A veces creemos que si tenemos planificada toda la agenda de la iglesia para el mes, entonces es que estamos realizando el plan de Dios para esta y los miembros que la componen, pero que tan lejanos estamos muchas veces cuando planificamos sin el consejo de Dios.
La Biblia nos cuenta la historia del rey David, quien había resuelto realizar un censo en Israel, y así nos lo reza (1 Crónicas 21:1-2), pero hay algo que muchas veces no tomamos en cuenta y es que satanás mismo, al igual que a David susurra a veces en el oído del líder cristiano la conveniencia de “planificar” para mayor seguridad. "Se levantó Satanás contra Israel e incitó a David a que hiciera censo del pueblo”. El error de David al desobedecer a Dios estaba en que, desde ese momento ya no necesitaría confiar completamente en el consejo de Dios sino que ahora estaría seguro de las fuerzas con que contaba, por lo que podía sentirse tranquilo ante sus enemigos; sus tropas eran numerosas, David lo sabía; claro él las había contado, pero por este pecado, las consecuencias las pagó el pueblo de Israel el cual fue castigado por una peste mortal que provocó la muerte de setenta mil personas.
Al igual que el rey de Israel, como líderes realizamos cálculos y nos confiamos de ellos, ya que desde el momento que contamos con los resultados entonces nuestra confianza está situada en ellos, y si no nos son suficientes entonces, o desesperamos porque esta insuficiencia nos provoca inseguridad, o seguimos planificando para ver como solucionamos la merma que hemos detectado. Y en ello: ¿Qué cuenta le dejamos a Dios?, pues ninguna, porque nosotros hemos resuelto al igual que David, buscar las soluciones al respecto, y más encima nos atrevemos a orar pidiendo dirección a Dios cuando vemos que nuestros cálculos no nos resultan. El problema es que las consecuencias a veces las pagan los miembros de la iglesia quienes deben enfrentrar la desazón que provocan estas malas elecciones de sus líderes los cuales están contínuamente cambiando programas provocando confusión entre estos, generando desconfianza y el alejamiento de algunos de ellos.
Jesús nos aconseja ser prudentes, pero esta prudencia debe ser también sabia y no disfrazada en la falta de fe, muchas veces confundimos el ser prudentes con tener que planificarlo todo; desde el tiempo de dedicación a Dios en el culto hasta la cantidad de diezmos y ofrendas que hemos resuelto recaudar, lo que mal nos puede llevar a pensar que sin estos recursos Dios no podría realizar su obra. ¿Qué sería de predicación del evangelio y de su segunda venida si esta dependiera de la cantidad de diezmos y ofrendas que debe recaudar la iglesia? La verdad es que no habría salvación para el hombre sin Cristo y tampoco esperanzas para la propia iglesia.
No nos equivoquemos, Dios nos quiere prudentes pero esta prudencia en la preparación y la planificación debe depender primeramente del consejo de Dios, Él dará siempre el primer paso mostrándonos su voluntad respecto de lo que debamos emprender o hacer; Abraham salió de Ur sin saber adónde iba, según nuestra humana percepción fue un mal planificador y falló en sus cálculos, pero Dios había ya calculado por él hasta el número de su descendencia, por lo que su fe, dice Hebreos; le fue contada por justicia. Mal podemos entonces nosotros, planificar por Dios si no estamos dispuestos a dar pasos de fe al constituirnos en su obra. La iglesia de Cristo es la depositaria de todos los dones de Dios y entre ellos la fe es una de las más importantes, no despreciemos este maravilloso don y como líderes, más que planificadores Dios nos pide ser hombres de fe, estos mismos que van un paso delante de la congregación llevando con sabiduría la luz del evangelio.
Luis Vogt O. 2012
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