Estoy en medio de una serie de artículos sobre los siete concilios ecuménicos de la iglesia primitiva. Estos concilios comenzaron con el Primer Concilio de Nicea en 325 y concluyeron con el Segundo Concilio de Nicea en 787. Entre estos dos eventos hubo cinco más, cada uno de los cuales intentó comprender y establecer una teología cristiana unificada.
En esta serie vamos a echar un breve vistazo a cada uno de los siete concilios. Para cada uno de ellos, consideraremos el escenario y el propósito, los personajes principales, la naturaleza del conflicto, y luego los resultados y la importancia duradera. Continuamos hoy con el sexto concilio: el Tercer Concilio de Constantinopla.
Marco y finalidad
El Tercer Concilio de Constantinopla fue convocado por el emperador Constantino IV en un intento de resolver nuevas diferencias entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente en la forma de entender la naturaleza de la voluntad y el poder de Cristo. El concilio comenzó el 7 de noviembre de 680 en el Trullus, una gran sala con cúpula en el palacio imperial de Constantinopla. Sólo estuvieron presentes 43 obispos, lo que lo convierte en el más pequeño de los siete concilios ecuménicos.
Personajes principales y conflicto
Constantino IV inauguró el concilio y presidió las primeras 11 de las 18 sesiones (que se prolongarían durante 10 meses). Pero a diferencia de los concilios anteriores y posteriores, en el Tercer Concilio de Constantinopla no hubo uno o dos hombres que dominaran los procedimientos.
El principal conflicto del concilio fue el relativo a las dos doctrinas del monoenergismo y el monotelitismo. El monoenergismo surgió poco después del Segundo Concilio de Constantinopla como otro intento de reconciliar a las iglesias de Oriente y Occidente. Era la creencia de que, aunque Cristo tuviera dos naturalezas distintas, sólo había una energía operativa en su persona: la energía divina. Leo Davis describe la posición de la siguiente manera: "Todo lo que hizo el Verbo encarnado lo hizo como Creador y Dios, y que, por lo tanto, todas las cosas que se dijeron de él, ya sea como Dios o de forma humana, fueron la acción de la divinidad del Verbo".
Poco después de la aparición del monoenergismo, la discusión se orientó más hacia las discusiones sobre la voluntad de Cristo en lugar de su energía. De ahí surgió el monotelismo, la creencia de que Cristo tenía una sola voluntad, a saber, su voluntad divina, "pues en ningún momento su carne racionalmente vivificada, por separado y por su propio impulso... ejerció su actividad natural, sino que ejerció esa actividad en el momento y en la forma y medida en que el Verbo de Dios lo quiso."
Los procedimientos
Durante el concilio, dos patriarcas fueron acusados de defender las doctrinas del monoenergismo y el monotelitismo: Jorge de Constantinopla y Macario de Antioquía. En un intento de reforzar su creencia de que mantenían la posición de los concilios anteriores, Macario presentó extractos de los Padres que mostraban pruebas de sus posiciones. Estos documentos pronto fueron cuestionados por haber sido corrompidos o tergiversados fuera de contexto. Se encontraron copias alternativas que demostraban que eso era exactamente lo que había ocurrido. Ante esta evidencia, Jorge cambió de opinión y abrazó la posición ortodoxa. Sin embargo, Macario se mantuvo firme y fue juzgado ante el concilio por falsificar los escritos de los Padres. Fue declarado culpable y destituido de su cargo.
En este concilio se produjo un hecho especialmente extraño. En una de las sesiones posteriores a la destitución de Macario, uno de sus seguidores, un sacerdote llamado Policronio, afirmó que podía resucitar a un hombre de entre los muertos y demostrar así la ortodoxia del monotelismo. Se trajo a un hombre muerto, se le puso una profesión de fe en el pecho y Policronio le susurró al oído. No es de extrañar que no ocurriera nada, por lo que Policronio fue rápidamente desautorizado.
Los resultados
El Tercer Concilio de Constantinopla reafirmó las decisiones de los cinco primeros concilios y los credos de Nicea y Constantinopla I. Los obispos también prepararon y firmaron una Definición de Fe que condenaba explícitamente el monoenergismo y el monotelitismo como heréticos, diciendo
Nosotros... declaramos que en [Cristo] hay dos voluntades naturales y dos operaciones naturales indivisibles, inconvertibles, inseparables, inconfundibles, según la enseñanza de los santos Padres. Y estas dos voluntades naturales no son contrarias la una a la otra (¡Dios no lo quiera!), como afirman los herejes impíos, sino que su voluntad humana sigue y eso no como resistente y reacia, sino más bien como sujeta a su voluntad divina y omnipotente. Porque era justo que la carne se moviera pero sujeta a la voluntad divina, según el sapientísimo Atanasio. Pues como su carne se llama y es la carne de Dios Verbo, así también la voluntad natural de su carne se llama y es la voluntad propia de Dios Verbo, como él mismo dice: "bajé del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del Padre que me envió", donde llama a su propia voluntad la voluntad de su carne, en cuanto que su carne era también suya.
Significado duradero
Una vez más, la Iglesia había aclarado la naturaleza de Cristo como totalmente Dios y totalmente hombre, ampliando ahora esa definición para incluir su naturaleza, poder y voluntad. Y una vez más, la iglesia había preservado la doctrina ortodoxa y trinitaria frente a nuevos ataques. Por el momento habría paz entre la iglesia de Oriente y Occidente.
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