había estado casada y el deseo de su vida era tener hijos, pero se nos dice en el primer capítulo que «el Señor no le había dado hijos. Su rival, […] la provocaba amargamente para irritarla, porque el Señor no le había dado hijos. Esto sucedía año tras año; siempre que ella subía a la casa del Señor, Penina la provocaba, por lo que Ana lloraba y no comía. Entonces Elcana su marido le dijo: “Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?”. Pero Ana se levantó después de haber comido y bebido estando en Silo, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en la silla junto al poste de la puerta del templo del Señor, ella muy angustiada, oraba al Señor y lloraba amargamente».
Ahora, veamos el escenario que tenemos, Ana es miserable y su condición no ha mejorado durante un período de años. Su vida había sido despreciada por su rival hasta el punto de la amargura. Y entonces, su esposo la ve y le preocupa que ella esté tan abatida y le dice: «¿Qué te está pasando? Está bien si no tenemos hijos. ¿Acaso no soy suficiente para ti? Esperaría ser tan valioso para ti como lo son diez hijos». Pero no fue suficiente para Ana. Ella quería ser madre, así es que, ella se acerca al tabernáculo donde Elí está ministrando a las personas y se nos dice que ella ora con un espíritu de angustia.
Ahora, el Nuevo Testamento nos dice que la oración ferviente y efectiva de un hombre justo puede mucho, pero ese «hombre» allí es genérico. Es decir, podríamos traducir eso en el sentido de que la oración ferviente y efectiva de una persona justa puede mucho. No son solo las oraciones masculinas las que son eficaces. Pero noten que cuando se nos dice en el Nuevo Testamento que una de las claves para una oración efectiva es que las oraciones sean fervientes, que no sean esporádicas, que no solo sean casuales, sino que cuando las personas esperan tener respuestas a la oración tienen que entrar en el contexto de la oración es decir estar involucradas.
Es decir, si Dios entrara en tu casa esta tarde y quisieras hablar con Él o suplicarle, implorarle alguna acción, o exaltarlo por Su grandeza o confesar tus pecados, ¿cuál sería el estado de tu alma en esa conversación? Estoy seguro de que no sería aburrida, ni casual. Cuando las personas en el pasado entraban en conversaciones con Dios, como Jacob, luchaban con Dios, se quedaban haciendo eso toda la noche, eran persistentes, eran celosos, porque las preocupaciones que traían ante Dios salían de la profundidad de su propia agonía, de la angustia de su situación y así clamaban desde lo más profundo de su corazón a Dios.
Y eso es lo que pasa con Ana. «…muy angustiada, oraba al Señor y lloraba amargamente. Entonces hizo voto y dijo: “Oh Señor de los ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de Tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de Tu sierva, sino que das un hijo a Tu sierva, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida y nunca pasará navaja sobre su cabeza”.
Mientras ella continuaba en oración delante del Señor, Elí le estaba observando la boca. Pero Ana hablaba en su corazón, solo sus labios se movían y su voz no se oía. Elí, pues, pensó que estaba ebria. Entonces Elí le dijo: “¿Hasta cuándo estarás embriagada? Echa de ti tu vino”.
Pero Ana respondió: “No, señor mío, soy una mujer angustiada en espíritu. No he bebido vino ni licor, sino que he derramado mi alma delante del Señor. No tenga a su sierva por mujer indigna. Hasta ahora he estado orando a causa de mi gran congoja y aflicción”. “Ve en paz”, le respondió Elí, “y que el Dios de Israel te conceda la petición que le has hecho”». Y su oración fue contestada. Era una oración que ni siquiera fue pronunciada audiblemente. Fue una oración que ella hizo en silencio. Movió los labios mientras oraba, pero se dirigía al Dios que puede escuchar el grito interior de su alma desde el corazón.
Justo anoche, hablé con una mujer que estaba casada con un ministro y ella dijo: «Sabes, mi esposo tiene el ministerio de la Palabra, pero mi ministerio es un ministerio de oración». Dijo que pasa sus días orando y a veces se encuentra hablando en voz alta aún cuando está en el supermercado yendo por el pasillo. Está levantando oraciones a Dios, orando por las personas de su congregación. Dice que a veces la gente la ve como si estuviera loca. Ella no está loca. Ella ha descubierto el secreto de la oración. Tengo que tomarme un momento para hacer un contraste entre la oración de Ana y su resultado.
La primera vez que puedo recordar en mi vida haber orado intensamente, haber orado con angustia y preocupación del alma, pero como preámbulo les digo que las oraciones que hice en esa ocasión no eran las oraciones de un creyente. Esa oración que puedo recordar fue expresada y hecha por mí en una capilla, de rodillas, con gran fervor cuando ni siquiera era un creyente en Cristo. La ocasión fue el nacimiento del hijo primogénito de mi hermana. Estaba en la escuela secundaria y mi hermana fue al hospital para tener a su hijo y nos llamaron al hospital a altas horas de la noche porque luego que dio a luz a su hijo, empezó a sangrar y los médicos no podían detener la hemorragia.
Entonces su vida estaba en gran peligro y cuando llegamos al hospital, no se me permitió ir a su habitación. Es decir, al ser una emergencia, a ninguno de los miembros de la familia se le permitió estar junto a ella en ese momento. Así que, recuerdo estar en el vestíbulo del hospital y era, como las dos de la mañana. No había otros visitantes alrededor. Estaba oscuro y en absoluto silencio. Yo sabía que ella estaba en el sexto piso y también conocía bastante este hospital como para saber que en el sótano estaba la morgue del hospital. Y fui a la capilla y oré para que mi hermana viviera y luego, después que terminé de orar, vine y me paré frente al ascensor y observé los números que pasaban por cada piso. Y en un momento vi que las puertas del ascensor se abrían en el piso del vestíbulo y vi un cuerpo al que habían cubierto con una sábana y luego, luego vi que las puertas se cerraron y el ascensor bajó a la morgue y mi corazón estaba aterrorizado.
Y entonces observé y observé y vi los números del ascensor ir otra vez al sexto piso y vi los números bajar y pasar por el vestíbulo y luego dirigirse al sótano. Y otra vez, estaba aterrorizado de que estuvieran llevando el cuerpo de mi hermana, así que volví a la capilla y clamé. Estaba solo y estaba de rodillas y le rogaba a Dios. Le dije: «Por favor, Dios, no le quites la vida a mi hermana» y los médicos fueron capaces de detener la hemorragia y ella sobrevivió. No sé si alguna vez volví y me puse de rodillas para decir: «Gracias». Si existiera tal cosa como la religión en crisis o la oración en crisis, eso es lo que había experimentado.
Realmente evidenció que sabía que había un Dios incluso antes de haber dedicado mi vida a Cristo o de haber sido cristiano y la oración no era parte de mi vida, pero cuando la vida y la muerte estuvieron frente a mí, yo recurrí a algo que debió haber sido natural y regular, y una práctica diaria, de mi parte, en mi vida. La siguiente oración que puedo recordar orando de rodillas fue tres años más tarde cuando oré junto a mi cama y le pedí a Dios que perdonara mis pecados y fue la noche en la que me convertí, pero puedo recordar desde el principio de mi vida cristiana amar los tiempos que tuve en comunión personal con Dios. Había una intimidad en ello y he tenido muchas experiencias en mi vida de pasar ocho horas de corrido en oración. No me malinterpreten. No hago eso todos los días, pero he tenido muchas experiencias así y no hay nada como eso, pero aprendí ese concepto de oración prolongada y oración intensa cuando era profesor universitario en el primer año de mi enseñanza.
Enseñé en la misma universidad de la que me había graduado y era un pueblo pequeño. Era un colegio presbiteriano antiguo y había una parte de la ciudad que tenía viviendas para misioneros jubilados, y había un caballero que tenía más de 80 años, que era un médico misionero retirado y su nombre era el Dr. Jameson. Y el Dr. Jameson fue considerado por aquellos de nosotros de la generación más joven como un auténtico cristiano santo y genuino. Había practicado la medicina en un campo misionero, durante décadas, pero ahora había llegado a un tiempo en su vida donde sufría de ciertas enfermedades y estaba enfermo.
Ya no podía ejercer la medicina. Nunca fue su plan o deseo jubilarse, pero ya no podía trabajar más, por lo que lo que hizo en esta etapa de su vida fue dedicarse a una nueva vocación. Su segunda carrera fue la de intercesor. Él dijo: «Todavía puedo trabajar ocho horas al día» y entonces lo que el Dr. Jameson hacía día tras día, ocho horas todos los días era estar de rodillas. Es lo que llamamos un guerrero de oración. Ahora, déjenme decirles algo. Cuando teníamos inquietudes, cuando vivía en esa ciudad y queríamos que la gente orara por nosotros, ¿quién creen que quería que orara por mí? Ya saben. Iba directo a la casa del Dr. Jameson y tocaba la puerta y le decía: «Dr. Jameson, ehh, ¿oraría por mí?», «sí, por supuesto». Y sabía que cuando él decía que oraría por mí, ciertamente, oraría por mí.
Pienso en Santiago en el Nuevo Testamento, el autor de la epístola a Santiago, quien, según la historia de la iglesia primitiva, según las mejores fuentes que tenemos del pasado, era de hecho el hermano de nuestro Señor Jesucristo. Y era conocido en la iglesia primitiva, por dos nombres, dos apodos. Uno de sus nombres era Santiago el justo, porque desarrolló una reputación de una justicia personal de nivel extraordinario y este era un tipo que no se convirtió a su hermano hasta después de que su hermano resucitó de entre los muertos. Y pasó de escéptico a creyente con el título de «Santiago el Justo». Pero creo que su otro apodo fue aún más revelador. Y su otro apodo, según lo que se decía en el pasado, era «Rodillas de camello viejo». Rodillas de camello viejo.
Hace poco pasé un tiempo con mis nietos en Virginia y estábamos sentados alrededor de una mesa, y mis nietos estaban jugando y me observaron y ellos, me llaman «Abu» y me dijeron: «Abu, ¿cómo es que tu cara parece de cuero?». Salió de la boca de los niños. La mayoría de gente no se acerca para decirme: «¿Por qué tu cara se parece al cuero?». Pero lo deben estar pensando, si eso es lo que se les ocurre a mis nietos. Y les dije: «Bueno, en realidad no lo sé. Tal vez sea porque ha hecho mucho trabajo.
Recuerden, mi boca tiene 95 años, en términos de los kilómetros que lleva encima». «Así que supongo que me he curtido a lo largo de los años». Bueno, nunca se me ha acusado de tener rodillas de cuero, pero la frase «Rodillas de camello viejo» se le atribuyó a Santiago, el hermano de Jesús, porque tenía callos en las rodillas por pasar tanto tiempo en oración.
Ahora, no todos son llamados al ministerio de la oración como el Dr. Jameson y no todos oran con la intensidad y persistencia de una Ana, pero cada uno de nosotros tiene la capacidad de crecer en nuestras vidas de oración y algo que me parece un poco triste, es que tendemos a ver la oración como un deber sagrado, tan solo como un deber, y la forma más rápida que conozco para que a la gente no le guste algo es exponerlo como una obligación, porque entonces se convierte en una carga y podemos culpar a las personas y demás. Pero en realidad, sí, la oración es un deber. No puedo negar que es un deber. Somos llamados y mandados por Cristo y los apóstoles a ser constantes en la oración. Tenemos ese mandato ante nosotros, pero ya sabemos que es nuestro deber, por lo que no voy a perder tiempo hablando de nuestra obligación de orar.
Lo que quiero que veamos es la oportunidad que nos da. Qué dulce es para nuestras vidas estar comprometidos, tener la oportunidad de entrar en la presencia misma de Dios y hablarle a Él, hablarle desde el nivel más profundo de nuestras preocupaciones y de nuestros corazones. Y no debemos considerarnos fracasados, solo porque no hemos tenido tanto éxito en lograr una vida de oración constante. Creo que la razón básica por la que no lo hemos hecho, en muchos casos, no es porque no tengamos ningún deseo de tener comunión con Dios o de intimar con Dios. No es porque no tengamos suficiente tiempo. Ese no es nuestro problema. No es porque nos falta disciplina.
Todo eso puede ser cierto, pero esas no son las razones principales por las que nos quedamos cortos de lo que podríamos lograr o disfrutar en la oración. Creo que la razón principal es que no sabemos cómo. No sabemos cómo orar. Y eso no me sorprende. Cuando leamos más adelante, cuando veamos el Padre nuestro, que lo único adicional que los discípulos de Jesús le pidieron a su maestro como crédito extra, como tareas adicionales, quiero decir, no hay muchos estudiantes que se acerquen a sus maestros y digan: «Gracias por todo lo enseñado hasta ahora, pero ¿qué tal si me enseñas un poco más?». La única vez que los vemos ir a Jesús y pedir un curso de posgrado es ¿cuál? «Señor, enséñanos cómo orar».
Estoy convencido de que la razón por la que preguntaron eso, o dos razones por las que preguntaron eso, en primer lugar, porque no sabían cómo y en segundo lugar porque vieron lo que Jesús sí sabía cómo. Lo observaron. Lo vieron irse solo, sin hacer nunca una exhibición ostentosa de Su piedad. Se dieron cuenta de que Jesús no era nada parecido a los fariseos que exhibían su espiritualidad ante todos, orando en cada oportunidad como un despliegue de piedad, porque estaban tratando de obtener la aprobación de los hombres. Jesús no lo hizo de esa manera. Se iba solo, en silencio, en intimidad. Él derramaba Su alma al Padre.
De hecho, antes de que Jesús seleccionara a Sus discípulos, recuerdan ¿qué nos dice la Biblia en el Evangelio de Lucas? Pasó toda la noche orando antes de elegirlos. ¿Cuándo fue la última vez que pasaste una noche entera antes de tomar una decisión importante en tu vida? Bueno, no hacemos eso, pero los discípulos dijeron: «Oye, hay una correlación aquí entre el poder espiritual de Jesús y la forma en la que Él está conectado al Padre en oración». Y entonces le dijeron: «Enséñanos, por favor, cómo orar». Y eso es lo que espero que podamos lograr si meditamos en las palabras y la petición de los apóstoles y esta pequeña reflexión, bendiciones
R.C..SPROUL
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